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Italia, frente a mí el viejo Foro Romano,
trae a la memoria mil años de historia. Mis apretados jeans no
soportan el ardiente calor del verano europeo, un ligero viento
refrescante se mece suavemente, al compás del alocado vaivén de mis
pupilas que quieren abarcarlo todo.
Roma, con su grandiosidad nos envuelve, el
Arco de Constantino invita al descanso y allí, otra vez en
silencio, siento el mismo desasosiego de antaño.
Mi pareja, distante de todo, absorto en
pensamientos lejanos me trasmite la sensación dubitativa de que
algo no funciona entre los dos.
Me mira a los ojos, descubro condescendencia
y nada más, parece que el amor se hubiera marchado, atemorizado
ante la sabiduría y misterio de los muros del Foro que guarda toda
la grandiosidad de la cultura romana y que esta tarde, con los
reflejos del sol, adquiere tonalidades fantásticas.
Es increíble, cuánto esfuerzo desarrolla el
hombre en la conquista de la naturaleza y cómo ésta con el paso del
tiempo sólo deja vestigios, que de alguna manera sobrevienen al
tiempo, sin embargo la memoria de los hombres, casi siempre, se
pierde en su propia generación.
Me prendo de su brazo con absoluta
confianza, no se inmuta, ni da por aludido, me parece mentira,
tantos años compartidos y no hay nada que decirnos. Tanta entrega,
paciencia, ternura, para frenar su carácter impulsivo y rebelde,
parece que se hubieran dado, sólo para mí. Él tiene otras
vibraciones.
—Estás preocupado? ¿Te pasa algo?
—Nada.
—Entonces, ¿Por qué estás molesto?
—Tú siempre impertinente, imaginando cosas.
No me pasa nada.
Se muestra terriblemente irritado, incómodo,
lejano, tengo la sensación que lo agobia una incertidumbre muy
fuerte, preocupaciones que no comparte. Algunas veces lo sorprendo
con el ceño fruncido y una angustia interior parece devorarlo por
dentro.
¿Qué ocurre? No sé, tengo miedo saberlo,
miro a las gitanillas que acaloradas ríen junto a las viejas ruinas
del Coliseo Romano, esperando a algún turista despistado, para
sustraerle dinero, relojes, joyas, en fin. En el primer mundo
también, la delincuencia está presente, porque en el planeta,
siempre existirán individuos que a fuerza de carencias, quiebren
sus valores y busquen sobrevivir, a cualquier precio.
Recorriendo el viejo continente, en un viaje
soñado toda la vida, sin saber por qué recuerdo a Nekim. Su imagen
interrumpe mis pensamientos y siento un extraño temor.
En Venecia, que tiene el encanto de puentes
y canales llenos de misterio y romanticismo, callecitas que se
pierden en el laberinto de las expectativas de sus visitantes,
recuerdo, una vez más su rostro indescifrable, surcado de arrugas,
que parecen señalar destinos, su mirada acuciosa y penetrante que
sin querer lo invade todo, ¿dónde estará Nekim? Me gustaría hablar
con ella, pero sé que esto, por el momento es imposible.
En el metro, en París, la ciudad más bella
del mundo, vuelvo a imaginar el valle sagrado de los incas y los
recuerdos se pierden en el laberinto del tiempo.
Frente a la imponente Catedral de Notredam
tengo la sensación de haber estado ahí y bajo los Puentes de Paris,
coronados de arcángeles dorados, en una romántica serenata, percibo
definitivamente que una etapa de mi vida empieza a caerse a
pedazos.
Tomo las manos de mi pareja con fuerza y
siento la sensación de algo muerto, me abrazo con desesperación al
sentimiento del amor, pero no hay campanitas en el corazón, sólo un
cansancio de siglos.
Sus ojos no mienten, aunque las palabras
sean las mismas de siempre, llena de inquietud y ansiedad, le
pregunto una vez más:
—¿Me amas?
—Claro que te quiero.
