Desnudos y visitas indeseadas
Val se apareció en su casa. Sabía que debía apurar a la joven para que hiciera el equipaje y salieran de allí antes de que la Orden diera de nuevo con ella, pero necesitaba algo de espacio personal, no había pasado tanto tiempo en compañía desde, bien, no sabría decir desde cuándo pero si tenía más que claro es que jamás había pasado antes ni un minuto con dos personas como aquellas, extrovertidas, divertidas, parlanchinas… no tenían medida en nada, después de unas cuantas horas con ellas y donde él y la voluptuosa pelirroja dieron cuenta de una botella de tequila, se había dado cuenta de que eran capaces de llorar con enormes y estridentes sollozos, de reír con profundas carcajadas contagiosas que les hacían saltar las lágrimas, sin pudor o vergüenza por nada. Vivían con una intensidad envidiable cada minuto de sus vidas, tenían mucho sentido del humor y podían llegar al punto de ser auténticas payasas, como pudo comprobar cuando comenzaron a imitar a gente conocida para reírse un rato. Para él había sido refrescante y había llegado a sentir cosas que no quería analizar en aquel momento, sino disfrutarlas, porque después se irían y volvería a quedarse con su silenciosa soledad, al fin y al cabo eso es lo que él era, un solitario que nunca había tenido a nadie hasta que se unió a sus compañeros en la búsqueda de la heredera. No tenía hermanos, ni recordaba mucho de sus padres. Se había criado sin nadie en una cabaña con techos de paja a las afueras de la ciudad y había conseguido aprender a usar sus manos y su magia para trabajar la tierra, primero para poder alimentarse y más tarde para negociar. La vida aquellos días había sido terriblemente difícil. Ni agua corriente, ni luz eléctrica, ni calefacción, ni aires acondicionados, ni cocina... nada de camas emplumadas y mullidas, él había dormido en un jergón en el suelo, una tela raída rellena con paja. No había duchas ni jabones fragantes, ni comidas enlatadas ni microondas. Y él había sobrevivido. A la soledad, al ensordecedor silencio de su día tras día. Hasta que le encontraron y pudo dejar atrás su vacía existencia sin sentido. Había pasado mucho tiempo entrenándose, aprendiendo a ser el guerrero que era ahora y había encontrado una gran familia. No era perfecta, por supuesto, eran muchos sus hermanos, como Alex o Nik y todos, al igual que él traían un lastre difícil de superar. Formaban una extraña familia, pero familia al fin y al cabo.
Se metió a la ducha tratando de relajar su cuerpo y su mente, pero sus pensamientos volvían una y otra vez a un par de ojos verdes que le habían cautivado.
Sabía, en lo más profundo de su ser que Andrea Nox de Pendragón le iba a traer grandes problemas y pese a todo se encontraba deseando seguir adelante, anhelaba descubrir a la mujer en la que se convertiría, aunque fuera en la distancia, como mero espectador. Era una joven preciosa, pero joven al fin
—¿Sirio?
Sujetando una toalla en torno a su cintura bajó los escalones buscando al chico, por la hora que era él debía estar en la sala de operaciones ya. Se pasó la mano por el pelo para quitarse el agua y sacudió la cabeza mientras iba hacia allí.
—Aquí jefe
—¿Cómo va todo? —preguntó mientras traspasaba la puerta
—Acción en el Parque del Retiro como de costumbre, hay mucho movimiento en la calle Reina Cristina y en la Avenida del Mediterráneo.
—Muy cerca de la tienda. No me gusta nada de todo esto, la Orden está formando núcleos, igual un ejército y no puedo dejar de pensar que cuando menos lo esperemos declararán una guerra abierta en este mundo. Eso no puede suceder.
—Dios mío —Sirio tecleaba y cambiaba las pantallas una tras otras anotando y comprobando calles y distintas zonas de la ciudad —Drakos está patrullando, Nikolas y Alex están vigilando la casa de la chica. Cordelia no sé dónde demonios está —le miró frunciendo el ceño —¿Qué haces tú aun aquí? Deberías estar allí afuera, estoy seguro que Alex no rechazaría que les echaras una mano.
—Sí, tengo que regresar, hasta que todo esto acabe tengo que ser la sombra de la niña.
