CAPITULO V

 

 

A la mañana siguiente nos levantamos temprano, Kike y yo habíamos dormido en la misma habitación, al lado el uno del otro, mi padre lo había aceptado sin problemas aun sabiendo que no nos unía ningún tipo de relación, tampoco le había dejado opción cuando le dije antes de acostarnos que dormiríamos juntos, noté la mirada extrañada de mi padre y pude ver a un hombre de la civilización que no entendía mucho que eso se considerara normal, tenía dos mundos en su mente, y supuse que con mi llegada estaban enfrentados, resultaba cómico que se sintiera incómodo con aquello mientras trataba con toda la naturalidad del mundo que la gente con la que convivía fuera medio desnuda, de nuevo la imagen del pecho de Carex se vino a mi mente, “ ¿ porque cuando pensaba en indígenas solo me venía la imagen de Carex?” “maldita mi suerte” masculle. Me intenté asear como pude y luego Kike hizo lo propio, no fue la escasa luz la que nos hizo levantarnos aquella mañana, si no el ajetreo que se escuchaba desde el exterior, era como tenerlo dentro de la habitación, nos sentamos en las camas durante algo más de una hora, tiempo que dediqué contándole a Kike todo lo que había hablado con mi padre, inclusive que ahora tenía hermanastros, luego hablamos de lo que íbamos a hacer y cuando decidimos cual sería nuestro siguiente paso decidimos salir de aquella choza.

Salimos al exterior. Los indígenas iban de un lado para otro sin fijarse en nosotros, las mujeres llevaban cestos de comida, los hombres sus armas con algunas presas colgadas en la cintura y los niños correteaban felices por el poblado. Thali se acercó a nosotros nada más vernos, llevaba un cesto lleno de papayas, guayabas1 y tomates, nos ofreció el cesto para que cogiéramos algo, yo opté por una guayaba y Kike declinó el ofrecimiento.

— Papa allí — nos dijo Thali señalando hacia la izquierda de donde estábamos.

— Gracias— le dije y nos dirigimos hacia donde nos había indicado. Entre todos los indígenas fue fácil reconocer a mi padre el sol de estos años había oscurecido su piel pero siempre seria más clara que la del resto de indígenas. Nos acercamos a él y le pedimos que nos llevara a un lugar donde pudiéramos hablar los tres con tranquilidad, el afirmó con la cabeza, se despidió de las gentes con las que estaba hablando y nos llevó a un claro cerca de un rio de aguas cristalinas. Nos quedamos de pie, observando los tres el rio.

— Kike y yo hemos estado hablando esta mañana de lo que vamos a hacer a partir de ahora— dije iniciando la conversación, aun llevaba la fruta entre mis manos y sin mirar a mi padre le pegué un bocado, estaba realmente deliciosa, quería quitarle importancia al asunto que íbamos a tratar y mostrarme lo más natural que podía.

—¿Que habéis decidido?— preguntó mi padre mirándonos a los dos uniendo de nuevo sus manos como la noche anterior.

— No….— ¿porque me costaba tanto? — nosotros no podemos quedarnos aquí para toda la vida— dije, mi padre no habló se limitó a mirarme, casi hubiera deseado que me dijera que no lo abandonara , que me quedaba con él para siempre, pero no dijo nada, solo me miró esperando escuchar todo lo que tuviera que decir, no lo deje hablar, seguramente me diría que lo sabía y esas palabras me dolerían, pensar que no albergaba la esperanza de estar junto a mí el resto de su vida era otro palo más en la mía— tenemos otra vida , tenemos trabajos, hogares y familia…— esto último refiriéndome a Kike, pues con pesar reconocí mentalmente que yo poca familia me quedaba, mi padre era mi única familia y no pertenecía a mi mundo, continué— yo aún tengo algo más de un mes de vacaciones de mi trabajo, y Kike casi lo mismo, pero necesitamos que uno de nosotros vuelva a donde nos dejó el guía, necesitamos que hable con él, y le diga que hemos decidido acampar en la selva y pasar aquí un mes… o cualquier cosa que no sea la verdad, pero no queremos que se nos dé por desaparecidos – mi padre afirmó con la cabeza— trabajo en la embajada española de aquí, de Perú y.. Seguramente empezarían a buscarme, no creo que eso sea lo que quieres— terminé de explicarme, noté que mi padre se asustaba, había dado en el clavo, no podían permitirse que empezaran a buscarnos, y aunque posiblemente no nos encontraran nunca, porque aquello estaba…. Ni yo sabía dónde estaba, la confirmación de que nosotros nos marcharíamos hacia ver a mi padre que debía evitar cualquier movimiento que iniciara nuestra búsqueda por desaparición.

