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Un hombre hermoso y esbelto, totalmente
vestido de blanco con una túnica de lino fino ingresa a la
emisora.
Con paso seguro se dirige a la
Administración, entrega una tarjeta con caracteres nórdicos y pide
contratar un aviso publicitario. Hay seguridad en su voz.
—No me importa el dinero por gastar,
necesito poner un aviso, pero debo escoger la voz que grabará el
mensaje.
—Puede hacerlo con libertad, responde la
secretaria, escuche hoy, los programas y regrese mañana con el
nombre de la persona que servirá para sus propósitos.
Así fue, temprano, el hombre de blanco
estaba nuevamente en la estación de radio.
—Quiero la voz de mujer que habla en el
horario de 6 a 7 de la mañana, no alcancé a captar su nombre.
—Imposible, esa no es voz comercial, ella no
aceptará, es periodista no es locutora, y no le agradan los
comerciales.
Un gesto de desaliento aparece en el rostro
del hombre, sus ojos profundos y penetrantes se tornan
inquisidores.
—Entonces no hay trato.
La secretaria desconcertada afirma:
—Sin embargo puede intentarlo, tal vez ella
acepte, después de todo, es un anuncio humanitario.
Cuando lo veo frente a mí, vestido de blanco
impecable, con porte altivo y mirada desafiante, un extraño
escalofrío recorre mi cuerpo. Pienso, este tiempo no es el
mío.
Como una estocada a mi tranquilidad, su voz
se torna imperativa y establece con mi mundo interno una relación
hasta entonces desconocida para mí, una relación entre seres
humanos que parecemos venir de mundos distintos, de dimensiones
diferentes, donde nunca hemos estado, pero sí sentimos la sensación
de regresar de ellos.
Quiero decir algo, pero las palabras huyen
de mi mente como hojas sacudidas por un vendaval. Me limito a
escuchar.
—Me gusta su voz, guarda un misterio.
¿Podría grabar un comercial?
Lo miro, parezco hipnotizada.
—¿Comercial? ¿Yo?
—Si usted.
Su mirada penetrante me desnuda hasta el
alma.
—¿Se siente bien?
—Sí, lo estoy escuchando.
Un extraño temblor se apodera de mis
rodillas, intento disimular.
—Bueno explíqueme. ¿De qué se trata?
Rápidamente, me convence de la necesidad de
grabar el comercial.
Durante meses mi voz se escucha en la ciudad
y todos los que están familiarizados con ella, advierten un timbre
extraño, una dulzura desafiante, convincente.
Con el paso de los días, personas con
dolencias de origen nervioso, empiezan a llegar hasta Río Grande,
buscando a los monjes noruegos, vestidos de blanco, que llegaron a
la ciudad abuela, para investigar.
Son espinólogos y están en la zona para
estudiar el valor curativo de las plantas medicinales que crecen al
pie del macizo andino, a la sombra de la cordillera de los
Andes.
Realizan su trabajo rodeados de un aire de
misterio. No utilizan fármacos, drogas, ni medicamentos químicos.
Intentan equilibrar el mundo interno de los pacientes, curar sus
dolencias de manera natural, liberando su energía, en estrecho
contacto con la naturaleza y realzando su belleza y armonía.
Ellos, están dispuestos a demostrar que
nuestra cultura milenaria guarda mucha sabiduría, conocimientos aún
no develados y que en la nueva era de Acuario se mostraran al
mundo, con toda la fuerza de su profundidad. Quinientos años de
resistencia cultural, no pueden manifestarse de otra manera.
La medicina tradicional andina, es parte de
esta resistencia y su develamiento conferirá un gran valor agregado
a la medicina moderna y contemporánea.
Con el paso del tiempo entre el hombre de
blanco y mi propia decisión se entabla una incertidumbre de
cambiar, de hacer algo diferente.
Un vacío interno empieza a molestarme como
una llaga abierta, no le encuentro sentido a mi carrera de éxito,
constantemente mis actos, apariencia y comportamiento resultan poco
familiares a mi misma. Siento muchas debilidades en mi
personalidad, tan segura hasta entonces.
Cuando vuelvo a hablar con el hombre de
blanco, sin que nadie le pregunte, mirándome a los ojos, como
intentando leer en las profundidades de mi alma, muy tranquilo
dice:
—Estás desorientada, no sabes lo que buscas
y menos lo que quieres, procura una purificación, te espero en Río
Grande cuando descubras que es el momento.
—Me estás sugiriendo un tratamiento.
—No precisamente.
—Entonces...
—Cuando llegue el momento, veras de qué se
trata. Si tiene que darse se dará, no fuerces nada. Cuando quieres
algo con vehemencia, todo el universo se pone a tu favor, conéctate
con el Poder Invisible que hay en ti y encontrarás respuestas. Ve a
buscarlas ahora.
Sin entender el verdadero sentido de sus
palabras, respondo:
—Gracias, lo intentaré.
Desde entonces, mi razonamiento
aristotélico, pragmático, mi percepción periodística amante de la
verdad, en permanente búsqueda de la objetividad, retarda sin
impaciencia el encuentro.
