Capitulo 16

 

Viejos sentimientos

 

 

 

     —Impacto

Val regaló a su oponente una sonrisa de medio lado, lo suficiente pronunciada para marcar un surco, que no un hoyuelo, en su mejilla. Cruzaron las espadas y las chispas parecieron saltar entre ambos, el sonido del acero chirrió en la noche, como fondo de un ritmo marcado por las sirenas de alguna ambulancia que hacían eco en aquel desolado barrio de la periferia.

     —Ese momento de choque en que dos seres se encuentran golpeando uno contra otro con un inmediato reconocimiento —Continuó hablando, su voz plana, aburrida, mientras rechazaba los lances poco certeros de aquel inútil que el único sonido que emitía era el resollar de su respiración acelerada —¿Tal vez amistad? ¿Amor? Poco importa la forma que tome cada sentimiento ¿Sabes que es lo increíble? —Paró una milésima de segundo, como si esperase una respuesta que no llegó —¿No? Te lo diré entonces —Continuó sin inmutarse demasiado mientras atacaba con un par de movimientos poniéndole en serios aprietos —lo increíble es ese fluir que se siente en la sangre, la cálida sensación que grita para que prestes atención y te pares a escuchar atentamente ese latido conjunto, que frenes el caótico ritmo de tu vida y pierdas el tiempo en ver a quien tienes ante tus ojos —Su sonrisa se amplió y, cualquiera que le conociera, hubiera considerado escalofriante —O eso dicen…

La espada de Val dibujó un círculo perfecto sobre la punta del acero del tipo que había "impactado" con él, y la lanzó lejos con un giro de muñeca. Impertérrito, se quedó observando cómo, desarmado y confuso, intentaba desvanecerse ante sus ojos y sonrió cerrando su arma.

No pudo evitarlo, porque  verdaderamente aquel novato pensaba que podría huir de él.

Se lanzó con un alarido hacia el lugar en el que había caído su arma y la pateó, tirándola contra el final del callejón, aferró el hombro de aquel patético aprendiz y presionó la punta de la daga contra su estómago, desplegándola en ese mismo instante. La hoja se extendió, desgarrando la carne y los músculos hasta atravesarlo limpiamente, por completo.

     —Supongo que los cabrones como tú también impactan.

Se encogió de hombros limpiando la espada y replegándola de nuevo.

     —Que alarde de fuerza bruta y mala leche

Valerius se giró, en guardia, al escuchar la cadencia de aquella voz dulce y aterciopelada que escondía el filo del cuchillo más mortífero y certero.

     —Ahora sí que estoy sorprendido, Atry ¿Tú en el mundo de los humanos? Creo que la última vez que te vi aquí fue cuando demostraste tu naturaleza de mantis religiosa.

     —Vamos Val —Ella se acercó contoneando las caderas con una sonrisa burlona en el rostro —¿Noto cierto resquemor?

     —Para nada —Sacó un cigarrillo y lo prendió con su mechero, disfrutando de la mueca de disgusto de la pelirroja —Pero olvídate, esta vez no pienso acostarme contigo —Dijo exhalando el humo de la primera calada con placer.

     —No escuché ninguna queja por aquel entonces, Valerius —respondió poniéndose de puntillas para alcanzar con sus labios su barbilla y  susurrar sobre su piel —En todo el tiempo que estuvimos juntos —Terminó pasando la punta de la lengua por encima de la rugosa superficie de su barba de tres días.

     —Eres físicamente perfecta —Val tomó sus hombros alejándola de su cuerpo que, quisiera o no, comenzaba a responder a la calidez de su cercanía —guapa, poderosa, con un cuerpo… —Alzó las cejas y sonrió de medio lado —Increíble y además, para que negarlo, toda una diosa en la cama ¿Por qué habría de quejarme Atry? ¿Solo porque seas una zorra insensible y cruel? Eso no lo descubrí hasta más tarde.

La pelirroja soltó una carcajada y apoyó las manos sobre las caderas del hombre, metiendo los dedos bajo la tela de la camiseta.

