CAPITULO I

 

      21 de enero de 1983

      

Siempre supe porqué tenía esa afición a escribir diarios, pero me pesaba como una losa el motivo que me impulsaba a hacerlo, quizás era una manera de poder sentir que era parecida a mi padre, ponerme en su piel y sacar a flote esa genética que se suponía que nos unía, compórtame como él lo había hecho, lo odiaba, ése era el único sentimiento que tenia y que se había mantenido intacto durante años. No recuerdo exactamente cuando empecé a odiarlo, pero creo que cuando tuve conocimiento de lo que me rodeaba, cuando las burlas de los compañeros del colegio por ser huérfana me hacían llorar a diario, cuando la sensación de soledad, de no tener a nadie inundaba mi vida. Podía perdonar a mi madre, el cáncer que se la llevó al poco de yo nacer, había sido algo imprevisto, no se pudo hacer nada, y aunque mi abuela María me había criado con el mismo cariño incondicional de una madre, siempre me había sentido sola, como que me faltaba algo. A mi padre nunca lo perdonaría.

Había dejado de escribir en mi diario, los recuerdos volvían a atormentarme, me puse a reírme ¿qué recuerdos Lía?. Si no había conocido a mi progenitor, rectifico, efectivamente lo conocí hasta los dos años, pero era evidente que no tenía ningún recuerdo de él.

Solté el bolígrafo y apoyé mis manos sobre mi nuca dejando caer el peso de mi cabeza sobre mis brazos, no quería llorar, pero las lágrimas escapaban solas, ¿cómo no iba a odiar a mi padre? Pero aún más me odiaba a mí, por no haber perdido nunca la ilusión de volver a verlo. En ocasiones soñaba con él, o creía soñar con él, lo había visto en fotos, pero el hombre con el que soñaba era mucho más mayor, aunque en mis sueños tenía la sensación de que era mi padre, nos mirábamos, él sonreía, y yo no podía moverme, algo impedía a mis pies separarse del suelo, pero no importaba, tampoco tenía ganas de ir corriendo a abrazarle, mi rencor se mantenía patente en aquellos duerme vela que me hacían despertarme con aquel sudor que me abrasaba, me ahogaba y explotaba en un llanto maldiciendo mi suerte.

Miré detrás de mí, mis estanterías estaban llenas de libros de todo tipo, y en la parte de arriba de una de ellas, como latiendo, estaba el diario de mi padre. En ocasiones tenía la sensación de que me llamaba, que cobraba vida propia y que me exigía que lo cogiera entre las manos…. Tras aquella ansiedad inicial, venia la rabia que me impulsaba a quemarlo y zanjar por fin cualquier vínculo, por escaso que fuera, con mi progenitor. Resoplé y cerré mi diario, aquel vacío volvía a hacerse hueco en mi vida, me levanté y preparé un té, me tomé un ansiolítico para calmarme. Nunca me había gustado tomarme nada, pero a veces no tenía fuerzas para superar el dolor que me causaba todo el tema de mi padre, sentía que mi vida estaba vacía, me sentía triste y desdichada, especialmente desde la muerte de la única persona que quería en este mundo, mi abuela María, dos años atrás.

Lloré amargamente y supliqué porque el ansiolítico hiciera efecto lo antes posible. Volví a la biblioteca, cogí mi diario de encima de mi mesa y lo metí de nuevo en la estantería, justo al lado del de mi padre, mi mano temblorosa hizo que el de mi padre callera al suelo abriéndose por la última página que escribió. Me quedé mirándolo durante minutos desde aquella posición, desde la altura, apreciaba su letra escrita con pluma, como siempre mi abuela me había dicho que le gustaba escribir a mi padre, cerrando un poco los ojos podía ver claramente la fecha que databa la pagina: 21 de enero de 1983. Me puse de cuclillas y apreté el diario contra mi pecho, fue un acto reflejo, supongo que lo hacía para poder sentir el calor de mi padre de alguna extraña forma. Sin soltar el diario de aquella posición me dirigí de nuevo a mi mesa de estudio, dejé el diario sobre la misma, y noté que al dejarlo me quitaba un peso de encima, ¡que montón de sensaciones me producía aquel diario!, coloqué mi dedo al inicio de la fecha de aquella última página y comencé a leer

      Creo que ha llegado el día, le he dicho a Yerko que ya no necesitaba de sus servicios, su cara de sorpresa ha resultado cómica, ha insistido en reiteradas ocasiones de que no debo adentrarme en la selva sin un guía, desconozco si su interés es por mi seguridad o por mi cartera, en cualquier caso he decidido introducirme en la selva sin su ayuda, además, soy consciente de que Yerko no me acompañaría nunca al lugar donde quiero ir. Mi trabajo continuado con los Omaguas ha hecho de mí un superviviente de las amazonas, sé que puedo sobrevivir en esta selva sin ayuda, y estoy seguro de poder encontrar a los Anmetha. Donde muchos han fracasado estoy seguro que yo no lo haré.

 

Álvaro Bernal”

No sé cuántas veces había leído el diario de mi padre, pero aún me era más difícil recordar cuantas veces había leído su página final, la última página que escribió antes de que la selva se lo tragara y nunca más se volviera a saber de él.