— No, por supuesto que no— dijo mi padre mirándome con preocupación— no quiero causar dolor a vuestros familiares, ni que pierdas tu vida, supongo que habéis hablado entre vosotros y habéis decidido que hacer…— me miró a mi directamente a los ojos, yo seguía comiendo con despreocupación.

— Si— dijo Kike, mi padre se giró hacia el— Lía se va a quedar aquí, pero yo voy a volver con el guía para comentarle nuestro cambio de planes, luego volveré. Hemos calculado que tardaré algo más de cinco días, no quiero dejar sola a Lía, pero ella me ha asegurado que estará bien...— explicó Kike a mi padre. La palabra “sola” me causaba un temor que intentaba no se me notara, estar sola durante cinco días allí iba a ser toda una experiencia donde debía cargarme de valor para poder superarla, con desgana iba a tener que estar pegada a mi padre, pues no solo era el único que sabía mi idioma si no que estaba segura que era el único incapaz de hacerme daño, toqué mi frente donde reposaba aquella herida del día anterior al golpearme con la piedra “mierda” otra vez la imagen de aquel hombre.

— Por supuesto— habló mi padre— la protegería con mi vida, debemos volver a la tribu y hablarlo con Carex, el decidirá como debes marcharte, no creo que te deje ir solo, seguramente te acompañará el mismo hasta el guía y luego te traerá de vuelta, solo, dudo que llegaras— mi corazón se encogió al escuchar a mi padre decir que Carex se iría con Kike, resoplé malhumorada ¿cómo era posible que mi cuerpo reaccionara ante su nombre? Y lo peor, ¿Por qué no quería que se fuera con Kike?

— Si me devolvierais mi mochila con mi brújula— dijo Kike mostrando su disgusto. Sabía que estaba pensando en su arma más que en la brújula, estaba muy nervioso desde que supo que nos habían “incautado” como decía él las mochilas, sobretodo porque su arma estaba dentro de la suya y sin ella se sentía indefenso, también me había repetido todos los problemas que tendría si no se la devolvían, pero yo siempre intentaba tranquilizarlo, sabia con seguridad que antes de marcharnos de allí nos devolverían todo.

— Lo siento— habló mi padre— no queremos que sepáis donde estamos ubicados, entenderlo, la vida de estas personas corre peligro….— sonó triste, se escucharon risas de mujeres y pasos cerca de donde estábamos— debemos irnos, las mujeres van a bañarse— se levantó primero, nosotros lo hicimos después y comenzamos a andar de nuevo hacia el poblado.

Mi padre, Kike y Carex se reunieron en la choza de este último, no sé de qué hablaron, preferí no estar presente, debía reconocer que Carex me ponía nerviosa y era incapaz de serenarme cuando estaba a su lado, sabía a ciencia cierta que él lo notaba y no quería dejarme más en evidencia delante de él. Mi padre me dijo que acordaron los términos para acompañar a Kike hasta el guía, lo que debía y no debía decir por la protección de la tribu. Dos horas después Kike vino a despedirse, debían salir cuanto antes, me susurró al oído que debía contarme algo importante, pero ahora no tenía tiempo, el guía no esperaría más de un día de lo acordado a que regresáramos , y si no nos veía, seguramente daría la voz de alarma. Entré junto con mi padre en su choza, nos sentamos, sentí que mi padre me miraba incomodo, tenía esa sensación de que quería decirme algo pero no se atrevía o no estaba seguro de hacerlo.

