El color de un nuevo mundo
Por mucho tiempo que pasara, cada vez que pisaba aquel lugar se sentía en casa, suponía que aquello era algo normal, dado que allí había nacido y crecido.
Aparecieron en medio de una pequeña plaza, cuyo centro adornaba una fuente redonda y primitiva, construida con grandes bloques de piedra y engalanada con el musgo fresco que crecía entre sus grietas y unas estructuras de hierro forjado, hechas a mano por el herrero que vivía en la primera cabaña de la derecha.
Mágica, no había otra palabra para describir su aldea. Después de tanto tiempo en pie seguía conservando un aire místico que era casi palpable. Su gente había hecho un hogar de aquel pequeño rincón del continente.
Un sitio minúsculo y apartado, plagado de historia, rico en matices y cultura. Un lugar del que él en concreto se sentía absolutamente orgulloso.
Eran pocos, muy pocos los que habían conseguido esconderse del Imperio del terror con el que sometía la Orden al resto de su gente, ellos vivían unidos como una familia desde entonces, buscando a la heredera de Balan, a aquella que, según la lectura que habían dado a la profecía de los Destinos, libraría su mundo del yugo de la injusticia y el miedo.
A lo lejos, aún donde la vista alcanzaba, la montaña de Atlas, ese lugar en el que antaño había vivido Clitoé con sus hijos, y que ahora era la cuna del templo... Desde el día del Telikó, el final, tal y como las crónicas llamaban al momento en que su raza se separó de los hombres, dando fin al mundo que hasta entonces conocían, pocos eran los que sabían de la existencia de aquel minúsculo templo de piedra, al que las jóvenes, en otros tiempos, acudían casi cada día a realizar sus ritos y sus rezos. Aún en la actualidad, once mil años después, algunas doncellas recorrían el valle en peregrinación hasta aquel lugar y juraban que su magia en ese templo, crecía en poder y magnificencia.
—Alucinante... —Andy contemplaba todo a su alrededor con una mueca de sorpresa imposible de contener.
Aquel pueblo era una mezcla de piedra, agua y hermosa vegetación, el musgo cubría muchas de las rocas del suelo y de los muros de las casas, los jardines estaban repletos de árboles frutales y flores de increíble belleza y perfume que nunca antes había visto.
—¿Hemos viajado en el tiempo?
Fue incapaz de contener la pregunta mientras, inconscientemente daba un paso atrás hasta sentir a su espalda el calor que emanaba del cuerpo de Val, no sabía por qué pero aquel hombre con aspecto algo arisco y serio le producía una estupenda sensación de protección que, ahora lejos de su hermano, echaba en falta.
Alex rió, sus ojos brillantes de alegría por estar en casa
—No, ninguno de nosotros tiene ese poder... Bienvenida a casa, Andrea.
—¿La isla perdida de Atlántida?
Un gruñido colectivo llegó a sus oídos
—Un continente...
—Lo que sea —espetó con un gesto displicente de su mano —Siempre he imaginado así una aldea medieval.
—No te equivocaste entonces —Nik ladeó sus labios en algo similar a una sonrisa —aquí no encontrarás televisión satélite ni tecnología.
—Olvida que conociste los teléfonos móviles o los ordenadores —Sirio suspiró con nostalgia pese a que no hacía ni diez minutos que estaban allí.
—Ni secadores de pelo, ni microondas, ni laca de uñas... —dijo Cordelia con un puchero
—Ni coches, motos o armas de fuego —Val práctico como siempre se encogió de hombros.
—Pero hay magia —Alex tomó la mano de Andrea y comenzó a caminar —Nada de todo eso es necesario cuando tenemos en nuestro interior la posibilidad de crear cualquier cosa con un simple chasquido de nuestros dedos. El mundo está a nuestros pies.
Andrea miraba a todos sin parpadear, tratando de asimilar aquella situación digna de una mala novela de ficción. ¿Había perdido en realidad la esperanza de estar sufriendo una pesadilla? Empezaba a desear con todas sus fuerzas estar equivocada.
—Por favor decidme que las duchas existen y la higiene básica es la misma que el lugar de donde vengo.
Cordelia arrugó la nariz en una imitación perfecta a la mueca de la chica
—Créeme, si no fuera así yo no habría regresado.
—Gracias a dios...
—Puede parecer un lugar parado en el tiempo, sobre todo habiendo pasado toda tu vida allí, pero te darás cuenta que no somos tan diferentes.
