Capítulo 2

Encuentros inesperados

 

 

 

Andrea abrió los párpados y bostezó.

Estaba cansada. Se frotó los ojos estirándose, al menos las pesadillas empezaban a dejarla en paz. Unos meses atrás era impensable, cada vez que trataba de relajarse las imágenes que proyectaba su mente eran tan dantescas que dormir era una proeza inconcebible.

Seis meses, pensó temblando, había pasado medio año desde el accidente.

Mirando a su alrededor contempló la pequeña habitación sin ver realmente. Ya era hora de hacer algo con su vida, no podía anclarse en el pasado.

Retiró la colcha de la cama violentamente, tenía que empezar de nuevo. Ya era mucho tiempo viviendo a costa de Héctor sin hacer nada más que estudiar a ratos, saltarse las clases y suspender casi cada asignatura sin preocuparse por ello, no podía seguir así, su hermano tenía su propia vida y sus propias preocupaciones y también había perdido a sus seres queridos aquel horrible día. Pero mientras Andrea se había convertido en un parásito pegado a su pantalón, Héctor seguía levantándose cada amanecer para ir a la pequeña tienda que fue de la madre de ambos y ganar dinero suficiente para los gastos de los dos. Había sido tremendamente egoísta de su parte dejarle a él con ese peso en sus espaldas sin dedicarle un mísero agradecimiento.

Empezó a hacer la cama mientras pensaba en la situación en la que se encontraba en aquel momento.

¿Cómo había estado tan ciega? Se estaba comportando como un bebé y a los diecisiete años ya iba siendo hora de actuar con sensatez.

Se tropezó con una rana de peluche que la miraba desde el suelo con ojos acusadores.

     —¿Que miras Gustavo?

Frunciendo el ceño, enfadada, pateó el muñeco con tan mala suerte que su dedo meñique del pie derecho se estampó contra la mesilla de noche.

     —Mierda, maldita…

Antes de poder terminar la frase su rodilla tropezó con el taburete en el que se apilaba la ropa que había doblado aquella misma mañana y cayó al suelo junto con un puñado de sabanas, camisetas y bragas.

     —Por los dioses.

Una voz profunda y grave como whiskey se derramó sobre ella mandando estremecimientos por todo su cuerpo, imágenes nada aptas para menores a las que les importaba poco su edad, pasaron ante ella… por lo que sabes, le dijo la pequeña parte racional de su cerebro, esa voz puede ser de un tío calvo y sin dientes. Pero al resto de su cerebro, que definitivamente ganaba por mayoría le dio exactamente igual, sintió un cosquilleo en las palmas de sus manos y un tirón en la nalga derecha por la forzada posición en la que estaba.

Frunció el ceño.

Esa punzada en el culo fue la que le devolvió a la realidad y poniéndose firme, juntó toda la dignidad que pudo dada su precaria situación y se giró para enfrentar al intruso de voz grave y ronca.

Se le abrió la boca debido a la impresión y, algo raro en ella, se quedó sin palabras.

Perfecto.

Eso era todo lo que podía pensar cuando se fijó en el señor soy un bombón que tenía delante.

Si hubiera podido suspirar lo habría hecho, pero estaba sin palabras, totalmente alucinada al tener a semejante espécimen delante de ella, a un palmo de ella para ser exactos. Definitivamente su cerebro era papilla en aquel momento, porque vale, sí, tenía diecisiete años y aquel tío seguramente le doblaba la edad pero… ciega todavía no estaba y sus hormonas definitivamente eran las de una adolescente sana que pensaba que tener aquel tío bueno en un poster en mitad de la pared de su cuarto podría ser una idea fantástica

Debía medir casi dos metros, dos metros enteros de puro músculo y  sensualidad.

Se fijó en las puntas de sus botas New Rock negras con hebillas de metal y siguió subiendo por los vaqueros desgastados que  se ceñían a unas musculosas piernas, hasta llegar a su estrecha cintura. Con mucha fuerza de voluntad  se obligó a fijar la vista en su pelo negro, liso y suelto que llegaba hasta su nuca, con algunos mechones acariciando sus orejas. ¿Serán unas orejas grandes y feas? Frunció su rostro ante ese absurdo pensamiento ¿Qué importan sus orejas? Ese tipo no necesitaba unas orejas bonitas, no podría perder su encanto ni aunque ceceara y estuviera bizco.

