13
Princesa
Quedaron en la cafetería-confitería (o cafetería & brunch, como rezaba su cartel) Maite de la Plaza Circular. Tomaron asiento y Mara pidió un café solo, Alonso un manchado. A través de las enormes cristaleras de la coqueta cafetería podían ver el ir y venir de gentes de toda clase y condición, las prisas y las no prisas de la ciudad, el tráfico y el tranvía parando casi enfrente. Una anaranjada luz que bañaba el lugar dando una sensación cálida y agra-dable indicaba que al día le quedaban ya poco más de un par de horas.
—¿A qué horas dices que viene este tío? —inquirió Alonso mientras soplaba a su manchado.
—Pues no debe tardar mucho —respondió Mara, que no dejaba de repasar con la mirada el nuevo atuendo de Alonso—. Perdona pero tengo que preguntártelo: esa indumentaria que llevas es por algo especial, ¿verdad? Estás en alguna de tus misiones súper importantes y súper secretas, ¿eh? Porque menudo cambio, chico, y lo cierto es que no creo que seas un tío muy deportista.
—Ja y ja. ¿Sabes? Para pasar tanto de mí como dices te fijas bastante en este cuerpo serrano… —Alonso guiñó su ojo derecho.
—No te dispares, Romeo, un día de traje y al siguiente chándal, no hace falta fijarse mucho para percatarse…
—Pues sí, estoy siguiendo a un hombre, un desgraciado en cuya empresa creen que está fingiendo su baja —Alonso dio un pequeño trago de su café— pero de momento no he tenido mucha suerte. Todo parece en regla, salvo que el tipo tiene unos hobbies de lo más raritos.
Alonso levantó la mano y llamó a la camarera. Cuando ésta se personó le pidió otro café, esta vez solo, aduciendo que el café era lo único que lo mantenía activo a media tarde.
—Bueno, refréscame la memoria, ¿qué sabemos de este tío?
Mara apuró su café solo y dejó la taza sobre el platillo. Con el tintineó dio comienzo su alocución.
—Pues se llama Cristóbal Key, tiene cuarenta y cuatro años y trabaja para una constructora. Ah, tiene ascendencia inglesa, si recuerdas… —informaba Mara mientras Alonso asentía—. Según tu informe tuvo un affair con una compañera de trabajo diez años más joven que él.
—Sí, la mujer, ¿Estela se llamaba? —Mara asintió instantáneamente—. Sospechaba de aquella muchacha desde el principio. Fue un caso rápido y fácil.
—Pues eso. Como te dije por teléfono, tras tu investigación la mujer abandonó al marido, se despidió del trabajo y nunca más se supo de ella…
—Ahí lo llevas —Alonso tenía su nuevo café sobre la mesa—. Que un rayo me fulmine ahora mismo si esa tía no tiene madera de sospechosa.
—Ten cuidado con lo que deseas —apuntó Mara esbozando una sonrisa—. Te digo por experiencia que, a veces, la persona más evidente no tiene por qué ser la culpable. Aunque todo apunte en una dirección, de repente, la flecha luminosa cambia y comienza a apuntar a otro lado. Además, si la mujer de Cristóbal es la asesina, ¿por qué sigue el marido vivo?
—¿Ehm? Pues está claro, el asesinato del marido sería el último, el que pusiera colofón a la fiesta, broche de oro a su obra magna y todo eso. Este tipo de pirados quieren mandar un mensaje, ¿no? Aquí está bien clarito: no le pon-gas los cuernos a tu mujer o si no te pasarán cosas muy malitas —Alonso hizo la señal de cortar el cuello con su dedo índice—. Yo si fuera Cristóbal estaría acojonado.
—Vale, ¿y en qué te basas para decir todo eso? —preguntó Mara, cada vez más interesada en las teorías del detective—. Y por favor, no me digas que en el cine y la literatura.
—En el cine y la literatura. ¿Por qué no? —Alonso elevó las palmas de sus manos—. Piénsalo bien, ¿qué son el cine y la literatura sino un reflejo de la naturaleza humana? Está bien, muchas veces los autores se toman ciertas licencias, exageran las cosas o las modifican para que todo cuadre como Dios manda, pero todo está inspirado en algo real, o al menos en algo posible.