Emilia, aquí hay unas costumbres diferentes a las que estas habituada— comenzó, aquello tenia mala pinta, pensé – bueno….antes has visto a las mujeres que iban hacia el rio…he comentado que iban a bañarse— respiró con pesadez, aquello le estaba costando, yo no entendía nada— es habitual aquí que los hombres y las mujeres se bañen una o dos veces al día… está mal visto que no se haga— mis ojos se abrieron como platos, pasé de la sorpresa a la vergüenza en cuestión de segundos, instintivamente cogí mi jersey, casi lo rompí cuando tiré del cuello del mismo e introduje mi nariz para olfatearme— no, no, no hueles mal— dijo mi padre sonriendo y moviendo sus manos para que soltara el jersey— es la costumbre, entiende que aquí la gente se pinta habitualmente el cuerpo…. También nos ponemos barro para evitar las picaduras de los mosquitos, de manera que tenemos que bañarnos habitualmente, sé que no es tan habitual hacerlo de dónde vienes— de donde vengo yo pensé, de donde venía el también aunque ya no lo recordara, además no tenía razón, no vivíamos en la edad media.

¡Eh!— exclamé ofendida— ¡que yo me duchó a diario!— dije recriminándole, aunque enseguida callé, realmente, “¿cuánto hacia que no me duchaba?” “oh” que no oliera no significaba que estuviera limpia, según mis cálculos llevaba tres días y medio sin hacerlo, me miré las manos, estaban sucias, pero era normal, estaba rodeada de tierra y polvo.

Tranquila, por las mañanas es el turno de las mujeres, se bañan en el rio todas juntas, puedes ir con ellas, estarán aun allí, no te preocupes— me dijo cuando vio la cara que puse— los hombres tenemos prohibido ir cuando las mujeres se están bañando— sonrió dando por zanjada aquella conversación.

Caminé hacia el rio por donde me había indicado mi padre antes de salir, miré mis ropas, estaban realmente sucias, el pantalón corto claro, y la camiseta blanca de manga corta no había sido una buena elección para el viaje. Mi padre me había dejado una de sus túnicas, que llevaba colgando de mi brazo, junto con una cuerda para ajustármela a la cintura. Llegué al rio, las mujeres gritaban, y jugaban tirándose agua unas a otras, iban todas desnudas.

Thali me vio, y salió del agua para ayudarme a desnudarme, cogí mi jersey cuando iba a sacármelo y tiré hacia abajo, negué con la cabeza, me ardía la cara de vergüenza, no dejaba de mirar hacia todos lados, estaba segura que algún hombre iba a alegrarse la vista allí mientras las mujeres se bañaban. Le dije a Thali que prefería bañarme con ropa sabía que no me entendía pero no hizo amago de seguir intentando quitarme la ropa, me quité las botas, los calcetines y me metí en el rió, algunas mujeres se acercaron a Thali y a mí, empezaron a tocarme el pelo sorprendidas, supuse no estaban habituadas a ver un color de pelo claro, Thali no dejaba de sonreír y afirmaba con la cabeza a lo que aquellas indígenas le preguntaban y que yo no entendía.

Las mujeres empezaron a restregarme con una especie de jabón artesanal liquido—gelatinoso el cuerpo, hablaban entre ellas y tiraban de mi ropa de vez en cuando, creo que no les parecía correcto que fuera vestida, pero me daba igual, tantas manos tocándome estaba consiguiendo que aquel baño fuera un suplicio. Yo no dejaba de agradecer las atenciones, mientras apartaba sus manos de mi cuerpo, reconozco que deseaba gritarles que me dejaran en paz, pero me contuve para que no se sintieran mal.

Mi baño duró poco, no pude soportar durante mucho tiempo la incomodidad que sentía dentro del agua rodeada de mujeres tocándome. Tampoco logué sentirme limpia y entre unos arbustos me quité mi ropa y me puse la túnica de mi padre, cogí la cuerda que me había dado de piel, y rodeé con ella mi cintura, había adelgazado, estaba segura, no ajusté demasiado aquel “cinturón”, más bien le hice un nudo dejándolo flojo, cuando lo solté, resbaló por mi cintura y lo encajé en mis caderas. Volví a acercarme al rió y lavé lo humanamente posible la ropa que había llevado durante días. Luego la colgué donde Thali me dijo, allí cerca del rio, y nos volvimos juntas a la aldea.

