CAPITULO II
Me quedé paralizada, escuchaba de fondo el agua correr, una suave brisa me refrescaba la cara y aquel olor a humedad llegaba hasta mis pulmones. Un escalofrió recorrió todo mi cuerpo, mi mente estaba en blanco, me movía, pero mis pies estaban firmes y no temía caer, estaba sobre aquella barca, Kike ya había saltado a la orilla, y yo no podía moverme. Allí empezó todo, allí fue donde mi padre se adentró a la selva en busca de su sueño. Mis sentidos estaban mermados, veía a Kike hacerme señas, pero no lo escuchaba, dejé de escuchar el sonido de la selva, pánico era la palabra que venía a mi mente, miré lentamente hacia el río, por donde habíamos venido, ¿seguro que quería seguir adelante? había más posibilidades de que encontrara la muerte que a mi padre, no sé porque Kike había decidido venir conmigo, lo miré, me miraba sorprendido pero había dejado de hacer señas, venia hacia a mí, cogió mi mano.
— ¿Vamos?— salí de mi aturdimiento momentáneo, miré la mano que sujetaba la mía y subí la mirada por todo su brazo hasta llegar a su rostro, sonreía y afirmé automáticamente con la cabeza.
El guía nos dijo que nos acompañaría, aceptamos su propuesta tras acordar los términos económicos, yo sabía que no estaría con nosotros mucho tiempo, quizás cien o doscientos metros, nadie se arriesgaba a introducirse más en la selva, aquella zona era un paraje inhóspito. Llevábamos solo dos mochilas, la de Kike llevaba los víveres, los sacos de dormir y alguna toalla, la mía llevaba todo tipo de medicamentos. Sabíamos que adentrarse en la selva era peligroso, especialmente me aterraban las serpientes, para las que llevábamos antídotos.
Caminar por la selva era toda una aventura, atrás habían quedado las sendas que en más de una ocasión había recorrido para acercarme a alguna tribu de las que llamábamos “civilizadas”, ahora no habían sendas, el camino lo hacíamos nosotros pisando todo tipo de vegetación salvaje, en ocasiones miraba mis pies al caminar, quizás debajo de aquel suelo verde hubiera alguna insecto no catalogado que veía mis pies como una fuente de alimento, cerraba los ojos obligándome a dejar de pensar en aquello y seguir adelante. Kike por su parte parecía tranquilo, para él aquello era un recorrido por el monte con más vegetación de la que estaba acostumbrado y algo de dificultad, desconocía todos los peligros que la selva proporcionaba, se le veía ilusionado y asombrado por aquel lugar tan hermoso.
Llego el momento en el que el guía no quiso continuar, había aguantado menos de lo que esperaba, apenas habíamos recorrido 100 metros según mi podómetro, recorrer esa distancia nos había costado cerca de 15 minutos, siempre dirección norte. El curso acelerado de orientación de Kike, su única preparación para este viaje, nos ayudaba a no desviarnos del camino.
— ¡Eso no es lo que habíamos acordado!— escuché a Kike gritarle al guía cuando este se negó a continuar – hemos pagado por tus servicios por adelantado por más de cien metros sin duda…— el guía negaba con la cabeza, se apoyaba en un árbol e incluso creí ver que le clavaba las uñas intentando aferrarse a aquel lugar, Kike respiraba agitado y empezó a exigirle que le devolviera el dinero abonado.
— Déjalo Kike, no merece la pena, que se marche— dije mientras me acercaba a él y le cogía la mano para que se relajara y lo dejara marchar, tras unas palabras más calmadas entre nosotros, por fin accedió a que se marchara.
— Estas gentes no tienen respeto por nada…. ni palabra— dijo mientras mirábamos como el guía se marchaba por donde habíamos venido, sin inmutarse por los gritos que Kike, de vez en cuando, aún soltaba dirigidos hacia él.
— Agradezco que hayas venido conmigo Kike— intenté distraerlo— sé que te he dado las gracias en varias ocasiones, pero te agradezco de corazón que estés aquí conmigo…— conseguí calmar a Kike, que me miró con ese cariño que siempre me dedicaba en sus ojos y que nos dedicábamos sonriendo como dos bobos.
Continuamos la marcha hasta que empezó a anochecer, según mi podómetro habíamos andado cerca de los dos kilómetros, buscamos un claro para poder acampar, no tardamos en encontrarlo. Sacamos los sacos y algo de comida, Kike buscó algunas ramas secas para hacer fuego mientras yo preparaba un cazo donde calentar algo de agua para hacer una sopa de sobre.
— Solo un día más, no quiero que se te olvide— dijo Kike mientras cenábamos alrededor de una hoguera que habíamos encendido.
— No lo olvidaré— me levanté, aparte mi plato a un lado, decidí que mañana lo limpiaría y le di un beso en la mejilla deseándole buenas noches, él sonrió.