—¿Hasta que todo acabe?
—Sí, sea como sea algo se está cociendo y Alex sabe más de lo que cuenta.
—Eso no es nuevo —rió Sirio
Val sonrió con desgana.
—Cierto, pero puedo sentir que hay fuerzas poderosas en movimiento.
—¿Cuándo no las hay?
—Siempre hay algo ahí fuera con lo que luchar, es cierto. Pero esta vez es distinto Sirio. Esta vez la hemos encontrado, la hija de Balan, es ella. Ahora que está en nuestro poder todo puede estallar en cualquier momento.
—Venga, tío —Sirio carraspeó y dio un trago a su refresco con incomodidad —empiezas a ponerme nervioso y no me gusta. —¡Ey, mira! —dijo desviando su atención a uno de los monitores que mostraba la entrada a la tienda donde el día anterior habían colocado un dispositivo para poder vigilarla —Alex está allí, que extraño —tecleó rápidamente en el ordenador y puso un zoom a la cámara —No entiendo por qué haría algo tan normal como llamar a la puerta, además ¿No estaba vigilando la casa de los de La Rosa?
Val estaba callado mirando fijamente la pantalla. Algo estaba mal, pero no era capaz de encontrar el problema por más que miraba. Solo podía ver a Alexander en la puerta, tocando el timbre, Sirio acercó más la imagen hasta que pudieron ver claramente la mano de él apretando el pequeño botón.
Una mano grande y masculina que lucía una letra griega, una Alfa, con un intrincado y hermoso diseño.
—Mierda
—¿Qué ocurre?
—No es Alex —dijo antes de desaparecer.
—Oh joder...
Sirio contempló fijamente la pantalla, tratando de buscar que es lo que había puesto nervioso a su amigo. No le llevó demasiado tiempo descubrir la marca de la mano derecha de Alexander.
La marca de Dante.
.....
—¡Dios mío, Helena! —Andrea estaba tumbada en la cama de mientras la pelirroja pintaba sus uñas de los pies con un pintauñas negro de OPI —Aun creo que debo despertar en cualquier momento ¿Desde cuándo eres una bruja?
La mujer continuó pintando sin levantar la cabeza
—Una no se hace bruja —podía oír un rastro de sonrisa en su voz —nací bruja. El poder no se aprende ni puedes adquirirlo, lo llevas dentro.
—¿Yo también?
—Sí, tú también.
—¿Cómo supiste que lo eras?
Ella suspiró
—Siempre lo he sabido. Llevo años aquí, en este mundo buscándote... Nunca imaginé que serías tú.... Nunca hasta anoche.
Andrea se quedó un rato en silencio pensando en sus palabras.
A diferencia de Helena, ella nunca se imaginó que era una bruja, pero en cambio recordaba el momento en el que comprendió que no era normal. Tenía apenas nueve años y estaba tumbada en la cama de sus padres con una escayola en el pie izquierdo fruto de un esguince que se había hecho al tratar de subirse a un árbol para rescatar su pelota rosa preferida. La televisión de la habitación estaba encendida y podían verse los informativos del medio día. Era un rollo. Llamó a su madre varias veces, pero podía escuchar el ruido del agua de la ducha al final del corredor, su madre jamás la oiría por más que gritara y su padre y su hermano aun no habían regresado del centro comercial.
Frustrada, sabiendo que sería incapaz de levantarse y apoyar el pie sin caerse y mirando el mando del televisor apoyado en el tocador de su madre, pensó que sería genial si nada más tuviera que extender su mano para que volara hasta ella.
La alzó enfadada y gritó
—Ven aquí.
Atónita vio cómo el mando atravesaba a toda velocidad el cuarto. En un acto reflejo lo atrapó y se quedó allí, mirando sus manos, asustada y temblorosa.
¿Qué había pasado? ¿Cómo lo había hecho?
Volvió a probar centrando su atención en un pequeño cepillo para el pelo con el mango de plata que su madre tenía en el tocador pero no pasó nada. Le ordenó venir, le gritó e incluso le amenazó, pero el cepillo no se movió ni un milímetro de su lugar.
Aterrada de sí misma pasó meses cuidando cada uno de sus movimientos, no queriendo levantar las manos por temor a que sucediera algo así de nuevo y, sin embargo una parte de sí misma mantenía la esperanza de poder volver a hacerlo.
