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Opiniones
Metro ochenta incluyendo taconazos, esbelta figura, ceñido vestido negro corto con generoso escote. Lacio cabello rubio hasta los hombros, flequillo liso hasta los ojos, unos ojos grandes y sensuales, de gata, un rostro afilado, maquilladísimo, labios explosivos. Respondía por el nombre de Verónica. Esa era la chica que entraba en la habitación del hotel AC en la que se encontraban Mara y Alonso.
—No me has dicho nada de esto por teléfono —dijo la chica en tono uniforme cerrando la puerta tras de sí—. Tendrás que pagar más si quieres un trío.
—Y lo pagaría gustoso, créeme —respondió Alonso dándole un buen repaso con la mirada— pero me temo que estamos aquí por otros menesteres.
—Vamos, siéntate en la cama. Despacio. No se te ocurra armar un escándalo — indicó Mara tras sacar de su bolsillo su reluciente placa de policía.
Verónica dudó unos instantes, vaciló, trató de decir algo pero finalmente obedeció murmurando una frase entre dientes.
—No entiendo.
La chica sacó un cigarrillo y un mechero de su bolso, se llevó lo primero a la boca y lo encendió con lo segundo.
—Tranquila, ahora comprenderás —dijo Mara dando un paso adelante— ¿Qué has hecho esta tarde entre las cuatro y las seis?
—Puessss, estaba en clase, en la uni. En la facultad de Veterinaria —respondió con cierto titubeo.
—¿Puede confirmarlo alguien? —inquirió la inspectora.
—Claro, era una clase práctica de asistencia obligatoria. Puedes llamar a la profesora o a cualquiera de mis compa-ñeros, ellos te dirán.
Sí, tal y como pensaban, no iba a ser tan fácil.
—Está bien, lo haremos. Por el momento toma, echa un ojo a estas fotos.
Mara se acercó hasta ella y le dio su teléfono.
—Mmmm —la chica apenas se inmutó al ver las fotos de Arnelio degollado como una res. Dio una gran calada a su cigarrillo— ¿Qué es eso?
—Eso es Arnelio Rojas, profesor de Conocimiento del Medio de un colegio de aquí al lado —respondió Mara con firmeza— ¿Le conoces?
—Así a simple vista diría que no— Verónica dejó el teléfono sobre la cama— ¿Por qué? ¿No me digas que debería?
—Puede, llevaba escrito tu número de teléfono en el brazo.
Con un suave desliz de su dedo sobre la pantalla del smartphone la foto cambió de general a detalle.
—¿Mi número?
—Tu número.
—Je. ¿El número al que este tío me ha llamado? —preguntó señalando a Alonso.
—El mismo.
—Ese no es mi número personal, ehm, agente.
—Inspectora —el tono de Mara adquiría gravedad—. Explícate.
—Digamos que es mi número profesional, usado exclusivamente para el trabajo —explicó la chica— y no por mí sola.
—¿Cómo es eso? —preguntó Mara enarcando ligera-mente la ceja izquierda.
—Comparto piso de estudiantes con una chica, Charlotte es su nombre de guerra, aunque en realidad se llama María José. Ambas nos dedicamos a este… uh, negocio; nos ayuda en nuestros gastos, pagar las facturas, comprarnos nuestros caprichos. A esa hora de la tarde yo estaba en clase, pero ella estaría en casa. Así que lo más lógico es que ella cogiera el teléfono y quedara con ese Arnelio… Ya más no les puedo ayudar.
—Tienes pinta de ser una tía inteligente, Verónica. En cambio parece que no te enteras de la gravedad del asunto —dijo Alonso, que acaba de batir su récord de tiempo sin decir nada—. Tu amiga puede ser la asesina de Arnelio Rojas, y no sólo de él…
—Bobadas —dijo Verónica desairada—. Se nota que no la conocéis de nada. Mariajo, o sea, Charlotte, es una tía genial, la conozco desde hace un par de años y nunca, nunca mataría ni a un mosquito. A no ser, claro está, que se viera obligada a ello si éste se propasara o la amenazara.
