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La línea
El sol caía con ganas sobre la fachada de la iglesia en la que Alonso se encontraba apoyado. Sus gafas de sol brillaban como un destello mágico, ocultando unos ojos rojos y unas pronunciadas ojeras. Su afilado rostro y sus pómulos más marcados de lo normal evidenciaban un grado de desnutrición lógico de quien únicamente se alimentaba de bolsas de patatas fritas con sabor a jamón. Llevaba la corbata desahogada, la chaqueta del traje negro abierta y un cigarrillo sin encender en la mano.
Samuel Alonso no era un hombre muy de misas, mucho menos de entierros. En aquél debía estar presente, de hecho debía estar dentro, acompañando a familia y compañeros, pero era incapaz. Total y absolutamente incapaz. No sólo era tristeza, no sólo era melancolía, había algo más rondando su cabeza durante días, durante semanas; un remordimiento que trataba de crecer a pesar de la resistencia que él mantenía, una sensación que no le dejaba descansar, que no le dejaba vivir.
La plaza de la iglesia era grande, con varios bancos que un grupo de chavales utilizaban como porterías, dando pelotazos para allá y para acá. En la calle de enfrente una panadería con las puertas abiertas embriaga la zona con su reconfortante y apetitoso aroma. Los coches pasaban en una y otra dirección, haciendo caso omiso de los peatones que intentaba pasar por el paso de cebra. Las ancianas arrastraban sus carritos de la compra, los jóvenes pasaban enflechados con sus mochilas y sus auriculares sin perder detalle de las pantallas de sus teléfonos móviles, otros en cambio permanecían estáticos, en la puerta del supermercado de al lado de la panadería. Éstos sólo esperaban con resignación y poca fe que les cayera alguna moneda a su cesto. En los pisos superiores una mujer abría una ventana, seguramente para refrescar y airear un poco el ambiente tras la noche, mientras otra colgaba laboriosamente un sin número de bragas y calzoncillos en el tendedero de su balcón.
El sol pegaba, quemaba, pero eso a Alonso no le importaba. Hacía días que no sentía nada. Ni frío ni calor, ni dolor ni placer. Era más espectro que persona. Mientras buscaba en sus bolsillos un mechero que no tenía, y tras proferir una maldición impropia del lugar en el que se encontraba, apareció ella, tan atractiva como siempre. Llevaba el pelo recogido y la misma ropa que cuando la conoció: chaqueta de cuero y jeans.
—Creí que ya no fumabas —dijo Mara.
—Y no lo hago, no tengo fuego —respondió Alonso.
—Estás hecho una pena —convino Mara tras mirarlo de arriba abajo.
—Ya. ¿Y qué esperabas?
—Bueno, te entiendo, pero la vida no se para por esto. Es duro, no digo que no debas pasarlo mal unos días, qué menos… —Mara sonrió— pero lo superarás. Eres un tío fuerte, pragmático, inteligente.
—En momentos como este no tanto —Alonso miró al cigarrillo, luego a Mara, y luego de nuevo al cigarrillo. Al final acabó lanzándolo al suelo con desprecio—. Mierda, Mara, estoy hecho un lío.
La inspectora dio un paso hacia el detective y posó su mano derecha sobre el hombro también derecho de Alonso. Éste seguía sin sentir nada.
—Mira, a lo mejor no es esto lo que quieres oír, pero es mi deber hacerlo: quiero que sepas que no apruebo cómo has llevado todo el asunto de Cristóbal Key —confesó Mara—. No, así no se hacen las cosas y lo sabes.
—¿Lo sé? —Alonso se apartó, levantando las manos, como clamando— ¿Quién sabe nada? ¿Qué es lo correcto, qué lo incorrecto? ¿Qué es justo y qué no? Dime, ¿hay que ceñirse a una serie de papeles, unas normas escritas por cuatro viejos hace no sé cuantos siglos?