Cuando finalmente se atrevió a contar lo que le sucedía a su mejor amiga Isabela, ella se mostró incrédula y se mofó de ella, pocos días después se encontró con las risas y las burlas de todos los compañeros del colegio que la ridiculizaban animándola a mover los borradores o levantar la falda a la profesora, hasta un día que comenzaron a lanzarle tizas y papeles, mientras Isabela se unía a las risas y a los agravios. La furia hirvió por su cuerpo, pudo sentirla crecer por su interior y expandirse hasta las puntas de sus dedos, una sensación burbujeante que la recorrió en pequeñas olas, mientras las imágenes de los demás niños riéndose de ella comenzaron a pasar por su mente, se burlaban, la insultaban, la llamaban la bruja imaginaria, caras deformes que se arremolinaban sobre ella, risas, más burlas… saturada de imágenes se levantó
—Basta —gritó.
Todos los papeles y las tizas que había en el suelo a su alrededor se elevaron y giraron sobre ella hasta que se lanzaron despedidos hacía el grupo de niños que la contemplaban aterrados. Isabela lloraba en un rincón y alguno se frotaba el lugar en el que le había dado alguno de los proyectiles.
Aquel día se sintió un monstruo y un héroe. No había vuelto a confiar a nadie sus dones salvo a sus padres y su hermano.
—Andrea, ¿Estás bien?
Salió de la niebla de sus recuerdos al oír la voz que pronunciaba su nombre...
—Perdón —sacudió la cabeza y frotó sus sienes —estaba perdida en mis pensamientos.
Los ojos de Helena se abrieron desmesuradamente mirando por encima de su hombro.
—Por todos los dioses —susurró con la boca abierta.
Andy se giró y se le descolgó la mandíbula al instante.
Valerius estaba de pie en el vano de la puerta, su pelo mojado caía desordenado sobre su atractivo rostro, sus ojos brillaban entrecerrados, su postura era felina, amenazante, era un guerrero dispuesto para luchar en cualquier momento. Todos sus músculos estaban en tensión, a la espera.
Era terriblemente hermoso, bravo y fiero.
Y estaba completamente desnudo ante ellas.
—Vaya —La pelirroja soltó un silbido bajo aun con las mejillas arreboladas —¿Qué tal si te das la vuelta ahora y nos deleitas de nuevo?
Él parpadeó por primera vez.
—Demonios —dijo mirando hacia abajo al darse cuenta de su total desnudez —Maldita sea —cerró los ojos y sacudió la cabeza —después de treinta años no puedo creer que aun me pasen cosas como esta.
—¿Cosas como esta? —Andrea se levantó para mirarlo cara a cara, o bueno, casi a la cara, pensó mientras se ponía de puntillas para fruncirle el ceño con severidad —¿Has estado un día entero llevándome de acá para allá haciendo zas y podría haber aparecido —se puso roja al mirarle de arriba abajo aunque no pudo evitar un gesto de admiración —así?
—No, te llevé durante todo un día de acá para allá para proteger tu sonrosado y redondo trasero de una horda de cabrones.
Andy dio un respingo
—¿Mi qué?
Helena tosió sospechosamente detrás de ella.
—Tu sonrosado y redondo trasero, cielo —tomándola por los hombros la quitó de en medio, agarró la toalla rosa que había sobre una silla y se tapó con ella como si nada raro hubiera pasado —y ahora, estoy aquí de nuevo tratando de protegerte, aunque durante las últimas veinticuatro horas me he preguntado en más de una ocasión el por qué me molesto.
—¿Te das cuenta de que es una menor? —Helena silenció a Andy con una mirada y apuntó con el dedo al mago —Tú no debes hablar de su trasero, ni puedes saber si es sonrosado o no.
—¿Y el tuyo? —preguntó Val con una mueca tan sexy que Helena no pudo más que tragar saliva en el mismo momento en que el timbre de la puerta sonó.
—Quedaos aquí.
Val salió de la habitación sin poder evitar que las palabras de la pelirroja reverberaran en su cerebro y bajó de tres en tres las escaleras. Cuando casi había llegado a la puerta escuchó unos pasos suaves detrás de él.
