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¿Me estoy enamorando de ti?
No, no puedo ni debo hacerlo, sería una
locura, un desatino. No soy un hombre libre, no me
pertenezco.
Sé que eres hermosa, un brillo, un don que
viene de lejos te envuelve cuando rendida entre mis brazos, te
tornas indefensa, frágil, débil.
¿Debo alejarme de ti? Me perturbas, me haces
daño, me enloqueces, contigo, cada vez más, pierdo la
concentración, el sentido de realidad.
Lejos de ti las horas no pasan, quisiera
tenerte siempre a mi lado. Ojalá tuviera tiempo de escribir mi
destino, para saber que al final de la batalla, me esperas tú. Sé
que no es así. Quisiera rescatarte de la infamia y la perfidia de
los años, que no has estado junto a mí.
Marco, en el monte está pensando en voz
alta, se pregunta, una vez más, ¿Estoy hablando solo?
No puede ser. Hace ya tiempo que mi corazón
endurecido y cerrado para siempre al amor, no ata anclas, no
encuentra puerto.
Mi hábitat es el monte, el frio, la
oscuridad, el hambre, las sombras, la muerte. Soy y seré siempre un
perseguido, un paria.
Absorto, ausente de su entorno, continúa
pensando...
—Mar… mi querida Mar. ¿Cómo puedo condenarte
a ti, a este tipo de vida? Tú eres mi descanso, mi paz, mi
desahogo, mi refugio, la débil presencia de lo bueno en un ser
poseído por el odio y el rencor.
Sintiendo a lo lejos los chasquidos de los
fusiles de entrenamiento, intenta reaccionar:
—No, ahora no me pondré cadenas. Tengo entre
mis manos la conquista de un sueño, estamos cerca de conseguirlo,
hasta la victoria compañeros.
—La lucha de los pobres me reclama. La
sangre derramada, en esta tierra, como dice Martina Portocarrero,
huele a pólvora y dinamita.
¿Y tú? hueles a jazmines y gaviotas, tu
cuerpo tiene el olor del mar, tu piel el inconfundible ardor de las
olas que al estrellarse en la arena tibia, se rinden avasalladas.
¿Cuántas veces te rindes, avasallada entre mis brazos?
Ay Mar, cómo duele quererte tanto.
Al cerrar la noche, desafiando el peligro,
exponiéndose a ser capturado, Marco, una vez más, va al encuentro
de Mar.
Su carne joven es como una pesadilla donde,
desbocado de pasión, como un potro salvaje, corre su cuerpo,
sentenciado a morir, quién sabe en cuál de los valles de la muerte
sabe que temerariamente no debe ir a su encuentro, pero
ahí está, sin saber cómo ni por qué. Sólo
entre sus brazos, momentáneamente, olvida toda la crueldad de sus
decisiones, la injusticia de haber dejado a la mujer que él creyó
amar, más que a nada en el mundo.
Enredado en los muslos tibios y
complacientes, apacigua esa sed de odio y venganza que lo lleva a
la crueldad, a ordenar la tortura, la matanza indiscriminada, el
asesinato. A él no le tiemblan las manos cuando tiene que
matar.
Le tiembla el alma cuando acaricia a una
mujer. Sólo entre las sábanas calientes que ondulan su cuerpo, deja
de ser el mensajero de la muerte. Todos sus remordimientos los
olvida cuando, enamorado entre sus brazos,
la escucha decir:
—Marco, ¿Por qué tardas tanto en llegar?
Cada día siento más miedo por ti.
—No sientas miedo, este sentimiento, hace
tiempo, se ha perdido en los laberintos de esta ciudad
apocalíptica.
—El miedo es sólo patrimonio de los
cobardes, los que se aferran a la vida. Tú y yo la estamos jugando
cada noche, cada minuto, cada segundo.
De pronto, sus ojos, descubren junto a la
cama desordenada y todavía caliente, un chanchito de barro, una
alcancía.
Sorprendido y ágil como un felino salta y
sacudiendo a Mar, grita más que una pregunta, un mandato:
—¿Quién te ha dado esta alcancía? ¿De dónde
la has sacado?
—Calma Marco. ¿Qué te ocurre, pareces
enloquecido?
—¿Dime quién te dio ésto?
—Era de mi madre, cuando ella murió, huí de
casa y solo traje esta alcancía. Ella la cuidaba mucho, era su
tesoro y siempre me decía que cuando ella se fuera, la guardara
siempre conmigo.
