CAPÍTULO XIX

La verdad fue desvelándose poco a poco. Al principio como por casualidad, en pequeños detalles sintomáticos, y al reflexionar luego en ello, Celia tuvo la impresión de que el destino fatal había entrado de puntillas, cautelosamente y revestido de una vaina de metal común, de la que más tarde salió la flameante espada.

Todo comenzó con una llamada telefónica cuando Celia estaba ausente de su despacho. Al regresar, vio el recado: era de Alex Stowe, de los laboratorios Exeter & Stowe, que quería hablar con ella. Como no parecía urgente, Celia esperó a solucionar otras cuestiones antes de llamar.

Una hora después, pidió que le pusieran en comunicación con Stowe.

—Hola, Alex. Precisamente esta mañana pensaba en ti y en cómo iban las pruebas con Arthrigo y la Hexina W.

Se produjo un breve silencio y luego una voz sorprendida preguntó:

—Pero ¿no sabías que hemos anulado el contrato con vosotros, que no usaremos la Hexina W?

La sorprendida entonces fue ella.

—No, no sabía nada. Lo habrás encargado a otro y se habrá demorado en hacer la anulación.

—Lo hice yo personalmente —manifestó Stowe desconcertado—. Hablé personalmente con Vince Lord. Y hoy, al caer en la cuenta de que todavía no te había dicho nada personalmente a ti, te he querido llamar, por mera cortesía.

Irritada por no estar enterada de algo de lo que tenía que haber sido informada en el acto, Celia dijo:

—He de hablar con Vince. —Se interrumpió y preguntó—: ¿Por qué habéis anulado el contrato?

—Bueno… Verás: la verdad es que estas muertes por infección no nos hacen ninguna gracia. Dos han sido pacientes bajo nuestro control y, aunque no da la impresión de que ninguno de los dos fármacos sea la causa…, quedan muchas dudas por aclarar. No nos podemos fiar ni de Arthrigo ni de la Hexina W, de momento. Y especialmente al enterarnos de las otras muertes.

Celia estaba desconcertada. Un escalofrío le recorrió la espalda. De pronto tuvo la premonición de que aquello era sólo el principio de algo para lo que no estaba preparada.

—¿De qué muertes hablas?

Esta vez la pausa se alargó mucho más.

—Pero ¿no lo sabes?

Ella contestó con impaciencia:

—Alex, por favor, si lo supiera no te lo preguntaría.

—Nosotros sabemos de cuatro muertes, aunque desconocemos los detalles, salvo que todos estaban bajo el tratamiento de la Hexina W y perecieron por infecciones de diversos tipos. —Stowe se calló y luego prosiguió con voz mesurada—: Celia, perdona lo que te voy a decir, pero me huelo que necesitas una buena confrontación con el doctor Lord.

—Sí —asintió Celia—. Tienes razón.

—Vince sabe lo de las muertes, de todas ellas, porque he hablado yo con él. Y él tendrá más detalles para informar debidamente a los de Sanidad. —Un instante de vacilación—. Espero de verdad por tu bien y por el de la compañía, que haya informado a Sanidad.

—Alex —dijo Celia— hay un hueco importante en mi información y ahora mismo voy a remediarlo. Te agradezco mucho lo que me acabas de decir. De momento no veo razón para continuar esta conversación.

—Estoy de acuerdo —replicó Stowe—. Pero llámame si necesitas más información, o si te puedo ayudar en algo. ¡Ah! Me olvidé de decirte que la razón de mi llamada era comunicar que sentía mucho no poder colaborar con vosotros. Otra vez será.

Celia respondió automáticamente, con la mente ya en otro sitio:

—Gracias Alex. Asilo espero.

Puso fin a la conversación apretando un botón. Iba a apretar otro para pedir comunicación con Vincent Lord, pero luego pensó que iría a verle personalmente. En el acto.

La primera noticia de la muerte de un paciente que tomaba Hexina W llegó a las oficinas de Felding-Roth a los dos meses del lanzamiento del fármaco. Había llegado a las manos, como era natural, del doctor Lord, el cual decidió que no tenía ni la más mínima importancia.

El informe provenía de un médico de Tampa, Florida. En él se decía que el paciente estaba bajo tratamiento a base de Hexina W y de otro fármaco y había muerto a causa de una fiebre y de una infección. Lord decidió que la muerte no estaba vinculada con la Hexina W y arrinconó el informe. Más tarde, aquel mismo día, en vez de archivarlo en el sitio de costumbre, lo metió en una carpeta que guardaba en un cajón cerrado con llave.

El segundo informe llegó dos semanas después. Provenía de un vendedor al detalle de la compañía y había sido enviado a raíz de una conversación con un médico de Southfield, Michigan.