Kike y yo nos conocíamos desde hacía 9 años, habíamos coincidido en la embajada de Perú en España mientras esperaba que empezara una reunión que se retrasó demasiado por culpa del cónsul que había salido a alguna urgencia, él era policía y para matar el tiempo mientras esperaba había estado hablando con el hasta el punto que terminamos dándonos el teléfono, aquello pintaba muy bien, Kike era un chico de pelo rizado en un tono castaño, de ojos verdosos y un cuerpo de vértigo, no demasiado alto pero si lo suficiente para mirarme por encima cuando se ponía chulo, aunque cuando yo me calzaba mis tacones de aguja era el momento que le devolvía aquellas miradas. Como siempre nunca atendía todas mis recomendaciones aunque tuviera claro que yo era la experta en el amazonas y en contra de mi consejo había traído su arma “por lo que pueda suceder” había dicho, realmente lo que en sus inicios parecía que podía llegar a ser una relación, continuo como grandes amigos. Durante el primer año que nos conocimos mantuvimos una especie de relación donde yo, creí estar enamorada de él, pero él nunca dio señales de que le interesara más que para apoyarnos en nuestras decepciones amorosas. La cosa cambió cuando conocí a Abel al año siguiente, e iniciamos una relación, recuerdo perfectamente como Kike quedó conmigo para soltarme un montón de argumentos de porque no debía estar con Abel, él no lo conocía de nada, y todo se puede resumir en el único argumento que tenía, con pesadez lo confesó al final, se había enamorado de mí, o eso creía, aunque siempre supe que ese enamoramiento no era más que la necesidad de una buena amiga que creía haber perdido. Aquella relación con Abel nunca fue bien, mi trabajo hacia que estuviéramos más tiempo separados que juntos, hasta que un día el decidió dejarme por otra. Entonces volvió Kike, para ser el amigo que siempre había sido.
Volví a mi sitio, saqué de mi mochila un pequeño espejo que me había guardado para la incursión en la selva, podía parecer algo inútil en aquel lugar, pero aun en aquella expedición, no había dejado de ser una mujer y no quería tener unas pintas horribles. Me miré, sonreí, no sé porque antes de salir el día anterior había decidido plancharme el pelo, ahora con la humedad del lugar volvía a estar con aquel leve rizo que me llegaba hasta mitad de la espalda, miré mi cara, estaba más morena, el sol la había maquillado, el contraste de mi cara con mi pelo hacia que este pareciera más bien rubio que el castaño claro que había tenido siempre, cogí una goma del pelo y me hice una cola alta.
Vi a Kike meterse en su saco sin pensárselo, yo decidí lavar un poco mi ropa interior en una especie de riachuelo de escaso caudal que había a unos metros, la tendí en un árbol y me metí en el saco con la ropa de todo el día, echaba de menos haber traído más ropa, pero solo íbamos a estar por allí un día más, ya me lo había recordado Kike para que no me hiciera más ilusiones, el plan estaba definido: otro día más nos quedaba para adentrarnos, y dos para volver a donde nos esperaría el guía para regresar a casa.
No tardé en dormirme, aunque ya hacia minutos que escuchaba la respiración de Kike larga y acompasada, síntoma inequívoco de que se había dormido. Volví a soñar con mi padre, aquel hombre mayor que sentía que era mi padre, me desperté como ocurría siempre, abrí los ojos y solo vi oscuridad, observé algunas sombras que proyectaba la hoguera que ya se estaba apagando, volví a cerrarlos para intentar dormir de nuevo, sentí como si alguien me observara, el ambiente se volvió más pesado, diferente, volví a abrir los ojos y lo vi sobre mi cuerpo.
Era un hombre joven, su cara estaba justo sobre la mía, me miraba con los ojos muy abiertos, como observando cualquier detalle de mi rostro, parpadeó, yo estaba inmóvil por el miedo, tenía dos rallas de pintura roja marcadas en la cara, posiblemente con los dedos, que atravesaban sus mejillas, los ojos podían asustar al más valiente, eran oscuros y parecían muy grandes, una circunferencia de pintura negra los rodeaba y eso los hacia más tenebrosos aun, no veía su cuerpo, ni sus manos, solo su cara a escasos tres dedos de la mía. Su pelo debía ser largo y negro azabache, pues caía a los laterales de mi cara, giró un poco su cabeza con ojos extrañados sin dejar de mirarme, quise gritar, debió entender mis intenciones porque puso dos de sus dedos sobre mis labios, algo que no impediría que gritara, pero que consiguió callarme, empecé a respirar rápido, e instintivamente apoyé mis manos sobre alguna parte de su cuerpo que supuse que sería su pecho para quitarlo de encima de mí, noté que sus dedos ásperos resbalaban de mis labios hacia mi mandíbula y se quedaban allí, al mismo tiempo mis manos se anclaban sobre un pecho firme y duro, sentía los latidos de su corazón, nada comparados con el mío, el suyo lo notaba tranquilo y relajado. Salí de mi ensoñamiento y empujé fuertemente con mis manos a aquel hombre que estaba sobre mí, al tiempo que me levantaba gritando.
Kike dio un salto, cogiendo su pistola y mirándome mientras apuntaba a la selva.
— ¿Qué pasa?— preguntó hablando fuerte para hacerse escuchar entre mis gritos mientras me protegía con su espalda y con su mano izquierda impedía que lo adelantara o que me separara de su lado.
— Había alguien aquí, un hombre… un indígena— miré hacia todos los lados, el fuego ya se había apagado completamente, no vi a nadie, ninguna rama se movía, nada.
— No veo a nadie— me dijo Kike acercándose hacia los árboles que nos rodeaban – habrá sido un sueño Lía— se relajó— volvamos a dormir— lo vi dejar el arma dentro del saco a la vez que se volvía a meter en el para dormir de nuevo. Yo me acurruqué dentro del mío, y me tapé hasta los ojos como una niña que cree evitar el peligro si no lo ve.
Podría ser un sueño, pensé, pero era muy nítido, aun sentía cosquilleos en las manos de haber tocado a aquel hombre, pero teniendo en cuenta que había soñado con mi padre rodeado de indígenas en aquel lugar, no era extraño que soñara con uno de ellos. Tardé mucho en dormirme, he de reconocer que por primera vez desde que iniciamos aquella expedición tuve miedo del lugar donde nos encontrábamos.