Cuando escucho mi voz grabada en el
comercial experimento la desazón de una traición, una intuición
como la que debe experimentar el clavo cuando traspasa la
madera.
Siento que debo perdonarme a mi misma, de
algo que no sé qué es, debo aprender del pasado, quererme un poco
más y no desperdiciarme en la búsqueda del éxito, del
reconocimiento de los demás. Cada día el vacío se hace mayor.
Esa mañana en mi habitual rutina de
trasmitir noticias, de crear corrientes de opinión, siento la
necesidad de entrevistarme a mi misma y dentro escucho mis propias
respuestas.
—Elige con prudencia lo que pides, puede ser
lo que recibes. Valora todo lo que en este momento tienes. No te
desesperes, el futuro guarda muchas incógnitas, ellas son la fuerza
que nos impulsa a luchar, si siempre, todo estuviera bien,
probablemente, la vida no tendría sentido.
Sigo analizando mis sentimientos, con ese
apasionamiento, con el que casi siempre los seres humanos somos
críticos de nosotros mismos, me pregunto... ¿Por qué frecuentemente
renuncias a tus sueños, sólo por el miedo de no alcanzarlos?
Reconoce que es más cómodo soportar el fracaso que vivir con la
angustia permanente de anhelos, que cómo demonios de medianoche,
atropellan la tranquilidad e intentan justificar la
frustración.
Me sirvo un café, ese café que es el
compañero inseparable de mis horas, esas largas que alojan la
angustia y esas breves que restan espacio a la felicidad.
Sin esperarlo tengo frente a mí el comienzo
de una serie de respuestas, encaminadas a resolver mis
interrogantes.
No sé por dónde comenzar.
Sin saber por qué, me encuentro preguntando
a mi amiga y compañera de trabajo:
—Esther, dispones de tiempo?
—Más a menos. ¿Quieres revisar el trabajo
acumulado?
—No, quiero que me acompañes a Río Grande,
debo volver a ver al monje blanco.
—¿Otra vez?, te ha impresionado el tipo, es
buen mozo y he averiguado que se llama Einar.
Malhumorada respondo:
—No se trata de eso, no involucres
sentimientos donde no existen.
—Hum, que carácter. ¿Estás molesta, puedo
saber qué te pasa
—Nada. ¿Vas conmigo a Río Grande?
Esther, sonriendo con cierta picardía en la
mirada responde:
—Deja que disponga algunas cosas, en media
hora podamos partir.
—Gracias Esther, eres única, sé que siempre
puedo contar contigo.
Una prisa secreta me embarga, las cosas
importantes no deben postergarse, los detalles no cuentan, lo
fundamental es llegar.
Partimos en silencio. Ella al volante,
cantarina, alegre, está impaciente por conocer la morada de los
médicos blancos, como empezaron a llamarlos en la zona.
—Debemos apurarnos. ¿Cómo crees que nos
recibirán?, dicen que son muy reservados, medio raros,
misteriosos.
—Tengo la misma impresión, pero no olvides,
Einar me ha invitado muchas veces, no somos intrusas.
—Claro, tienes razón. Espero que todo sea
para bien.
Yo tengo una mezcla extraña de curiosidad y
miedo, y pienso que las personas sólo pueden cambiar de verdad por
una decisión propia y todo el mundo tiene la capacidad de cambiar
cuanto quiere de su personalidad. No hay límites para lo que uno
quiere eliminar o adquirir.
¿Qué debo cambiar? Aparentemente tengo todo,
pero este vacío enorme, esta llaga insomne, avanza por dentro. ¿Por
qué esta soledad, esta incertidumbre, desasosiego, intranquilidad,
que muchas veces atormenta a los seres humanos y nos pone en
conflicto con nosotros mismos?
Mientras el automóvil se desliza veloz, en
un paisaje de belleza indescriptible, con matices de verde y
marrón, con imponentes montañas y el río como una serpiente
sibilina se desplaza perezosa por el paisaje abrupto, por momentos
cortado a pico y en otros con pinceladas de absoluta paz y armonía,
voy reflexionando sobre mi vida.
Amor, salud, éxitos, reconocimiento, todo es
mío, en esta etapa por lo menos, entonces, ¿Por qué tanta
inquietud?
Muy pronto encontraría respuestas que sólo
con los años tendrían explicación.
Enclavado en el valle, resplandeciente de
luz y color, con viejos y frondosos árboles cargados de frutos, con
acequias bulliciosas, el valle de Urubamba se muestra en todo su
esplendor.
A pocos kilómetros del centro poblado, en la
margen derecha de una carretera sinuosa, en un desvío de margaritas
y capulíes, aparece Río Grande. Sin serlo, tiene la apacible paz de
un convento, se respira silencio, quietud, paz.
Un viejo portón se abre y con serenidad
exenta de toda sorpresa Einar nos recibe.
—Te esperaba hoy, todo está preparado para
la ceremonia.
Sorprendida me atrevo a preguntar:
—¿Me esperabas, quién te dijo que
venía?