Al menos eso esperaba. Él y los elegidos que hubo antes que ellos para transgredir las leyes y buscar a la Heredera entre los hombres, les habían acercado un poco del siglo XXI, sin perder la esencia de su hogar, les habían traído la ciencia, la literatura de aquel mundo y algunas tendencias de moda a sus ropas y sus hogares. Tenían también juegos y miles de libros, música e instrumentos que ellos desconocían… de hacer que su sencilla vida fuera más gratificante y que pudieran ver de algún modo ese mundo extraño que había evolucionado de un modo tan distinto al suyo propio.
Andrea se paró a contemplar un parque con juegos para niños en el que una pequeña de pelo rubio y enormes bucles corría perseguida por un niño algo más mayor que gesticulaba de forma grandilocuente. Eso no parecía ser distinto a lo que vería en un parque de Madrid... Aunque quizás aquella aseveración no fuera del todo cierta, no había toboganes modernos o columpios de colores, nada de casitas o balancines… el parque parecía nuevo, pero salido de los libros de la historia más antigua… hierba frondosa y mullida para, supuso, evitar dolores en las caídas de los pequeños, una piscina de agua natural que a un adulto no llegaría más arriba de la rodilla, un tobogán de piedra pulida, tan pulida que resbalaría seguramente mucho más de lo que haría cualquier otro en su mundo , un pequeño corral donde pastaban animales para que los niños les alimentaran y bancos de piedra con enredaderas y toldos de hojas naturales para protegerse del sol mientras los niños, como aquellos, corrían por la hierba.
La muñequita, de no más de cuatro años, lanzó un grito de plenitud y rió mientras se lanzaba sonriendo por el tobogán mientras en niño, que había dejado de perseguirla, salpicaba con feliz inocencia en la piscina.
—Vamos a casa Nik —Cordelia golpeó a su hermano en un hombro y se despidieron con un gesto de los demás.
—Si te ocupas tú creo que iré a ver a mi madre —Sirio resopló colgándose una mochila al hombro —Hace mucho que me fui la última vez.
Se alejó suspirando y entró en una de las casas. Todas eran similares, cualquiera diría que no había clases o diferencias sociales entre ellos, parecía que todo fuera de todos; no vio tiendas, salvo una especie de taberna a la izquierda y Andy se preguntó si habría o no trabajos ¿Tenían economía? ¿Política?… Debían tenerla por lo poco que había oído de la Orden.
—Me voy a mi casa —Val palmeó el hombro de Alex y le guiño un ojo —Podrás encargarte de esto, Escudero. Nos vemos más tarde —La miró a ella con un extraño gesto y sonrió muy levemente —Andrea... Hasta luego.
—Adiós
—Hasta más tarde compañero.
Alex se giró apoyando su mano en la espalda de la chica y la guió hasta una de las casas. Abrió la cortina que hacía de puerta y entró en una estancia que nadie hubiera esperado encontrar. Cualquiera podría pensar por el aspecto exterior de la ciudad que había hecho una regresión al pasado, aquello era indudable, y que encontraría una decoración acorde con aquel tiempo. Pero se equivocarían, Andrea lo descubrió rápidamente mientras miraba casi con la boca abierta a su alrededor. No podría hablar de los demás hogares, pero en aquella casa en concreto el salón era amplio, con colores vivos e intensos, tenía fotografías monocromáticas en las paredes de color teja y varios muebles llenos de libros, en un rincón dos sofás blancos repletos de cojines de colores se encontraban frente a una enorme chimenea apagada. Allí vio a una chica joven que no podría tener más años que ella misma, era alta y esbelta, sus cabellos, de un rubio tan pálido que parecían blancos, caían sobre su espalda hasta acariciar sus caderas suavemente redondeadas. Su rostro, parecía el de una ninfa o un hada, era terso y juraría que de tacto suave, con un ligero tono sonrosado en los pómulos que no podían ser fruto del maquillaje. Tenía los labios llenos y oscuros de color borgoña y se adivinaban hoyuelos en sus mejillas, que sin duda se marcarían al sonreír. Sus ojos dominaban su expresión, eran de un azul tan límpido y cristalino que recordaba a las aguas que rodeaban aquel monte que había visto fuera, eran enormes, rodeados de espesas pestañas y coronados con cejas bellamente arqueadas.
Decididamente aquello era envidia. Sana, pero envidia al fin y al cabo.
