Capitulo 29

 

Un salto a la soledad

 

 

Ya no tenía ninguna duda, Alex se había largado sin decir nada. Llevaba tres días sin verle ni saber de él, además su habitación seguía exactamente igual que la noche anterior, ni una sola mota de polvo fuera de lugar.

Aquel día había sido especialmente agotador.

Tras una clase de dos horas de Historia, una de Artes Adivinatorias, dos de Iniciación Mágica, tres de Hechizos y dos de Lucha, Andrea estaba completamente rendida.

Pasaba de diez a doce horas en aquel pequeño castillo, metiendo en su cerebro una cantidad de información insana y machacando su cuerpo al grado de caer en la agresión.

Le dolía todo, desde las orejas hasta las puntas de los dedos de los pies. Era cierto que tenía menos agujetas que el primer día, pero no era por estar acostumbrándose a ello, no, era porque ya no sentía los músculos de su cuerpo.

Esa tarde, de nuevo Atry había bajado al caer la noche y, una vez más, Val y ella se habían marchado dejándola sola en el patio de armas, como si no fuera más que un niña molesta que ha de dejar a los mayores en paz.

Aquello la sacaba de quicio, se sentía tan enfadada y furiosa que hubiese sido capaz de arrancar el cabello a la bruja pelo a pelo.

Sin embargo había recogido sus cosas y vuelto a casa utilizando el portal que habían creado para ella, una pequeña aldaba de bronce en la puerta exterior que, al usarla para llamar tres veces, la transportaba al linde del pueblo en menos de un parpadeo.

Cuando llegó a la casa lo primero que hizo fue buscar a Alex. Le echaba de menos. Casi había pasado más tiempo sin él que con él, pero se había acostumbrado a su compañía y lo extrañaba. Además regresar a una casa solitaria y fría después de un día horrible, no era algo que le agradara en exceso.

Pero seguía sin haber rastro de Alexander.

Con un suspiro se tiró en la cama, no tenía ganas de cenar, ni de dormir, ni siquiera de hablar si había de ser sincera.

Si fuera más valiente debería estar acondicionando su casa para mudarse cuanto antes, al menos allí se sentiría arropada por el calor de su hogar, por el recuerdo de sus padres.

     —¿Alguien en casa? —Sonaron unos golpes fuertes en la puerta —¿Hola? ¿Andy?

Andrea sonrió al reconocer la voz de Kyra y saltó de la cama repentinamente animada corriendo hasta el recibidor

     —¡Kyra!

Se echó a sus brazos y la abrazó con fuerza

     —¡Wow! Vaya recibimiento ¿Qué te pasa?

Andrea miró a su amiga, tan diferente a ella y sonrió.

Kyra llevaba una falda larga y vaporosa de color turquesa que dejaba al aire su estómago plano, un top del mismo color de tirantes completaba su atuendo y coronaba la estampa perfecta con una coleta alta que retiraba el pelo de su rostro de porcelana.

Andrea, también llevaba una coleta alta de la que escapaban mechones rosas y verdes pero, por el contrario, aún llevaba la ropa de la clase de lucha que consistía en unas mallas negras que se ajustaban perfectamente a su cuerpo y una camiseta del mismo color con las mangas cortadas y la imagen de un ángel caído de enormes alas tumbado en un charco de sangre.

     —Bonita camiseta —Dijo Kyra con una mueca que desmentía por completo sus palabras.

Andrea rió

     —Me alegro mucho de verte

     —¿Qué te ocurre? —Kyra repitió la pregunta ladeando la cabeza  y Andrea suspiró

     —Alex no está —Dijo con un leve puchero —Y le echo de menos.

Era la verdad, se sentía perdida en aquel lugar y de una forma u otra, el joven mitigaba en parte la soledad que parecía haberse apoderado de ella en los últimos días.

     —Oh cariño —Kyra la abrazó —Hablé con él antes de que se fuera, una misión me dijo —Explicó dándole palmaditas en la espalda —No le gustaba la idea de dejarte sola ¿Sabes? Estaba muy triste. Creo que Alexander está enamorado de ti.

Y aquellas palabras, inocentes y sinceras, aquellas palabras que para Andrea  no significaban nada en realidad, significaron todo para Cora quien, escondida tras las hojas de palma, escuchaba la conversación sintiendo como su corazón acababa por resquebrajarse del todo.

