CAPÍTULO XX
UN débil rayo de luz que se filtraba por una rendija de la trampa, mostró a Pete Rice que él y sus comisarios habían sido precipitados desde una altura de dieciocho o veinte pies. Pete había chocado con la cabeza contra el piso de adobes cubierto solamente por una delgada capa de paja.
Oyó que alguien roncaba musicalmente unos cuantos pasos más allá.
El durmiente estaba fuera del rayo de luz. Pero no podía ser otro que Teeny Butler. El perfecto sistema nervioso de Teeny le permitía dormitar en cuanto se presentaba la menor ocasión.
—¿Es usted, Cuthbert? —preguntó Pete.
—¡Ah! ¿Despertó usted ya, Rice? Sus comisarios estaban muy preocupados por usted, pero, finalmente, le dejaron dormir.
—¿Te sientes bien, patrón? —preguntó “Miserias”, ansiosamente.
—Bastante bien —contestó Pete—. La cabeza me duele como si me la hubiesen atravesado de oreja a oreja. Pero, fuera de eso, no me siento mal. He pasado cuartos de hora mucho peores otras veces. Creíamos que se había ahogado usted, Cuthbert.
—Eso me estaba diciendo su comisario —contestó el inglés—. Pero todavía conservo un hilillo de vida. Lo de la caída al río fue una treta de ese maldito Duval. Me invitó a su casa... y ya ve usted el modo que tuvo de obsequiarme. Bien es verdad que no estoy muy adecuadamente vestido para una reunión.
Se arrastró hasta colocarse bajo el rayo de luz, y Pete vio que iba sólo cubierto con sus ropas interiores. Pero no por eso se borraba la sonrisa de su agradable rostro.
—Vine a Arizona por sus aires y los estoy tomando a satisfacción —rió el inglés.
—¿Cree usted que Duval llegó a sospechar que sabía usted algo? —preguntó Pete.
—Eso me figuro —contestó Cuthbert—. Soy, como usted sabe, un amateur del detectivismo.
“Duval dejó un día escapar en su conversación el detalle de que había vivido en Montana. Yo ya sospechaba algo de él por entonces, y me las ingenié para obtener una fotografía suya y la envié a Elena. Las autoridades me informaron de que se trataba de un hombre reclamado por la justicia, conocido con el apodo de Duval “Buen-naipe”, debido a su fama de jugador.
Pete le contó lo sucedido desde la última vez que vio a Cuthbert: la fuga del “Nido del Águila”, el incendio del rancho de Fiddleback y el salvamento de Hank Brown.
El inglés recibió la noticia de la destrucción de su hacienda con toda calma.
Próximo a morir no había que preocuparse de los bienes de la tierra.
—Hicks me contó lo de Hank Brown —dijo—. Es un buen muchacho ese Hank. Yo tenía el proyecto de hacerle partícipe de los beneficios del rancho el próximo año, pero ya no saldré de aquí. Lo único que siento es no haberle podido avisar a usted, Pete, de que existía esta trampa. Sospeché que algo iba a suceder, pues esta mañana temprano bajó aquí ese miserable de Miguel y me amordazó. Oí todo lo que se decía allá arriba, pero no pude gritar para ponerle a usted sobre aviso. Ya es inútil lamentarse de lo que no tiene remedio, ¿no le parece?
—¡A mí no me importa morir! —intervino “Miserias”—. Pero antes me gustaría sacarle la miseria del cuerpo a ese Duval. Jamás vi un asesino con tanta sangre fría.
—¿Están ustedes hablando de mí, muchachos? —dijo en aquel momento una voz sobre sus cabezas.
Se había deslizado silenciosamente la trampa del techo, precipitándose un raudal de luz en la bodega. La voz era de Duval.
—No es de muy buena educación criticar a los ausentes.
Pete guardó silencio. Hicks “Miserias” lanzó los más espantosos epítetos sobre el rey de los cuatreros. Cuthbert permaneció imperturbable.
—Es usted muy bondadoso en venir a visitarnos tan a deshora —dijo a Duval con burlona cortesía.
—Oh, no me lo agradezca —contestó el bandido en el mismo tono—. Para mí es un placer. Hacía mucho tiempo que no hablaba con ustedes.
—Permítame una pequeña pregunta —dijo Cuthbert—. ¿Quién mató a mi ranchero Jack Flynn?
—Soapy Briggs —contestó el de arriba.
La flema de Cuthbert desapareció por un momento, y no pudo contener una maldición a la memoria del traidor Soapy...
—Me parece haber oído su voz ahí abajo, Pete Rice —siguió diciendo Duval—.