—No es el caso —negó Mara con la cabeza—. Aquí estamos hablando de una mente criminal, una psicópata, ¿entiendes? Y perfectamente puede tener apariencia normal en el día a día y luego ser una letal asesina.
Verónica negaba ostensiblemente con la cabeza. Su cigarrillo estaba a punto de extinguirse cuando descubrió que no había ceniceros en aquella habitación. Habitación de no fumadores, claro. Fue justo en aquel momento cuando el detective, que no paraba de darle vueltas a la cabeza en busca de opciones, se quedó inmóvil, obnubilado y con la boca abierta. Aquel estado apenas le duró unos segundos, tras los que dio un salto y profirió una blasfemia que debió de oírse en toda la planta.
—Creo que no hemos contemplado otra posibilidad —aseveró Alonso, sobrexcitado. Unas incipientes gotas de sudor comenzaban a perlar su frente— ¿Y si Charlotte, o como se llame, fue al colegio con Arnelio, pero a éste le estaba siguiendo la pista la verdadera asesina? Es decir, entran en el colegio con total normalidad puesto que no había ni Dios a esas horas, cierran la puerta de entrada y entran en el edificio. Saltar la valla de un colegio es tan fácil como robarle un caramelo a un niño. Lo único que tuvo que hacer la asesina fue seguirlos con prudencia hasta la fatídica aula.
—No se sostiene —dijo Mara meneando todo su cuerpo en sentido de negación—. En el aula no hay pruebas de que hayan matado a nadie más. Si estás diciendo lo que creo que estás diciendo, nos faltaría un cuerpo en el aula…
—Dios mío —profirió Verónica cuando comprendió lo que los investigadores estaban conjeturando.
—Tranquila, Verónica —Mara se acercó hasta la cama y posó su mano sobre el hombro de la chica —, esto son sólo opciones, opciones que no tienen muchos visos de realidad, por cierto.
—Pero piensa que esto son asesinatos casi rituales — prosiguió Alonso—. La asesina tiene su escena diseñada a la perfección y no quiere salirse de ella.
—Pero la presencia de una persona más lo complica todo muchísimo —Mara se encontraba concentrada, revisando todas las opciones—. Ya no son dos personas en una habitación, una copita con droga y hala, al matadero. No había signos de lucha en el cuerpo de Arnelio. Todo indica que su muerte ocurrió exactamente como las demás, cosa que sería imposible con otra persona más en el lugar.
—Qué tal esto —Alonso abrió hasta el máximo sus ojos y señaló con el dedo a Mara—. La asesina tiene vigilado a Arnelio. Le sigue hasta el colegio. Sabe de buena tinta que utiliza ese lugar para sus cochinadas; recordemos que la asesina está bien preparada, lleva meses o puede que más con este plan, conoce todos los hábitos de sus víctimas, sus movimientos, sus rutinas… Arnelio, por supuesto, llega antes que Charlotte al colegio y la espera en la puerta. La asesina sólo tiene que adelantarse a Charlotte y hacerse pasar por ella. Sale de su coche, llega hasta Arnelio y ya está. Él no ha visto foto alguna de la escort, sólo ve que es una mujer de buen ver, sexualmente apetecible, y entran en el colegio. Cierra la puerta tras de sí (recordemos también que la limpiadora dijo que abrió todas las puertas con llave excepto la del aula en la que se encontraba el cadáver) y ya está. En algún momento, minutos después, aparecería la auténtica Charlotte, esperaría un ratillo fuera, puede que incluso llamara al cliente, que estaba bastante ocupado ya en aquellos momentos, y cuando comprendió que no ven-dría se fue.
Tras la parrafada de Alonso Mara y Verónica se quedaron muy calladas durante unos instantes, asimilando la cascada de información, sopesando la verosimilitud de lo que acaba de salir por la boca de aquel tipo.
—Vale, me cuadra bastante —dijo al fin Mara—. Debemos comprobarlo a la de ya. Verónica, ¿puedes llamar a tu compañera? Así saldremos de toda duda.
—Por supuesto, ahora mismo.
