CAPITULO VIII
A la mañana siguiente me levanté resplandeciente, me puse el mismo vestido de la noche anterior, y antes de vestirme, lo miré detenidamente a ver si quedaba algún resto u olor de la sustancia que, por descuido, había inspirado en la fiesta.
Mi padre me vio salir y me preguntó si iba a bañarme con el resto de mujeres, le dije que no, prefería hacerlo por la tarde, cuando todos ya se hubieran bañado, ya me importaba bien poco que algún curioso, desde la distancia, me mirara, peor para ellos. En esos momentos lo que si tenía era un hambre atroz, me dirigí hacia donde estaba Thali que también se hacia la rezagada para ir al río, nada más verme me ofreció una cesta llena de frutas, también me ofreció un cuenco lleno de carne asada, posiblemente de la noche anterior, era un sol de mujer, debía reconocer que aunque al principio no me había gustado nada, dado el parentesco que tenía con mi padre, ahora la adoraba, siempre estaba allí para ayudarme, y siempre sin saber cómo, sabía lo que necesitaba.
Cogí el cuenco que me ofrecía, un par de frutas exóticas que sujeté entre mis brazos y mi pecho y otro cuenco lleno de agua que llevé en la mano que me quedaba libre. Thali me sonrió y me marche hacia un lugar más tranquilo para poder comerme todo aquello. Lo hice en un lugar a poca distancia del poblado, dejé las cosas sobre un manto de musgo y me senté, comí con ansiedad, quería hacerlo más despacio, pero desde la comida del día anterior no había vuelto a probar bocado. Me dejé una fruta y me faltó un poco más de agua. Me tumbé, abrí mis manos y mis piernas tanto como pude y respiré hondo el aire puro de la selva, cerré los ojos escuchando la música que procedía de aquel inhóspito paraje, escuchaba el río, los pájaros, algún animal salvaje y el viento sobre las hojas. Debía reconocer que era un lugar precioso, un paraíso soñado, y aquellas gentes eran muy afortunadas, vivían en el edén, ojala yo me hubiera criado allí, lejos de las ciudades, de la contaminación, de las prisas, las depresiones, y de un modo de vida frenético marcado por el poder, pero ahora ya era tarde para mí, aunque quisiera, nunca podría cambiar mi vida de estos 29 años por aquella vida, yo no era como mi padre. Me quedé dormida, no sé cuánto tiempo dormí, definitivamente tenía que pedirle mi reloj a mi padre, ¡no podía vivir sin saber la hora! Eran los residuos de la sociedad donde vivía, que era incapaz de olvidar en aquel lugar, tenía necesidad de saber cuánto dormía, si era temprano para comer, tarde para cenar, la hora de dormir…
Volví a adentrarme en el poblado camino a la choza, escuché a alguien gritar, una mujer, pero esta vez no era Thali, las gentes empezaron a correr hacia el lugar de los gritos, yo caminé deprisa hacia allí también. Vi a una mujer llorando, entre sus brazos tenía a una niña pequeña, la reconocí de aquella vez que Kike y yo intentamos escapar, Thali se puso a mi lado, tenía la respiración fuerte, debía haber corrido desde la choza a aquella zona del poblado. La niña estaba mal, tenía cerrado los ojos, sudaba y de vez en cuando le daban espasmos, algunas mujeres lloraban, la madre no dejaba de llorar y besarla, cada vez la niña estaba más pálida, pero allí nadie hacia nada, nadie se movía.
— ¿Qué le ocurre? – le grité sin querer a Thali, contagiada del histerismo como el resto.
— Serpiente— me dijo ella. “mierda” pensé, vi a Carex acercarse a la madre, se arrodilló junto a ella y acarició a la niña, estaba muy triste.
Empujé a la gente para que me dejara pasar y me uní a ellos.
— ¡Mi mochila!— le grité a Carex, el me miró extrañado— por favor— supliqué— necesito mi mochila— hice señas con mis manos intentando nerviosamente dibujar una mochila. Carex salió corriendo, un minuto después vino con mi mochila, agradecí que no tardara demasiado en volver.