Lo celebro mucho. Temí que se hubiese marchado. Hubiera sido para mí una gran decepción. Va usted a morir... pero no de un modo tan sencillo. Había usted llegado a ser mi pesadilla, Rice. Era usted el único hombre a quien yo temía.
—Muchas gracias —contestó Pete, secamente—. Es usted un pájaro muy listo, Duval. Sospeché de usted desde que le vi por vez primera. Pero me despistó usted un poco cuando los pistoleros le dispararon al mismo tiempo que a mí... y, especialmente, cuando contestó usted y mató a uno de ellos.
—Ya me figuraba que eso tranquilizaría sus sospechas —contestó la voz de arriba. Fue un pequeño accidente muy afortunado para mí. Eran mis hombres, desde luego, pero no me habían visto entrar en el despacho de Warren por la puerta trasera. Usted despachó a uno de los hombres. Yo despaché a otro. Fue una estratagema muy hábil, ¿verdad? Bien, muchachos, que lo pasen ustedes bien ahí. Tengo demasiado que hacer para desperdiciar el tiempo hablando.
La trampa volvió a cerrarse y los cuatro hombres quedaron una vez más en las tinieblas, rotas solamente por el rayo de luz que penetraba por la rendija.
Esperaban la muerte... muerte que Duval había prometido no ser “demasiado sencilla”.
Cuthbert recobró su flema rápidamente. Bajó la voz y reanudó su conversación con Pete.
Ya habrá observado usted que me faltan la mayor parte de mis ropas —dijo—. Es obra de Miguel, el criado de Duval. El tal Miguel es una hormiga. Sólo piensa en los negocios. Es él quien me baja los alimentos. Pero no como a menos que le pague con una parte de mi vestuario. Primero me llevó las botas, después la chaqueta y así sucesivamente. Supongo que estas ropas interiores desaparecerán más pronto o más tarde a cambio de unos fríjoles.
Teeny Butler dejó de roncar y se incorporó rápidamente.
—¿Habla alguien de comer? —preguntó—. Tengo bastante apetito.
—De comer hablábamos —contestó Cuthbert—. Consuélese, por que tengo entendido que a los condenados a muerte se les permite elegir un excelente menú para su comida final.
—Entonces, que me traigan un pollo, una fuente de chuletas, tres pasteles de gayuba y un tazón de café —dijo Teeny—. En caso de que las gayubas no estén en sazón... consiento en esperar hasta la temporada próxima.
Pete Rice no tomó parte en la alegre conversación. No cesaba de pensar en la crueldad y astucia de Duval. Era sorprendente la lealtad que el bandido había sabido inspirar en sus secuaces.
Duval conocía la atracción del dinero. Y, sin duda, pagaba a cualquier miserable peón más de lo que pudiera ganar en un año de duro trabajo.
Duval tenía, además, una atención admirable para los detalles. Representó, por ejemplo, la comedia de despedir a Pedro Montes, el “borra-marcas”, de su empleo; y después hizo que Leach “Boca-torcida” le contratase.
De este modo Montes ignoraba que seguía trabajando para Duval.
—¿Tiene usted idea de a dónde lleva Duval el ganado robado? —preguntó Pete a Cuthbert.
—Ni la más remota, mi querido amigo —exclamó el inglés—. Existe alguna salida secreta. Él me lo ha insinuado alguna vez, pero no me dijo nada en definitiva. Probablemente pensó que, si escapaba por algún milagro, sabría demasiado para su tranquilidad. Es un hombre muy astuto ese Duval. ¡Lástima que no haya dedicado su talento a fines más nobles!
El sheriff y el inglés siguieron hablando. Lo hacían en voz baja, casi como un susurro. De vez en cuando oían a Duval hablar con alguien en el despacho de allá arriba. Escuchando atentamente. Pete pudo coger algunas palabras. Se trataba de cosas sin importancia. Al parecer, Duval y algunos de sus hombres trataban de organizar una partida de poker para distraerse mientras llegaba otro de la banda.
Pete tuvo la sospecha de que el hombre esperado era Leach “Boca-torcida”.
“Miserias” y Teeny estaban ya roncando y, finalmente, Cuthbert se preparó para dormir. Pete se tendió también sobre la delgada capa de paja.
Una idea se agitaba en la cabeza del sheriff. Empezaba a coordinar detalles.
“Una especie de salida secreta”, había dicho Cuthbert.
Pete recordó las últimas palabras de Rimrock Morley. Y relacionó aquel enigmático mensaje con el hecho de que la casa de Duval estuviese situada en una vieja concesión española.
Antes de quedarse dormido creyó haber encontrado la solución al misterio de Buffalo Ford. Pero lo que no encontró fue la solución a su propio problema: el poder escapar para utilizar su secreto contra Duval, jefe de la banda de cuatreros.