La escort agarró el bolso y cogió su teléfono móvil. Buscó en la agenda a María José y pulsó «llamar». Los diez segundos durante los que estuvieron sonando los tonos de llamada fueron de los más largos de su vida. Alonso y Mara no estaban más tranquilos, deambulaban por la habitación llevándose las manos a la boca, a la nuca, a los cabellos, un manojo de nervios justificado. Por nada del mundo querían un nuevo cadáver en la ciudad.
—¿Mariajo? —dijo Verónica con el ceño fruncido y la boca hasta el suelo.
—¿Es ella? —preguntó Alonso, ansioso.
—¿Dónde estás, tía? —silencio—. ¡Ah!, serás zorra. Estaba preocupada por ti. Dios santo, no veas la historia en la que estamos metidas sin comerlo ni beberlo… ¿Tenías cliente esta tarde? —silencio nuevamente—. Sí… ajá… mmm… bueno, luego nos vemos, ¿ok? Un beso.
—Por el amor de Dios, ¡habla! —expresó Alonso con la manos en alto.
—Has dado casi en el clavo —informó Verónica.
—¿Cómo de casi?
—Pues sí que la llamó un tío, que se hacía llamar Pepe, y que quedó con ella en la puerta de un colegio. Hasta ahí bien. El caso es que cuando Mariajo estaba casi llegando al sitio, recibió una nueva llamada del tío diciéndole que anulaba la cita, que le había surgido una reunión de última hora en el trabajo y que ya la llamaría otro día, con lo cual Mariajo dio media vuelta y se fue a la biblioteca a estudiar. Ha pasado allí toda la tarde, por eso no la vi al volver a casa.
—Así que nuestro socio encontró algo mejor y canceló la cita… —dijo Alonso, haciendo cábalas—. El muy imbécil se pensó que había ligado, que aquel polvo le iba a salir gratis… que el mundo es tan maravilloso como para que se te acerque una bella mujer desconocida y te desee como nunca nadie te ha deseado en tu vida. Hay que ver que idiotas somos los hombres a veces.
—Te sobra lo de «a veces» en esa frase —dijo Verónica, poniéndose en pie.
Alonso resopló, un resoplido más de pesadumbre que de alivio, aunque ciertamente se hallaba inmerso en ambos estados. Minutos después Mara haría unas llamadas, mandaría a unos agentes a la Universidad y comprobarían las coartadas de Verónica y la tal Mariajo o Charlotte. Todo en regla, tal y como les había contado la escort, así que volvían a la casilla de salida. No tenían nada de lo que seguir tirando. No había pruebas físicas, ni circunstanciales, nadie había visto nada, ni oído nada, todo era normal y corriente, cotidiano, nada se salía de madre, al menos para el mundo en general; si bien el microcosmos de Alonso y Mara, y sobre todo el de las familias de los asesinados, se hundía inexorablemente en la incertidumbre del caos y el cambio.
Ya no tenían nada más que hacer en aquella habitación de hotel, ya no precisaban los servicios de la profesional. Mara la estaba despidiendo, avisándole de que mantuviera los ojos bien abiertos y dándole una de sus tarjetas por si se viera en algún tipo de apuro, cuando Alonso las interrumpió con una de sus clásicas salidas por la tangente.
—¿Sabéis? Con todo respeto, cuantas más cosas sé sobre la vida menos la entiendo. Una chica tan guapa, ele gante y sofisticada como tú, universitaria. Una belleza con cerebro… ¿Por qué haces esto? Y por favor, no me digas que por dinero.
—Vale, entonces no te lo digo. Alonso dio una palmada.
—¡Vamos! Debe de haber algo más, hay muchas formas de gana dinero… ya sé que ahora la cosa apesta, pero siempre hay otra opción, un resquicio en alguna parte. Mírate, esto es denigrante, descorazonador, incluso peligroso.
—Qué mono, el caballero español —Verónica giró el pomo de la puerta y la abrió—. No estés triste, yo hago esto porque quiero. Es más, me gusta. ¿No has barajado esa opción? Que al noventa y nueve por ciento de la gente le parezca algo denigrante no lo convierte en denigrante. Eso es sólo una opinión, la mía es diferente. Sólo eso.