Entramos en la choza de mi padre, Thali me llamó hacia una esquina de la misma. Con una especie de cepillo que observé estaba hecho de espinas de pez me peinó durante un rato, luego levantó mi pelo y cogió un mechón del lado derecho de mi nuca, y comenzó a hacer una trenza muy fina, que iba adornando con trozos de lana de colores, yo la dejé hacer, era relajante que me peinaran y me tocaran el pelo, me sentía como una niña y aquella sensación me resultaba muy agradable. Cuando terminó, se puso delante de mí y afirmó con la cabeza como que ya estaba lista. Le agradecí la dedicación y miré a mi padre que se encontraba en la otra esquina preparando algo de carne. A él se unió Thali y juntos prepararon la comida de ese día. Fui a mi habitación y me quité las botas, no podía soportarlas más, preferí andar descalza como la mayoría de las mujeres de aquel poblado.

Salí de la habitación y Thali miró mis pies, fue hacia una mesa cercana y sacó una especie de pulsera hecha de piel, piedras y “ ¿pepitas de oro?” pensé sorprendida, eran tan pequeñas como las que ella llevaba colgando del cuello, pero sin duda era oro, me la ofreció.

Pie— dijo acercando sus manos hacia mí. Vi que mi padre se giraba.

Thali te regala un adorno para tu tobillo, acéptalo, está feliz de que estés entre nosotros— dijo mi padre mirándome. Luego continuó con lo que estaba haciendo.

Gracias— cogí aquella pulsera entre mis manos y la até a mi tobillo derecho – ¿Es oro verdad?— pregunté para confirmarlo que ya daba por hecho y sin mostrarme demasiado sorprendida.

Si, Emilia, lo es. El rio está lleno de ellas, imagínate si lo descubrieran. Nos tirarían de aquí sin pensárselo, también hay piedras preciosas, son más difíciles de encontrar, y normalmente más que en adornos, las llevan en las bolsas de piel sujetas en la cintura, son sus talismanes— me quedé mirando la bolsa que Thali llevaba en la cintura, la misma que el primer día que la vi, nunca se separaba de ella, ahora ya sabía lo que contenía.

Entiendo— dije, recordé que con 16 años compraba minerales que vendían en una tienda de esoterismo cerca de donde vivía, según el momento compraba el que más “necesitaba”, compré varias, para el amor que era un cuarzo rosa, para la época de exámenes compré un año una malaquita y alguna más que ya no recordaba, a saber dónde estarían esos minerales ahora.

Nos sentamos en el suelo para iniciar la comida, no supe el hambre que tenía hasta que no tuve delante la carne asada. No habíamos comenzado a comer cuando entró Carex en la choza, me miró y yo lo miré a él con la misma impertinencia y sobretodo sorpresa, se suponía que debía estar acompañando a Kike y protegiéndolo. Mi animó cambio cuando me fije en aquel cuerpo que derrochaba masculinidad, mantuve mi rostro pétreo para evitar que adivinara lo mucho que me atraía.

¿Porque no está con Kike?— pregunté preocupada, cortando aquel momento de tensión y desviando mi mirada hacia mi padre.

Ha mandado a dos de sus mejores hombres con él, tranquila está seguro con ellos, no le pasará nada— dijo alargando su mano y cogiendo la mía para transmitirme tranquilidad.

Luego se levantó, puso su mano en la espalda de él y lo acompañó hacia donde nosotras estábamos. Se sentó justo delante de mí. No dejaba de mirarme fijamente con aquellos ojos almendrados que me perturbaban más de lo que estaba dispuesta a admitir. Comenzamos a comer, me sentía incomoda, tenía el pelo suelto y noté que miraba la pequeña trenza no mayor de un dedo de grosor, que su madre me había hecho y que caía por mi hombro hacia mi pecho. “¿se habría dado cuenta que no llevaba ropa interior?” en ese momento esa pregunta apareció en mi mente sin venir a cuento, mi cara perdió su tono normal hasta alcanzar un rojo extremo, hasta ese momento no me había acordado que mi ropa estaba secándose y que no había traído ropa interior de repuesto. Lo miré, poco podía recriminarme teniendo en cuenta que él se había sentado a la mesa medio desnudo, su pecho se hinchaba y se hundía según respiraba, cogió aire y lo mantuvo, su pecho ya no se hundió, levanté la vista, sabia justo donde lo estaba mirando, “¡Dios!” pensé, noté el calor de la vergüenza por todo mi cuerpo, sus labios formaron una media sonrisa de satisfacción. Miré a mi padre, el y su mujer seguían comiendo ajenos a las miradas de Carex y mías, la tensión entre nosotros se podía cortar, no conseguía meterme ni un trozo de carne en la boca. No quería mirarlo, pero siempre que lo hacia sus ojos estaban mirándome, como escudriñándome, así no iba a poder comer nunca, aunque el sí comía, como por inercia cogía el trozo de carne y se lo metía en la boca sin apartar la mirada de mí.

