Capitulo 20

 

El trono de una falsa reina

 

 

Una hora después Lía había desaparecido y Delia Ker bajaba por la escalinata principal que llevaba a la sala de audiencias, seguida muy de cerca por Kadmos y Dante. Iba ataviada con una túnica larga y lisa de corte imperio color carmesí, con el cuello rígido y alto que rozaba sus orejas, mangas a media altura y totalmente pegadas a sus brazos. Completaba el atuendo con un enorme medallón del mismo color que su vestimenta y unos pendientes de granates, a la vista gracias al recogido de su rubio cabello que dejaba toda la línea del cuello al descubierto.

Ninguna pintura o conjuro tapaba su piel completamente natural, era hermosa y lo sabía. Tal vez no era una belleza convencional y, probablemente, a sus treinta y ocho años algunas de las pequeñas arrugas que rodeaban sus ojos azules,  o sus labios llenos, estarían mejor tapadas o desvanecidas, pero a Delia no le importaba demasiado.

Sin un parpadeo, bajó con porte regio hasta la sala, sin fijar la vista en ningún punto en concreto. La espalda rígida, los hombros firmes y la barbilla en alto.

     —Bienvenida mi señora.

Un hombre mayor, enjuto, de pelo cano y enorme bigote se acercó a ella con pasos militares.

     —Canciller Perth —Respondió en tono monocorde —Espero  que esta reunión de última hora sea a consecuencia de buenas noticias.

El hombre carraspeó con incomodidad y dejó el paso libre para Delia.

     —Nada me gustaría más señora —Se atusó el bigote mientras llegaban a la enorme sala de audiencias.

En medio del enorme salón presidido por la chimenea labrada, se encontraba una enorme mesa de piedra, justo bajo la gigantesca lámpara de araña de hierro forjado, en cada una de cuyas puntas, pendía una vela que flotaba sin rozarla y sin caer, siempre prendida, sin consumirse jamás, año tras año, siglo tras siglo. Una magia ancestral antigua. Según las crónicas, Victoria II, antepasada suya por unas seis generaciones, fue quien la creó y la colocó en aquel lugar siglos atrás. Trece sillas se agrupaban alrededor de la mesa, los trece que formaban su consejo imperial y, como en un solo bloque, todos se levantaron a la vez al verla llegar creando un estrépito de sillas y arrastrándose.

Delia se acercó al extremo de la mesa en el que se encontraba su silla y apoyó las manos en la piedra, haciendo a todos un gesto de asentimiento. Se sentó y al momento todos la imitaron, acomodándose de nuevo.

     —Decidme pues —Sintió como sus dos guerreros, los más poderosos miembros de su Orden, se apostillaban tras su asiento, protectores, listos para defenderla con su vida si fuera necesario. —¿A qué se debe que me hayan sacado de mi lecho en horas tan tempranas? Podéis creerme cuando os digo, caballeros, que hacía cosas en él mucho más interesantes que estar aquí, escuchando quejas estúpidas, igual que siempre.

Ninguno hizo demasiado caso a sus palabras, acostumbrados como estaban a aquella mujer a veces tosca y egoísta.

     —Hace apenas una hora hubo una serie de problemas en el mercado —Comenzó hablando un señor alto, de casi metro ochenta, larguirucho y de enorme y redonda barriga

     —¿Qué os hace pensar —Cortó ella con la frialdad letal de una espada —que pueden interesarme los problemas de tenderos y mercaderías? Si pensáis que ese tema es lo suficientemente importante para que yo…

     —Mi señora, si me permite —Continuó él sin amedrentarse.

     —¿Osas interrumpirme? —Extendió la mano y, de su palma una bola de energía se elevó unos centímetros antes de girar sobre su propio eje.

     —Mi señora…

     —Creo —El canciller, Leonard, temeroso de contar con una baja entre el consejo, se apresuró a cortar la situación por lo sano —Que lo que Cristos trata de decirle es que un titán fue quien creó los conflictos que hubo en el mercado.

Ante aquello Delia cerró el puño, absorbiendo de nuevo la energía y su cabeza giró como un resorte hacia la derecha, donde se encontraba Leonard.

     —¿Cómo has dicho? —Preguntó entre dientes, furiosa.

     —Un titán mi señora —Ratificó el canciller asintiendo.

El rostro de ella se tensó tanto como su cuerpo y perdió toda expresión.

     —¿Dónde está ese titán? —Preguntó con voz impersonal.

     —Escapó, mi señora.

Un silencio sepulcral cayó sobre la estancia, nadie se atrevía ni siquiera a toser mientras esperaban la explosión que sabían llegaría.

Pero no llegó.

Delia inspiró hondo y apretó los puños, dejándolos caer con fuerza sobre la superficie de la mesa.

     —Kadmos.

     —¿Si mi señora?

     —Encárgate.

El hombre era alto y muy corpulento, grande y musculoso. Rondaba ya los cuarenta años y se notaba en las incipientes entradas que abarcaban su sien, sin embargo suplía la carencia de pelo  de su cabeza con un enorme matojo en su rostro que cubría mejillas y boca. Las canas eran casi invisibles dado el tono  casi albino de sus cabellos. Se cuadró en lo que parecía ser un saludo militar en toda regla e hizo una media reverencia.

