CAPÍTULO XVIII

Las pruebas clínicas de la Hexina W produjeron unos pocos efectos secundarios en los enfermos que la habían tomado junto con otros medicamentos, en combinaciones que se esperaba que posibilitaran la toma de determinados fármacos al eliminar los radicales libres. Llegaron informes de pacientes que habían sufrido náuseas, vómitos y algo de diarrea, mareo o subida de la presión sanguínea. Pero nada de esto era raro o motivo de alarma. No se produjo ningún caso grave, ni en gran proporción de enfermos. Era poco habitual que un fármaco no produjera efectos secundarios de vez en cuando en algunas personas. Lo del Péptido 7 había sido una excepción.

Las pruebas de la Hexina W exigieron dos años y medio de esfuerzo y fueron hechas bajo la supervisión directa del doctor Vincent Lord. Lo que significó traspasar otras responsabilidades a sus subordinados, para tener él el tiempo necesario para su trabajo. No quiso arriesgarse a que el descuido de nadie pudiera estropear el progreso de su obra personal. Que nadie pudiera privarle de la gloria que como científico se merecía.

Lord había vivido con sentimientos encontrados el enorme éxito del Péptido 7. Por un lado sintió celos de Martin Peat-Smith pero, por otro, Felding-Roth se había convertido en una empresa mucho más potente, y, por tanto, mejor equipada para producir otros productos que prometieran algo similar a lo del Péptido 7.

Los resultados obtenidos con la Hexina W hicieron muy feliz al doctor Lord. Incluso en lo que se denominaba la «fase III» de las pruebas, cuando el fármaco se administraba a enfermos graves, el resultado había sido bueno. El fármaco había sido administrado a más de seis mil personas, muchas de ellas internadas en hospitales; es decir, bajo control y en circunstancias idóneas para este tipo de prueba.

Seis mil personas era más de lo que habitualmente se necesitaba en la «fase III». El número se había decidido porque se quiso poner a prueba varias combinaciones con fármacos distintos.

Los aquejados de artrosis habían reaccionado muy bien, tal como se había esperado. Podían tomar la Hexina W combinada con otro enérgico antiinflamatorio que, anteriormente, no habían podido tomar por excesivamente arriesgado.

Para coordinar las pruebas se había tenido que contratar a más personas, tanto en el interior de la compañía, como en el exterior. Ahora ya estaba. Había sido un trabajo enorme, la recopilación de datos había sido gigantesca y Lord tuvo que revisar la mayoría antes de presentarlos al Departamento de Sanidad junto con la solicitud de autorización.

Lord hizo el trabajo con interés, por lo que incluso le resultó ameno, hasta topar con una serie de casos concretos que le dejaron perplejo.

Lord los releyó varias veces hasta que de perplejidad pasó a preocupación y luego a cólera.

Los informes en cuestión provenían de un tal doctor Yaminer que practicaba como médico en Phoenix, Arizona. Lord no conocía a Yaminer personalmente, pero su nombre le resultaba familiar y estaba enterado de varias circunstancias suyas.

Yaminer era internista, tenía un consultorio privado de bastante envergadura y puestos en dos hospitales. Como muchos de los otros médicos contratados por Felding-Roth, para el programa de pruebas de la Hexina W, tenía que administrar el fármaco a un grupo limitado de pacientes, un centenar. Para ello se requería el permiso de los pacientes, cosa habitualmente fácil de obtener.

Era lo normal en estos casos. Y no era la primera vez que Yaminer trabajaba para Felding-Roth.

Los médicos se aficionaban a este tipo de trabajo por dos razones. Porque era interesante desde el punto de vista científico y porque estaba bien remunerado.

El trabajo no era nada del otro mundo y cobraban entre quinientos y mil dólares por paciente, según la firma y el fármaco puesto a prueba. A cambio de las pruebas con la Hexina W, Yaminer había cobrado ochenta y cinco mil dólares. Los costos en que incurría el médico en estas pruebas eran insignificantes, por lo que les quedaba la suma casi neta.

Pero el sistema tenía una falla.

Dado que el trabajo estaba tan bien remunerado, unos cuantos médicos caían en la tentación de aceptar más trabajo del que podían hacer debidamente. Lo cual a veces conducía a inexactitudes en los datos y frecuentemente a su falsificación.

