29

 

 

Honestidad

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hacía un día hermoso, soleado, cálido. La gente aprovechaba la mínima tregua que el invierno les daba para dejar los abrigos, las bufandas y demás ropajes pesados en casa. Podían así verse camisas abiertas, blusas vaporosas, camisetas de manga corta e incluso alguna que otra chica en sandalias, probablemente alguna estudiante o turista nórdica o germana.

Alonso, que salía del despacho del comisario más con-vencido aún de su teoría, se dirigió paseando hacia la plaza del Romea. Frente al teatro, en la puerta de una nueva pastelería llamada Kuss, se encontraba una mujer de unos cuarenta años, bajita pero delgada, morena con el flequillo hasta los ojos (cubiertos en ese momento por unas enormes gafas de sol negras con ribetes blancos). Vestía un llamativo vestido blanco con estrellas rojas estampadas cuya falda no llegaba a las rodillas. Más abajo calzaba zapatos rojos de tacón. Nada más ver al detective hizo una mueca y se quitó las gafas de sol.

—Buenas, Samuel —le dio dos besos— ¿Qué tal?

—Hola, Lucía. Bueno, bien. No es a mí hay quien hay que preguntarle eso… Siento muchísimo lo de tu marido. Cuando me enteré de que era él no me lo podía creer, yo…

—Ex —puntualizó Lucía—. Ex marido.

—Eso, ex marido —corrigió Alonso, que detectó cierta hostilidad en esa mujer que ya esperaba—. Agradezco mucho que hayas accedido a hablar conmigo, más con lo reciente que está todo. En fin, no puedo imaginarme lo que se debe sentir cuando…

—¡Bah! —Lucía pareció espantar una mosca con la mano—. No nos pasemos, hace mucho que Raúl me importaba una mierda.

Los ojos de Alonso quedaron abiertos como platos.

—¿Pasamos? —propuso Lucía—. No debería, pero ya que estamos aquí me apetece tomarme un dulce.

Alonso asintió e hizo un ademán cortés a Lucía para que traspasara primero las puertas de cristal. La pastelería era todo un ejemplo de diseño moderno: líneas rectas, lámparas que parecían sacadas de una galería de arte contemporáneo y dominio del color blanco en paredes, expositores, mesas y sillas que convertían al lugar en algo parecido a la antesala del cielo. Lucía fue hasta la zona de mesas más allá del biombo que separaba la barra con los cientos de ti-pos de pastelitos, magdalenas, tartas y demás dulces. Tomó asiento en una que se encontraba justo tras una de las enormes cristaleras que permitía ver gran parte de la plaza, el teatro y la vida pasar. Alonso, como buen caballero, se sentó a continuación frente a ella. Antes de que pudiera decir una palabra ya tenían ahí a la camarera.

—Yo quiero un Chocolatísimo —pidió Lucía con una sonrisa culpable en los labios.

—¿Y usted, señor? —preguntó la camarera. —Eh, un café solo. Gracias.

Lucía se quedó mirando a Alonso mientras la camarera se alejaba.

—No recordaba que fueras tan soso —dijo Lucía, observando detalladamente al detective—. Además, ¿desde cuándo vistes así? Se ve que la crisis te ha fastidiado a base de bien…

—Olvídate de todo eso, no es el tema aquí.

—Hay muchos temas aquí, Samuel, no sólo el que a ti te interese.

Alonso se quedó mirando unos segundos a Lucía. Sí, aún quedaba algo de electricidad.

—Vale, tú ganas, ¿qué quieres saber? —Alonso se acomodó y se cruzó de brazos. Lucía suspiró, era su momento, ahí iba la artillería.

—Me gustaría saber, por ejemplo, por qué me dejaste sin decir una sola palabra. —ahí vino la primera—. Ni una. No es sólo que no lo hicieras en persona, ni siquiera tuviste el valor de llamarme por teléfono o mandarme un mensaje de texto.

El detective, que creía ir preparado para eso, comenzó a sentir una ácida sensación en su estómago. También gotitas de sudor que comenzaron a perlar su frente. Signos todos que evidenciaban una gran incomodidad.

—Ya, mira Lucía, sé que no vale de mucho ahora, pero he venido aquí, antes que nada, a pedirte disculpas —Alonso se incorporó un poco de su asiento—. Sí, admito que fui un cerdo, no te traté como merecías y lo siento. De verdad, lo siento mucho.

En ese momento llegó la camarera con el café y el Chocolatísimo, un pequeño vaso de tubo que contenía varias capas de mouse de diferentes chocolates.

—No sé si creerte, siempre me has parecido un tío muy listo —Lucía cogió la cucharilla y tomó una pequeña porción de chocolate blanco—. Sabes liar a la gente y llevártela a tu terreno con tus palabritas y tu carita de pena.

—No estoy tratando de llevarte a ningún lado, sólo me estoy disculpando. Ya sabes que aquella época fue muy mala para mí, con el tema de mi separación y tal…

—Claro, la mía fue mucho mejor, ¿verdad? —Lucía soltó la cuchara sobre la mesa—. Sobre todo el momento en que me enseñaste aquellas fotos de mi ex comiéndole las tetas a esa guarra.

El detective no pudo evitar mirar hacia los lados, teme-roso de que alguien hubiera oído aquella frase.

—Bueno, yo sólo hacía mi trabajo. Para eso me contrataste, ¿no? Para saber la verdad. Y normalmente yo traigo la verdad en fotografías.

