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Cama 21 del Hospital Central de Ayacucho. Junto a mi están Coba, José y Amanda. Sus miradas me interrogan, pero me dan seguridad. A pocos pasos, veo la figura desagradable de Ratán, el jefe militar.
—No se preocupe señora. Ya todo pasó. Su familia ya ha sido informada y pronto estarán aquí, para llevarla con ellos. Su salud está fuera de peligro.
Lo miro y no puedo creer lo que siento. Odio. Odio mortal.
—La autoridad cubrirá todos sus gastos. Sabemos que usted no está involucrada en nada. Cosas del destino.
¿Qué sabes tú de mí? ¿No estoy involucrada?
Involucrada. ¿Con qué? Con mi muerte, con mi propia muerte.
Presa de angustia infinita, rompo a llorar con desesperación, ahogada en sollozos siento los abrazos de Coba, de José.
—Cálmate Flor, deja todo al tiempo, te ayudará a olvidar.
—Coba, Cobita, tú que conoces, al milímetro, el dolor de los demás.
—¿Puede haber mayor dolor que matar lo que más amas? Yo no lo traicioné. Te juró. No sabía, no sabía que era él. Iván me engañó, me traicionó.
—Tranquilízate, ya todo pasó.
Caricias en la frente, el aliento de mis amigos no puede aliviar mi dolor.
—Intenta dormir, estás agotada.
Cuando termina la hora de visita y se van, sola, infinitamente sola, me pregunto una vez más.
¿Qué hay después del silencio? No lo sé. Nada. Probablemente nada. Hasta el dolor en Ayacucho, se convierte en silencio.
Después de unos días en el hospital, mis padres vinieron a buscarme, con discreción no me preguntaron casi nada, pero con ese amor infinito, lleno de generosidad, intuyeron todo mi drama y apurando todos los trámites que planteaba la situación, me trajeron de regreso a mi ciudad.
Luego de varias semanas, en un lugar apacible que guarda memoria de los dichosos días de infancia, rodeada del cariño de mis padres y amigos, intentado curar mis heridas, reviso los diarios, que me traen para mitigar la
tristeza.
Leo. Lo que estoy leyendo, me deja inerte: “Perú se desangra en brazos de Sendero Luminoso y extrañamente envenenado, encuentran en su lecho, el cuerpo del Coronel Ratán, jefe máximo de la lucha contra la subversión. Se investigan los hechos, al parecer, se trata de un asesinato, protagonizado por una mujer, que misteriosamente ha desaparecido”.
No puedo creer. ¿El temible, el despiadado coronel Ratán está muerto? Qué extraño, qué muerte más rara. ¿Envenenado? Esto sabe a venganza. Empiezo a entender muchas cosas.
Unos meses después, recuperada del impacto de los últimos acontecimientos, desde el avión que me conduce a Lima, para seguir viaje a Europa, dónde debo dar cuenta de mi misión, diviso las quebradas profundas y los valles secos de Ayacucho, pienso en Nekim y sus extraños augurios y con el Informe entre las manos, intento encontrar una manera de enfrentar a Essden, mejor Iván, tal vez tendré que preguntarle, una vez más.
¿Qué hay después del silencio?
La respuesta, estoy segura, no estará en la historia oficial.