En una palabra: al fraude.

Lord estaba seguro de que el doctor Yaminer había falsificado los datos enviados de las pruebas de la Hexina W.

Había dos posibilidades: o bien el doctor Yaminer no había podido hacer las pruebas requeridas en los pacientes nombrados, o bien algunos, si no la mayoría, de los pacientes de la lista eran imaginarios. Se los había inventado, y se había inventado los «resultados».

Basándose en su experiencia pasada, Lord conjeturó que era esto último.

Pero ¿cómo lo sabía?

Por una razón: porque Yaminer había hecho la falsificación con prisas y sin cuidado. Lo que había llamado la atención de Lord, en primer lugar, había sido el parecido de la letra en que estaban redactados los informes de un paciente, supuestamente hechos en fechas distintas. Normalmente, había variaciones no sólo de letra, sino de pluma. Incluso en los casos de médicos que escribían siempre con bolígrafo, era muy raro que siempre lo hicieran con idéntica letra.

Pero eso en sí no bastaba para llegar a ninguna conclusión, Yaminer hubiera podido pasar todos los informes en limpio en un mismo día, cosa poco probable en personas con tanto trabajo como él. Y Lord decidió fijarse en si había otros detalles sospechosos.

No tardó en encontrarlos.

Una de las pruebas consistía en hacer un análisis de orina y medir su acidez o alcalinidad. Normalmente el pH de una persona variaba entre 5 y 8. Cada medida, tomada en días distintos, era un dato independiente de por sí, que habitualmente variaba; es decir, que si el martes era 4, lo más probable era que el miércoles fuera otra cifra. Dicho de otro modo, las probabilidades de que se obtenga la misma medida en cinco días consecutivos era de uno a cuatro. Es decir, mínimas.

Y sin embargo, en los informes de Yaminer el pH era el mismo cada día. Cosa muy poco probable, incluso con el mismo individuo. Y del todo imposible con quince pacientes, que era el número encontrado por Lord en el informe de Yaminer.

Para estar más seguro, Lord seleccionó otros quince nombres y revisó los datos sobre la sangre. De nuevo se repetían las mismas cifras con una regularidad poco natural.

No necesitó más. Cualquier entendido hubiera aceptado como falsos los datos de Yaminer. Y en este caso, la falsificación era un delito penalizado por el código legal.

Furioso, Lord maldijo al doctor Yaminer.

El informe de Yaminer, en su conjunto, dejaba muy bien la Hexina W. Pero en este caso no era necesario, porque el fármaco quedaba suficientemente bien en los otros informes que había leído Lord.

Lord sabía qué debía hacer.

Debía informar inmediatamente al Departamento de Sanidad y presentarle las pruebas. Después de lo cual Yaminer sería sujeto a una investigación en toda regla y denunciado. Ya había ocurrido con otros médicos, y algunos habían sido encarcelados. Si Yaminer era declarado culpable, seguramente también sería puesto en prisión y, quizá, perdería la licencia de médico.

Pero Lord también sabía otra cosa.

Si implicaba en todo esto a Sanidad, y se anularan los datos entregados por Yaminer, debería de repetirse todo el trabajo, lo cual exigiría un año entero. Todo el programa del lanzamiento de la Hexina W sería demorado.

Lord maldijo de nuevo a Yaminer por su estupidez y por el dilema en que le había puesto.

¿Qué hacer?

De haber sucedido con un fármaco del que tenían dudas, Lord no hubiera vacilado, pensó él. Hubiera entregado a Yaminer a los lobos de Sanidad y se hubiera ofrecido como testigo en el subsiguiente proceso. Pero sobre la Hexina W no cabían dudas. Con el falso informe o sin él, era un medicamento de acción beneficiosa, que no podía causar perjuicios.

De modo que ¿por qué no hacer la vista gorda y dejar pasar el informe falso? Nadie de Sanidad iba a darse cuenta; la documentación era demasiado voluminosa para ello. E incluso si el informe de Yaminer era examinado por uno de Sanidad, era muy poco probable que detectara el engaño, como Lord, que poseía la agilidad mental lógica en este caso para fijarse en detalles tan pequeños.