—Sí, aquello de que la realidad supera la ficción, ¿no?
—Exacto —concedió Alonso señalándola con el dedo—. Tú has debido de ver y tragar mucha basura en tu trabajo. Esto quizás sea lo más gordo pero fijo que si juntamos todas esas pequeñas cosas de otros casos nos quedaría un libro o una película bastante potable, y en algún momento el lector o el espectador diría: «eso no puede ser». Y en realidad sí que pasó. Pues esto igual, parece mentira, improbable, hasta que sucede y ¡pum!, nos estalla en las narices.
—Vale, me rindo, es una teoría interesante —Mara hizo el signo de las comillas con sus dedos—, incluso intrigante, aunque la inmensa mayoría de las veces la realidad sólo es una cosa: aburrida.
El detective se quedó unos instantes en stand by, observando a la inspectora o quizás al infinito con cara de bobalicón. Por su cabeza pasaba tanta información, tantas teorías y tantos recuerdos y fantasías que, en ocasiones, no podía evitar que el tráfico se atascara y lo dejaran atontado.
Un golpe de platos tras la barra le devolvió al presente, a la cafetería, a lo que estaba.
—Así que fue por eso por lo que te hiciste poli… — soltó el detective de pronto.
—¿De qué hablas? —preguntó Mara, descolocada. —La vida se te hacía tediosa y querías ponerle emoción, intriga.
—Sí, hombre, tú que sabrás… —Mara comenzó a jugar con la cucharilla del café, trazando líneas en el fondo de la taza con los granitos del poso.
—No mucho, pero tiene fácil solución —Alonso se dejó caer en el respaldo de su silla y se cruzó de brazos—, cuéntamelo.
—Bueno, tú lo has dicho, eso sería demasiado fácil… —Mara extendió las palmas de sus manos— ¿Por qué no hacemos una cosa? Vamos a poner a prueba tu capacidad de deducción, señor Holmes. Vamos, adelante, dime todo lo que creas que sabes de mí.
Alonso puso morritos, asintió en silencio durante unos instantes y dio una sonora palmada antes de comenzar.
—Vale, tú lo has querido. Puede ser divertido… — el detective dio otra suave palmada—. Erase una vez una princesa que vivía en el alto de una lujosa torre de una gran ciudad, uhm, si tuviera que adivinarlo diría que de Madrid por la característica forma de pronunciar las «des» finales, pero puede que me equivoque. Dicha princesa tenía todo cuanto podía desear, era hija única, el ojito derecho de padres y abuelos, la última nieta quizás. Vino casi de casualidad, cuando ya nadie la esperaba. Lo que se dice un regalo del cielo. Aquella princesita era el milagro que ya nadie creía: lista, mona, encantadora. Pero también encerraba un fuerte carácter y una determinación y convicción arraigadas que la hacían poseedora de la verdad absoluta, de la razón, lo cual la convirtió con los años en la replicona. De consentida a replicona. Su fuerte carácter y evidente atractivo le hicieron pasar por colegio e instituto como una de las chicas más populares, a pesar de que sacara en todo sobresaliente. Cuando acabó el bachillerato se metió en la academia de policía mientras, paralelamente estudiaba Criminología, ¿por qué? Evidente: su padre era policía, aunque para aquel entonces estaba jubilado. Después, y a pesar de que su padre trató de procurarle un buen puesto en la capital, fue enviada a una ciudad del sur del país a hacer méritos.
Mara, que había escuchado todo el monólogo con suma atención, se había quedado con un indescifrable rostro a medio camino entre la estupefacción y el asombro. Su pequeño rostro estaba rojo como un tomate cherry. Alonso parecía un niño ávido de recibir su caramelo.
—Venga, dime, ¿he acertado en algo? —preguntó Alonso, cuyos ojos parecían querer salirse de sus órbitas—. Porfa, no te hagas de rogar.
—Sí, soy de Madrid, y sí, mi padre fue policía nacional—admitió.
—¡Lo sabía! —interrumpió entusiasmado el detective. —¿Puedo continuar?
—Por favor.
