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Nekim me recibe con unos ojos verdes brillantes e inquisidores y arrugas tan suaves que no revelan su edad.
—Mira la lumbre de esta vela y no separes tus pupilas de ella. ¿Crees en la reencarnación?
Un enfático No inicia el diálogo que entablan las miradas y no quiebran el silencio.
—Tus vidas pasadas son intensas, tienes el misticismo de una sacerdotisa griega, el misterio de una Atlántida invisible y desaparecida, los movimientos de liberación femenina de Escocia dan vida a tu rebeldía, el cosaco ruso dejó fuerza y envidiable salud a tus movimientos, el conquistador hispano te empuja a abrirte paso en las dificultades con fuerza, pulso, corazón y coraje.
Sin apartar su mirada de la mía, continúa diciendo:
—El puñal que traspasará tu corazón es el mismo con el que asesinaste en África y abandonaste tu misión para seguir al hombre equivocado.
La interrumpo incrédula de lo que escucho:
—¿Qué dice?
—Los seres humanos, víctimas de la violencia que crean la pobreza y el desamor, reclamarán para ellos tiempo y trabajo en tu vida, karmáticamente un día, cuando menos lo esperes, los encontrarás y volverás a ellos. Conocerás entonces la fuerza del odio que separa, que divide, que mata, que envenena.
En silencio, sin atreverme a interrumpir, sigo escuchando, percibo un breve temblor en mis rodillas que no me deja concentrarme en lo que oigo. Un sudor frío empapa mi cuerpo y la angustia se cuela hasta los huesos.
—Eres una persona que cree ser feliz, pero no conoce su misión. Tus máscaras, te impiden reconocerte a ti misma.
—Tus pre-conceptos sobre el éxito y el honor no saben de la dureza de la vida, no conocen el camino de los que sienten y sufren la violencia, el maltrato, la marginación.
Fastidiada, la interrumpo, ¿Por qué me dice todo esto? Sin tomar en cuenta mis palabras, continúa:
—Miras el mundo con un cristal de luz, haces el bien porque no conoces el mal, cuando estés cerca de él, entonces tendrás que decidir.
Quiero recobrar serenidad, siento que las lágrimas brotan a raudales de mis ojos, intento decir algo y no puedo.
Empiezo a sentir miedo.
—Hoy por hoy, sólo ves el lado bello de la vida, más tarde, si así lo eliges, entenderás y aceptarás muchas cosas.
Guardo silencio y ella continúa:
—Mira tus montañas, la altivez de sus alturas, el desafío de sus distancias, la serenidad de sus horizontes, esconden el dolor que produce la postergación, el olvido. Sumérgete en tu raza y cultura, y sentirás que allí está tu misión.
Confundida, no alcanzo a comprender. ¿De qué misión habla?
—Cuando esto ocurra es necesario dar a conocer, los hechos que hoy la dividen y lastiman, deberás hablar por ellos, reclamar un tiempo nuevo. Tu raza no está muerta, vive. No importa el precio que tengas que pagar.
Con el aliento contenido, mirando los ojos de Nekim no puedo creer lo que estoy escuchando y sintiendo. Miro el rostro de Nekim y está totalmente transformado, el verde de sus ojos es más brillante que nunca, enfurecidos tienen los matices de esmeraldas sumergidas en agua.
Quiero protestar, pero las palabras se estrangulan en la garganta, se niegan a brotar y fascinada por el brillo intenso de sus ojos, una vez más, me quedo callada.
—Vuelve a tu mundo, busca respuestas, no te quedes inerte. Su voz ronca y pausada penetra con fuerza en mi cerebro.
—Vuelve a tu mundo andino, encuéntrate con él, es milenario, eterno, desconocido. Ha concluido la era de Piscis, el oscurantismo queda atrás, Acuario se inicia develando enigmas y tú tienes que formar parte de este proceso.
Sin atinar a decir palabra, sigo escuchando.
—Tu destino es dar testimonio de un tiempo y una situación que conmoverá las raíces más profundas de un pueblo... allí está tu misión.
Sin dejarla concluir la interrumpo violentamente:
—¿Misión? ¿De qué habla, no la entiendo?
Nekim, ajena a todo lo que le rodea prosigue:
—El materialismo, la dualidad de concepciones intentan confundirnos, destruirnos, sumirnos en el conformismo de los que mucho han recibido e ignoran que mucho se les pedirá, esa es una ley a la que nadie escapa.
—Hay demasiado egoísmo muy cerca de ti, la lucha por el poder se está tornando fratricida.
La escucho asombrada y el miedo se refleja en mi cara.
—No te asustes, por ahora vete tranquila y espera tu tiempo. Sólo el puñal en la espalda te hará mirar hacia adelante y reconocerás que tu misión empieza cuando éste traspase tu corazón, entonces el dolor será tu gran maestro.
Me pregunto, sin hablar, ¿De qué puñal habla?
—Ve tranquila, no tengas miedo, antes sumergida en las aguas misteriosas de un lago redimirás tus herencias karmáticas. Espera y confía.
Un temblor frío continúa recorriendo mi cuerpo, me confunden y asustan sus palabras, no entiendo nada.
Ella empapada en sudor, como si le hubieran echado un balde de agua, sonríe. Apaga la lumbre de la vela, me toma con suavidad las manos y con una mirada verde, intensa y desafiante, desnuda mi mente, con seguridad extraña, imperativa vuelve a decirme:
—Pronto te bautizarás en las aguas y volverás a tener otra vida, sin morir. Deja que tu amiga venga, tengo algo muy importante que decirle.