—Mejor una justicia que no mil —respondió Mara con tranquilidad—. Si cada uno tuviéramos la libertad de impartir nuestra propia justicia, si todas fuesen igualmente legítimas, el mundo ardería en llamas en dos días. Caería en el caos. ¿No te parece?
—No, no tiene por qué, siempre y cuando haya unos límites morales —Alonso negaba ostensiblemente con la cabeza—. Todos los conocemos, sabemos lo que es malo malísimo, lo que no se debe hacer bajo ninguna circunstancia. Sólo se trataría de no ceder a eso, de no traspasar esa línea…
—Tiene gracia que digas eso cuando es evidentemente que tú has cruzado una línea que puede que no tenga vuelta atrás —terció Mara con gesto adusto— ¿Cómo era la frase esa? Ves la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el tuyo. —Eres demasiado dura conmigo. Key tenía que pagar, de una forma u otra… —Alonso apretó momentáneamente los dientes, con rabia contenida—. Era culpable.
—¿Lo era? —Mara dejó la pregunta en el aire durante unos segundos. Alonso se mordió el labio inferior— ¿De verdad lo era o tú crees que lo era? Probablemente lo era, no te digo que no. Pero, ¿lo era? ¿Acaso tenías pruebas que lo certificaran al cien por cien? Vamos, responde…
El detective no dijo nada, aquellas gafas de sol le protegían como una pantalla de la vergüenza.
—Porque así es como trabajamos aquí, en el Cuerpo, en el mundo legal, en nuestro universo. Así es como yo hago las cosas —a pesar de lo duras que eran sus palabras, el rostro de Mara reflejaba cierto nivel de comprensión—. Reúno pruebas, detengo a los sospechosos y luego son juzgados. ¿Cuántos pasos te has saltado tú?
—Hey, hey, para —Alonso levantó las palmas de sus manos—. Tampoco es mía toda la culpa. Yo no he movido un dedo, yo… sería incapaz. Sólo he hablado, compartido información con otras personas. Palabras, sólo eso. Simples y volátiles palabras. Lo que quiera que le haya pasado a Key no ha sido por mi mano.
—¿Eso te hace sentir mejor? —Mara abrió del todo sus enormes ojos azules. Ahora sí expresaban severidad— ¿Te deja dormir por las noches esa excusa barata?
Alonso hundió la cabeza en los hombros. A continuación negó, suspiró. Se tiró de los pelos. Se encontraba incómodo, incómodo consigo mismo. No sabía dónde meterse aunque en el fondo no quería estar en ningún otro lugar ni en ninguna otra compañía.
—Tú decidiste que era culpable y convenciste a la familia de Juan Herrera de ello —prosiguió Mara—. No eximo de responsabilidad a nadie, pero mucho menos a ti.
—Tampoco hay que sacar las cosas de madre, ¿no? — Alonso comenzó a rascarse la parte de atrás de la cabeza con nerviosismo—. Quizás el tío simplemente se ha larga-do, no sé, se asustó tras lo que le dije en la taberna… Cosa que, por cierto, indicaría que es culpable, y se largó a un país tropical o vete tú a saber dónde.
—El caso es que ha desaparecido, nadie da con él, lo del Murcia World sigue en el aire, y tú estás jodido, muy jodido.
—Nada me relaciona con lo que quiera que le haya pasado a Key —confesó el detective, el cual comenzaba a sentir un par de gotas de sudor que caían por su frente—. No soy idiota, me encargué de cubrirme bien las espaldas.
—No estoy hablando de eso. Al final va a resultar que sí que eres un poco idiota —Mara se quedó simplemente mirando a Alonso, compadeciendo a un hombre deshecho que parecía no haber dormido bien en semanas—. Hablo de lo que tienes en la cabeza, de esos remordimientos que no te dejan avanzar. Hablo de tu conciencia, Alonso. Has dado un paso que no deberías haber dado nunca. Has sido infiel a la justicia al actuar a espaldas de ella. ¿Es que no te das cuenta?
