CAPITULO VII
La fiesta no resultó ser diferente a las que ya había vivido en otras tribus, todo el mundo iba pintado de colores llamativos, la gente se agolpaba en la mesa para poder comer, algunos de ellos preferían beber, y las mujeres danzaban al ritmo de los tambores y los cantos de algunos hombres. Nos sentamos cerca del fuego, la gente cada vez estaba más frenética, no dejaban de bailar al son de aquella música creada por flautas de carriso1 diversas, fotutos2 , capadores3…. Las mujeres gritaban, algunos de los indígenas iban ya ebrios con la chicha, pero eso no hacía más que enfatizar aquellos bailes llenos de rituales, se empezaron a unir hombres a aquella danza. Miré hacia el cielo, la luna estaba casi llena y junto con el fuego, creaba sombras por cada rincón del poblado. Tantas vueltas de las personas, gritos y olor a comida me estaba mareando, mi padre me señaló la mesa llena de manjares, mediante señas me indicó que iba a coger algo, afirmé con la cabeza sin perderlo de vista, escuché entre los gritos uno conocido, Carex, estaba a unos veinte metros de mi danzando, se movía lentamente, contoneaba todo su cuerpo como a cámara lenta, iba completamente pintado tanto su cuerpo como su cara, me vino la imagen de la primera vez que lo vi la noche que acampamos, atiné a mirar a su alrededor, nadie lo estaba mirando, solo yo me había dado cuenta de su presencia. Miré fijamente sus ojos, estos no dejaban de mirarme, sentí que me estremecía, un calambre recorrió mi espalda. La música poco a poco iba aumentando de ritmo, y con la música Carex, quería apartar la mirada de él, pero no podía, mis ojos no podían dejar de mirar los suyos, noté un olor picante perforándome la nariz, la arrugué, pero no moví ninguna parte de mi cuerpo, seguí sentada observándolo. Carex cada vez se movía más frenéticamente, me hundí en las profundidades de sus ojos, alrededor de él solo había imágenes borrosas, vi que su cuerpo comenzaba a sudar, sentí que el mío también lo hacía, tenía conciencia de que no estaba moviéndome pero sentía su sudor como si fuera mío. Respiré entrecortadamente, la nariz había dejado de picarme pero la vista se me estaba volviendo borrosa, en ocasiones perdía los ojos de Carex, para volverlos a ver segundos después, cada vez más cerca, hasta que los perdí completamente. No tuve tiempo a extrañarlo, segundos después vi su cara muy cerca de la mía, pintada y sudada, sentí sus manos acariciándome, mi cuerpo estaba desnudo, supuse que el suyo también y me aventuré a acariciarlo, comencé por su pecho y bajé hacia su abdomen, deseaba tocarle el pene, pero más deseaba aun que me hiciera el amor salvajemente. Empecé a gemir, mis sentidos estaban descontrolados, no me atreví a bajar mis manos más allá de su cintura, y opté por seguir acariciándolo hasta llegar a su espalda, notaba sus grandes dedos y su palma alrededor de mis pechos, iba a hacer el amor con él, lo deseaba ferozmente y sabía que el también, subí mis manos hacia su cara y acaricié su pelo, Carex presionó más fuerte uno de mis pechos con su mano, grité de placer, eché la cabeza hacia atrás y sentí su respiración en mi garganta, noté su lengua subiendo por ella hasta alcanzar el lóbulo de mi oreja, volví a gemir, me estaba matando, lo deseaba y lo necesitaba urgentemente dentro de mí. Apoyó su cara contra el hueco de mi cuello bajo mi oreja y aspiró fuertemente, mis manos bajaron por sus hombros “hazme tuya” le susurré entrecortadamente, él puso su mano en mi cuello y la fue bajando hasta agarrarme mi muñeca mientras me seguía torturando con su lengua en el cuello, “Emilia” dijo, escuché mi nombre repetidas ocasiones, mis ojos estaban cerrados redescubriendo aquel mundo de placeres. Tiró de mi mano y escuché otra vez “Emilia” con más énfasis, abrí los ojos y lo miré, él también me miraba, tenía una sonrisa de satisfacción en su cara, “Emilia” no movía los labios, solo sonreía, quise coger su cara y acercar sus labios a los míos no quería que se detuviera, ahora no, sentía mi mano atrapada, mi cuerpo se tambaleaba “Emilia” lo miré extrañada, no era el quien me llamaba.