La abrí, desparramé todo su contenido en el suelo, con los dedos empecé a apartar lo que no necesitaba, encontré un antídoto, esperaba que fuera el correcto, introduje la aguja en el botecito de líquido y llené la jeringa. Cogí su bracito y lo noté frío, palpé con los dedos la vena, no tenía claro si la había encontrado, su pulso era muy débil, no tenía tiempo para entretenerme, le pinché con la jeringuilla e introduje todo el líquido.
Saque la aguja de su bracito y esperé que reaccionara. La niña dejo de convulsionarse y de respirar, se le había parado el corazón, la madre me miró acusándome, no tenía tiempo para explicar nada, le quité la niña de entre los brazos y la apoyé en el suelo, comencé a realizarle la RCP, insuflándole cuando terminaba de contar la compresiones, contaba en alto y en ocasiones rezaba para que respirara, necesitaba que la sangre siguiera corriendo por las venas y distribuyera el antídoto. No sé cuántas compresiones hice, la madre intentó abalanzarse sobre mí para que dejara a su hija, pero Carex la sostuvo, cuando ya lo daba todo por perdido, la niña abrió los ojos y cogió una bocanada de aire. Me separé un poco de ella, y le acaricié la frente, seguidamente la ayude a incorporarse para que respirara mejor, noté mis lágrimas corriendo por las mejillas, había estado cerca de no recuperarla. La madre se abalanzó sobre la niña, y la agarró fuertemente con los brazos.
— Que respire, que respire— atiné a decir señalando a la madre que se había puesto en pie, mi padre que debió llegar en algún momento le tradujo mis palabras, y la madre la separó de su cuerpo, sonriendo, gritando y sin dejar de llorar. Todos comenzaron a gritar.
Carex me cogió de las axilas por la espalda y me ayudó a levantarme, estaba agotada, me limpié las lágrimas con las manos, agradecí a Carex su ayuda, y me volví a la choza de mi padre. Volví a recordar a Kike, solo había pasado dos días, pero dos días en aquel lugar, eran tres vidas en la ciudad, había vivido más intensamente estos dos días, que una semana de mi vida habitual.
La tarde fue tranquila, mi padre y yo nos fuimos a dar un paseo, durante el mismo le conté todo sobre mi vida, ya no me costaba tanto hacerlo, evité mencionarle que estuve en un psicopedagogo de niña a causa de una reclusión interna que sufrí por la presión de los niños de la escuela y el sentimiento de abandono que había, ya desde niña, hecho mella en mí. También le conté lo buena estudiante que siempre fui y que la primera carrera que decidí hacer , psicología, la dejé cuando me faltaba un año para terminarla, descubrí que no era lo que quería hacer en mi vida, solo buscaba una manera de ayudar a la gente para demostrar que podía ayudar a todos, pero no a mí. Finalmente me decidí a entrar en otra carrera, derecho, esta si llamó desde el principio mi atención y la terminé con matrícula de honor, después volví a ponerme a estudiar, esta vez relaciones internacionales, le reconocí a mi padre que esto último tenía el único propósito de conseguir trabajar en la embajada española de Perú, o algún país de Sudamérica, nunca perdí la esperanza de volverlo a ver.
Le hablé de mis dos relaciones más largas, como decidí terminar con la primera cuando estaba a un año de casarme y como me abandonaron en la segunda, tampoco me extendí mucho en el tema de mi vida personal porque no me sentía cómoda hablando sobre él. Él también me contó más ampliamente como había sido su vida en aquella tribu y me habló cuando se lo pedí de mi madre.
Llegamos a una choza, y mi padre llamó a alguien. De la misma salió una mujer con un niño de unos dos años de la mano, se acercó a mi padre y lo abrazó, luego mi padre debió explicarle quien era yo porque también me abrazó dando grititos.
— Es la mujer de Daroh— le sonreí y me agaché a hacerle una carantoña al niño que llevaba la madre sujeto de la mano, segundos después apareció el padre— este es mi hijo Daroh— me dijo señalándole— y Daroh esta es mi hija Emilia— Daroh se acercó a mí y sin cambiar su semblante serio me abrazo como anteriormente lo había hecho su mujer, luego ambos se retiraron despidiéndose y nosotros continuamos caminando.
