17

 

                                   

Rasgos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Justo un cuarto de hora después Mara estacionaba en doble fila y hacía sonar un par de veces el claxon frente al edificio donde tenía el despacho la agencia Aloser. Un minuto más tarde bajaba Alonso con el pelo húmedo metiéndose la camisa por el pantalón y ajustándose su elegante abrigo de lana gris con cuello convertible.

Durante los casi cuarenta minutos que duró el viaje en coche, Mara tuvo tiempo de poner a Alonso al día en diversos puntos. La víctima sobreviviente respondía al nombre de Leonardo Riquelme, arquitecto, separado (que no divorciado) de su mujer. Actualmente vivía en su moderna casa construida por él mismo en la costa de Cabo de Palos. Sobre las ocho y media habían recibido un aviso de la Policía Local de Cartagena, alertados por doña Chelo, la empleada del hogar que llamó a emergencias tras encontrar a Leonardo tumbado sobre una mesa hecha trizas debatiéndose entre la vida y la muerte.

Le contó también el malestar en el Cuerpo provocado por la filtración del caso a los medios. Se sospechaba sobre todo de la gente de laboratorio, aunque, por supuesto, eran meras acusaciones sin fundamento ni pruebas. Al menos eso traería algo bueno: la notoriedad que había alcanzaba obligaba a la Administración a poner más hombres en el caso, lo cual se traduciría en un examen más exhaustivo y rápido de todas las víctimas, posibles sospechosos y datos en general. En esas estaban cuando recibieron la llamada de emergencia de Cartagena. Esto podía cambiar el panorama por completo.

Llegaron, dejaron el coche en el parking y acudieron raudos a la UCI, primera planta. El doctor encargado del paciente les dio un parte completo del que se desprendía que había perdido mucha sangre, que su garganta había sido destrozada y que se encontraba sedado, estado en el que permanecería al menos un par de horas más.

Entretanto se decidieron por hablar con doña Chelo, una señora ecuatoriana de unos cincuenta años, uno sesenta de estatura, pelo negro recogido en una cola, cara redonda a juego con el cuerpo. Como poco o nada podían hacer en aquel pasillo optaron por ir a la cafetería, sita en el entresuelo.

Chelo tomó manzanilla, Mara un café doble y Alonso una Fanta de naranja.

—Ya se lo he contado todo a la policía —dijo Chelo con marcado acento sudamericano—. No más entré por la entrada principal, llamé al señor y al no responder fui hasta la parte de atrás y allí que lo vi tendidito sobre los cristales… Todo lleno de sangre. Ahogándose —hizo una pausa, sus manos aún temblaban sujetando el vaso con la infusión—. Qué horrible Dios mío, pobre señor Riquelme…

—Sentimos mucho todo lo que ha pasado —terció Mara con voz tranquilizadora, suave y uniforme—, debe ser una experiencia traumática, lo entendemos, pero debemos pedirle que haga un esfuerzo, por el bien del señor Riquelme.

Chelo asintió justo antes de dar un sorbo a su manzanilla. Por su parte Alonso ya se había bebido medio refresco.

—Llegó hasta la parte de atrás de la casa y vio a Riquelme, ¿no había nadie más con él? —preguntó Mara.

—No, nadie. La puerta de la terraza estaba abierta, el suelo estaba lleno de cristales.

—¿Qué hizo después? —inquirió de nuevo la inspectora.

—Ay, no sé. Todo ocurrió como muy deprisa… —respondió la mujer—. Me acerqué al señor pero estaba pataleando y ahogándose. Yo no sabía qué hacer, estaba muy nerviosa, no soy médico…

—Ya imaginamos… —dijo Alonso, asintiendo a continuación.