—Demonios —dijo girando para encontrarse a las dos justo detrás de él —Creo recordar que os dije claramente que os quedarais allí. Contesta —le dijo a la mayor.
Ella se acercó a la puerta despacio, se podía ver por los cristales opacos del lateral de la puerta una silueta grande, evidentemente masculina.
—¿Si? —dijo a través de la puerta
—¿Andrea? Soy Alexander, abre la puerta.
Helena miró a Valerius confundida, tanto como Andy, quien se acercó inconscientemente hasta rozar con su cuerpo el del guerrero. La voz sonaba igual que la del fortachón, pero había un deje que pasaba casi inadvertido, una especie de siseo que no había estado allí antes.
Val estiró la mano para impedir a Helena abrir la puerta, algo innecesario puesto que la mujer ya estaba al lado de su la niña de nuevo.
—No podrá entrar —dijo suavemente —este lugar no se lo permitirá aunque sea invitado —al ver la incomprensión pintada en el hermoso y masculino rostro continuó explicándose —está protegida de todo aquel que entre con intenciones de dañar a los que aquí residan. Tu amigo no tiene posibilidad de entrar si viene a hacernos daño.
—No es mi amigo —gruñó
Abrió la puerta de un tirón y enfrentó a la burda imitación del Escudero.
—Vaya vaya vaya, que suerte la mía. ¿Buscas una invitación, Dante?
Él siseó y se abalanzó para atacar, pero se dio contra una pared invisible.
—¿Qué pasa, guerrero? —Dijo con desprecio —¿No tienes agallas para salir de la casa y pelear como un hombre?
—¿Pelear? Nadie ha debido enseñarte las reglas, mi único deber en este mundo es matar y si yo mato tú mueres.
—¿Y con qué me matarás Valerius? —casi escupió la última palabra —con esa toalla rosa ¿quizás?
Val sabía que no podía pelear con él allí. Estaban en la entrada de una tienda, con vecinos y viandantes y ellos tenían prohibido darse a conocer a los humanos, salvo contadas excepciones. Si luchaban en medio de la calle alguien acabaría llamando a la policía y no era algo conveniente.
De modo que hizo lo único que podía hacer. Salió de la casa tan rápido que nadie pareció darse cuenta de su movimiento y agarró a Dante del brazo lo suficientemente fuerte para que no pudiera soltarse, mientras los trasladaba a ambos a un lugar aislado.
Vestido con una toalla que olía a vainilla, Val se preparó para luchar en el momento en que sus pies tocaron suelo.
Dante siseó y se abalanzó sobre él, enarbolando una enorme y pesada espada tallada, se agachó esquivando el primer lance y rodó tomando su pie y haciéndole caer al suelo. Pero aquel capullo se levantó con un fluido movimiento y atacó de nuevo, esta vez con más acierto e hirió a Val en el brazo. Él solo rió con fuerza
—¿Eso es todo? —Se acercó lo suficiente para lanzar una patada alta hacía su cabeza que acertó en el blanco —pensaba que los tipos como tú eran tipos duros —siguió golpeando y esquivando lances —seguro que puedes hacerlo mejor nenita.
Desarmó a Dante y comenzaron una batalla cuerpo a cuerpo. Ambos sangraban y respiraban fatigosamente pero atacaban con el mismo fervor que minutos antes, Valerius se agazapó en suelo y lanzó varios puñetazos al estómago de su contrincante, que gruñó dolorido; con una patada lo puso de rodillas y le lanzó el afilado abrecartas que había cogido del recibidor de Helena. No lo mataría, solo sus espadas eran capaces de hacerlo. Los demás podían ser aniquilados con cualquier arma blanca en su corazón, pero los miembros de la Orden de Ker tan solo perecían bajo el filo de las espadas que Hefestos les había hecho, fabricadas con el poder más puro y la aleación de distintos minerales, incluyendo el Orichalcum que solo podía encontrarse en su mundo.
Acercándose a él cogió el arma y le trazó una V en el cuello mientras él aullaba de dolor.
—Esto será para que no me olvides y regreses a buscarme para acabar lo que hemos empezado. —le sonrió con maldad.
Y recogiendo la toalla que estaba tirada en el suelo se cubrió y volvió a la tienda.