¿Es posible que tu hijo deje de mirarme?le pregunté a Thali, cuando ya no pude soportarlo más, lo dije tranquilamente, pero no conseguí terminar con aquel ambiente sobrecargado, mi padre y Thali miraron a Carex a la vez, luego mi padre giró la cara hacia mí y sonrió.

Puedes…..— mi padre fue interrumpido por Carex que le dijo en su idioma algo que solo ellos tres entendieron. Pero mi padre se había dirigido a mí no a él. Luego miró a Carex y empezaron a hablar, mi padre parecía no estar de acuerdo, al igual que su madre que negaba con la cabeza, pero Carex no dejaba de hablar y seguía mirándome, no dirigió ninguna mirada hacia mi padre mientras hablaban, me pareció poco respetuoso por su parte y aquello hizo que me imaginara a mi girándole la cara de una bofetada para que dejara de mirarme y atendiera a mi padre – mi hijo es cabezón Emilia, le he pedido que haga esta comida familiar agradable, pero me temo que terminará haciendo lo que quiera— Aun seguía mirándome con prepotencia, sabiendo que me molestaba e imponiendo su voluntad sin importarle el resto.

Perfecto, pues si me permitís— dije levantándome — prefiero comer donde duermo— cogí la hoja que utilizábamos como plato con los trozos de carne que me habían puesto y me levanté, antes de cerrar la puerta de mi estancia, vi como la madre de Carex alargaba la mano con un paño entre ellas y mientras gritaba sacudía con él en el pecho de Carex, que ahora ya no me miraba, tenía toda la atención puesta en su madre. Aquello se estaba convirtiendo en todo un ritual, miradas descaradas de Carex hacia mí, yo incomoda y su madre azotándole con aquello que le cogiera a mano.

No salí de mi estancia durante lo que supuse serian horas, me dediqué a observar mi cuerpo por si tenía alguna herida o rasguño de mas, alguna picadura, algún sarpullido extraño, poca cosa más podía hacer allí dentro, me di cuenta que no me había lavado adecuadamente en el rio, las prisas por salir corriendo de las manos de aquellas indígenas lo habían impedido.

Escuché alboroto fuera, Thali gritaba, los niños también, me preocupé, algo debía ocurrir, salí de mi estancia y vi a mi padre levantado al punto de salir.

¿Qué ocurre?— pregunté asustada acercándome a él para acompañarlo a donde fuera.

Nada, tranquilízate, Zué ha venido a ver a su madre junto con su marido y algunos guerreros de la tribu donde viven— sonrió pasándome el brazo por mis hombros– Thali está muy feliz, hacía meses que no los veíamos, han venido a que conozcamos a su nuevo hijo— se quedó delante de la puerta de salida, me soltó y se apartó para que yo saliera primero indicándome con las manos la preferencia.

Tu…. Mujer es un poco….escandalosa ¿no?— le dije sonriendo mientras salía al exterior.

Si, lo es, como Carex aún no ha tomado esposa— otra vez el nombre de aquel salvaje, pensé— ella es la encargada de avisar de los acontecimientos del poblado, tiene buena garganta— dijo riéndose— ¿quieres acompañarme?— me preguntó ya fuera, indicando con su dedo donde se estaba reuniendo todos los indígenas.

Si— le dije caminando tras de él cuándo inició la marcha.

En el centro del poblado era un día de fiesta, Thali cogía entre sus brazos a un bebé de no más de tres semanas, lo levantaba para que todos pudieran verlo, las gentes a su alrededor sonreían y levantaban las manos hacia los recién llegados.