— Daroh se casó con su mujer apenas hace dos años, cuando la dejó embarazada, ella quería atraparlo, pero es una buena mujer— dijo mi padre con una sonrisa de satisfacción por haber casado bien a un hijo.
— ¿Atraparlo?— pregunté extrañada, para mí no me parecía que fuera algo de lo que se pudiera presumir, atraparlo debía significar engañarlo, de modo que muy feliz no debían ser.
— Si, estaba locamente enamorada de él y bueno, mis hijos siempre han sido muy “atrevidos”….— dijo mirando al frente, noté que el orgullo le llenaba el pecho, una punzada de celos se adueñó de mí, estaba claro que sus hijos eran lo más importante en su vida, ojala lo hubiera sido yo cuando apenas era una niña que empezaba a hablar.
— ¿Atrevidos?— aquel tema comenzaba a interesarme mucho más personalmente de lo que estaría dispuesta a admitir, la única palabra que me vino a la mente la solté sin pensarlo— ¿te refieres a que son mujeriegos?— mi corazón empezó a acelerarse.
— No, bueno si – rectificó— eso quería decir, las indígenas tienen métodos anticonceptivos y también abortivos aunque estos últimos no los utilizan. La mujer de Daroh podía haberse “cuidado” pero ya te he comentado que estaba enamorada de él….— mi padre siguió hablando yo había dejado de escucharle, en mi mente visualicé imágenes de Carex con otras mujeres, apreté los dientes, no podía soportar ni imaginármelo.
— ¿Carex tiene hijos?— interrumpí a mi padre, él se detuvo y me miró extrañado, yo intenté dejar de arrugar mi frente y mostrar un semblante curioso, esperaba que el pensara que solo era mera curiosidad sin ningún tipo de intención o interés por mi parte.
— No…. No tiene, ha estado con alguna mujer, recuerdo…— se detuvo sin dejar de mirarme y continuando con su explicación.
— Bueno y perdona que te interrumpa de nuevo...— le sonreí. Por encima de mi cadáver iba a consentir que mi padre me hablara de las novias, parejas, amantes o lo que fuera que habían estado con Carex— ¿Cuantos habitantes componen esta tribu?— me sentí orgullosa con el cambio drástico de conversación, mi padre se quedó en silencio y yo inicié de nuevo la marcha— soy muy curiosa, cuando llegué calculé unos 100— dije a modo de explicación.
— Si, bueno, realmente somos 148 en total…— empezó el a andar detrás de mí.
Continuamos hablando de temas banales hasta que llegamos a la choza, ya había llegado la hora de darme mi baño, antes de salir Thali me dio aquel pringoso gel para lavarme, lo primero que hice nada más llegar al río fue lavar mi ropa interior de nuevo, luego con mi habitual “ritual” de rapidez me metí en el agua, y estuve dentro del río hasta que el sol comenzó a esconderse por el horizonte. Al salir me puse de nuevo el vestido de Thali y me encaminé hacia la choza de mi padre.
Al llegar la comida ya estaba servida, sentados se encontraban mi padre, su mujer y al lado de esta Carex. Me senté en el hueco que habían dejado para mí entre mi padre y Carex.
— Has sido muy valiente al salvarle la vida a esa niña— dijo mi padre comenzando a comer— su familia está en deuda contigo— continuó sonriendo a Thali que se la veía feliz conmigo.
— Carex me ayudó— dije mirando a mi padre y evitando la mirada de Carex. Mi padre me miró extrañado. Continué comiendo como si aquello no dejara de ser un comentario banal sin ninguna intención.
— Para él es una obligación como jefe, para ti no lo era— sentenció mi padre— tengo que comentarte otra cosa— dijo mi padre sin mirarme— Carex ha prestado su choza a su hermana, su marido y su hijo, se quedarán hasta mañana, Thali y yo queríamos preguntarte si tienes algún inconveniente en que duerma aquí— lo noté nervioso, la idea tampoco debía gustarle a él pero como padre se veía en la obligación de ofrecerle su casa.
— ¿En mi estancia?— soné más alarmada de lo que quería, miré a Carex que continuaba comiendo ajeno a toda conversación.