     —Por supuesto. Con su permiso.

Sin una sola palabra más salió de la sala en busca de sus hombres, mientras el lugar volvía a quedarse en el más absoluto silencio.

     —Espero noticias que espero sean más esperanzadoras que estas —Dijo lacónicamente —No podemos permitirnos una nueva rebelión. No en estos tiempos difíciles que nos han tocado vivir. Son muchos, cada vez más, los que piensan que la era de la profecía se acerca, que la heredera de Pendragón vive entre nosotros.

     —El renacimientos de las Moiras no ayuda demasiado —Corroboró un hombre bajito que no llegaba al metro y medio

     —Bobadas —Respondió otro de cabellos cobrizos y entrado en kilos —¿Quién ha demostrado que ellas hayan renacido? Yo te digo que solo son palabrerías.

     —Algunos desesperados que desatan rumores, solo es eso —Constató otro.

     —Tenemos informaciones válidas que aseguran que están vivas, que son ellas —Aseveró el mismo hombre de poca estatura

     —¿Informadores de quien? —Atacó el Canciller —Borrachos y prostitutas —gruñó con desprecio.

     —Sea como sea —Cortó Delia viendo el modo en que la discusión subía de tono —Hay que cortar una posible insurgencia. No quiero volver a ver a los titanes por mi territorio, nunca. La Orden debe matarlos a todos, no quiero prisioneros, ni mensajeros, no quiero piedad ninguna. Exterminio para ellos —Decretó.

     —Así será —Dijo el Canciller antes de pasar a otro tema.

Dante se apoyó en la pared mirando la aburrida escena y tuvo que contener las ganas de bostezar. Esta era la parte que más odiaba de aquel trabajo, el aburrimiento de los días sin salir de caza, de los días en que no hacía más que perseguir a Ker de arriba abajo, reuniones, consejos… Agarró la empuñadura de su arma en una posición relajada pero alerta y pensó en la noche anterior. Había bebido demasiado, no había otra cosa que excusara lo que había ocurrido.

Jamás pensó en acabar en la cama de Delia Ker, Lía… no es que se arrepintiera, el buen sexo era algo difícil de conseguir a veces y ella, desde luego, era más que buena en la cama. Tenía un cuerpo precioso, pese a haber sido madre y tener casi veinte años más que él, además era el líder indiscutible del Imperio que regía su mundo, como una reina entre plebeyos que le había escogido para entrar en su vida. Una parte de él se sentía orgullosa, daría su vida por el Imperio y por ella sin parpadear, ahora, se dijo en silencio, más que nunca.

Mientras el consejo seguía desarrollándose con demasiada lentitud para su gusto, Dante se preguntó que noticias esperaba recibir Ker y de quien, claro que, sabía que una cosa era compartir sus sábanas y otra, muy distinta, que aquella mujer carismática y hermética fuera a compartir también su vida.

…..

 

 

... Y en aquel principio, el hombre no tenía más que su magia para subsistir, escondido entre los humanos, oculto entre las sombras, esperando. Porque esa raza con la que convivíamos en paz y armonía, avanzaba y evolucionaba demasiado lentamente.

Aquella fue una Era de paz. Chaos Drákos Kefáli, gobernaba Atlantís nēsos con gran acierto, bajo su mano, nuestra raza vivió su época de mayor esplendor. El comercio se extendió hasta la vecina Grecia, la exportación de Orichalcum hizo crecer la economía y el rey, diplomático por naturaleza, manejaba con sutileza las pequeñas sublevaciones que se alzaban de cuando en cuando en contra de las asociaciones con humanos y la inserción en su sociedad. Del mismo modo lidiaba con la envidia de los pueblos vecinos, procurando no hacer alarde de magia, poder o riqueza ante ellos.

La pureza de su línea de sangre remontaba a la diosa Kayara y al dios Savor, deidades ctónicas a quienes debemos la magia y la vida.

Se casó muy joven con una poderosa bruja muy versada en las artes adivinatorias, su nombre era Gea y algunos cronistas importantes, mantienen que también ella descendía de los ctónias al igual que Chaos.

Tuvieron solamente un hijo al que llamaron Posidon...

 

Andrea resopló por décima vez en los últimos quince minutos. Llevaba una hora con el mismo libro entre las manos Viaje por el pasado, leyendo el mismo párrafo sin poder pasar al siguiente, todo era más que aburrido. Nombres, lugares, árboles genealógicos...

Iba a morir de sopor si no llegaba pronto alguien a rescatarla.

Viktor estaba delante de ella con otro libro, un tomo grueso con un lomo de unos diez centímetros de grosor, pero a diferencia de ella, parecía completamente ensimismado con su lectura. Disfrutaba de cada palabra, sonreía con la beatífica paz de quien es inmensamente feliz y Andy no dudaba de que lo fuera. Seguramente no habría lugar mejor en el mundo para un erudito que aquel, una biblioteca de tamaño tan enorme que, podría jurar, cabían en ella lo menos dos estadios de futbol.

