21

Algo le pasa a mi corazón. No lo entiendo.
Estoy con los ojos vendados, recorriendo por un tiempo que me parece eterno, una carretera que adivino sinuosa y sin asfalto y no tengo miedo, estoy tranquila.
Vuelvo a pensar en él, en ese hombre que me abandonó pero que un día lo fue todo para mí. Sigue siendo mi más grande motivo.
Quiero arrancarlo de mi corazón. Extiendo las manos sobre mi cuerpo y me parece sentir su calor. Algo me acerca a él. No sé lo que es.
Mi antigua obsesión retorna con fuerza. Lo necesito, sé que en estos momentos me estaría protegiendo. Siempre lo hizo, con esa manera tan particular de manejar las situaciones.
Mis ocasionales acompañantes interrumpen mis pensamientos y con voz dura, me explican:
—La estamos conduciendo hasta el camarada Marco. No le quitaremos la venda hasta llegar al lugar indicado. Las medidas de seguridad son extremas. No puede ni debe identificar a nadie y si lo hace, silencio... ni se le ocurra hablar, sino es carne fría.
Con cierto temor respondo:
—Comprendo, es parte del trato.
—También tengo el encargo de decirle que la entrevista será filmada. Una copia se le proporcionará a usted. El camarada Marco, durante toda la entrevista estará con el rostro cubierto.
No sé por qué mi corazón vuelve a agitarse. Me desilusiona no ver su rostro. Como si adivinara mis pensamientos, la voz dice:
—No es posible ver su rostro. Es nuestro líder y tenemos que protegerlo. Es el hombre más buscado del país.
—Lo sé.
Un denso silencio se hace presente y un calor agobiante demuestra que estamos en una región de selva. Me atrevo a preguntar:
—Falta mucho.
—Nada de preguntas, espere, simplemente espere.
Tengo la sensación de que la tarde está por terminar. Empiezo a sentir cansancio. Me quedo nuevamente en silencio. Su recuerdo se hace más intenso... ¿Por qué te fuiste, por qué me dejaste?
¿Dónde estás? Te necesito como la luz al amanecer, como la noche a la oscuridad, como la debilidad a la fuerza. Si tú no te hubieras ido de mi lado, no estaría aquí, en estas circunstancias extremas.
Como un sedante a mis reclamos, un sopor soñoliento me invade y me entrego a su recuerdo, tal vez intentando calmar el miedo que empieza a apoderarse de mí.
Bruscamente la camioneta se detiene, mis acompañantes afirman:
—Llegamos. Deje que nosotros la conduzcamos.
Caminamos unos minutos. Mis pasos son vacilantes, una desazón inesperada se apodera de mí. Me quitan la venda y me doy cuenta que estoy en una habitación relativamente pequeña, donde reina absoluto desorden. Libros, casetes de música, balas, algunas botellas vacías, enmarcan el escenario. Junto a la ventana, que deja filtrar una luz tenue, se posicionan mis acompañantes. Están alertas, vigilantes.
De pronto una presencia lo invade todo. Vuelvo los ojos y una figura alta, delgada, atlética, con el rostro cubierto por un pasamontañas negro, cortésmente me extiende las manos y con voz entrecortada por un extraño temblor, le oigo decir:
—Bienvenida.
—Gracias.
Sus movimientos son nerviosos, parece que no guarda control sobre sí. De improviso, abandona la habitación y en apenas segundos, que me parecen una eternidad, regresa.
—Perdone, olvide algo importante. Quiero recordarle que esta entrevista debe ser difundida con amplitud. Es la única que voy a conceder.
Su voz me perturba. Me desarma. Empiezo a sentirme sin aliento. El advierte mi confusión y con voz amable pregunta:
—Se siente bien.
—Sí, claro que sí. Podemos empezar la entrevista. Me dicen que va a ser filmada.
—Así es.
Con voz de mando ordena:
—Camarógrafo, puedes empezar, nada de tomas exteriores.
—¿Puedo usar lápiz y papel?
—Si lo prefiere.
Me siento observada. Terriblemente observada. No veo sus ojos, pero me dominan. Su voz penetra. Desnuda. Pierdo de manera total, el control de la situación, intento recuperar la serenidad, me preocupa que él advierta mi nerviosismo.
De pronto, cuando me dispongo a iniciar la entrevista, algo extraño, semejante a un terremoto, sacude la habitación. Las metralletas vomitan fuego y veo como los hombres de la ventana y el camarada Marco caen al suelo, bañados en sangre.
Veloz, con el instinto despierto ante la muerte, doy un grito de angustia y me postro ante el cuerpo herido del jefe terrorista.
Con desesperación, intento quitarle el pasamontañas, mientras escucho su voz furiosa:
—Traidora, y fuiste tú lo que más amé en la vida.
Minutos después expira en mis brazos. Cesan los disparos y cuando logró ver su rostro, con un grito de angustia, quiero devolverle la vida.
—Por favor vive... no te mueras, vive.
Presa de desesperación, me abrazo a su cuerpo, lo cubro de besos.
—¿Por qué me abandonaste? Ahora comprendo todo, fue Sendero, Sendero...
Me lo contaron después. Enloquecida de terror, gritando Sendero, Sendero... huí entre balas y militares, que por cientos cercaban la zona.
Cuando me encontraron, debajo de un árbol, con la ropa desgarrada y el rostro cubierto de barro, estaba inmóvil, con la mirada perdida en lejanía. No tenía voz. Estaba viva, pero con el alma muerta.