—Entonces, ¿Por qué ocultas tus
sentimientos?, siempre estás huyendo de mí.
—No seas insistente... comprende, estoy
cansado, este viaje me pone nervioso.
—Lo hemos soñado toda la vida. No entiendo
por qué te portas así.
Me mira con desconfianza, con temor, quiere
decirme algo, pero una vez más calla. Tiene un mundo interno que lo
atormenta.
Nuevamente confundida, no me atrevo a seguir
preguntando. ¿Por qué no me dice lo que le sucede? Me respondo a mi
misma, ¿Para qué?, mi intuición está gritando verdades, que no
quiero conocer, menos aceptar.
Su frecuente silencio no logra ocultar que
algo muy extraño ocurre, vive una permanente insatisfacción,
incluso cuando hace el amor, su entrega no es total, algo lo obliga
a ser condescendiente y después de un desfogue intenso, como si
quisiera desprenderse de algo, busca dar paso a la ternura,
justificando su lejanía.
Su cuerpo arde en deseo, pero su mente
intenta controlarlo todo, incluso la fuerza de la pasión está
impregnada de un no sé qué, eso lo torna distante y lejano.
Ambos sonreímos, con complacencia forzada, o
tal vez con la intención de no lastimarnos. Nos abrazamos con
fuerza y sentimos miedo, no nos atrevemos a identificar nuestros
sentimientos.
La crisis estallaría un año después, cuando
una puerta cerrada con violencia, puso fin a una relación
inmensamente hermosa, que imaginaba eterna.
Una relación que a fuerza de querer
controlarlo todo, de intentar poseer el cuerpo y el alma del otro,
las decisiones y acciones, acabó asfixiándonos, impidiendo el flujo
de la energía del amor.
Esa noche terrible, que no logro olvidar,
por la pesada carga de oscuridad que ha dejado en mi vida, estalló
la crisis, después de una, de las tantas discusiones, que
últimamente dominaban nuestra relación.
No encontraba justificación a sus largos y
frecuentes viajes al extranjero, a llamadas misteriosas, a la
presencia de personas desconocidas para mí que ocupaban gran parte
de su tiempo y atención, y siempre fuera de casa.
—¿Quiénes son? ¿Por qué te buscan tanto? Por
qué no me los presentas? Todo el día te llaman por teléfono. ¿A
dónde vas? ¿Por qué no permites que te acompañe?
—Por favor, no intentes controlar todo, tus
celos son enfermizos... estás agotando mi paciencia.
—Y la mía, ¿Tiene que ser eterna? ¿Qué
ocultas, qué misterio te envuelve?
—Por favor, deja de imaginar.
—Pero, entiende, estoy preocupada… no sé lo
que te pasa.
—Basta, me largo.
El portazo de siempre, la furia contenida,
la huída apresurada.
Al rayar el alba, lo siento llegar y
fingiendo estar dormida, percibo que con la suavidad propia de su
carácter reservado, deposita en mi frente un beso y al instante se
queda dormido.
Nunca una explicación, simplemente, ante mis
preguntas un gesto de impaciencia, de malhumor, silencio,
indiferencia, cansancio.
Es tarde, anochece, el cielo está cubierto
de densas nubes, que en esta época del año preceden a las
tormentas. Como últimamente, no suele ocurrir, ambos estamos en
casa, me mira de manera extraña y sin abandonar el aire de
protección y ternura que siempre envolvió nuestra relación,
pausadamente, como masticando las palabras, como si se sintiera
aplastado al pronunciarlas, le oigo decir:
—Me voy, estoy cansado, esto no funciona, no
soy la persona indicada para ti... no podemos permanecer juntos, me
siento culpable de no hacerte feliz.
—¿Qué tonterías estás diciendo?
—Es así, siento que tú invades mi mundo,
quieres impregnarte en todo. Asfixias mi libertad.
—¿Qué te pasa? ¿Qué dices, estás
bromeando?
—No. hace tiempo que quiero hablar contigo,
siempre me falta valor.