Observé a la mujer que estaba al lado de Thali, mi padre me indicó mientras caminábamos que era su hija, realmente eran muy parecidas, ambas llevaban la misma trenza larga de aquel pelo oscuro, aunque la hija no tenia en el aquellos brillos canosos que evidenciaban la diferencia de edad entre madre e hija, Zoé llevaba puesta una falda de algodón en la que predominaba el color marrón, en su torso, como el resto de habitantes de aquel lugar, no llevaba nada, algunos collares, los cuales estaban repletos de plumas. A su lado se encontraba el marido de Zoé, mi padre también me lo señaló, era un hombre joven, su cuerpo no tenía nada que ver con el cuerpo de Carex “¿porque tenía que compararlo…?” me regañé, estaba igual de moreno, pero tenía una prominente barriga que le caía por encima de las pieles que cubrían sus genitales. Llevaba la cara pintada de colores púrpuras y los ojos negros, también el torso estaba pintado del mismo color con líneas paralelas oblicuas en dirección a su cuello. Llevaba el pelo oscuro bastante largo, y una cinta llena de plumas no demasiado altas, pero de colores muy vistosos, rojos y azules.

Nos detuvimos a varios metros de la pareja, junto con el resto de indígenas de aquella tribu, Zoé miró hacia nosotros, saludó con una leve inclinación de cabeza a mi padre y se quedó mirándome fijamente, “¿porque todo el mundo insistía en mirarme descaradamente?” pensé, Zoé cogió a su bebé de los brazos de su madre, Thali se acercó a su oído y le susurró algo, seguramente le estaba poniendo en antecedentes sobre mi persona. Giró y habló con su marido, ahora no solo ella si no que su marido y toda aquella “legión“ de guerreros me estaban mirando.

Debo preocuparme – pregunté a mi padre, sin perder de vista a aquel grupo, estaba decidida a ser igual de descarados que ellos y no apartar la mirada.

Sabes que no dejaría que te pasara nada, están simplemente sorprendidos, creo que debemos avanzar y saludarlos— me cogió del codo de mi brazo izquierdo y me animó a caminar con pequeños empujoncitos.

Avancé con determinación, aunque solo deseaba salir corriendo, mi único apoyo era mi padre, y notaba que Zoé no lo miraba de mejor modo que a mí, lo cual, no me tranquilizaba. Llegamos hasta donde ellos estaban, Thali siempre tan sonriente cogió mi mano separándome de mi padre y arrimándome a mi “hermanastra”. Eché de menos a Kike en ese momento, mi padre era de los suyos, pero yo, yo estaba sola, me sentía sola y deseé desaparecer.

Hermana— me dijo Thali, yo le sonreí y miré fijamente a Zoé, incliné la cabeza con una sonrisa neutra, ella hizo lo mismo – hijo – dijo Thali señalando al bebé de Zoé, miré al niño y sonreí, era tan pequeño, una punzada de celos atravesó mi corazón – Emilia— pronunció con aquel acento, señalándome y mirando a todos los llegados para que supieran que aquel era mi nombre.

El marido de Zoé me miraba fijamente a los ojos, “esta gente quiere atemorizarme con esa mirada”, todos hacían lo mismo desde el día que llegué a aquella tribu. Había estado en otras tribus, otras que ya habían mantenido contacto con nosotros los “blancos”, aquellas gentes cuando me miraban había ternura y cariño en sus ojos, pero ahora mismo, lo único que veía en los ojos de estas gentes, era desconfianza, miedo y amenaza hacia mi persona.

De entre los guerreros surgió un hombre, era más alto que el marido de Zoé y mucho más corpulento, su torso era tremendamente ancho junto con sus hombros, su pelo era recto y lacio, y le llegaba hasta los codos, llevaba una trenza hecha con un mechón de pelo, similar a la mía, pero exteriormente, estaba decorada con plumas. Una de sus piernas podía ser perfectamente mi cintura, y sus brazos eran muy musculosos, en el pecho llevaba las mismas pinturas que el marido de Zoé, la cuerda de su arco lo atravesaba, también llevaba pintura en la cara, y tenía una cinta de piel en la frente llena de plumas. Me fijé que sus ojos eran de un color miel, nada que ver con el tono oscuro que estaba acostumbrada a ver. Habló con el marido de Zoé, tuvo que agacharse un poco para escuchar lo que le susurraba.

