CAPÍTULO XIV
LO principal era llegar al rancho más próximo. Pete conocía el país y creía que los edificios que había visto a lo lejos pertenecían a Bart Evans o a Dan Woods. Pero el propietario era lo de menos; es decir, fue lo de menos hasta que sonaron unos disparos junto a la casa del rancho a que se dirigían.
—Parece que nos reciben con salvas —dijo Pete a sus comisarios—. Pero para eso nos pagan; para cazar criminales. Y los criminales son más fáciles de cazar cuando meten ruido. Sigamos adelante.
Cogió el caballo del cuatrero desvanecido. Era un potro castaño, algo flaco, pero de fogosos ojos y capaz de desarrollar gran velocidad.
—Siento que tengáis que ir a pie, pero yo soy el único de los tres que estoy armado —agitó la mano en despedida, hizo arrancar al mesteño con un contacto de sus espuelas y desapareció en dirección al sitio, de donde habían partido los disparos.
No sabía lo que pasaba en el rancho, pero tenía razones para sospechar que aquello pudiera ser una nueva hazaña de los cuatreros.
Antes de la muerte de Rimrok Morley, causa de la presencia de Pete Rice en aquellas praderas, el misterioso jefe de los bandidos se había contentado, al parecer, con ir arruinando poco a poco a los rancheros, pero poniendo gran cuidado en disimular sus manejos criminales.
La presencia de los tres comisarios de la Quebrada le hacía mostrarse más al descubierto.
¿Quién podría ser aquel jefe?
Pete no cesaba de darle vueltas a aquel asunto mientras avanzaba a todo galope, Rimrock probablemente lo supo.
Pero Rimrock había muerto sin poder hablar. ¡La vieja línea S. P.! Esto era todo lo que Rimrock había podido decir.
¿Qué tendría que ver la antigua línea S. P. con el robo de ganado?
Pete se devanaba los sesos mientras corría. Rimrock había querido revelarle algo importante que había descubierto cerca de las líneas de la “Southern Pacific”
¿Viviría el jefe de los cuatreros por allí?
Quizás alguno de los habitantes de aquellas cercanías, conocido de Pete, pudiera ayudarle. Las memorias de algunos de aquellos viejos exploradores se remontaban a la época en que Arizona formaba parte del Estado mejicano de Sonora.
Había otros que se jactaban de haber trabajado en la construcción del ferrocarril “Suthern Pacific” que entonces llegaba hasta El Paso.
Pete se propuso realizar dos cosas lo más pronto posible. Una, tratar de averiguar la identidad del jefe de los cuatreros.
Pero aquello podría ser muy difícil. Si el lugarteniente era un hombre tan perspicaz como Leach “Boca-torcida”, había que suponer que el patrón sería un hechicero, maestro en toda clase de artimañas y felonías.
La segunda cosa que tenía que hacer Pete era recorrer el distrito y examinar un mapa de la región. Había mapas que mostraban la perspectiva del país, levantados por Williamson en los días en que la diligencia de Butterfield llevaba el correo y los pasajeros, cuando los sanguinarios apaches Pimos y Maricopas corrían aún por las sendas.
La fecha de este viejo plano del proyectado ferrocarril quizá pudiera dar a Pete la clave de las misteriosas palabras del moribundo Rimrock Morley: “ la antigua línea S. P.”.
A medida que el sheriff se aproximaba al caserío del rancho iba haciéndose más vivo el tronar de los 45. ¿Cuál sería la razón de aquel tiroteo?
Pete tuvo que recorrer otra milla de accidentado terreno, cubierto de arbustos y malezas, para descubrirla.
Coronó una loma y tendió la mirada por el verde praderío que se extendía a sus pies. Continuaba el duelo de las pistolas en los alrededores del viejo caserío del rancho. Crepitaban las detonaciones más frecuentes cada vez.
Y, sin embargo, debajo de Pete, no muy lejos del pie de la loma, tres hombres en traje de vaquero reposaban tranquilos sobre sus cabalgaduras.
Dos de ellos fumaban plácidamente sendos cigarrillos. Todos estaban fuera del alcance de las balas... y no mostraban la menor intención de acortar la distancia.
Pete hizo galopar a su caballo loma abajo, y sólo le refrenó cuando se encontró junto a los tres vaqueros. Estos seguían atentamente el tiroteo y apenas se dieron cuenta de su presencia.
La penetrante mirada de Pete se hizo cargo de toda la escena.
Había un hombre agazapado a cada lado de la casa del rancho, resguardado por la veranda. Eran hombres viejos, de pelo blanco y espaldas encorvadas por los años.
Se disparaban tantas maldiciones como tiros, y se veía un arañazo sanguinolento en la mejilla de uno de ellos.