De buena gana Lord hubiera suprimido el estudio, pero no podía. El nombre de Yaminer aparecía en la lista ya enviada a Sanidad.

Detestaba la idea de no hacer pagar a Yaminer, pero qué remedio.

De modo que…, bueno. Haría la vista gorda. Lord puso sus iniciales bajo el estudio de Yaminer y lo juntó a los ya examinados.

De lo que sí estaba seguro Lord era de que procuraría que Yaminer no volviera a trabajar para Felding-Roth. De Yaminer tenían una ficha en el departamento. La buscó y metió las hojas en las que él mismo había tomado las notas del examen que podían servirle para demostrar el fraude. Si en el futuro las iba a necesitar, no le costaría encontrarlas.

Lord no se equivocó en su cálculo.

La solicitud de la autorización fue presentada a Sanidad y aprobada al cabo de poco tiempo.

Sin embargo, Vincent Lord pasó un pequeño susto. Al doctor Gideon Mace le habían nombrado director delegado del Centro Nacional de Drogas y de Biología que el Departamento de Sanidad tenía en Washington. Mace era una persona muy diferente de la de años anteriores. Ya no bebía, se había vuelto a casar y esta vez parecía que el matrimonio era estable, y en el trabajo se le respetaba. El mal trago de las sesiones del Senado no le habían perjudicado, al contrario: el ascenso había ocurrido poco después.

Lord se enteró, además, de que Mace, aunque no estaba implicado directamente en ello, había demostrado un interés personal en la Hexina W. Por lo visto era el mismo interés que demostraba con todos los productos producidos por Felding-Roth. Parecía seguro que Mace continuaba resentido con la empresa y que buscaba un pretexto para vengarse.

Pero con la Hexina W no pasó nada y Lord se tranquilizó.

Como con el Péptido 7, se decidió que el mejor nombre comercial era el mismo del producto.

—Se pronuncia con facilidad y quedará bien impreso en el envase —indicó Celia.

Bill Ingram estuvo de acuerdo y añadió:

—Confiemos que nos traerá la misma buena suerte.

Con suerte o sin ella, la Hexina W fue un éxito inmediatamente. Los médicos, incluso los más prestigiosos profesores de hospitales, la describieron como un importante progreso médico que abría el paso a otros tratamientos para enfermos muy graves. En las revistas médicas se encomió el medicamento y a su creador, Vincent Lord.

Muchos médicos privados comenzaron a recetar la Hexina W, incluido el propio Andrew, el cual dijo a Celia:

—Tengo la impresión de que va a ser tan importante y decisivo como la Lotromicina en su tiempo.

La voz corrió entre los médicos, surgieron interesantes discusiones sobre el fármaco, los pacientes expresaron su agradecimiento por los beneficios aportados y las ventas experimentaron un fuerte incremento.

Otras compañías farmacéuticas, vencidos los escrúpulos del primer momento, comenzaron a usar la droga mezclándola con productos propios con el fin de reducir sus efectos secundarios. Había unas cuantas drogas que nunca se habían puesto a la venta debido a su peligrosidad, y ahora, gracias a la Hexina W, podían sacarse y volverlas a probar una vez hecha la mezcla.

Un caso era el del medicamento contra la artrosis, Arthrigo. El propietario de su patente era la firma Exeter & Stowe, laboratorios ubicados en Cleveland. Su presidente era Alexander W. Stowe, conocido de Celia. Stowe era un antiguo químico y había formado la compañía con un socio, de esto hacía diez años. La compañía continuaba siendo pequeña, pero terna una merecida reputación como productora de productos de alta calidad para ser vendidos con receta médica.

Una vez concedida la autorización de Sanidad, Stowe se presentó en las oficinas de Felding-Roth. Era un hombre que ya había pasado de los cincuenta, de aspecto simpático, que llevaba siempre trajes sin planchar, iba despeinado y parecía distraído, aunque no lo fuera en la realidad. En la entrevista que tuvo con Celia y Vincent Lord dijo:

—Hemos obtenido autorización de Sanidad para mezclar la Hexina W con Arthrigo, experimentalmente, por supuesto. Los dos fármacos obran contra la artritis y estamos muy esperanzados. Os informaremos del resultado de las pruebas.

Eso fue a los seis meses de estar la Hexina W a la venta.