— No, no , dormirá aquí— señaló el suelo de donde estábamos comiendo— pero solo si te parece bien— Thali también me miraba , sabia de que habláramos aunque lo entendiera todo a medias, vi en su mirada la súplica para que aceptara.
— Si claro, no… no tengo problemas— titubee, aquello se saltaba mis planes de alejarme de Carex y evitar así que mi cuerpo reaccionara solo, pero no me quedaba otra que aceptar, y no quería pensar si realmente me sentía en la obligación de soportar su presencia o lo aceptaba porque deseaba estar más tiempo cerca de él, aquello era una auténtica locura.
— También… es más seguro para ti que duerma aquí— me dijo mi padre sin zanjar el tema, yo lo miré interrogándole— ¿recuerdas a Kimak?— afirme con la cabeza “el armario ropero” pensé, y la imagen de Carex y el cogiéndose del cuello volvió a mi mente— ya te comenté que sentía cierta inclinación hacia ti, bien, mañana se marchan de nuevo a su tribu y Thali y yo tememos que intente secuestrarte— mis peores miedos desde que mi padre me contó cómo funcionaban aquellos indígenas se hicieron realidad, mi vida no corría peligro pero si el riesgo de desaparecer y pasar meses o años a saber dónde, mi cuerpo se convulsionó ante aquella amenaza y a punto estuve de vomitar lo poco que había ingerido.
— Genial – dije comenzando de nuevo a comer como si aquel bocado pudiera conseguir que mi bilis volviera a asentarse en mi estómago— me parece genial, es lo que me faltaba, ojala estuviera aquí Kike— dije en un susurro mirando embelesada mi plato— lo echo de menos— suspiré sin dejar de mirar la comida que tenía delante de mi completamente absorta, mi mano se había quedado paralizada de camino a coger un nuevo bocado. La mirada de Carex, que parecía haber reaccionado, la sentí clavada en mi frente, no levanté la vista, aunque sabía él también había dejado de comer y buscaba mi atención, pero en esos momentos solo Kike podía reconfortarme, y él no estaba.
— No tienes de que preocuparte, con Carex aquí no habrá problemas, es un gran guerrero y te protegerá— Esa más que una solución también era un problema, pensé, la cercanía de Carex seguramente no la iba a llevar también como esperaba mi padre.
De nuevo se había hecho hueco en mi mente Carex, tenía que confesar que se me había llenado el estómago de mariposas nada más entrar en la choza y verlo, semidesnudo como siempre, lavado, con aquel pelo que no deseaba más que tocar, aquellos labios que me tentaban para que los besara desesperadamente. Me había girado hacia mi padre con la clara intención de darle la espalda mientras comíamos, no porque no quisiera verlo, sino porque babeaba cuando lo miraba, mi orgullo quería estar por encima de todo aquello, pero era imposible, si mi padre me hubiera dicho de dormir juntos me hubiera escandalizado, pero lo único cierto, es que mi cuerpo lo deseaba sin reparos. Los alucinógenos me había dejado tocada de la cabeza, estaba segura, aquel impulso era desconocido en mí, jamás había deseado con tantas ganas a una persona del sexo opuesto, y era deseo y lujuria lo que rondaba mi cabeza…. ¿Me había, acaso, olvidado del amor?, y encima para no dejar de echar leña al fuego, era mi hermanastro y tenía casi cinco años menos que yo, aunque nadie lo diría. Aquellos pensamientos me hicieron recordar el motivo por el cual Carex nunca había sido de mi agrado, aunque intentara negarlo, él era mi hermanastro y aquel que había sido criado por mi padre, algo que por derecho de sangre me merecía yo y nadie más. Necesitaba verlo, me giré y lo observé, bajé la cabeza y utilicé mi melena suelta a modo de escondite de mis ojos mientras lo observaba entre mechones de mi pelo. Era perfecto, para ser indígena sus modales eran mejores que los de muchos hombres que conocía, me encantaba mirar su mandíbula mientras masticaba, lo hacía lentamente y pausado, pasó su lengua por su labio superior, y sentí humedecerse mi entre pierna. Noté que me ardía la cara, aunque estaba segura que no llamaría la atención demasiado puesto que mi cara debía estar igual de morena que mis brazos ahora que los observaba de cerca, agradecí llevar puesto sujetador para mitigar la erección que acababan de sufrir mis pezones, me dolían, me dolía también la zona delicada de mi feminidad que gritaba de pura frustración deseando ser acariciada. Aparte con mi mano los mechones de pelo que me habían servido de escondite para poder respirar aire puro y salir de aquella cueva, el giró la cara hacia mí y nuestras miradas se juntaron, puse mi semblante más serio, miré a mi plato y continué comiendo. Era evidente que lo había perdonado por su desafortunada manera de presentarse días atrás, pero tenía que auto protegerme y no demostrar debilidad por él.