Llevaba una falda negra, larga y vaporosa de una tela que nunca antes había visto y una especie de top suelto que dejaba al descubierto su estómago, donde se veía un piercing en el ombligo, una bolita transparente de un cristal desconocido y un tatuaje en el lateral derecho de su tripa, con unos círculos, un símbolo protector según había leído en uno de los libros de Helena. Ese estilo no sería jamás la última moda en su mundo.
—Alexander… —Su voz era aterciopelada, suave y seductora
—Parece la voz de un ángel.
Alex sonrió, sabía más que de sobra que equivocada era esa idea… ella podía ser muchas cosas pero ¿Un ángel? Casi sonrió solo de pensarlo, no, no era ningún angelito.
—Kyra —dijo inclinando la cabeza formalmente —¿Cómo estás?
Se oyeron una serie de maldiciones saliendo en la habitación de al lado.
—Estaría mejor si te llevaras a algún otro lugar al señor misión importante. Si tengo que oír una sola vez más otra de sus proezas te juro que me suicidaré —levantó un dedo amenazador hacía él —no digas nada, ¡ya encontraré la manera! —dijo antes de salir con la espalda muy recta por donde él había entrado.
—¿Kyra qué demonios piensas que estás haciendo?
—Néstor —dijo Alex cuando un chico entró en la estancia. Era casi tan alto como Alexander, pero Andrea pensó que era más joven aún, le calculaba unos diecisiete años tal vez, se parecía tanto a Kyra que todo aquel que los viera sabría sin lugar a dudas que eran hermanos. Pero los rasgos que tan femenina hacían a la mujer en él se veían rudos y bárbaros.
—Coño Alex —dijo frunciendo el ceño incómodo —podrías haber parado a esa harpía ladrona.
Andy se sorprendió pensando que en aquel mundo hablaban igual de mal que en el suyo, algo era algo y estaba bien saber que era parte de la evolución.
Alexander levantó las manos y le miró arqueando las cejas.
—A mi no me mires, no se me ocurriría jamás ponerme en su camino.
—Cobarde
Se le oyó murmurar entre dientes y Alex casi sonrió. Néstor era una de las muy pocas personas que se atrevía a tratarlo con aquella familiaridad tan reconfortante.
—Avisa a Sebastian —os necesito mañana en casa de las Moiras a los dos.
—¿A casa de las Moiras? ¿No pueden ir Nik y Valerius allí? Yo aún no debería poder acompañaros.
—Sí, también estarán ellos —Se sentó en uno de los sofás y se cruzó de piernas relajadamente en el instante en que Néstor reparaba en la presencia de Andrea —Y te quiero allí.
—¿Y esta quién es? ¿Has ayudado de nuevo a alguien a escapar de la Orden? Si sigues trayendo gente a la aldea acabarán encontrándonos antes de poder ser una resistencia decente.
—Ya somos una resistencia decente Néstor. Un puto comando perfecto diría yo. A la vista está.
Sonrió a Andy y se levantó de nuevo.
—¿Sabes? Creo que no os he presentado aún. Néstor, esta es Andrea Nox de Pendragón, la hija de...
—Balan...
Los dos chicos se volvieron para ver a una mujer de porte regio que les miraba interrogantemente.
Era casi una copia exacta de Kyra, aunque ella no era alta sino más bien menuda y sus ojos violetas, rodeados de una fina línea de arrugas eran aun más subyugantes que los de la jovencita, su hija, sin lugar a dudas.
—Meg… sí —Alex se levantó y se acercó a ella sonriendo —la misma.
Sus palabras estaban teñidas de tanta sinceridad y alegría que la duda y la congoja se evaporó al instante de los ojos de la mujer.
—Por fin... —susurró regalándoles una hermosa sonrisa —¿Habéis visto a Kyra?
Néstor señaló la puerta
—Por allí salió huyendo del lugar del crimen después de gritarme como la harpía que es —dijo con rostro furibundo.
—¡No hables así de tu hermana! —dijo ella levantando el dedo índice amenazadoramente
—No hablo de ningún modo madre, deberías aceptar a tus hijos como lo que son y esta en concreto es un demonio de incógnito. Cora y ella hacen que el mito del gemelo bueno y el gemelo malo cobre vida.
Su madre le ignoró sacudiendo la cabeza y salió por la puerta dando una palmadita a Alexander por el camino.
—Ve en paz.
—Hablaré con ellos —dijo sin dejar de mirar a Andrea cuando su madre abandonó la estancia —solo dime cuando quieres que vayamos y allí estaremos.