Los informes sobre los efectos secundarios de los fármacos, incluidos los «adversos», llegaban a las compañías farmacéuticas de fuentes diversas. A veces de los hospitales, para los que este tipo de informe era parte de su rutina. Otras de farmacéuticos interesados y responsables que decidían informar de lo que habían oído. Y también de los propios vendedores de la compañía, siguiendo instrucciones de informar de todo lo que supieran, por trivial que pareciera.

En la compañía se guardaban los informes y cuatro veces al año se enviaban a Sanidad, según lo requería la ley.

No obstante, la ley requería que si se tenía información de reacciones serias, sobre todo con fármacos nuevos, debía enviarse el informe a Sanidad con el sello de «Urgente» y antes de que pasaran quince días desde el momento en que el informe llegara a la compañía. La norma era igualmente válida en el caso de que los expertos de la compañía no creyeran que las reacciones tuvieran nada que ver con el fármaco.

El informe del vendedor de Southfield, que leyó Lord, revelaba que el paciente había muerto de una infección del hígado mientras era tratado con la Hexina W y otro fármaco contra la artrosis. La causa de la muerte había sido corroborada por la autopsia.

Lord decidió de nuevo que la Hexina W no tenía nada que ver con la causa efe la muerte, y guardó el informe en la misma carpeta donde estaba el primero.

Pasó un mes, llegaron dos informes más, por separado, pero al mismo tiempo. Con los detalles de las muertes de un hombre y de una mujer. Ambos habían sido medicados con Hexina W en combinación con otro fármaco. La mujer, de edad avanzada, había tenido una grave infección bacteriológica en el pie, el pie le había sido amputado, pero la infección se propagó al resto del cuerpo y murió. La infección había comenzado con un corte que se había hecho mientras estaba en su casa. La muerte del hombre había sido causada por una infección cerebral. El hombre no había gozado de mucha salud.

La reacción de Lord fue irritarse con los dos muertos. ¿Por qué diablos tenían que morir de dolencias particulares suyas, mientras estaban bajo tratamiento a base de Hexina W y cargar la responsabilidad a este medicamento, que no tenía ninguna culpa? Así y todo, los informes comenzaban a multiplicarse y a ser un engorro.

Lord era consciente de que no cumplía con la ley al no enviar los informes a Sanidad. Se daba cuenta de que se estaba creando una situación muy embarazosa.

Si enviaba los últimos informes a Sanidad, debía también enviar los primeros. Éstos los hubiera debido mandar hacía tiempo, porque el plazo de quince días requerido por la ley había pasado de sobra. Si los mandaba ponía en un apuro a la compañía, y a él mismo. No se sabía lo que podía pasar, principalmente teniendo en cuenta que el doctor Gideon Mace todavía debería de estar al acecho de sorprenderlos en falta. Lord guardó los dos últimos informes en la carpeta con los otros. Al fin y al cabo, se dijo, sólo él sabía el número de informes enviados. Los individuos que habían escrito cada informe no tenían por qué estar enterados de los otros.

Cuando llamó Alex Stowe para anular el contrato para utilizar la Hexina W, Lord tenía ya en su poder doce informes, y no le llegaba la camisa al cuerpo. Tembló al descubrir que Stowe se había enterado, no sabía Lord cómo, de otras cuatro muertes vinculadas con la Hexina W. Lord no le dijo a Stowe que eran doce muertes más las cuatro que sabía Stowe y de las que Lord todavía no iba enterado.

De modo que no había manera legal de ocultar que el número total de muertes de las que Lord estaba enterado era de catorce.

El informe número quince llegó el mismo día que Celia habló con Stowe por teléfono. Lord comenzó a barruntar la causa de las defunciones, por lo menos de algunas de ellas.

Unos meses antes, hablando con Celia, había descrito el efecto de la Hexina W diciendo que, «al detener la producción de radicales libres, los leucocitos —es decir, las células de sangre blanca— no son atraídos al sitio del mal… Resultado: no hay inflamación… y desaparece el dolor».

Era la verdad.

Y de lo que se deducía ahora, cada vez con mayor claridad, que la ausencia de los leucocitos era precisamente la causa de la infección.

Normalmente los leucocitos atacan todo cuerpo extraño que se introduce en el organismo; o sea matan las bacterias. Los leucocitos causan dolor, pero curan y previenen las infecciones. Al no estar en el sitio donde habitualmente acuden al aparecer las bacterias éstas campan por las suyas y causan la infección. Y la muerte.

De modo que Vincent Lord estaba seguro, incluso antes de hacer las necesarias pruebas científicas, de que la Hexina W era la causa de las infecciones de los doce, o más, muertos.