Llegada la hora, todo el mundo se fue a la cama, los primeros fueron mi padre y Thali, yo me puse nerviosa cuando me quedé a solas con Carex y con un simple “buenas noches”, que deduje no había entendido, me metí en mi habitación cerrando la puerta. Me recosté girada hacia la pared de tupidas ramas donde sabía que detrás estaba durmiendo él, alargué mi mano acariciando aquella pared e imaginándome que el sentía mi tacto. Escuché su respiración lenta y acompasada, era la ventaja de no tener paredes de ladrillos, seguramente ya se había dormido.
Un ruido llamó mi atención , venia de la pared contraria hacia la que yo miraba, era la pared que daba al exterior, tragué saliva, escuché de nuevo otro ruido, eran pisadas sobre hojas secas muy cerca de la choza, me imaginé al “armario ropero” abriendo en dos las maderas y ramas que formaban la pared con aquellas grandes manos, y sacándome de los pelos de aquella estancia, recordé que algunos indígenas daban un golpe seco a las mujeres que deseaban para hacerlas perder la conciencia y llevárselas a un lugar privado, donde las hacían suyas una vez se recuperaban. “Antes muerta” pensé, escuché de nuevo el ruido de aquellos pasos.
— Muerta sí, pero de miedo que estoy— susurré pegando mi espalda a la pared que me separaba de Carex y encogiendo las piernas, sin apartar mi mirada de aquella pared que daba al exterior.
Noté un leve bulto en la pared de mi estancia, alguien se había apoyado sobre la misma desde fuera, no necesité más aliciente para levantarme, coger un trozo de tela de algodón que servía de sabana , hacerme una rápida y rudimentaria falda alrededor de mis caderas enganchada por mi mano y salir corriendo de mi habitación.
Carex estaba semisentado y me miraba fijamente, no estaba sorprendido.
— Hay alguien fuera que quiere entrar— señalé con mi mano la estancia de donde había salido.
— Shh— dijo el poniendo un dedo sobre su boca para que no hiciera ruido, se levantó lentamente, se acercó a mi habitación metió la cabeza dentro y luego se dirigió hacia la puerta que daba al exterior.
Corrí y con la mano que tenía libre le cogí el brazo, sentí una corriente al tocarlo que empezó en mi mano y se distribuyó por todo mi cuerpo.
— No salgas— le suplique entre susurros, el soltó mi mano tiernamente de su brazo y me indicó que guardara silencio y cerrara la puerta mediante señas. Cerré la puerta como él me dijo, aunque poco iba a evitar, ya que aquellas puertas carecían de cerrojos. Me di cuenta que había salido con mis pechos descubiertos, pero el miedo era mayor al pudor que pudiera sentir en ese momento, y tampoco había visto a Carex fijarse en ellos, o sorprenderse. Me senté donde había estado Carex y encogí mis piernas consiguiendo que mis rodillas los taparan y esperé.
La puerta se abrió, puse mis manos en el suelo para impulsarme por si tenía que salir corriendo, pero sin dejar de mirar al exterior, caminando de espaldas entró Carex, respiré aliviada y él me sonrió, estaba claro que no había sido más que una más de las paranoias que sufría desde la pasada noche. Él se sentó a mi lado y me empujó dulcemente para que me tumbara, le di la espalda y me puse en posición fetal, para que tuviera la mínima visión de mis pechos, crucé los brazos sobre ellos. Él se recostó a mi lado, me puse rígida al notarlo a mi lado, decidí salir de allí de nuevo corriendo y volverme a mi habitación.