Años, había pasado años enamorada de Alex, desde que podía recordar él era quien protagonizaba cada uno de sus sueños, de sus anhelos…

Siempre había esperado pacientemente a que él la viera, a que dejara de mirarla como a esa niña pequeña, a esa hermana con la que había pasado tanto tiempo, con la que había compartido alguna vez juegos infantiles, poderes, colegio…

Pero nunca ocurría. El tiempo pasaba, los años continuaban haciéndola crecer, se desarrollaba, se hacía mujer… pero él no parecía darse cuenta. Tal vez, se dijo, le gustaban las mujeres más mayores, quizás aún debía crecer un poco más. Un par de años, estaba segura que con un par de años más él se daría cuenta, vería que ya no era una niña, que era casi una mujer.

Pero entonces había llegado ella, la Heredera, una niña estúpida e insulsa de su misma edad ¡La misma maldita edad! ¿Y qué ocurría entonces? Que ese ciego de Alexander la miraba absorto, como si aquella niñata mal vestida y fea fuera la mayor obra de arte que admirar en el mundo.
¿Por qué? Cora era más hermosa, estaba segura, estilizada, delicada y refinada, era educada, dulce y cariñosa… ¿Qué estaba entonces mal en ella? ¿Por qué no podía mirarla de ese modo?

Las palabras de su hermana reverberaron en su cerebro una y otra y otra vez

Creo que Alexander está enamorado de ti…. Enamorado de ti…. Enamorado de ti…

Se llevó el puño a la boca y se mordió los nudillos para evitar gritar.
Quería soltar un alarido que dejara escapar todo su dolor, quería atacarla, hacerla daño, arrancarla cada uno de esos horribles pelos de colores y mandarla de una patada al mundo del que había llegado.

Por un momento quiso matarla, la necesidad de usar su poder contra ella fue tal que se asustó de sí misma y, temblando, salió corriendo sin saber muy bien a dónde iba.

Corrió y corrió limpiándose las lagrimas que corrían raudas por sus mejillas, sollozando y hundiendo las uñas en las palmas de sus manos hasta sentir el dolor, sin dejar de correr, rápido, muy rápido, sin hacer caso a las hojas que se cruzaban en su camino azotando su rostro, mezclando la sangre de sus pequeñas heridas con las lágrimas que seguían cayendo sin control, empapando su rostro sucio y ceniciento.

Necesitaba respirar, le ardía el pecho, dolía, dolía tanto… pero no podía parar de correr, tenía miedo, terror incluso. Si paraba ¿Podría volver a ponerse en pie? Temía derrumbarse, perderse en la inmensidad de aquel dolor que parecía querer devorarla lentamente.

No podía tomar aire, no podía ni siquiera pensar. Se ahogaba, se asfixiaba en medio de aquel caos, de aquella maraña de sentimientos que parecían querer burlarse de ella una y otra vez.

No supo cuanto tiempo estuvo corriendo, ni siquiera hacia donde corría pero, de pronto estaba allí, en el límite de Elysion, al borde del precipicio, allí, en aquel acantilado que lindaba con el Tártaro, con el infierno de arena y sol, con el reino de Crono.

Se quedó allí, con los brazos extendidos, dejando que el viento cortara su figura, allí, como un mascarón de proa, inmóvil, con los ojos cerrados y la única prueba de su dolor congelándose contra la piel de sus mejillas.

El tiempo pareció detenerse, un minuto, dos, tres… y ella seguía allí, de pie, sola en el abismo de su propia desolación, de su propio dolor, del odio alimentado por los demonios de los celos.

Y gritó, gritó hasta desgarrarse la voz, hasta casi quebrarse las cuerdas vocales en un sonido agónico y desesperado, en un alarido de rabia y dolor.

     —Te odio —Aulló hacia el infinito —Ojala estuvieras muerta Andrea Nox. ¡Quédatelo! ¿Me oyes? ¡Pero juro que me vengaré de ti! Me rio de la profecía, de la elegida… Nada de eso importa.

     —El odio, la venganza, la rabia… hablas como un indigno a este lugar —Una voz cavernosa llegó hasta ella y la hizo callar —Si es tu deseo Cora, si el odio de tu corazón te impide seguir en la senda de la luz, da el paso, salta al vacio y sal de Elysion. No hay lugar aquí para aquellos que no lucharán por proteger a la heredera.

Ella le miró, miró a aquel ser encapuchado y sin rostro que flotaba ante ella envuelto en una bruma marrón que impedía ver nada y apretó las mandíbulas, firme, dispuesta, más segura que nunca antes en su vida.

     —Así sea —Dijo en un susurro decidido antes de saltar.