Sonríe y simplemente se limita a invitamos a
pasar.
Una casona típica de la zona, alberga a
varios monjes que en silencio nos reciben, sin ninguna pregunta,
sus gestos cordiales reemplazan perfectamente la barrera del idioma
que nos separa.
Visten de blanco, con suma elegancia y sus
rostros europeos tienen un color especial, realzado por el brillo
limpio de sus cabellos dorados, inspiran confianza, pero al mismo
tiempo, algo indefinido los torna lejanos. Pasamos a un huerto, en
cuyo centro un viejo árbol sirve de soporte a una canaleta
fabricada de tallos huecos que transporta agua cristalina.
Alrededor, como una alfombra verde, el pasto
lino y bien cuidado se extiende entre árboles cargados de flores,
en plena eclosión primaveral. Einar con amabilidad, señalando la
caída de agua, extiende las manos.
—Debes bañarte en estas aguas, totalmente
desnuda y luego vestirte con esta tela, es lo único que puede rozar
tu piel, es parte indispensable de la purificación.
Me entrega, un fino hábito inmaculado, una
seda nunca vista por mis ojos, increíblemente suave,
delicada.
—Tu amiga lo hará después, no temas nadie
estará contigo. Relájate.
La limpieza termina y el agua fría
procedente, probablemente, de cercanos glaciares andinos, tonifica
mis huesos.
Silenciosos en círculo, perfectamente
delimitado, nos rodean los monjes, entonando una canción melódica,
fina, que suena a arpegios de ángeles y flauta de calandrias.
Rodean nuestras cabezas de bellísimas flores
blancas, silvestres y mientras, mi amigo dice pausadamente:
—Ciña tu frente el universo... hoy empiezas
a sentir su energía... procura no perderla jamás.
Nos invitan a reposar sobre la hierba
brillante de rocío y se sumergen en una larga y callada
meditación.
El aire es absolutamente puro, no se siente
la respiración de los presentes, ni el vuelo de los insectos, ni el
deslizarse de la brisa fresca del lugar, permanecemos así largo
rato y luego otra vez los cánticos.
Con roce imperceptible, nuestros cuerpos son
limpiados con plumas y piedras del río, muy suaves, creando una
sensación de absoluta armonía. Están limpiando el espíritu de
energías negativas.
Luego, nos dan a beber una tisana de
agradable y desconocido sabor que aumenta la serenidad que gobierna
estos momentos.
Transcurren minutos, que a mí me parecen una
eternidad, uno a uno, con los ojos cerrados, los monjes toman
nuestras manos y una paz indescriptible invade mi espíritu,
desaparece el desasosiego y me siento reconciliada con el
ayer.
Abro los ojos y nunca el resplandor del sol
me parece más brillante, la hierba húmeda rozando mis pies
descalzos, me devuelve a la realidad.
Tengo la sensación de haber viajado por
otros mundos y con toda su grandiosa majestad surgen las montañas
andinas, que con indescriptible belleza, circundan el entorno del
valle, definiendo el perfil del horizonte.
Altivas y desafiantes, por trechos coronadas
de nieve, nos miran impasibles, mientras el universo parece
detenerse en un conjuro mágico. Nunca vi el cielo tan azul. Todo mi
ser se inunda de paz, de serenidad, de absoluta armonía.
Muy dentro, ahí donde sólo se encuentra uno
mismo, siento una voz interior que me dice: “Ahí está tu
misión“.
No acabo de comprender el significado de
este mandato interno, cuando cordial Einar nos invita a degustar
una cena totalmente vegetariana, compartida en silencio, pues no
conocemos el idioma de los monjes blancos, pero admito que entre
ellos y yo se establece un diálogo telepático.
Quiero agradecer la simplicidad y belleza de
la ceremonia, sin embargo no logro pronunciar una sola palabra.
Einar con mucha dulzura me dice:
—No te preocupes, no hace falta que digas
nada, sé que estás dando las gracias a la Unidad Invisible que
gobierna la vida, lo que pides te será dado, pero todavía no es
tiempo. Antes, tienes que aprender a aceptar, comprender, agradecer
y perdonar.
No entiendo el sentido de lo dicho, pero
guardo silencio, me siento absorta, lejana, ida, las palabras
golpean mi cabeza, con la persistencia del martillo que hiere al
clavo que no quiere admitir que ese es su lugar.
Termina la ceremonia y entre cánticos nos
acompañan hasta el automóvil, sólo allí Einar me dice:
—Nekim quiere hablar contigo, es el momento,
ahora que estás totalmente limpia de cuerpo y espíritu.
Quiero preguntar, ¿Quién es Nekim? Antes de
hacerlo escucho a Einar que se adelanta.
—Es nuestra maestra y guía espiritual, está
de paso por Río Grande, ella te develará algunas cosas importantes
para ti, debes tomarlas en cuenta, más adelante pueden servirte.
Tiene una sabiduría de siglos y su edad es eterna.
—No temas, no me mires así, pronto
entenderás muchas cosas que tu razonamiento y falta de fe no
admiten por el momento.