—Así que fui a por mi bolso, que lo había dejado en la entrada, busqué el celular y llamé a emergencias —prosiguió relatando Chelo—. Cuando volví a la salita el señor Riquelme estaba sin sentido. Yo estaba muy nerviosa, no sabía que más hacer, y me puse a rezar. Unas palabritas a la Virgencita para que la ambulancia llegara pronto…

—Veamos, aparte de los cristales, ¿recuerda haber visto algo más extraño? No sé, fuera de lugar, algo que indicara que Leonardo había tenido compañía… —continuó Mara.

—Bueno, había cristales, dos tazas rotas en el suelo… y esas fotos —respondió la señora, haciendo un evidente gesto de repulsa— ¿Están diciendo que conocía al asesino?

—No lo sabemos, lo investigaremos —dijo Mara, esbozando una sonrisa de circunstancias—. Analizaremos todo cuanto haya en la escena para dar con el culpable, se lo garantizo.

Doña Chelo parpadeó ostensiblemente, seguramente para evitar derramar las lágrimas que llegaban a sus ojos, y dedicó a Mara algo parecido a una sonrisa. Ésta puso su mano sobre la de ella, permaneciendo así, callados, durante un tiempo indeterminado.

Cuando Leonardo despertó pudo ver una serie de cabecitas borrosas en torno a él. Conforme se iban materializando en doctor, enfermeras y una mujer y un hombre que no conocía de nada tuvo intención de hablar, de preguntar dónde estaba, quiénes eran personas y cómo se encontraba, pero le fue imposible. Un zumbido en sus oídos iba desapareciendo, a la par que las explicaciones del médico se iban haciendo más y más nítidas. Apenas podía moverse, sentía todo como un sueño, esos de los que eres consciente de que sueñas pero de los que te cuesta despertar. Había sido débil, un idiota, un incrédulo, un confiado, y ahora lo estaba pagando caro. La historia de su vida.

—Vamos a ver, señor Riquelme, ¿me oye? —preguntó una señorita alta y delgada, pelo negro recogido y bonitos ojos azules—. Soy la inspectora Mara Suárez y él es el detective Samuel Alonso, de la agencia Aloser, quizás le suene.

Leonardo asintió con dificultad, sí, recordaba a ese tipejo aunque nunca lo había visto en persona.

—Sabemos que está extremadamente débil, en realidad está vivo de milagro, y no podemos ni queremos avasallar-lo a preguntas que ahora son secundarias —dijo Mara con toda la claridad que le fue posible—. Queremos que se centre en su agresor o agresora, ¿puede escribir? —le acercó un bloc de notas y un boli—. Sería de enorme ayuda que nos apuntara todos los rasgos que recuerde de él o ella. Sexo, edad, constitución, pelo, color de ojos, tipo de nariz, labios…, todo lo que recuerde. Por favor, trate de concentrarse, esto es de suma importancia. Es usted la única víctima que ha sobrevivido, es usted la única persona que la ha visto y puedo contarlo.

Al rato vinieron su madre y su hermana. La aflicción que presentaron en un principio fue cambiando cuando les informaron de que el ataque había sido por parte de una bella dama a la que había invitado a tomar café haciendo caso omiso de las advertencias de la policía.

Lucas también hizo acto de presencia unos minutos más tarde. Con su poca gracia y su portátil a cuestas preparó el programa de elaboración de retratos robots con los datos que Leonardo acaba de dar a Mara y Alonso. Tras un par de correcciones, realizadas en un lapso amplio de tiempo dependiendo del estado de la víctima, el ok final dejó una imagen que era casi fiel reflejo de la señorita que había tomado café y cortado su cuello unas horas antes. Tras eso pudo al fin dedicarse a descansar e iniciar una recuperación larga y no poco dolorosa.

—Sabéis que probablemente ese no es su color original de pelo, ¿verdad? — observó Alonso señalando al retrato robot que Lucas y Mara terminaban de pulir en la cafetería—. Me apuesto un huevo a que ese lunar de la mejilla también es de pega.

—Cierra la boca, señor obvio —dijo Lucas con su habitual mala leche—. La imagen irá en blanco y negro y con variaciones… Se nota que no tienes ni idea.