—Decía que soy madrileña e hija de policía, pero no soy hija única. En realidad tuve una hermana mayor que nunca llegué a conocer ya que de niña murió mucho antes de que yo naciera… —la voz de Mara pareció quebrarse en aquel punto—. Leucemia.
—Lo siento mucho, Mara. Yo también perdí a mi hermano, hace un tiempo. No quería… —comenzó a decir Alonso con arrepentido semblante.
—No, no pasa nada. Yo también lo siento. Crecí como hija única, eso es cierto, pero nos instalamos en Murcia cuando yo tenía quince años, por traslado de mi padre. Quería la jubilación anticipada y llegó a un arreglo. Lo que pasó fue que nos gustó mucho esto, la tranquilidad que tenéis aquí, la gente… Mis padres se compraron un piso en Mazarrón y yo ya me quedé a hacer carrera aquí. Así que sí, has acertado bastante, supongo que no se te da mal esto.
—Me alegro porque lo de poner copas y servir mesas no me gusta un pelo —reconoció.
Samuel Alonso sonrió satisfecho, orgulloso pero magnánimo. En el rostro de Mara detectó un cambió, frunció el ceño y sus ojos siguieron una trayectoria. Aclaró su garganta y se puso de pie. Cristóbal Key había llegado. Tras llamar su atención y presentarse como es debido, el recién llegado se unió a la mesita, pidió un botellín de agua natural y se quitó el abrigo tres cuartos negro. Cristóbal era un tipo alto y con porte distinguido. Su pelo, abundante y peinado hacia atrás con gomina, era de color gris ceniza. Su rostro, pulcramente afeitado, era anguloso y rosado, sus ojos grandes y azules, vívidos, siempre en movimiento. Vestía un elegante traje azul entallado con una llamativa camisa rosa. Parecía un gentleman sacado de algún catálogo de Dolce & Gabbana, el clásico tío que atrae todas las miradas cuando entra a un sitio. Ese era Cristóbal Key.
—Vamos a ver señor Key, antes de nada quisiera agradecer su deferencia para hablar hoy, estoy al tanto de que no dispone de demasiado tiempo —dijo Mara ante el asentimiento de Cristóbal—. Ya le expliqué la situación por teléfono y le rogaría que no compartiera esta información con nadie. Este es un asunto de extrema seriedad. ¿Lo comprende?
—Me hago cargo —respondió mientras se atusaba el pelo—. Tírele.
—Bien —prosiguió la inspectora—. Hemos estado analizando a los probables objetivos y de entre todos nos ha llamado la atención su situación. Usted no lo sabe, pero el caballero que tiene al lado es un detective privado al que contrató su ex mujer para que le investigara —Cristóbal miró de reojo a Alonso, que se debatía entre hacer algún chiste con el que quizás suavizar la situación o permanecer callado. Felizmente optó por la segunda opción—. Los in-formes de dicho detective, o sea, su infidelidad, llevaron a su ex mujer a abandonarle. ¿Es esto correcto?
—Sí. Lo es —respondió lacónico.
—Ya… ¿puede darnos algún dato concreto? No sé… ¿sabe a dónde fue, si se ha vuelto a casar o cuál es su actual dirección?
—Verá, llevaba razón antes. No dispongo de mucho tiempo y el poco tiempo del que dispongo no es para hablar con la policía sobre banalidades de mi vida privada.
—Bueno, pero estamos aquí y le pedimos por favor que nos cuente cuanto sepa —dijo Mara, endureciendo el tono—. Haga el esfuerzo.
—Buf —Cristóbal bufó y empezó a mover las manos—. Conoció a un tío, vaya usted a saber dónde, y se fue a la Polinesia francesa con él. Hace casi tres años que no sé nada sobre ella. Y ni quiero.
—Simplemente se largó —añadió Alonso.
—Sí —certificó Cristóbal con serio semblante— Au revoir.
—Ya… Dígame, ¿cómo sabe que se fue específicamente a la Polinesia francesa? —preguntó Alonso—. Es un sitio raro de cojones para irse.
—Me lo dijo por email —contestó tranquilamente—. Yo seré un cabrón infiel, pero ella no tuvo lo que hay que tener para dejarme mirándome a la cara. Me envió un email y a correr.