Sacudió la cabeza ante los derroteros que estaban siguiendo sus reflexiones

¡Wow! No podía apartar la vista de los marcados bíceps que asomaban de la camiseta negra que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel… pasó la mirada dos veces por su abdomen, esos montículos no podían ser abdominales ¿Cierto? No se apreciarían a través de una camiseta por ajustada que fuera, ¿o sí? Antes de darse cuenta, sus dedos se  movieron con voluntad propia y  apretaron aquellos músculos acariciándolos casi imperceptiblemente. Para su asombro, un gruñido escapó de los labios del bombón y ella levantó rápidamente la vista para mirar su rostro.

Mala idea.

Mientras notaba el rubor extendiéndose por su cuerpo, desde la punta del dedo gordo del pie hasta las orejas, pensó que ni siquiera en las revistas podía existir alguien tan perfecto como él.

Su rostro era cuadrado, de mandíbula ancha y marcada, con una barba de un par de días que solo ofrecía un punto aun más sexual en aquella cara brutalmente masculina. Su boca ¡Dios Santo! era de labios carnosos y absolutamente besables, pero sus ojos… aquellos ojos marrones eran profundos y sabios, su mirada era letal y a la vez parecían unos ojos tristes y viejos.

Ella sintió que se mareaba hasta que se dio cuenta de que no le llegaba el aire a los pulmones.

Respira idiota se dijo así misma, y sacudió la cabeza sorprendida.

¿Qué demonios le pasaba? Se había olvidado de respirar y sus pensamientos giraban tan solo alrededor de aquel tipo, algo totalmente fuera de lugar si se tenía en cuenta que ella era adolescente y que nunca se había sentido tentada de ese modo por un espécimen del sexo opuesto. Había llegado a preguntarse en más de una ocasión si no tendría algún problema grave debido a su falta de interés, pero ahora podía ver claramente que al parecer tan solo necesitaba contemplar a un ejemplar de macho alfa como aquel, digno de Hollywood aunque no supiera quién era...

Un momento.

No le conocía.

En realidad no tenía ni la más remota idea de quién era aquel tipo y por muchas ganas que tuviera de conocerlo, estaba en su casa, en su cuarto. Un desconocido que había entrado por la fuerza en su hogar, en una casa en la que ella estaba absolutamente sola.

Antes de pensarlo dos veces comenzó a gritar.

 

Valerius había salido de casa al atardecer, agradecido de que el día nuboso le hubiera regalado un par de horas extras sin ese sol molesto y treinta minutos más tarde, estaba enfrente de la casa de Andrea de la Rosa.

Entró en la parcela, abriendo sin problemas la verja; era una casa muy bonita, en un pequeño barrio de chalets en mitad de la ciudad, se veía recién pintada aunque un par de escalones necesitaban un arreglo urgente, pero obviando aquellos pormenores era casi perfecta, la casa parecía dar la bienvenida a quien se acercara hasta la puerta, invitándole a aquel pequeño y extraño rincón en el centro de Madrid.

De las ventanas colgaban jardineras moradas con hermosas flores de colores, una hiedra se enredaba por la pared del edificio, desde la puerta de entrada hacía arriba, dándole un aire casi místico al pequeño porche. Subió los escalones que llevaban hasta la entrada, prestando atención a la alfombra que sin duda alguna estaba hecha a mano y mostraba un hermoso dibujo de un dragón anaranjado de alas extendidas que le resultaba extrañamente familiar. Sobre su cabeza colgaban unos metales de anillos concéntricos y en cuyo centro una bolita de cobre o algo similar realizaba giros suaves, probablemente acunado por la brisa que soplaba aquella tarde.