 

……

 

     —Oh Kyra, no es eso yo... Apenas nos conocemos ¿Sabes? Enamorarse no puede ser tan fácil ¿Verdad? —Preguntó esperanzada

     —No lo sé —Respondió su amiga acariciando su pelo —Solo estuve enamorada una vez y fue… —Sonrió con un leve matiz de tristeza en la mirada —Mágico… Curioso ¿A qué si? ¡Imagina! ¡Una bruja diciendo que algo es mágico! —Rió sin humor y acabó la forzada carcajada con un suspiro —Pero lo fue, instantáneo, le vi y… solo lo supe.

     —Vaya —Andy la miró —¿Qué ocurrió?

     —Salió mal —Kyra sonrió con tristeza —estaba destinado a fracasar.

     —Yo... Creo que puedo llegar a enamorarme

     —¿Alex? —Preguntó con una sonrisa pícara y un guiño cómplice que se esfumó al verla negar con la cabeza mordiéndose los labios.

     —Oh señor... —Andy se tapó la cara con las manos y negó fervientemente —La vida es un asco

     —¿No es Alex?

Andy la miró fijamente negando con la cabeza, sus ojos llenos de tristeza y pesar

     —¿Entonces quien? —Su voz se fue perdiendo poco a poco —Valerius —Susurró con incredulidad.

Tenía que ser él, en el fondo se había dado cuenta aquella mañana en que les vio juntos, la forma en la que Andrea parecía imantada hacia el hombre, orbitando a su alrededor, el modo en que le miraba, con un brillo de esperanza tan revelador que… Alex había percibido, seguramente a ello se debían las palabras de su amigo.

     —Es él ¿Verdad? Es Valerius.

     —Oh Kyra… Cuando le vi por primera vez yo… —Se llevó la mano al pecho —Algo se despertó aquí, un dolor sordo que no se va. Él a veces me mira pero entonces algo cambia y sus ojos se enfrían.

     —Valerius es un gran guerrero, no creo que tenga tiempo para esas cosas —Dijo con delicadeza.

     —Se acuesta con Atry —Soltó Andy de sopetón.

     —Oh

     —Quita esa cara de besugo Kyra, lo he visto.

     —¿Qué? —La rubia la miró con los ojos muy abiertos, tanto como su boca —¿Los has visto? —Puso cara de asco y se tapó la cara.

     —¡No! —Andy arrugó la frente y negó fervientemente —Agg no así… no en… bueno ahh ya sabes. No —Puso una mueca y se estremeció. En realidad no creía poder superar verlos de ese modo, dolería demasiado —Pero se besaron delante de mí y se fueron juntos…

     —Vaya… lo siento —Kyra suspiró y acarició el cabello de su amiga —Ellos tuvieron una relación hace tiempo, todos por aquí lo saben. No acabaron demasiado bien.

     —¿Qué ocurrió?

Kyra se encogió de hombros

     —No lo sé, pero desde entonces él no había vuelto a acercarse a ella.

     —Genial… Justo tenía que ser ahora ¿No? Yo pensé que entre  él y yo… —Recordó la forma en que la había consolado la noche anterior, sus caricias, el beso que dejó sobre sus cabellos —Bueno, parecía que había algo, que él también lo sentía.

     —Andy, Valerius es… mayor —Intentó ser sutil pero no sabía cómo —Creo que acaba de cumplir treinta años, eso es casi el doble de lo que tienes tú cariño…

     —¿Y qué importa? Eso son tonterías, me da igual los años que tiene —Sonrió de lado —Yo tengo en realidad unos trescientos cuarenta y ocho ¿No?

Ambas se miraron y rompieron a reír.

     —Él se lo pierde —Dijo Kyra —Además Alex es muy guapo —Subió y bajó las cejas insinuante.

     —Si que lo es —Reconoció Andrea —Bueno pero ¿Dónde está ese guapetón? Se ha esfumado dejándome sin una sola nota de despedida

     —Una misión, me dijo que no tardaría y que cuidara de ti

Andy sonrió.

     —¿Sabes? Estuve en la casa de mis padres yo… los sentí, los sentí conmigo, como si aquellas paredes me hubieran estado esperando.

     —¿En serio? ¡Claro que te esperaban Andy! Balan fue un mago muy poderoso, él sabía que vendrías. Seguro que dejó algún mensaje allí, alguna carta ¡Algo! ¿Has buscado?

     —Ahmmm bueno… no. En realidad no estuve mucho rato allí —Se frotó los brazos calentándolos —Pensaba volver hoy

Kyra sonrió, comprendiendo a la perfección.

     —Vamos entonces —Extendió la mano —¿Te parece que te acompañe?

Andy le devolvió la sonrisa, más que agradecida y tomo su mano.

     —Claro que sí.