     —Vamos querido —Sus uñas rasparon con delicadeza los músculos del marcado abdomen del guerrero y sonrió cuando sintió el vello de éste erizarse a su paso —Nos ha tocado vivir un tiempo sombrío y oscuro, la supervivencia es así. Mi destino es el que es, no soy insensible, solo práctica.

El pecho de él retumbó con su risa ronca.

     —¿Eso es lo que te dices a ti misma para poder dormir por las noches Átropos? —La comisura de su labio se elevó al sentirla tensarse, sabía cómo odiaba que la llamara así.

Ella chasqueó la lengua y se apartó, retirándose el pelo de la cara con un sensual movimiento inconsciente.

     —No necesito que me entiendas Valerius —Se encogió de hombros —Mi vida se encomendó a este fin hace más de once mil años. Eso es más importante que cualquier otra cosa.

     —Más importante que yo.

     —Por supuesto. Que tú, que yo y que cualquier otro. Yo nunca te mentí.

Valerius no pudo evitar hundir los dedos en su tierna carne y no le importó el gesto de dolor que se dibujó en su rostro, velado por la máscara de frialdad que siempre portaba.

     —Decías que me querías.

     —Porque lo hacía —Dijo sin titubear —En cambio tú jamás me lo dijiste así pues ¿Qué derecho tienes a reclamarme nada de lo que hice?

Val aflojó el agarre repentinamente incómodo por aquella verdad, lanzada sin acritud ni dolor, si no como quien constata un hecho del que es plenamente consciente.

     —Tu orgullo salió magullado ¿Verdad? —Sonrió con sarcasmo y negó levemente con la cabeza —El gran Valerius herido en su ego masculino… pobrecito. —Se alejó unos pasos de él —¿Cómo puedes ser tan cretino Val? Me acusas de ser falsa, fría e insensible pero dime tú ¿Quién es peor de los dos? —Sus ojos se volvieron dos pozos gélidos de ámbar solidificada, sin brillo ni emoción —A partir de mañana empezarás tus clases con Andrea. No llegues tarde

Con un chasquido de dedos desapareció dejando a Valerius solo con su cigarro medio consumido y una mezcla de culpa y enfado difícil de tragar.

     —Maldita sea

Lanzó la colilla aún encendida a un charco y se giró, perdiéndose en la noche. Su vida iba de mal en peor. Nunca había sido una fiesta de luz y color pero joder, al menos era una  mierda tranquila y sin muchos sobresaltos, nada más allá de pasarse noche tras noche buscando a la heredera en un mundo tan lejano al suyo que le hacía sentir bien, sin presión, sin nadie que le juzgara o esperara nada de él. Entre los humanos era uno más, en Elysion no.

Siempre había imaginado que moriría algún día en la lucha, tal vez no hoy, ni mañana, pero en algún momento los años le pesarían y habría alguien más joven, más fuerte, más poderoso esperando, alguien que le encontraría en un momento de debilidad y terminaría con él. No le importaba demasiado, no tenía a nadie que le esperara en su hogar, ya no. En lo que parecía otra vida si lo hubo, un hombre que durante un tiempo efímero fue un padre, un hermano y un amigo, un hombre que le enseñó todo lo que sabía, que fue su mentor, su guía, su familia. Pero las Moiras le encomendaron una misión suicida, una misión que, Atry sabía, sería la última y, pese a eso lo dejaron ir. El bien mayor lo había llamado cuando, demasiado tarde, le contó el destino que le esperaba a Darius. Val no pudo hacer nada, mientras Atry y él destrozaban las sábanas de seda de su mansión en Madrid, el que fuera casi su hermano moría abrasado por las llamas y, la mujer con la que compartía su vida era la culpable de eso.

Desde aquel momento había vuelto a ser inaccesible, no volvió a ver a Átropos y dedicó su vida a cumplir la promesa hecha a la Hermandad. Luchó con más ahínco por encontrar a la hija de Balan, dedicó su vida a ello, como su padre y el padre de su padre antes que él.