Con una profunda insuflación de aire salí de mi aturdimiento volviendo a la realidad que me rodeaba, comencé a toser, mi padre y Thali estaban delante de mí, agachados, mi padre me cogía de la muñeca.
— Emilia, ¿estás bien?— preguntaba él sin gritar pero asustado. Thali también me miraba contrariada.
Quería hablar pero no podía, me faltaba el aire, inspiré varias bocanadas sin sentir que en mis pulmones entrara el aire suficiente, puse mi mano libre sobre mi pecho y me encogí bajando la cabeza hacia el suelo, intenté tranquilizarme, mis respiraciones eran muy sonoras, mi padre me acariciaba la espalda mientras que Thali me retiraba el pelo de la cara, conseguí controlar mi ritmo de respiración. Ayudada por mi padre levanté mi cabeza.
— Estas demacrada— me dijo mi padre con una punzada de dolor, Thali me retiró el pelo de la cara, estaba impregnado de sudor frío, yo misma lo notaba, comencé a tiritar. Mi padre acercó una mano a mi cara y tiró con sus dedos de mis parpados para que abriera más el ojo, lo observó detenidamente, primero uno y luego el otro.
Mi padre estaba frente a mí, Thali se había retirado a un lateral, vi a mi padre continuar tocándome la cara, los pómulos, la boca…., cogió un trozo de tela de su túnica y me secó el sudor de la frente. Se detuvo mirándome extrañado la nariz, de nuevo volvió a tocarla, me la ladeó hacia la derecha y pasó su dedo índice por el pliegue nasal que quedaba al descubierto, miró detenidamente su dedo, y lo vi restregarlo luego con su dedo pulgar acercándose ambos dedos finalmente a la nariz. Miró a Thali y comenzó a hablar muy serio, vi como la vena yugular de su cuello se hinchaba y palpitaba muy rápido, noté que estaba apretando los dientes, Thali afirmaba con la cabeza, y en ocasiones decía algo en susurros. Terminaron de hablar, y mi padre me ayudó a levantarme, Thali también puso de su parte y pasó mi brazo por sus hombros, no creo que hubiera podido llegar a la choza sola, las piernas me temblaban y aunque intentaba andar lo más recta posible, aun me sentía mareada, entre los dos me llevaron de vuelta, de fondo de escuchaban aun los gritos y la música de la fiesta que, ahora, había quedado atrás.
— Tranquila— dijo Thali— pronto pasa— le sonreí, ¿creería mi padre que me había drogado con algún tipo de alucinógeno usado durante aquellas fiestas llenas de ritos?
Desde luego si creía eso debía convencerlo de que no había sido voluntariamente, pero eso sería más tarde, o mejor mañana, no me apetecía hablar, sentía mi boca pastosa y gesticular me costaba demasiado. No era raro mezclar entre las bebidas de cualquier festejo indígena ayahuasca1, pero yo no había comido ni bebido nada aquella noche, también conocía otras plantas alucinógenas como el toé2, pero tampoco había visto ni olido ningún tipo de humo que me resultara extraño o peculiar, aunque era evidente que si había inalado algo dado mi estado.
— Creo… que he inalado algún alucinógeno— le dije a mi padre entrecortadamente cuando me ayudó a recostarme en mi cama, necesitaba explicarle que no había sido voluntariamente.
— Lo sé…— suspiró— suele ocurrir en estas fiestas, ha sido un descuido por mi parte, perdóname— me dijo. Me sentí mal al ver la culpabilidad reflejada en su rostro.