Fue despertado unas horas más tarde por la luz que penetraba por la trampa abierta en el techo. Miguel, el aprovechado mejicano, descendía un cubo de agua al calabozo.
Pete fingió continuar dormido. Llegaban hasta él unas voces.
Evidentemente venían de la pequeña habitación situada a la derecha de la biblioteca. Uno de los que hablaban era Duval, el Duval “Buen-naipe” de los pasados tiempos.
Escuchó atentamente, y comprobó que la otra voz más dulce y reposada pertenecía a Leach “Boca-torcida”, el bandido de los suaves modales.
—Mañana por la noche —estaba diciendo Duval—, podréis coger el mayor botín de ganado que hemos tenido hasta ahora. Lleváoslo todo: vacas, toros, añojos, terneros... Todo es dinero. Pero tened cuidado de emplear los mismos métodos. Las reses deben desaparecer sin dejar rastro. ¿Entendido?
—¿No nos permitirá usted acosar con los caballos, patrón? —dijo la voz de Leach—. Emplearíamos mucho menos tiempo de ese modo. Los otros procedimientos sólo permiten que trabaje un hombre, porque sólo disponemos de un animal adiestrado en quien confiar.
—Sí, sí, ya lo sé —replicó Duval un poco impaciente—. Pero todo está en nuestras manos ahora. Y es preciso no dejarnos llevar de un exceso de confianza. Hay muchos hombres de valia en Buffalo Ford. Si llegan a darse cuenta, lo pasaremos muy mal. Dentro de unos cuantos meses, a lo mejor, todos los rancheros deben quedar arruinados.
“Después yo me encargaré de buscar testa-ferros que figuren como dueños de los terrenos que yo compre. El negocio será fantástico, Leach. En unos años seremos los amos de la mayor parte de los pastos de esta región.
—¿Qué hay de los prisioneros? —preguntó “Boca-torcida”.
—¿Dices que nadie sospecha de mí en Buffalo Ford? ¿Es seguro que Warren no se habrá dado cuenta?
—¡Esté tranquilo! —replicó Leach—. ¿Quién va a sospechar de usted, “Buen-naipe”? ¿No mató usted a uno de sus propios hombres, después que éste le tiroteó? ¿No ha fundado usted el premio de los ganaderos para el que detenga a los bandidos? ¿No es usted el ciudadano principal? Nadie sospecha nada... excepto los pájaros que están en la bodega.
—Está bien —dijo Duval con satisfacción—. Mañana por la noche, después de que cojáis el ganado, dispondremos la muerte del inglés, Pete Rice y sus comisarios. Ahora que me sonríe el éxito no es cosa de dejar vivo a un hombre tan peligroso como Pistol Pete Rice. Mi seguridad depende de su muerte.
—Yo no esperaría diez segundos para deshacerme de Pistol Pete Rice —aconsejó Leach—. Un hombre como Pete es de temer mientras aliente.
Duval rió.
—No alentará mucho tiempo, descuida. Pero tú ya sabes que yo siempre me reservo un as en la manga. Si por casualidad alguien de Buffalo Ford sospecha de nosotros y esparce la noticia, podría necesitar a Pete Rice y sus hombres como rehenes. Pero mañana por la noche el peligro habrá pasado. Rice abandonará la tierra en esa fecha. Definitivamente. Con un hombre como Pete Rice...
Las palabras murieron al cerrar Miguel la trampa.
Cuthbert se aproximó a Pete Rice.
—Buenas noticias las que ha oído usted, ¿no es cierto? —le preguntó.
—Sí —contestó Pete—. Mañana por la noche es la fiesta. Pero eso significa que podemos dormir tranquilamente esta noche.
—Parece que toma usted las cosas con mucha tranquilidad —dijo el inglés—. Yo nunca enseñé la pluma blanca, pero creo que no dormiré tan profundamente.
—¿Por qué no? —replicó Pete—. El gran arte de la satisfacción consiste en contentarse con lo que se tiene y con lo que no se tiene. Durante las próximas horas yo me sentiré tan satisfecho como un millonario... y quizá más que algunos.
Se tendió sobre la paja y un momento después dormía tranquilamente.
Pete Rice conocía ya el secreto de todo aquel asunto. Sabía lo que Rimrock quiso decir con aquello de “la antigua línea S. P.”.
Sabía igualmente que no eran sólo las reses, sino también las tierras, lo que Duval perseguía con su plan infernal.
Sólo una cosa no sabía Pete Rice... si podría escapar de su encierro para que le sirviesen de algo sus conocimientos.