Estaba alzando la mano para llamar al timbre mientras pensaba donde había visto antes aquel dibujo, cuando un alarido le puso el vello de la nuca de punta y sin pensarlo dos veces se desvaneció, apareciendo en el piso de arriba, en donde por los ruidos y golpes que podían oírse debía estar teniendo lugar una batalla.

No recordaba nada en sus treinta años de vida que le hubiera sorprendido tanto, como ver a aquella chica tirada entre un montón de ropa negra desdoblada y con el trasero en alto. Antes de darse cuenta se encontró envuelto en la situación más extraña que jamás había vivido.

La joven era preciosa, con cabellos de un negro profundo que formaban gruesas ondas y caían despeinados a ambos lados de su rostro, hasta su esbelta cintura.

Su cara en forma de corazón y limpia de pinturas, tenía una tonalidad pálida, sin duda alguna la sangre de Balan corría por sus venas; sus cejas finas y perfectamente formadas, perfilaban unos ojos verdes y almendrados, bordeados de espesas y largas pestañas. Su nariz pequeña y ligeramente respingona le daba a su rostro un aire de pícara inocencia, en contraste con sus labios carnosos y exuberantes que, en unos cuantos años, invitarían a la mente de cualquier hombre con sangre en las venas a soñar con todo tipo de cosas perversas.

Esos bonitos labios formaron una hermosa O cuando le miraron y él casi pudo escuchar sus pensamientos, sonrió ligeramente, sintiéndose halagado al darse cuenta de que a la joven le gustaba lo que veía.

Lástima que su padre no la hubiera mandado a aquel lugar unos años antes.

Era sencillamente encantadora.

Hasta que  empezó a gritar como una harpía.

     —Demonios muchacha —dijo tratando de proteger sus oídos —Podrías dedicarte al mundo de la ópera si supieras canalizar todo ese chorro de voz.

La puerta de la habitación se cerró tras él y los libros empezaron a volar hacía su rostro uno tras otro.

Protegiendo su cara se acercó a ella y la levantó entre sus brazos hasta que sus ojos estuvieron a su altura.

Ella dejó de gritar.

     —¿Quién eres?

El suave murmullo de su voz junto la cercanía de aquellos iris brillantes hizo que la acercara inconscientemente más hacia su cuerpo, era su obligación protegerla, había dedicado a eso su vida desde hacía casi quince años.

     —Soy Val

Estaban tan cerca, pensó Andrea, que sintió en la mejilla su aliento al hablar. Seguramente aquel era el momento más extraño que había vivido nunca. Estaba allí, en la que ahora era la casa de su hermano, agarrada a un desconocido que estaba como un tren y que podía tener la edad de su padre... Bueno, aquello era exagerar. Ella siempre había sido una chica sensata, había crecido rodeada del amor de sus padres, había sido una buena estudiante y una buena hija y nunca había tenido un novio. Por supuesto que ella sabía que no era una chica fea, pero llevaba demasiado tiempo siendo la rara de clase, aquella extraña que siempre vestía de negro, que escuchaba música diferente y dedicaba su tiempo libre a leer y jugar con la astrología, entre otras cosas que no eran dignas de mención en aquel instante.

     —¿Val?

     —Todos me llaman así.

     —¿Y cómo te llamaron al nacer?

Él levantó la comisura de los labios ante el toque de humor que vislumbró en sus palabras.

     —Mi nombre es Valerius Falx —dijo con su voz profunda.

     —Jamás lo escuche antes.

     —Es muy… antiguo.

La dejó sobre sus pies y fijó sus ojos en los de la joven.

     —Andrea —dijo con una leve vacilación en la voz —me envían para advertirte y protegerte. Todo cuanto conoces y crees saber está a punto de cambiar.

     —¿De qué demonios hablas?

Andrea se apartó de él y dio tres pasos atrás, alejándose.

Una vez fuera del embrujo de aquella mirada ambarina, frunció el ceño sintiendo que sus pensamientos comenzaban a aclararse.

Si Héctor llegara a enterarse de lo que estaba pasando no solo la mataría sino que la torturaría en el proceso.

Dolorosamente.

Y no podría más que darle toda la razón. Había perdido el juicio. A su favor solo podía decir que al menos era consciente de ello.