— Bueno…— me quejé cuando intenté girarme para coger una postura más cómoda— no es culpa de nadie…. seguramente no hubiéramos podido evitarlo, nunca he consumido drogas, no diré eso a partir de ahora— intenté sonar chistosa para aliviar el ambiente— aunque espero no repetir— le dije cuando por fin cogí la postura deseada “¿o sí?” pensé. Tenía claro que aquellas alucinaciones si podían ser adictivas para mi persona.
Mi padre me dio un beso en la mejilla y cerró la puerta, no me avergoncé de desear volver a sentir el cuerpo de Carex, mi ropa interior aún estaba húmeda de aquel encuentro imaginario, había sido la experiencia más erótica de mi vida, con la desdicha, de que solo había sido una alucinación. Di mil vueltas a mi cabeza, que ahora le costaba centrarse y recapacitar, ¿era eso lo que realmente deseaba? La alucinación podía ser simplemente una proyección de lo que sentía en mi interior y deseaba con todas mis fuerzas, aquello había sido una pasada, me excitaba solo de volver a recordarlo, increíblemente aun notaba las manos de Carex sobre mi cuerpo, tenía su tacto marcado a fuego sobre mi piel, lamentaba no haberlo besado, debí ser más decidida , lo lamentaba profundamente, debía aprovechar más mis sueños y lanzarme sin pensar ya que no eran más que sueños, en la vida real jamás me permitiría hacerlo. Por otro lado, una duda llenó mi pensamiento, ¿sabrían besar estos indígenas?, nunca los había visto besarse en público, quizás lo hicieran en privado, “se terminó” me dije a modo de regañina, debía intentar dormir, aquella droga aun debía estar circulando por mi cuerpo y me hacía tener pensamientos obscenos, o eso creí. Lo único cierto es que los resquicios de aquella droga lograron que me durmiera con rapidez.
Me desperté a consecuencia de una conversación subida de tono que provenía de otra estancia, medió adormilada me levanté y abrí la puerta. Asomé la cabeza y gracias a los rayos de luna que entraban por la puerta principal de la choza, pude ver a mi padre junto a Carex, salí de mi ensoñamiento y los observé, no tardaron en darse cuenta de mi presencia, y ambos rostros se giraron hacia mí, no dije nada, ellos tampoco pronunciaron ninguna palabra, mi padre seguía igual de enfadado, pero Carex había cambiado actitud y ahora me miraba dulcemente, como haciendo un paréntesis en aquella discursion, incluso deslumbré una media sonrisa que me extrañó viniendo de él. Mi corazón empezó a acelerarse. Aun iba pintado, como en la fiesta… y como en mi sueño, suspiré.
— ¿Ocurre algo?— pregunté para terminar aquel incomodo silencio que se había creado entre los tres, e intentar explicar mi incursión.
— Nada cariño— dijo mi padre, nunca me había llamado así, me sentí extraña— Carex y yo no llegamos a un acuerdo, y como bien le he dicho— aumentó su tono y lentamente dijo enfatizando cada palabra— hoy hijo mío no duermes aquí, no eres bien recibido en esta casa— dijo un par de palabras más en su idioma, deduje que traduciendo lo que acaba de decir, y Carex salió por la puerta cerrándola con tranquilidad tras de sí.
— ¿Por qué no duerme en su choza?— pregunté a mi padre sin dejar de mirar la puerta por la que había salido aquel hombre. No entendía porque Carex quería dormir en la choza de mi padre cuando tenía la suya propia vacía.
— Es tarde Emilia, mañana hablaremos, Carex no merece tu preocupación— dijo girándose y volviendo a su estancia sin dar más explicaciones.
Quise aclararle a mi padre que no estaba preocupada por él, que poco me importara donde durmiera, bueno, mientras no durmiera en la choza de alguna mujer, y si así fuera ¿qué más daba?, necesitaba volver a la civilización, me estaba volviendo loca, loca de pasión y ahora de celos, me tumbé en la cama e intenté dormir.