—¿De qué hablas?
—De nuestra separación.
—¿Separarnos? Te has vuelto loco, has
bebido.
—No, por favor, te hablo en serio,
escúchame... entiéndelo, ya no te amo.
—Hay otra mujer en tu vida? Dime, ¿Quién
es?
—¿Dónde está?
—No es nada de eso.
—Entonces, ¿Qué es? Habla. Ahora comprendo
todo, tus viajes, tus silencios. No puedes hacerme esto.
—Cálmate, no hay otra mujer, no hay nadie
entre nosotros. Por favor entiéndelo, estoy cansado, necesito estar
solo, algún día, comprenderás el por qué de esta decisión.
Atónita y enfurecida no acepto sus palabras,
aludo a traiciones que ignoro, a la presencia sospechosa de otra
mujer.
—No puedes hacerme esto, yo te amo, te estoy
dando lo mejor de mi vida, mi amor, mi juventud.
—Dime, ¿Quién es? ¿Dónde la conociste? ¿Cómo
es? ¿Cómo se llama?
Me mira largamente en silencio, y con ese
aire de seguridad que lleva impregnado en la piel, me ignora, no
toma en cuenta mi actitud ofendida y rápidamente empieza a ordenar
sus cosas.
Toma la ropa indispensable como si se fuera
de viaje, recoge algunos libros que ya los tenía en la maleta, y
sin decir nada se va de casa.
No dice una sola palabra y cuando le
preguntó con desesperación:
—¿Dónde vas? ¿Cuándo vas a volver?
Simplemente sonríe con tristeza y dándome la
espalda se dirige hacia la puerta. Al verlo partir intento
detenerlo.
—Por favor, no te vayas... yo te amó más que
a nada en el mundo, hablemos, voy a intentar comprenderte.
Resuelto y con un gesto de firmeza, me
aparta de su lado.
—No hagas las cosas más difíciles, no
compliques. Todo está decidido, la casa, el coche, son tuyos,
legalmente están a tu nombre, por favor déjame partir, es muy
importante para mí.
Enfurecí, grité, lloré e igual se fue, no
volvió siquiera la mirada, parecía huir. Lo cogí por los hombros
insultándolo, lo llamé cobarde, mentiroso y en un acceso de furia,
lo empujé hacía la puerta que cerré violentamente.
En los siguientes días, semanas y meses no
volví a saber nada de él, parecía que la tierra se lo hubiera
tragado vivo, indagué, pregunté, busqué a amigos comunes, todos se
sorprendían y nadie parecía saber algo.
Sus padres me confiaron, a tanta
insistencia, que se había marchado lejos, a Europa, que para ellos
también fue una sorpresa tan apresurada decisión. En la universidad
sólo existía una carta lacónica de renuncia definitiva a la
cátedra.
La esperanza de volver a encontrarlo, de
decirle que sin él la vida no tiene sentido, se fue
esfumando.
Con el paso del tiempo la angustia de lo
perdido se apodera de mí, de una manera voraz. Nada tiene sentido,
una lenta melancolía está ganando mi voluntad. Me abandono.
Pierdo el sentido de la existencia, el deseo
de vivir. Quiero aceptar su decisión, pero algo interno me paraliza
haciéndome sufrir lo indecible. Cargo mis cicatrices como surcos en
el alma, la huella que deja un mal amor, difícilmente puede
desaparecer.
Dentro de mí, me parece oír, mis propias
afirmaciones... ¡qué increíble amor mío!, tengo el puñal clavado,
lo estoy sintiendo, tú lo has clavado. Tú que fuiste todo para mí.
Compartimos años hermosos de nuestras vidas, los más jóvenes, los
más ardientes y ahora ya no podemos hacer nada juntos. ¿Dónde
estás? Interrogo a mi corazón, no quiere hablar, tiene miedo, un
miedo infinito, prefiere callar.
¿Tendrá razón Nekim, será este el puñal, que
dijo, atravesaría mi corazón?