—Vale… ya veo que ha pasado página —indicó Mara sin dejar de observar a Key—. Qué puede contarnos de ella, ¿tenía familia, amigos, trabajo?
—Pues era huérfana, tuvo una familia de acogida, o varias, no recuerdo muy bien, y al final se quedó con una pareja de viejos que bien podrían ser sus abuelos más que sus padres —respondió con tono de desprecio—. Estela era una persona reservada, seria, no salía mucho… Al principio, cuando empezamos a quedar, no era tan sosa, pero con el paso de los años se fue agriando más y más. Se volvió bastante antisocial. Y respecto al trabajo… ehm, cuando la conocí trabajaba en el comedor de un colegio, ya saben, cuidando que las fieras se comieran la comida y no se la lanzaran los unos a los otros. Cuando nos casamos lo dejó, no lo necesitaba con mi sueldo.
—Cuéntenos algo más sobre su carácter, dice que se agrió con los años… uhm —Mara hizo una pausa, llevó sus ojos al techo para luego volver a proyectarlos sobre los del señor Key— ¿Cuáles eran sus inquietudes? Ocio, aficiones…
—¿En serio? Hay que joderse —dijo Cristóbal en tono molesto, esbozando una mueca—. Pueeees le gustaba la cocina, dar largos paseos a la orilla de la playa y los atardeceres en invierno. Yo qué sé —Cristóbal no puedo evitar reír— ¿A qué viene tanta preguntita? ¿Es que es sospechosa?
—No lo sabemos —respondió Mara tras soltar un largo suspiro y dedicarle una seria mirada—. Ahora mismo todas las esposas son potencialmente sospechosas, o no. No sé si me explico… Estamos recabando información sobre ellas, eso es todo. De ahí la importancia de que se tome esto en serio…
—Ya, pues no sé qué decir —el hombre comenzó a rascarse la nuca—. Es difícil imaginarla como una asesina… aunque también es difícil imaginársela tumbada en una toalla en una isla del Pacífico y sorbiendo una pajita en un puto coco.
—¿Y cómo era en la cama? —irrumpió Alonso con su clásica falta de tacto.
—¿Perdona? —Cristóbal tensó su espalda, dando un pequeño respingo en su silla.
—Bueno, no hay forma suave de decir esto —Alonso carraspeó—. Está claro que si le puso la cornamenta sería por algo… Aparte de ser un cabrón infiel, como usted mismo ha dicho, imagino que su situación hogareña no era precisamente el paraíso.
Las orejas y nariz de Cristóbal se encendieron al rojo, sus ojos se abrieron al máximo. Justo en el momento en que parecía que iba a pegarle un puñetazo a la mesa, o quizás a Alonso, se echó a reír a carcajada limpia.
—Creo que ya he tenido bastante. Ya avisé de que no disponía de tiempo para gilipolleces —comenzó a decir mientras se ponía en pie—. Mucha suerte con el caso, inspectora, parece que la va a necesitar con este payaso al lado.
—Por favor, señor Key, discúlpele, necesitamos… — Mara se levantó también y fue detrás de él—. Espere.
—Déjalo Mara, ya tenemos lo que queríamos —dijo Alonso en tono tranquilo, desde su sitio, viendo como Cristóbal traspasaba las puertas automáticas y se iba acera arriba—. Creo que tenemos bastante chicha para empezar. Hogares de acogida, marido dominante… Yo de ti marcaría en rojo a esta pareja, tiene bastantes opciones de ser nuestro premio gordo.
Mara volvió a la mesa con cara de perro. Recogió su chaqueta de cuero del respaldo de la silla y dirigió una fulminante mirada de reproche a Alonso.
—Vale, si hay algo en lo que considere que puedas ser de ayuda, cosa que ahora mismo dudo, te llamaré —le dijo antes de encaminar su paso hacia la salida.
—Pero… ¿no voy contigo? —preguntó Alonso haciendo ademán de levantarse.
—No, quédate aquí y tómate otro café. O vete a casa dormir la mona. O haz lo que te salga de las narices —Mara se detuvo un instante, giró la cabeza—. Por cierto, no olvides pagar la cuenta antes de irte.