 

—No me refiero a eso, listillo, te aprovechaste de la situación… —Lucía hizo una pausa, buscaba una palabra— de mi vulnerabilidad. Admítelo.

Alonso negó ostensiblemente con la cabeza y con el dedo.

—No, no, no. Por ahí sí que no paso —el detective miró a diestra y siniestra, únicamente había una pareja más en el local, y se encontraban tres mesas más allá —. Un polvo es algo de dos, un asunto mutuo. En todo caso tú te aprovechaste de mí tanto como yo me aproveché de ti. Por el amor de Dios, Lucía, vivimos en el siglo XXI.

De repente, como por arte de magia, como si una lluvia de brillantes estrellas la hubiera rociado, Lucía cambió de cara y de actitud.

—Llevas razón, Samuel. Ha pasado tiempo, ha llovido bastante desde aquello — dijo ella justo antes de dar otra cucharadita a su Chocolatísimo—. Pero es que ha sido ver-te y ponerme de los nervios…

—Ya, tranquila, le pasa a mucha gente —confesó el detective—. En fin, entiendo que esta es una semana especial-mente dura para ti. Te repito que siento mucho tu pérdida.

—Eso díselo a quien le importe —dijo con total frialdad—. A mí ni me ha afectado para nada su asesinato, bueno sí, miento, me ha afectado para bien. Me alegro de que ese cabrón esté criando malvas.

—¡Dios! Lucía, espero que si viene la policía a interrogarte te muestres un poco más afectada —dijo Alonso, sor-prendido por las duras palabras de Lucía.

—Tranquilo, no soy idiota —una nueva capa de chocolate quedaba a la vista, esta vez negro—. La cosa que más me gustaba de lo nuestro era que contigo siempre podía ser yo misma. Podía ser sincera, totalmente honesta, y es lo que hago ahora. Raúl me jodió y mucho la vida, ya lo sabes, no era buena persona. Ya sé que puede sonar muy salvaje, pero creo que merecía acabar así.

—Bueno, no creo que nadie merezca acabar drogado y con la garganta abierta como un acordeón— terció Alonso.

—Tenemos diferentes puntos de vista en eso.

—Eso está claro —admitió Alonso, quien creía que ya era momento de hacer las preguntas que había ido a hacerle—. Mira, te he llamado porque quiero que me cuentes todo lo que sepas sobre tu ex marido en la actualidad.

—¿Aparte de que está muerto? —preguntó Lucía con ironía, elevando una de sus cejas.

—Vale, error mío —Alonso arqueó las cejas—. Lo que sepas de tu marido hasta que murió.

—Pues no mucho, la verdad. Como te digo, no me interesaba saber nada de él. No iba por ahí preguntando o interesándome en su vida. Le odiaba, le deseaba lo peor… Pero bueno, a veces es inevitable saber cosas. Imagínate, tenemos amigos en común, tanto en la vida real como en Facebook. Una ve cosas… Sé que estaba alquilado en el piso donde fue encontrado muerto, frente al Teatro Circo, y por lo que me comentaba era un picadero en toda regla. El muy cerdo se debió tirar a media Murcia allí. Me han llegado rumores de que no sólo eran mujeres las que entraban con esas intenciones.

—Así que a Raúl le iba la carne y el pescado —sugirió Alonso.

—Y el marisco, la verdura, yo creo que ese nunca le hizo ascos a nada. Menudo asqueroso… —el Chocolatísimo estaba llegando a su fin—. Debió ser la víctima más fácil de la dama sangrienta esa. En plan, «pasa, pasa, aquí tengo el cuello, guapa».

—Puf. Lo cierto es que fue una de las potenciales víctimas con las que fue imposible contactar… —dijo Alonso con cara de circunstancias—. En fin. ¿No puedes decirme nada más? No sé, si salió con alguna tía peligrosa, o la novia de alguien a quien enfadó… Cualquier cosa que no te cuadre.

—No tengo ni la más remota idea —Lucía se encogió de hombros— aunque apuesto a que sí. Raúl era así, iba enfadando a la gente siempre. Pero no sé si entiendo a dónde quieres llegar, es decir, ¿no pillaron ya a la asesina? Está muerta, ¿no?

—Sí, sí. No es por eso —Alonso trató de echar balones fuera—. Yo, bueno, es para completar un informe para la policía. Ya sabes, cosas de burocracia y eso.

—Uhm. Vaya con don importante, trabajando para la policía y todo…

—Asesor, sólo estoy en calidad de asesor. No trabajo para ellos. Soy demasiado indomable para el Cuerpo.

Aquello despertó las primeras risas de la mañana en Lucía.

—Para ése y para cualquier cuerpo, diría yo —terció Lucia entre risas mientras echaba mano de su bolso—. Bueno, Samuel, no ha estado mal verte. Pero creo que tengo que irme ya, mi cuarto de hora de descanso ha pasado, debo volver a la oficina.

—Claro, claro. Ve, yo invito —dijo Alonso, segundos antes de sacar su cartera del bolsillo.

—¡Gracias! Vaya, vaya, Samuel Alonso, tan cortés como de costumbre —Lucía se puso en pie. Alonso hizo lo propio un segundo después—. Siento no haberte sido de más ayuda, deberías entrevistar a las personas que querían a Raúl, no a las que lo aborrecían. Corre y busca a su madre o a la enterada de su hermana y dale el pésame a ellas.

—Puede que lo haga, Lucía —Alonso dejó un billete de diez sobre la mesa—, puede que lo haga.

 

Universo salvaje
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