Cayó entonces en la cuenta de que en las pruebas clínicas de la Hexina W habían cometido un fallo. La mayoría de los pacientes a los que se les había administrado experimentalmente el fármaco habían sido hospitalizados; es decir, habían estado en condiciones controladas, en las que es difícil que no se ataje a tiempo una infección. Todas las muertes de que él tenía constancia en su secreta carpeta habían ocurrido en casa, lejos de los hospitales, en circunstancias donde las bacterias habían tenido libertad de actuar…

Minutos antes de que apareciera Celia en su despacho, Lord llegó a una conclusión que hacía añicos sus sueños y reforzaba sus temores, y le ponía en una posición insostenible.

Cuando llegó Celia, Lord ya sabía que no había más remedio que retirar la Hexina W del mercado. Sabía también que iba a ser acusado de retener información que hubiera podido salvar unas cuantas vidas. Que lo iban a procesar y que probablemente acabaría siendo encarcelado.

De una manera extraña, su mente retrocedió veinte años…, al día en que había discutido con el decano de la Universidad de Illinois, porque él le había exigido que acelerase su promoción, exigencia que le había sido denegada.

Ya entonces había presentido que el decano sospechaba que en él, en Vincent Lord, había un grave defecto de carácter. «¿Tenía razón el decano?», se preguntó de pronto Lord.

Celia entró en el cuarto de Lord sin llamar a la puerta.

—¿Por qué no se me ha informado de la anulación de contrato de Exeter & Stowe? —preguntó Celia sin perder tiempo.

Lord, sobresaltado por la inesperada aparición, contestó azorado:

—Iba a decírselo. No he tenido tiempo.

—¿Cuánto hubiera tardado de no venir yo a preguntárselo? —Luego, sin esperar contestación—. Gente de fuera ha tenido que decirme que ha habido informes adversos sobre la Hexina W. ¿Por qué no me informó tampoco?

—Los he estado estudiando, comparando… —contestó mansamente Lord.

—Los quiero ver en seguida. Sáquelos —ordenó Celia.

A sabiendas de que ya no podía hacer nada para seguir ocultando la verdad, Lord sacó la llave y abrió el cajón donde guardaba la carpeta.

Al verlo, Celia recordó el día en que había ido a exigirle los informes «dudosos» sobre la Montayne hacía siete años. Entonces, igual que ahora, Lord había sacado una llave del bolsillo y abierto un cajón. Y ella se había sorprendido de ver que los informes no habían sido archivados en el lugar debido, abierto a todos los del departamento.

La misma táctica de ocultamiento.

Celia se dijo amargamente que la experiencia pasada no le había servido de lección y que ahora era demasiado tarde. Por culpa de eso, en la organización de la compañía había habido siempre una grieta peligrosa de la que ella, como presidenta, era responsable.

Doblemente responsable, porque también sabía que Lord tenía una tendencia a ocultar las malas noticias, a ocultar todo lo que no le agradaba, y ella no había tomado medidas para salvaguardar a la compañía.

Lord le entregó la abultada carpeta. Celia se asustó al verla tan llena. Y se horrorizó al leer lo que decían las hojas del interior. Quince muertes. Y todas las víctimas habían estado tomando la Hexina W.

Por fin hizo la inevitable pregunta:

—¿Se han enviado a Sanidad todos o algunos de los informes?

Los músculos del rostro de Lord se contrajeron al responder:

—No.

—¿Sabía naturalmente que la ley exige enviar los informes dentro de un plazo de quince días?

Lord asintió despacio, sin hablar.

—Hace unas semanas le pregunté si había habido informes adversos sobre la Hexina W y usted me contestó que no.

En un último y desesperado intento por salvarse, Lord aún respondió:

—Yo no le dije que no hubiera habido ninguno. Le dije exactamente que no era nada que concerniera a la Hexina W.

Celia se acordó. Sí, tales habían sido sus palabras. Había sido uno de los típicos rodeos de Lord, al que conocía desde hacía veintisiete años.

Conociéndole como le conocía, lo que ella hubiera debido hacer era reconocer la índole evasiva de su respuesta y seguir preguntando. Y así se hubieran ahorrado unas muertes, porque Sanidad hubiera tomado cartas en el asunto y hubiera advertido a los médicos y a las farmacias…

En cambio, se había dejado llevar por la euforia, ilusionar por la idea de que habían conseguido otro gran éxito… Primero el Péptido 7 y ahora la Hexina Había creído que ya nada podía ir mal. Pero se había equivocado, de resultas de lo cual se desmoronaba el mundo de Lord y el suyo.

Sin esperar respuesta razonable, preguntó:

—¿Por qué lo ha hecho? Yo creía en la Hexina W… —comenzó a decir Lord.

—Déjelo —dijo Celia con un ademán de la mano.

Metió las hojas en la carpeta.

—Me lo llevo. Haré que hoy mismo envíen copias a Sanidad, en un sobre con el membrete de urgente. Y llamaré luego yo personalmente para asegurarme de que los estudien debidamente.

Luego añadió con rostro sombrío, como hablando consigo misma:

—Me figuro que no tardarán en decirnos algo.