El primero apoyaba su 45 en el borde del piso de la veranda para disparar, después se agachaba para resguardarse y su enemigo le respondía a su vez con su Colt. La escena hubiera sido graciosa... de no llevar cada una de aquellas balas un mensaje de muerte.
Pete tocó en el hombro a uno de los abstraídos vaqueros.
—Oye, ¿por qué no tratáis de evitar que se acribillen esos viejos locos? —le preguntó.
El vaquero le miró fríamente.
—¡Porque yo soy un individuo que sólo me meto en mis propios asuntos! —le contestó—. Usted puede aprender algo viendo lo que yo hago y...
Una doble rociada de plomo apagó su última palabra. —¿Quieres decir que te propones presenciar cómo se asesinan?— preguntó Pete, secamente.
El vaquero le miró con fría calma.
—Llámelo usted como quiera —contestó—. Pero seria yo el asesinado si tratase de interponerme entre dos hombres como Bart Evans y Dan Woods. ¡Por mí que se los lleve el demonio!
¡Bart Evans y Dan Woods! Los grises ojos de Pete resplandecieron.
—La riña es por causa de unas marcas borradas, ¿no es cierto? —preguntó.
—¿Cómo lo sabe usted? —dijo el vaquero, asombrado, sintiendo repentino interés por Pete. Después clavó una mirada cargada de desconfianza en el sheriff—. ¡No se irá usted de aquí sin que nos explique cómo sabe eso de las marcas!
Pero sus amenazas no pusieron el menor terror en el camino de Pistol Pete Rice, que desmontó y corrió hacia la veranda.
—¡Basta ya de hacer humo, muchachos! —gritó.
Los viejos dejaron de disparar... más por su sorpresa que por otra cosa.
¡Da un paso más y te agujereo por el medio! —le gritó el ranchero de la derecha—. ¡Que nadie se mezcle en esto hasta que yo aplaste a ese cuatrero que creía mi amigo!
—¡O hasta que te aplaste yo a tí, miserable traidor! —le replicó el ranchero de la izquierda, levantando su 45 para disparar.
—¡Alto! —rugió Pete—. Sois un par de imbéciles. Ninguno de los dos sois cuatreros. ¡Yo lo sé! Os estáis engañando. Un jefe de miserables bandidos se propone lanzaros unos contra otros. Quiere que os matéis para apoderarse de vuestras tierras. Tengo las pruebas... si me queréis escuchar un minuto. Acabo de sorprender a un individuo cambiando las “Dos Flechas” por un “Doble Diamante Barrado”.
Los viejos agazapados a ambos lados de la veranda parecieron reflexionar unos momentos.
—¡Venid, venid aquí, muchachos! —les apremió Pete—. Buffalo Ford tendrá para reírse de vosotros durante cinco años. ¿No tenéis sesos suficientes para ver que alguien pretende erigirse en amo de estas praderas? El que os enzarcéis a tiros es un parte de su plan. Venid, os digo. Habéis sido buenos amigos durante muchos años. ¡No permitáis que un miserable cuatrero convierta en odio vuestra amistad!
Bart Evans rezongó unas palabras. Era el que había resultado herido en la mejilla. Bajo sus espesas cejas brillaban fieros unos ojos.
Pero la risa contenida ponía unas arrugas a su alrededor.
—¿Y quién diablos es usted? —preguntó.
—Mi nombre es Rice —contestó Pete—. He venido aquí con mis comisarios desde la Quebrada del Buitre y estamos dispuestos a hacer lo que podamos para...
—¡Pistol Pete Rice! —gritó el viejo Bart Evans.
—¡Le habla como si ya le hubiera conocido antes! —rezongó el viejo del otro lado de la veranda.
—¡Vamos, muchachos, salid de ahí y estrecharos las manos —les apremió Pete—. Os necesito a los dos para que me ayudéis.
Los dos viejos salieron de su escondite y se fueron aproximando como ovejas. Se veía que habían sido amigos íntimos durante muchos años.
—Tienes buena puntería para cazar montañas —dijo Bart a Woods—. Yo no quise atinarte por no pasarme haciendo solitarios el resto de mis días.
Dan Woods estrechó calurosamente la mano de su viejo amigo.
—Puedes dar las gracias a este joven por no encontrarte a estas horas hecho una criba —le replicó en el mismo tono de broma.
Pete notó que Woods tenía una pequeña mancha de sangre en el hombro derecho de la camisa.
—Tenéis que permitirme que os cure las heridas —sugirió—. Después trazaremos nuestros proyectos para que paguen sus culpas los criminales, y no los hombres honrados.
Los dos ancianos se dejaron conducir hasta la casa del rancho.
Pete caminaba detrás de los tres vaqueros. Se sentía feliz. Como sheriff de la Quebrada del Buitre se había visto obligado muchas veces a quitar vidas.
Pero no había emoción semejante a aquella de lograr salvarlas.