Álvaro Bernal, mi padre, había sido un naturista obsesionado con las tribus de Perú, había gastado todo lo que tenía en hacer expediciones por la selva amazónica, en conocer a los indígenas, en saber sus costumbres y hábitos, siempre he sabido que los amaba más a ellos que a mí, si no, nunca se hubiera arriesgado a introducirse en esa selva y a perderme para siempre, mi abuela insistía en que mi padre me amaba muchísimo, pero que la selva y aquellas gentes eran su trabajo y su pasión. Leí muchos recortes sobre su desaparición, aunque nunca los guardé, eran demasiado dolorosos para mí, en la mayoría decían que había muerto, aunque cada uno exponía una muerte diferente para mi padre, “que se había ahogado en el río por las corrientes” “ que había caído por un acantilado” “ que una serpiente lo había mordido produciéndole la muerte” “que los habitantes de la tribu con la que tan obsesionado estaba habían acabado con su vida”… la única realidad era que su cuerpo nunca se había encontrado, y he de reconocer con pesar, que deseaba que estuviera vivo. Me puse melodramática y cerré su diario, recordé el recorte de periódico que me impacto por su cabecera hablando de mi padre “ los indígenas de la tribu que buscaba, acabaron con su vida”, era sarcástico, que aquello que lo obsesionó, que llegó a amar más que a mí , aquellos por los que se jugó la vida, hubieran acabado con ella.

El ansiolítico estaba haciendo efecto, y mis ojos empezaban a cerrarse, la paz empezaba a inundarme, era el momento de cerrar los ojos y olvidarlo todo, hasta que existía en este mundo.

Cuando abrí los ojos la habitación estaba a oscuras, me había acostado de día y ahora era de noche, miré mi móvil que estaba sobre la mesita, las 20:32, había dormido más de seis horas, mejor para mí, me había hecho pensar menos. En el móvil había un mensaje de texto, Ángel, suspiré con pesadez y leí “¿te apetece que vaya a tu casa esta noche?” no pensaba contestarle, hacia dos días que había vuelto a España y ya mi “amante” quería verme, evidentemente no para ir a cenar o al cine, él no podía exponerse al público y correr el riesgo de que su mujer lo viera, en eso se había convertido mi vida, en ser la otra. Nunca había estado enamorada de el, desde aquel primer día que dejé que la pasión me envolviera, que la necesidad del contacto humano hiciera que mis sentidos intentaran cobrar vida, había sido plenamente consciente que Ángel no era más que alguien con quien compartir un rato entretenido en la cama, le había dejado claro desde el principio que no quería saber nada de su mujer y por supuesto no quería que me contara mentiras sobre lo mal que iba su matrimonio para justificar una infidelidad ante alguien que no había pedido nunca, ni pediría, explicaciones de su comportamiento.

Cuando conseguí el trabajo en la embajada española en Perú, creía que mi vida iba a cambiar, ilusa de mí, debía reconocer que había luchado por conseguir ese puesto con la esperanza de encontrar algún día a mi padre, de estar más cerca de él, estuviera donde estuviera de la selva amazónica, llegué a obsesionarme con ese tema. He leído tanto sobre tribus que al igual que mi padre, creo que sobreviviría en el amazonas sin necesidad de ayuda, se tanto sobre ellos que podría escribir mil libros, y el único contacto que he tenido con alguna tribu ha sido en las reservas, aquellas que están catalogadas y que se sabe que existen. Un día un Chaman de una tribu me dijo que mi padre estaba vivo , y que algún día lo encontraría, aquello no hizo más que darme falsas esperanzas, que terminé perdiendo con el paso de los años. Llevaba trabajando 5 años en la embajada, ahora a mis 29 años, estaba empezando a plantearme el dejarlo, quería rendirme, necesitaba rendirme, pero lo haría por lo alto, con un último intento que ahogaría mis ilusiones.

Me levanté, sonó el teléfono, ¿sería Ángel insistiendo? pensé, miré el nombre que aparecía en la pantalla del móvil, Kike, mi amigo Kike…

—Hola – dije aun adormilada, obligando a mis piernas a iniciar el movimiento para poder bajar de la cama.

— ¿Estabas durmiendo a estas horas?— pregunto con aquel tono recriminatorio que era el padre nuestro de la vida de Kike, y que lo hacía ser una persona antisocial, que nunca había tenido pareja y que con ese carácter dudosamente algún día la conseguiría.

— Si lo estaba, pero ya me he levantado— mentí intentando sentarme en la cama— aunque no tengo claro que sea lo que realmente quiero— suspiré, mi voz empezó a sonar acongojada, se me había creado un nudo en la garganta y las lágrimas acudían a mis ojos, me había convertido en una mujer patética, que solo necesitaba un pequeño empujón para volverme loca.

— Te pasas la vida llorando… deberías estar de más ánimo, mañana salimos de viaje, ¿no se supone que era tu sueño?— la pregunta casi la gritó, la verdad es que debía ser duro soportarme en mi estado depresivo.

Volví a la realidad, mañana salíamos de viaje, un viaje común para mí, y nuevo para Kike, nos íbamos a Perú, pero esta vez no para volver a mi trabajo, si no para hacer una expedición. Pensaba ir justo al sitio donde se despidió mi padre de su guía y adentrarme como el en la selva, Kike se había ofrecido a ir conmigo, tenía un espíritu aventurero del que yo carecía en estos momento, pero que era contrarrestado por la necesidad de conocer la verdad sobre lo que le ocurrió a mi padre.

—Bueno— continuó Kike sacándome de mis pensamientos— te paso a recoger a las 5 de la mañana ¿no? El vuelo sale a las ocho— Notaba que ya se había cansado de mí, quería finalizar cuanto antes aquella conversación y colgar, siempre me decía que cuando estaba en plan “negativo” se lo trasmitía y le daba “mal rollo”, que ya no pasaba el día igual.

— Perfecto— le dije— estaré preparada a esa hora— colgó sin dejarme decir ni adiós, seguramente temiendo que volviera a acongojarme.