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Algo le pasa a mi corazón. No lo
entiendo.
Estoy con los ojos vendados, recorriendo por
un tiempo que me parece eterno, una carretera que adivino sinuosa y
sin asfalto y no tengo miedo, estoy tranquila.
Vuelvo a pensar en él, en ese hombre que me
abandonó pero que un día lo fue todo para mí. Sigue siendo mi más
grande motivo.
Quiero arrancarlo de mi corazón. Extiendo
las manos sobre mi cuerpo y me parece sentir su calor. Algo me
acerca a él. No sé lo que es.
Mi antigua obsesión retorna con fuerza. Lo
necesito, sé que en estos momentos me estaría protegiendo. Siempre
lo hizo, con esa manera tan particular de manejar las
situaciones.
Mis ocasionales acompañantes interrumpen mis
pensamientos y con voz dura, me explican:
—La estamos conduciendo hasta el camarada
Marco. No le quitaremos la venda hasta llegar al lugar indicado.
Las medidas de seguridad son extremas. No puede ni debe identificar
a nadie y si lo hace, silencio... ni se le ocurra hablar, sino es
carne fría.
Con cierto temor respondo:
—Comprendo, es parte del trato.
—También tengo el encargo de decirle que la
entrevista será filmada. Una copia se le proporcionará a usted. El
camarada Marco, durante toda la entrevista estará con el rostro
cubierto.
No sé por qué mi corazón vuelve a agitarse.
Me desilusiona no ver su rostro. Como si adivinara mis
pensamientos, la voz dice:
—No es posible ver su rostro. Es nuestro
líder y tenemos que protegerlo. Es el hombre más buscado del
país.
—Lo sé.
Un denso silencio se hace presente y un
calor agobiante demuestra que estamos en una región de selva. Me
atrevo a preguntar:
—Falta mucho.
—Nada de preguntas, espere, simplemente
espere.
Tengo la sensación de que la tarde está por
terminar. Empiezo a sentir cansancio. Me quedo nuevamente en
silencio. Su recuerdo se hace más intenso... ¿Por qué te fuiste,
por qué me dejaste?
¿Dónde estás? Te necesito como la luz al
amanecer, como la noche a la oscuridad, como la debilidad a la
fuerza. Si tú no te hubieras ido de mi lado, no estaría aquí, en
estas circunstancias extremas.
Como un sedante a mis reclamos, un sopor
soñoliento me invade y me entrego a su recuerdo, tal vez intentando
calmar el miedo que empieza a apoderarse de mí.
Bruscamente la camioneta se detiene, mis
acompañantes afirman:
—Llegamos. Deje que nosotros la
conduzcamos.
Caminamos unos minutos. Mis pasos son
vacilantes, una desazón inesperada se apodera de mí. Me quitan la
venda y me doy cuenta que estoy en una habitación relativamente
pequeña, donde reina absoluto desorden. Libros, casetes de música,
balas, algunas botellas vacías, enmarcan el escenario. Junto a la
ventana, que deja filtrar una luz tenue, se posicionan mis
acompañantes. Están alertas, vigilantes.
De pronto una presencia lo invade todo.
Vuelvo los ojos y una figura alta, delgada, atlética, con el rostro
cubierto por un pasamontañas negro, cortésmente me extiende las
manos y con voz entrecortada por un extraño temblor, le oigo
decir:
—Bienvenida.
—Gracias.
Sus movimientos son nerviosos, parece que no
guarda control sobre sí. De improviso, abandona la habitación y en
apenas segundos, que me parecen una eternidad, regresa.
—Perdone, olvide algo importante. Quiero
recordarle que esta entrevista debe ser difundida con amplitud. Es
la única que voy a conceder.
Su voz me perturba. Me desarma. Empiezo a
sentirme sin aliento. El advierte mi confusión y con voz amable
pregunta:
—Se siente bien.
—Sí, claro que sí. Podemos empezar la
entrevista. Me dicen que va a ser filmada.
—Así es.
Con voz de mando ordena:
—Camarógrafo, puedes empezar, nada de tomas
exteriores.
—¿Puedo usar lápiz y papel?
—Si lo prefiere.
Me siento observada. Terriblemente
observada. No veo sus ojos, pero me dominan. Su voz penetra.
Desnuda. Pierdo de manera total, el control de la situación,
intento recuperar la serenidad, me preocupa que él advierta mi
nerviosismo.
De pronto, cuando me dispongo a iniciar la
entrevista, algo extraño, semejante a un terremoto, sacude la
habitación. Las metralletas vomitan fuego y veo como los hombres de
la ventana y el camarada Marco caen al suelo, bañados en
sangre.
Veloz, con el instinto despierto ante la
muerte, doy un grito de angustia y me postro ante el cuerpo herido
del jefe terrorista.
Con desesperación, intento quitarle el
pasamontañas, mientras escucho su voz furiosa:
—Traidora, y fuiste tú lo que más amé en la
vida.
Minutos después expira en mis brazos. Cesan
los disparos y cuando logró ver su rostro, con un grito de
angustia, quiero devolverle la vida.
—Por favor vive... no te mueras, vive.
Presa de desesperación, me abrazo a su
cuerpo, lo cubro de besos.
—¿Por qué me abandonaste? Ahora comprendo
todo, fue Sendero, Sendero...
Me lo contaron después. Enloquecida de
terror, gritando Sendero, Sendero... huí entre balas y militares,
que por cientos cercaban la zona.
Cuando me encontraron, debajo de un árbol,
con la ropa desgarrada y el rostro cubierto de barro, estaba
inmóvil, con la mirada perdida en lejanía. No tenía voz. Estaba
viva, pero con el alma muerta.