—Bueno, estoy aquí para ayudar, señor mala sangre, y creo que es mi deber hacer estas observaciones —respondió Alonso, sentándose con sumo cuidado en la silla que quedaba libre.

—Tu deber es estar calladito y hablar cuando se te pregunte, si es que alguien te pregunta ¿estamos? —el ceño de Lucas no podía estar más fruncido. Alonso no estaba por la labor de seguir tales directrices.

—Me parece que confundes conceptos, ni soy sospechoso ni mucho menos un detenido, no tengo derecho a guardar silencio ni nada por el estilo —el tono de Alonso iba también en claro in crescendo—. Vamos, que hablaré cuando que me salga de los…

—¡Vale! ¡Ya está, se acabó! —intercedió una vez más Mara, que ya se venía oliendo la tostada desde la primera palabra del detective— ¿Siempre que estéis juntos voy a tener que aguantar esto? Porque ni es de ayuda ni es agra-dable. Parecéis dos mocosos en un patio de colegio. Dios.

Un tenso silencio vino precedido por un par de pro-fundos suspiros de pesadumbre. El retrato robot ya estaba prácticamente listo para empezar a circular.

—Bien, enviaremos esto a comisaría, que lo pasen por las bases de datos a ver si hay suerte. Luego valoraremos el protocolo de actuación —convino Mara—. Bueno, Alonso, ¿alguna recomendación?

Lucas bufó y echó una mirada de asesino al detective privado.

—Pues ya que lo que preguntas, sí, tengo un par —más que a Mara, Alonso hablaba en dirección a Lucas—. Si fuera yo pondría esa imagen hasta en la sopa.

—Pufff, Dios santo —exclamó Lucas, desairado—. Claro, pongámoslo hasta en la sopa, en los cartones de le-che, ¿eh? Así tendremos doscientas llamadas por hora de gente que creerá haber visto a la asesina pero en realidad no. O de gente incriminando a la vecina que no le cae bien o no le hace ni caso.

—Doscientas opciones siempre son mejores que ninguna —dijo Alonso con tono sosegado—. La noticia ya ha saltado, ¿no?, ya está en las noticias, en los medios, en el boca a boca. Pues habrá que aprovecharlo. Dadle este retrato a los medios y que la cosa rule. Nunca se sabe quién puede conocer a quién o quién puede haber visto a quién.

—Ok, se tendrá en cuenta —dijo Mara, a la cual no le sonaba nada mal aquello, de hecho pensaba de forma similar—. Lucas, la escena es tuya, ve a Cabo de Palos y coordínate con los de la científica. A ver si esta vez tenemos suerte y hallamos alguna prueba, puede que ADN. Revisa las tazas.

—Sí, jefa —Lucas asintió—, lo que digas. —Nosotros dos nos daremos una vuelta por la zona y preguntaremos a los vecinos por si vieron algo interesan-te —dijo en dirección a Alonso—. No es una zona muy poblada en invierno y además era bastante temprano, pero por intentarlo que no quede. También comprobaremos la cámara de la DGT en la entrada de La Manga. No creo que hubiera mucho tráfico entre las 8:20 - 8:30.

—Si es que no sigue allí escondida —señaló Alonso—. Yo lo haría si estuviera en su pellejo. Esperaría unas horas en algún agujero y luego saldría tranquilamente cuando el camino estuviera despejado.

—Tú es que eres muy listo —dijo Lucas con ironía. —Gracias, me lo dicen mucho.

—Llevas razón, habrá que poner controles a la salida de La Manga durante todo el día. Si esa mujer sigue allí lo va a lamentar —terció Mara, cuya mirada hacía chiribitas.

—La vamos a pillar —dijo Alonso medio para sí. —Ya lo creo, la vamos a pillar —repitió Lucas cerrando el portátil— y no será gracias a ti.

Universo salvaje
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