Yo miré a mi padre, el me miró a mi sonriendo. Aquel hombre se acercó a mi padre y lo saludó, comenzaron una charla, todo el mundo estaba atento a lo que ocurría entre ellos dos, desde hacía minutos nadie gritaba, ni reía, aquello era un paréntesis en la celebración. Mi padre me soltó la mano mientras hablaba con aquel hombre para gesticular con ella, yo instintivamente lo agarré de la túnica como una niña que no quería perderse entre la gente, el dejó unos segundo de atender a aquel hombre, me sonrió de nuevo y continuó. Terminaron, aquel hombre se giró hacia mí, me escrutó con la mirada, desde los pies a la cabeza, de nuevo me vino el pudor de pensar que no llevaba nada debajo de aquella túnica y de la posibilidad de que se hubiera dado cuenta, “demonios” pensé, aquello estaba fuera de toda lógica, esas gentes iban semidesnudas, y yo solo les creaba incomodez, la misma que me estaba creando aquel indígena que me sacaba más de dos cabezas.

¿Problemas?— le pregunté a mi padre sin dejar de mirar a aquel hombre que me había tapado la luz del sol con su cuerpo.

Los justos— me respondió el— Kimak es el Jefe de la tribu donde vive Zoé con su marido, son algo agresivos – giré la cara para mirar a mi padre con cara de preocupación — pero tranquila, nos llevamos muy bien, me ha preguntado por ti, tenía algunas dudas, principalmente el temor a que contigo vinieran más hombres blancos – de vez en cuando volvía mi cara hacia aquel hombre que no había dejado de mirarme— pero ya le he asegurado que no es el caso, y le he explicado que eres mi hija, él ha confiado en mi palabra— cogió mi mano y la besó cariñosamente, transmitiéndome la confianza que necesitaba en esos momentos.

¿Va a dejar de intimidarme?— le pregunté a mi padre mirando por el rabillo del ojo a aquel hombre.

No te está intimidando Emilia, simplemente le resultas curiosa, supongo que el color de tu cabello no facilita las cosas— Volví a mirar a aquel hombre de frente.

Me recogí el pelo con las manos y saqué de mi muñeca la goma de pelo que siempre llevaba conmigo, me hice un moño artesanal, del que se me escaparon algunas mechas intentaba así evitar que mi pelo llamara tanto la atención.

Aquel hombre abrió más los ojos, si eso era posible, levantó su mano y la acercó lentamente hacia mi pelo, no vi mala intención por su parte, simplemente, deducía que quería sentir el tacto de un pelo de diferente color. Sumisamente esperé a que lo hiciera, si con eso conseguía que dejara de mirarme y que la gente volviera a sus quehaceres me daba por satisfecha.

No me di ni cuenta de lo que ocurrió en segundos. En un momento estaba al lado de mi padre cogida de su mano, y al segundo después estaba tambaleándome e intentando evitar caerme al suelo. Miré hacia mi padre, entre él y yo estaba Carex, tenía sujeta por la muñeca a aquel hombre y discutían acaloradamente, mi padre intentaba poner paz, a él se unió Thali, su hija y su marido. Rápidamente pude reconstruir la escena, aquel hombre estaba al punto de tocarme el pelo, cuando Carex apareció, Carex debió darme empujón en el brazo tirándome hacia un lateral, obligando a que mi padre me soltara de la mano, y evitando así que Kimak me tocara, ahora habían cambiado la posición de sus manos y se agarraban fuertemente del cuello, yo estaba inmóvil. Mi padre sujetaba a Carex y el marido de Zoé hacia lo mismo con Kimak, eran dos moles difíciles de mover y aunque Carex abultaba menos físicamente que Kimak y era algo más bajo parecía tener la misma fuerza, al final consiguieron separarlos, siguieron gritos entre ellos, que supuse serian insultos por lo acalorado de la discusión, luego Thali obligó a su hijo a retirarse del lugar, el cual antes de hacerlo se acercó a su hermana y besó a su sobrino en la cabeza, su hermana le sonrió, y el continuó andando alejándose, antes de desaparecer de nuestra vista, se giró y me miró fijamente sin dejar de caminar.

¿Qué ha sucedido?— pregunté a mi padre asustada y sin tener muy claro porque aquello se había convertido en una pelea entre los jefes de dos tribus.

Luego en la choza te lo contaré— me dijo poniendo su mano en mi cintura para que comenzáramos a caminar, alejándonos de aquel lugar.

¿Nos vamos?— le pregunté aligerando el paso, yo también quería salir de allí cuanto antes.

Sí, es lo mejor, está noche durante la celebración los ánimos estarán calmados— me dijo, sus respuestas eran tranquilas aunque incomodas.