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En el edificio principal de la CBA-News, en un cuartito situado dos plantas por debajo del nivel de la calle, dos operadores trabajaban ante un complejo sistema de transmisiones, una galaxia de lucecitas y diales, terminales de ordenador y monitores de televisión. Dos de las paredes de la habitación eran paneles de cristal y daban a dos pasillos en penumbra. Cualquiera que pasara por allí podía curiosear lo que quisiera. Era la sala de control principal de la emisora, el puesto de mando técnico de la CBA a nivel nacional.
Por allí discurría toda la programación de la emisora: concursos, noticiarios, retransmisiones deportivas, documentales, discursos del presidente, debates parlamentarios, reportajes en directo y en diferido y cuñas publicitarias. Sorprendentemente, pese a su importancia como centro electrónico vital, su ubicación y su aspecto eran anodinos.
En el centro de control, cada jornada transcurría generalmente según una rutina prevista, siguiendo un meticuloso plan que codificaba las veinticuatro horas de emisión en función de minutos, o de segundos incluso. Principalmente, la ejecución del plan se realizaba por ordenador, bajo la supervisión de los dos operadores, que intervenían a veces cuando algún suceso extraordinario exigía la interrupción de la programación regular.
Y eso era lo que iba a ocurrir en ese momento.
Hacía un instante, Chuck Insen les había advertido por la línea directa de la sala de control con el departamento de informativos:
—Tenemos un boletín especial. A nivel nacional. Vamos a emitir… ¡Ahora!
Mientras Insen hablaba, la transparencia «CBA-News Boletín especial» introducida en la sala de control de informativos apareció en uno de los monitores del centro de control general.
El experimentado técnico del centro de control que recibió la llamada sabía perfectamente que la orden «Ahora» significaba exactamente eso. En ausencia de esa orden, si al programa en curso le faltaba menos de un minuto y medio de emisión, esperaría hasta su conclusión antes de salir a antena. En situaciones similares, si se estaba emitiendo un anuncio publicitario, lo dejaría terminar.
Pero «Ahora» era una orden muy estricta, que no admitía esperas. Estaba en antena una cuña publicitaria de un minuto, y le quedaban treinta segundos. Pero el operador conmutó un interruptor, en un gesto que le costaría a la CBA 25.000 dólares. Otro conmutador introdujo la transparencia de «Boletín especial» en la transmisión de imagen. Instantáneamente, la brillante leyenda roja apareció en las pantallas de más de doce millones de aparatos de televisión.
Durante cinco segundos, contados en el reloj digital que tenía delante, el técnico del centro de control mantuvo muda la transmisión de sonido. Era para permitir a las salas de control de las emisoras filiales que no estaban emitiendo la programación nacional que interrumpieran su programación local para introducir el boletín especial. La mayoría lo hizo.
A los cinco segundos se abrió el paso de sonido y se oyó la voz de un locutor:
—Interrumpimos nuestra programación para transmitir un boletín especial de la CBA-News. Desde Nueva York, el corresponsal Don Kettering.
La realizadora ordenó desde la sala de control de informativos:
—¡Don, entrada!
En las pantallas de televisión de todo el país apareció la cara del comentarista económico de la CBA, con una expresión muy seria.
—La policía de Larchmont —empezó con voz grave—, Nueva York, ha informado del presunto secuestro de la esposa, el hijo y el padre del presentador de informativos de la CBA, Crawford Sloane.
Mientras Kettering proseguía apareció en pantalla una foto fija de la conocida cara de Sloane.
—… El secuestro, perpetrado por unos desconocidos, ha ocurrido hace unos cuarenta minutos. Según la policía y los testigos, fue precedido por un violento asalto…
Eran las 11.56. La CBA había desbancado a sus competidores dando la noticia antes que ellos.