Andrea adoraba la literatura. Siempre le había gustado leer y escribir, siendo ello motivo de desconcierto, a veces incluso de burla, entre algunos compañeros de colegio. Pero lo de aquel individuo no era normal, ni mucho menos sano, pensó pasando otra hoja sin hacer caso al contenido.

     —Normalmente hay que leer antes de hacer eso, Andrea.

La voz del chico la sacó de su ensimismamiento y enrojeció levemente.

     —Eso hacía —Respondió con prontitud. Demasiada, quizás.

Él solo sonrió, cerró su libro pasando antes de hacerlo, su dedo índice por la línea en la que estaba y se levantó acercándose a ella con pasos lentos. Todo parecía ser así para aquel hombre algo torpe y tranquilo.

     —Bien —Le quitó el libro y lo cerró —Cuéntame entonces que es lo que has estado leyendo.

     —Ahmmm —Resopló —Chaos gobernaba y fue una era de paz, se casó con Gea y su hijo fue Posidon —Recitó de memoria como si hubiera dedicado el rato a aprenderse las palabras impresas.

     —Para comprender el presente debemos estudiar  nuestro pasado. La historia no es un libro lleno de fechas y nombres que aprender de memoria, no quiero que estudies este libro y almacenes la información que hay plasmada en él —Viktor extendió la palma de su mano y un humo denso se formó en su palma, creando formas que se unían y entrelazaban, pudo ver con total claridad las montañas formarse, las nubes cubrir sus cimas, los valles extenderse sobre sus dedos en vaporosas volutas ondeantes.

     —Quiero que lo veas, que formes parte de él, que respires ese instante en que todo se creó, en que la vida comenzó, en que nuestra Era llegó arrasándolo todo.

Cerró el puño, su voz grave aún hacía eco en las altísimas paredes de piedra.

     —Está bien…

Andrea le miraba boquiabierta, había vivido cosas increíbles en esos últimos días, pero no dejaba de sorprenderse. Además, Viktor parecía vibrar, atrás quedaba el joven torpe y tímido, se alzaba sobre ella con su rostro de querubín  serio y contraído, la voz grave y misteriosa, como si todos los misterios del mundo recayeran sobre sus hombros. 

     —Vivámoslo entonces.

Con un simple chasquido de sus dedos el mismo humo que se había enroscado en sus dedos giró sobre ellos, envolviéndoles en una extraña bruma con olor a pergamino y caramelo, durante un instante, un ínfimo momento, Andrea notó un tirón en su vientre, una presión casi dolorosa, un latido que ascendía en un crescendo vibrante que llenó sus ojos de lágrimas, conmovida, supo que era el latido de la magia, llamándola, naciendo en ella con fuerza.

     —Te siento… —Susurró cerrando los ojos brevemente al notar una caricia sobre la mejilla, una mano áspera que limpiaba sus lágrimas. Levantó los párpados, pero no había nadie junto a ella. De pronto, su visión quedó reducida al espeso vaho blanquecido que giraba a su alrededor, como un torbellino que les absorbía. Pero pronto se aclaró y ambos cayeron al suelo sobre manos y rodillas.

     —No puede ser —Viktor se levantó casi de un salto y corrió por la biblioteca, mirando a su alrededor los libros, comprobando papeles y buscando entre documentos.

     —¿Qué ocurre? —Andrea le miraba sin comprender, siguiéndole los pasos por la biblioteca —¡Viktor! ¿Qué está pasando? ¿Qué hiciste?

El hombre murmuraba palabras ininteligibles sobre tiempo, horas, documentar la información, ni siquiera la miró cuando comenzó a garabatear con una pluma sobre el papel, mojaba la punta en tinta oscura y escribía a una velocidad imposible.

     —¡Viktor!

Tuvieron que pasar unos minutos más hasta que él reaccionó y se dio cuenta de su presencia.

     —Es increíble —Dijo mirándola impresionado —Asombroso —Una sonrisa creció en sus labios, lenta, temblorosa al principio pero finalmente abierta y feliz —Eres, sin lugar a dudas, la heredera de Balan. La última descendiente de Kayara y Savor.

Andy le miraba sin comprender, aunque sentía que algo dentro de ella había cambiado, como si se hubiera pulsado algún tipo de interruptor espiritual que no sabía que existía.

     —¿Qué ha ocurrido Viktor? ¿Qué ha pasado? —Susurró

     —Hemos dado un salto temporal —Parecía entusiasmado —milésimas de segundo nada más, quizás un segundo completo —Buscó entre los papeles extasiado con el pequeño logro —Ha sido increíble ¡Fantástico!

La puerta se abrió y Coto entró con una sonrisa llevando en las manos una bandejita de plata con un servicio de té.

     —Hola querida —Dijo con su voz infantil —Llegó  mi turno —Frunció el rostro de forma encantadora al ver la cara mortificada de Andrea en contraste con la de Viktor, que emanaba entusiasmo —¿Ha ocurrido algo?

Él sonrió de lado golpeando su barbilla con expresión pícara.

     —Ya lo creo que sí.