Afuera Esther espera con impaciencia.
—Quiero ver a Nekim, debo verla.
Suplica con pasión, Einar se resiste, pero cuando le digo que Nekim la está esperando se resigna y la deja pasar.
Nos quedamos en silencio, en el automóvil, mientras Esther se entrevista con Nekim. Transcurren unos 10 minutos y regresa indignada, colérica, furiosa y sin decir palabra estalla en sollozos. Einar, sin inmutarse por el comportamiento de Esther, resuelto afirma:
—Es momento de volver, la noche puede sorprenderlas, vuestros destinos son distintos y vuestras misiones también. Ojalá puedan comprenderlas a tiempo. Gracias por vuestra visita.
Asombrada le extiendo las manos y como un ser inerte, despojado de voluntad y vida, subo al automóvil.
El retorno a la ciudad es tenso, difícil. Esther no cesa de llorar y ante mis inquisidoras preguntas, estallando en una crisis de llanto incontenible, confiesa...
—Nekim es cruel, acaba de decirme que arregle mi vida, que pronto voy a morir.
Al escucharla, indignada estalló en improperios, mi razonamiento lógico utiliza todos sus argumentos para convencerla de que esto no es posible.
—Este viaje es una estupidez, tonterías, supersticiones, vidas pasadas, premoniciones, la intuición humana no puede desafiar los designios supremos.
No muy convencida continúo diciendo:
—Si los videntes fuesen capaces de leer el futuro, los problemas del mundo estarían resueltos... dejemos de lado toda esta historia que no tiene sentido.
Mientras el camino se retuerce en penumbra, una y otra vez miro a mi amiga que nerviosamente se aferra al volante del automóvil que conduce, con una lentitud inusual en ella, afectuosamente tomo sus manos.
—Esther por favor, olvidemos este incidente, no debí forzarte a venir, la verdad no sé, ¿Por qué y para qué estamos aquí?
—Tú no tienes la culpa.
—Perdóname, no más purificaciones, historias de reencarnaciones, de vidas pasadas, este mundo esotérico y delirante no puede quebrar la lógica de dos mujeres del siglo XXI plenamente convencidas de la racionalidad que debe regir nuestros juicios y nuestras vidas.
Escucha en silencio y sólo se atreve a murmurar:
—Tengo miedo... mucho miedo.
Volver al trabajo nos hace olvidar el incidente, aunque no dejo de pensar.
—No quiero ver más a esos extraños personajes que venden sugestión, mis vidas anteriores no me interesan, especulaciones de orden interno que no tienen sustento lógico en alguien como yo que no cree en ellas.
Sigo diciéndome a mi misma, no muy convencida:
—Tonterías… esto no va conmigo, casualidades, desvaríos de gente rara. Sigo cuestionando, pero dentro de mi encuentro una enorme resistencia.
De la mente surgen las ideas, pero no empatan con el corazón. Una extraña intuición me convence que no estoy en el camino de la verdad, sin embargo, silencio el corazón con argumentos absolutamente racionales.
Qué equivocada estaba entonces, el tiempo me enfrentaría con extrañas coincidencias o causalidades, no lo sé.
Acabo de vivir una experiencia que indefectiblemente cambiará, para siempre, el curso de mi vida y quiero convencerme, sin lograrlo, que todo es una simple casualidad.
Hoy, sintiendo el toque helado del puñal que traspasa mi corazón, recuerdo la inesperada muerte de Esther.
Ella tuvo una muerte sin dolor, tranquila. La ciencia médica no encontró explicación para tan súbita partida. Fue una muerte extraña, sin causa aparente, sin enfermedad visible.
Apenas dos meses después de nuestro viaje a Río Grande, cuando volvía a casa, sintió un fuerte dolor en los hombros, llamó a sus hijos, todavía pequeños, los abrazó fuertemente, se recostó en la cama, sonriendo, cerró los ojos y se fue para siempre.
Ni un espasmo de dolor, ni un encargo final, nada. Se fue dormida. Cuando se dieron cuenta, un hilillo de sangre ennegrecía en la comisura de sus labios, el médico certificó infarto y yo al enterarme enloquecí de dolor y de miedo.
—Perdóname Esther, me siento culpable, parece que entre mis manos tuviera un puñal y que ese día en Río Grande lo descubrimos. Estoy muy mal, tu muerte me ha afectado demasiado, yo no hice nada malo, es el destino, es el sino fatal que llega cuando no lo esperamos, es el cumplimiento del día y la hora escritos en el momento de nacer, cuando nuestro espíritu, que no es mortal, toma un cuerpo para viajar un tramo del largo camino, hacia la eternidad.
Nada logra conformarme frente a la muerte de Esther, sólo el amor del hombre que está a mi lado y en quién creo ciegamente, con la fuerza devastadora o redentora del amor.
—Amor mío, cuánto me consuelas de este dolor, con ternura e inteligencia borras de mi todo sentimiento de culpa, acompañas el desvelo de tantas noches de insomnio pensando en lo ocurrido.
—Tu presencia me aparta de todo sentimiento de culpa y me devuelve la alegría de vivir. A tu lado descubro que el presente es todo lo que uno tiene y siempre es muy corto, nos aferramos inútilmente al pasado, que no puede volver y a veces vivimos en él, escarbando el dolor, hurgando las heridas, acumulando rencor, negando el paso al perdón, a la esperanza y a la maravilla de estar vivos.
Pensamos inútilmente que somos dueños de un pasado y aferrados a él, restamos posibilidades para encontrar la felicidad.