Cuando el sheriff terminó la cura, salió a la veranda y miró a lo lejos, Bart Evans había enviado a sus tres vaqueros a buscar al mejicano que Pete había dejado sin conocimiento bajo los chaparros.
Desde la veranda, Pete les veía regresar ya. “Miserias” cabalgando en la grupa del caballo que traía al cuatrero, Teeny Butler y uno de los peones venían a pie.
Los dos viejos rancheros se reunieron con Pete en la veranda.
—Escucha, hijo mío —le dijo Evans—. Yo y este carcamal de Dan Woods vivíamos haciendo fechorías por esas sendas antes de que el buen sentido nos impulsase a hacer penitencia sobre esta roca. Y ahora nos estábamos diciendo que fue suerte que tú no fueras sheriff por aquellos días. No dudamos de que sólo tú eres capaz de volver la paz a estas praderas. Cuenta con nuestra pequeña ayuda, si para algo te servimos. ¿Qué piensas hacer ahora, Pete?
—Si no ocurre nada, me propongo abandonaros pronto —contestó Pete—. Tengo que detenerme en el rancho de Fiddleback para celebrar una entrevista con Cuthbert.
—Podrás detenerte en ese rancho —dijo Bart Evans—, pero lo difícil es que celebres la entrevista. Por lo visto, ignoras que Cuthbert ha desaparecido. Anoche se encontró flotando su sombrero en el río Bonanza.
Pete se quedó petrificado.
—¿Quiere usted decir que asesinaron a Cuthbert? ¡Es inaudito! Parecía una buena persona. Pero quizá supiera demasiado, y...
—¡Ya lo creo que sabía! —interrumpió Evans—. Estoy por asegurar que J. B. Cuthbert es el jefe de los cuatreros. ¡Sí, señor! No hay quien me convenza de lo contrario. ¿No es el hombre más rico y elegante de Buffalo Ford? ¿No es también el más amable y educado? ¿Y por qué? Para disimular sus manejos. Nada más que para eso. ¡Juraría que su desaparición es otro truco de los suyos!
Antes de que Pete pudiera contestar llegaron los tres rancheros y los comisarios. Teeny se acercó a la silla de uno de los caballos, tiró de las ligaduras del cuatrero mejicano, y se lo puso bajo un brazo como un paquete.
—He aquí el pillastre causa de que intentaran asesinarse el uno al otro —explicó Pete—. Creo que podremos enterarnos por él de cosas muy curiosas.
Bart Evans se inclinó sobre la barandilla de la veranda para examinar el rostro del bandido.
—¡Pero si le conozco! —exclamó—. Es Pedro Montes. Acostumbraba trabajar para George Duval, pero le sorprendieron robando en una habitación y Duval le ajustó las cuentas.
El mejicano levantó la cabeza medio amodorrado.
—¡No, no! ¡Yo no trabajar para Duval! —chapurreó en inglés—. Leach “Boca-torcida” darme mucho dinero. Dijo que ningún “gringo” hacerme daño. Todos los gringos tener mucho miedo a Leach “Boca-torcida”. ¡Ya estáis dejándome marchar!
—¿Dejarte marchar? —rió Bart Evans—. ¡Ya lo creo que te dejaremos marchar... pero será columpiándote por el aire en el extremo de una cuerda! Tu vida no vale una pulga en un rebaño de ovejas. ¡Lleváoslo, muchachos! ¡Estiradle el pescuezo como es debido!
Pistol Pete movió la cabeza.
—¡No! —ordenó—. Cualesquiera que sean sus delitos tiene derecho a que se le juzgue. Le llevaré a la población y le pondré bajo la custodia del sheriff Warren. Nada de linchamientos. No debemos luchar contra los sin ley prescindiendo nosotros de ella.
Bart Evans y Dan Woods trataron de argüir. Pero tuvieron que rendirse ante una voluntad más fuerte que la suya. Y los tres vaqueros, fueron enviados a Buffalo Ford acompañando al prisionero.
Pete había intentado averiguar por el preso la identidad del jefe de los cuatreros. Pero el miserable “borra-marcas” nunca había hablado al “gran jefe”. Esto es todo lo que pudo poner en claro después de media hora de interrogatorio. Era un hombre estúpido, casi imbécil. Había hablado con demasiada ligereza de Leach “Boca-torcida”, cosa que no hubiera hecho de tener sus sentidos cabales.
—¿Y ahora qué vas a hacer, Pete? —preguntó Dan Woods—. Lo que sea hay que ponerlo en práctica en seguida. En este país ya no se puede vivir tal como se han puesto las cosas.
—Voy a intentar resucitarlo —contestó Pete—. Caen asesinados los hombres. Muere a montones el ganado. ¡No puede seguir así! ¡Yo acabaré con tanta anarquía... o los cuatreros acabarán conmigo!