     —Mira campeón. —Mientras hablaba comenzó a caminar de lado a lado con dificultad, debido tanto a las pequeñas dimensiones de la habitación como al caos que imperaba en ella —Tengo a un desconocido en mi casa, en mi habitación, con un apellido imposible de pronunciar en castellano que, después de pegarme el mayor susto de mi vida entrando sin invitación y date cuenta que subrayo la palabra invitación, me dice que viene a protegerme, a advertirme y que mi mundo está a punto de cambiar. Por si eso fuera poco se sabe mi nombre y probablemente más cosas sobre mí de las que quiero imaginar… Honestamente tío —dijo recuperando el aliento e impregnando sus palabras con un toque irónico —el que seas un bombón no te hace parecer menos pirado en estos momentos, por otra parte estoy a punto de empezar a sufrir un ataque de histeria, es más, estoy realmente impresionada de mi misma por no haberlo sufrido antes.

Val estuvo a punto de recordarle que cuando él apareció en escena, ella montó un numerito de histeria que desdecía esa afirmación, pero viendo el modo en que empezaba a temblarle el párpado izquierdo, decidió sabiamente que era mejor guardar silencio.

     —De acuerdo —siguió diciendo ella —¿Eres del gobierno? ¿De la poli secreta? ¿CNI? ¿Tal vez una broma de alguna cadena de televisión? —Añadió esperanzada —¿No serás un stripper, cierto? O un chico de compañía o algo así —continuó arrugando su hermoso rostro como si esa idea comenzara a tener significado para ella —¿Es por eso que vas a cambiar mi mundo? —¿No se le habría siquiera pasado por la cabeza a su amiga Raquel hacer algo así, verdad?

Durante un buen rato divagó en voz alta acerca de los motivos que podría tener Raky para meterla en un lío de aquellas características, e incluso le dio a Valerius una charla sobre el porqué no debería desperdiciar su vida con una profesión tan bochornosa.

Val podría haber cortado aquel monólogo, pero le parecía encantadora la forma en que hablaba sola, manteniendo una conversación de lo más interesante consigo misma, girando un mechón de pelo entre sus dedos y mordiéndose los labios de cuando en cuando. Era impresionante la verborrea que tenía para ser alguien tan joven

Él se preguntaba si sería mejor o peor decirle su verdadera profesión, probablemente saldría corriendo despavorida en lugar de sermonearle sobre las virtudes de un trabajo honrado. O peor aún, se dijo haciendo una mueca involuntaria, gritaría de nuevo como una harpía.

Sacó el móvil y marcó, al segundo tono alguien contestó.

     —Alex —dijo en voz alta cortando la diatriba de Andrea —ven aquí antes de que cometa una estupidez.

Fue la segunda vez en su corta vida que Andrea quedó en blanco.

Un tío gigantesco de más de dos metros de alto y grande cómo un camión, apareció en un parpadeo justo a su lado.

Si Val era perfección, el hombre que tenía delante de sus narices debía de ser un dios. Eso era lo primero que sus neuronas podían sacar en claro.

Su pelo era liso y negro como una noche sin luna, lo llevaba por debajo de las orejas y caía desfilado como cortado por una navaja, dándole un aire juvenil que desaparecía al mirar sus ojos, de un azul tan profundo que podrían hipnotizar a cualquiera que se atreviera a observarlos.

Su rostro parecía recién afeitado, de piel dorada casi resplandeciente.

Sin lugar a dudas no creía que pudiera existir alguien más hermoso en el mundo.

Curioso, pensó fríamente, que pese a que encontraba a este nuevo ejemplar, que parecía bastante próximo a su edad, más espectacular, no sentía las mariposas en el estómago que le provocaban la presencia de Val, ni la falta de aliento al mirar su rostro, ni la piel de gallina que le había  producido su contacto.

Aquello era tan surrealista que no podía ser más que un sueño, se pellizcó un par de veces haciendo una mueca de dolor en ambas ocasiones.

Mierda, pensó, lo mismo se había vuelto loca.