Nunca pensó que la encontrarían, jamás imaginó que él sería quien la hallara… y una vez más Atry sabía algo y callaba.

En una ocasión había pensado que podía llegar a amarla, que tal vez si conseguían dar con el paradero de la heredera todo sería diferente y quizás, lejos de una vida de luchas y sangre podría enamorarse… Maldito iluso, inocente y estúpido.

Ahora que la tenían se acabó Madrid, se acabaron las noches de búsqueda, la soledad y aquel mundo extraño en el que había pasado tanto tiempo, lejos de los suyos. ¿Qué se suponía que debía hacer de ahí en adelante? ¿Dar clases de lucha a Andrea? No pudo evitar sonreír con ironía ante el pensamiento. Si tan solo no tuviera diecisiete años… si no fuera la hija de Balan, la sobrina de las tres perras infernales... Resopló con frustración. No podía estar día tras día con esa niña, no si ella le seguía mirando como el día anterior, con aquellos enormes ojos del color de la hiedra humedecida, con aquella sonrisa suave e inocente. Era un hombre, no un santo ¿Por qué no dejaban que el Escudero le enseñara todo cuanto necesitaba saber? Sentía una leve punzada de malestar cuando les veía juntos pero no era tan difícil de sobrellevar como sería tenerla casi pegada a su cuerpo todos los días.

Con un gruñido de fastidio se materializó en Elysion, casi literalmente encima de Néstor, que se encontraba aporreando su puerta.

     —Vamos Valerius tío abre la maldita puerta de una vez o la tiraré abajo.

Val se remangó, arqueando una ceja con diversión.

     —Me gustaría ver eso —dijo tras su espalda.

Néstor pegó un grito y se giró, en guardia, con los ojos abiertos de par en par y jadeante por la impresión.

     —¡Joder Valerius! —Se llevó una mano al pecho y se apoyó contra la madera que cubría la entrada al hogar del guerrero —Maldita sea, me asustaste.

Val rió y palmeó el hombro del chico

     —Tienes que estar más alerta muchacho, si no hubiese sido yo podrías estar muerto.

     —Eso no sucede aquí.

     —Por ahora —Respondió sombrío

     —¿Qué quieres decir?

     —¿Vas a entrar en la Hermandad dentro de unos meses no es cierto?

     —Esa es mi intención —Dijo hinchándose orgulloso.

     —Pues la regla número uno en la guerra es la absoluta atención, alerta constante Néstor. Necesitas ver con algo más que los ojos, escuchar, sentir, oler… La sorpresa tienes que darla tú, nunca dejarte sorprender.

El chico le miraba con total atención y asintiendo lentamente.

     —Bueno ¿A qué debo el honor de esta visita?

Néstor arrugó la frente intentando recordar que hacía allí.

     —Alex —Dijo en un murmullo —Me pidió que te buscara.

Val asintió

     —¿Qué tal fue la reunión? —Preguntó entrando en la casa.

     —No estuvo mal. Las Moiras se llevaron a Andrea durante un rato y cuando regresaron acordaron qué tendría que hacer durante los próximos meses. Jo tío, yo no quisiera estar en su pellejo

     —¿Por qué?

     —Van a meterle, en prácticamente días, años de estudios —Compuso una mueca de asco y enumeró con los dedos —Historia, hechicería, pociones, conjuros, lucha, predicción, astrología, simbología… ¡Se volverá loca!

     —Será un curso intensivo —Respondió burlón —Pasar día tras día rodeada de aquellas tres harpías será suficiente para aprender casi todo eso.

     —Ah pero no está allí —Espetó el joven —¿No te lo dije? Esa chica sin duda es hija de Pendragón —Dijo riendo —Se enfrentó a ellas y les dijo que no pensaba quedarse en aquella casa de momento.

     —¿Cómo dices? —Preguntó repentinamente alerta

     —Que no se quedó allí, volvió con nosotros a la aldea.

     —¿Y dónde está?

Sabía que no le iba a gustar la respuesta cuando vio a Néstor ampliar su sonrisa.

     —Con Alexander.