Unas semanas después, Celia y Andrew dieron una fiesta en su casa para celebrar el éxito de Lord. Asistieron Lisa y Bruce.

Celia se había dicho que había llegado la hora de hacer algo personal por Lord y, para que quedara bien claro la estima que tenía ella y la compañía a su trabajo. Y que las antiguas rencillas estaban olvidadas.

La fiesta fue un éxito, Lord apareció más tranquilo y alegre que de costumbre. Su cara alargada y seca se puso roja más de una vez al oír las alabanzas que le prodigaban todos. No cesó de sonreír y conversó con todos los invitados: ejecutivos de Felding-Roth, ilustres ciudadanos de Morristown, gente de Nueva York, y también Martin Peat-Smith, que había venido expresamente para la fiesta, desde Inglaterra.

Esto último agradó y lisonjeó especialmente a Lord, sobre todo al oír el brindis que le dedicó Martin, a petición de Celia.

—La vida de un investigador científico —comenzó Martin— es arriesgada y aventurera. Se pasan años fatigosos, plagados de fracasos, largas horas de desesperación y de soledad. Sólo quien ha vivido esto puede apreciar los sufrimientos de Vincent Lord durante su trabajo para producir la Hexina W. Pero su genio y su paciencia lograron vencer los obstáculos, y hoy celebramos todos su triunfo. Celebración en que yo humildemente participo al brindar por el gran descubrimiento científico.

—¡Qué estilo! —comentó Lisa cuando se hubieron ido todos los invitados—. Si el éxito de la fiesta trasciende al exterior, me juego algo a que volverán a subir las acciones de la compañía.

Lisa tenía casi veintiséis años y hacía cuatro que había acabado los estudios. Ahora trabajaba como analista económica en una firma de banqueros de Wall Street. En otoño esperaba ingresar en la Escuela Mercantil de Wharton.

—Lo que tendrías que hacer —le sugirió Bruce— es aconsejar a tus clientes que adquieran acciones de Felding-Roth, el lunes, y luego, el martes, hacer correr la voz de que el doctor Peat-Smith descubridor del Péptido 7, se ha mostrado optimista respecto a la Hexina W.

—Eso no sería ético —replicó Lisa— ¿o es que a los editores les tiene sin cuidado la ética?

Bruce, en los dos años que hacía que se había licenciado en Williams, había trabajado para un editor neoyorquino que se dedicaba a los libros de texto. Él había trabajado en el sector de historia. Sus planes para el futuro eran ir a París, donde esperaba cursar estudios en La Sorbona.

—La ética nos preocupa más que a vosotros —observó Bruce—. Por eso los editores ganan menos dinero que los banqueros.

—Me gusta teneros en casa —dijo Celia— y ver que no habéis cambiado.

El puesto de presidente de una compañía que funcionaba bien no comportaba menos problemas de gerencia, descubrió Celia. A veces los problemas eran más numerosos que en los tiempos en que la compañía iba escasa de capital. Pero eran problemas diferentes. Y era verdad que la atmósfera que se respiraba era de un optimismo exuberante, que a Celia le subía fácilmente a la cabeza.

Después de la fiesta dada en honor de Lord, Celia pasó unos días muy ocupada con asuntos financieros y de organización que requirieron viajes. De aquí que pasaran tres meses antes de que volviera a hablar con Lord sobre el contrato de la licencia de Hexina W para Exeter & Stowe. Lord se había presentado en su despacho por otra razón y Celia le preguntó:

—¿Qué se sabe de las pruebas de Alex Stowe con la mezcla de Arthrigo y Hexina W?

—Las pruebas clínicas parecen ir bien. El conjunto es esperanzador.

—¿No ha habido informes adversos todavía? A mí no me han mandado ninguno.

—No, no se los he mandado porque carecen de importancia —señaló Lord—. Por lo menos no es nada que concierna directamente a la Hexina W.

Celia, acostumbrada como estaba últimamente a que todo fuera bien no se fijó en el último rodeo de la contestación de Lord. Inmediatamente pasó a otra cosa. Más tarde lo recordaría acongojada y sentiría remordimientos por no haber prestado mayor atención.

Porque Lord, como era habitual en él desde hacía muchos años más de los que Celia le conocía, no había dicho toda la verdad.