Pues sí, se daba cuenta, algo que le causaba un bochorno que se presentaba en forma de una amarga quemazón en lo más hondo de su pecho, una sensación de agobio, un ahogo del que no se libraba y que iba a peor por las no-ches. Pero no quería admitirlo, al menos no abiertamente. El maldito orgullo no se lo permitía. Sabía que estaba mal, que no era la forma correcta, pero quizá un mal menor traía un bien mayor…
Mara sacó a Alonso de su ensimismamiento con un par de preguntas.
—Dime, ¿cómo se te presenta el futuro ahora? ¿Qué línea vas a seguir?
—Por Dios, Mara, seguiré igual que siempre. Tú lo has dicho, tarde o temprano todo se supera. Volveré a ser el mismo, a hacer las cosas como tengo que hacerlas. Entiendo lo que dices y lo respeto, pero tú también debes comprender cómo soy. Siempre me ha costado ceñirme a unas directrices, pero calculo el daño, veo los pros y contras y actúo —Alonso se quitó al fin las gafas de sol, su demacrado rostro denotaba falta de descanso, de alimento y de paz—. Seré simplemente yo.
—Creo que ser tú no tiene nada de simple —sentenció Mara ante la borrosa mirada del detective.
—Vaya, tiene gracia que tú digas eso, al principio me tomaste por un chulo, un ser —Alonso puso cara de concentración— ¿cómo me llamaste…?
—Primitivo —respondió Mara, que no pudo evitar sonreír a continuación—. Te dije que parecías un ser bastante primitivo. Me alegra haberme equivocado.
El detective regaló una enorme pero fugaz sonrisa. Mara le correspondió con otra sonrisa, cómplice y emotiva. Se quedaron mirándose como si el tiempo se hubiese detenido, como si las agujas del enorme reloj que tenían sobre sus cabezas se hubieran congelado, como si todo hubiera acabado ya para siempre y simplemente se dedicaran a estar el uno frente al otro, contemplándose.
En ese momento doblaron las campanas, las palomas salieron revoloteando. Comenzó a sentirse movimiento desde el interior del templo. El bullicio en paulatino incremento.
—Bueno, creo que ya es hora de despedirnos —dijo Mara, con el rostro algo compungido—. Sólo me queda darte un último consejo, puedes cogerlo o no, eso ya de-pende de ti. Enderézate, trata de hacer lo correcto y no caigas en el lado salvaje. Eres un detective, debes regirte por la ley. Piensa en el niño que encontraste en esa habitación, en la vida que le diste al salvarlo de aquel desalmado. Ahí está la respuesta, todo lo demás sólo son distracciones que te sacan del camino correcto.
Los cansados ojos de Alonso se cubrieron con una fina película acuosa. Fue todo un esfuerzo, pero logró mantener las lágrimas dentro. Dio un paso hacia Mara, la cogió de las manos y tembló.
—Gracias, Mara, muchas gracias por todo —dijo emocionado—. Esto es muy duro. Joder, es muy duro… Me gustaría poder soltarte una frase mágica que hiciera que no desaparecieras de mi vida para siempre, que lograra retenerte aquí a mi lado un rato más… Sólo un poco más.
—Sabes que eso es imposible —respondió Mara, cuyos ojos reflejaban paz y bien—. Venga, deja ya de fantasear, vuelve al mundo real. Corre adentro y acompáñame hasta el fin. Si te lo propones, si lo deseas de verdad, de alguna forma siempre estaré contigo.
Antes de terminar de pronunciar la última palabra Mara ya no estaba allí. Alonso no sostenía nada en sus manos salvo el aire, aire y un dolor intenso que se alojó en sus tripas, una sensación de vacío, de pérdida irremplazable que nada ni nadie conseguirían llenar jamás.
Las puertas de la iglesia se abrieron y comenzó el desfile de uniformes azules de gala. Al fondo, iluminados por la dorada luz que pasaba a través de las vidrieras, un grupo de policías avanzaba por el pasillo portando un ataúd cubierto con una bandera de España.
Más tarde vendrían las salvas, el himno y la sepultura.
Después la soledad.