Marco, con angustia, con dolor, pero con
extraña alegría, coge el chanchito y al mirar en su pancita de
barro sus iniciales, gruesas lágrimas surcan su rostro, endurecido
por mi] combates y por las marcas que la muerte va dejando en su
vida.
—Mar, háblame de tu madre, cuéntame, ¿Cómo
era?
—¿Qué te ocurre Marco, estás llorando?
¿Conociste a mi madre?
—Por favor Mar, háblame de ella, ¿Dime cómo
se llamaba?
—Alguna vez te conté que está muerta. Su
nombre era Rosario, era amorosa, dulce, junto a mi Neto es lo único
bueno que la vida me ha dado.
—¿Se llamaba Rosario?
—Sí.
—¿Era del Cusco?
—¿Cómo lo sabes?
Marco, dominando sus sentimientos
responde:
—Por nada. Recuerdos. Cuando era niño, yo
tenía una alcancía parecida. Otro día me cuentas sobre ella, ahora,
ven a mis brazos.
—Te quiero Mar, más que nunca, eres después
de mi lucha lo más importante que tengo en la vida, quisiera ser
para ti tan bueno como Neto y tu madre, pero eso es imposible, por
lo menos ahora.
Mar, no comprende que le está sucediendo a
Marco, pero su intuición femenina, la anima a decir, lo que tantas
veces había tenido miedo de pedir:
—Marquito, a veces pareces un niño, en el
fondo eres un hombre bueno, aunque seas terrorista.
—¿A qué viene esa afirmación?
—Hace mucho tiempo que quiero pedirte algo,
pero siempre te muestras duro, poco complaciente, ahora estás
diferente.
—¿A dónde quieres llegar?
—Quisiera que hagas algo por mí, pero tengo
miedo a lo mejor te enojas, sabes…
—Di, pide o es que acaso, ¿No confías en
mí?
—Si… pero…
—No hay pero que valga, al grano, ahora
haría cualquier cosa por ti.
Con un mohín de coquetería, que ella maneja
con maestría, pegando su aliento y su cuerpo, al de Marco
susurra:
—Podrías concederle una entrevista a una
amiga, hace tiempo que ella me ha pedido que le consiga una
entrevista contigo. Es periodista, viene del extranjero y está
escribiendo para una revista sobre Sendero. Quién mejor que tú para
contarle, además así harías propaganda, ¿No?
—Eres astuta Mar. ¿Por qué no me lo pediste
antes?
—Es que tenía miedo a que dijeras no, a qué
te negarás, a veces eres tan duro.
—¿Quién es esa periodista? ¿De dónde la
conoces?
—Es una amiga de varios años, la conocí en
Arequipa.
—Bueno… voy a pensarlo, no te falta razón
Sendero necesita darse a conocer al mundo. Sin embargo me gustaría
que intentaras recordar cómo y dónde la conociste, averigua algo
más sobre ella, tantas cosas vividas me han vuelto desconfiado.
Debo protegerme, ahora más que nunca. Le han puesto precio a mi
cabeza.
Quisiera contarle que no conozco a la tal
periodista, que es un pacto con Iván. N o, echaría a perder mi
plan. Prefiero mentir, a los hombres les gusta poseer, son dueños
de lo suyo, podría malograrlo todo si le confío que lo comparto con
otros… que él, al igual que los otros, no es más que una ficha
importante en mi plan de venganza.
—¿Y tu amiga periodista, cómo sabe de
mí?
Rápidamente surgen las respuestas, mil veces
ensayadas con la ayuda de Iván.
—Pero Marquito, que modesto eres. Te olvidas
que en Ayacucho eres una leyenda viva, que todos admiran y respetan
al camarada Marco.
Astuta como es Mar, sigue hablando al ego de
Marco, al ego de todos los seres humanos, que nos dejamos apresar
entre sus redes, tal vez en un afán desesperado de no escuchar
nuestras propias voces. Esas otras voces, que conocen de nuestras
limitaciones, debilidades, ansiedades.
—Está bien Mar, puedes decirle a tu amiga
que acepto la entrevista, pero debe guardar en absoluta reserva mi
identidad, sólo aceptaré sus preguntas con el rostro totalmente
cubierto.
—Gracias Marquito, mi amiga se sentirá
feliz, es una forma de agradecerle todo lo que ha hecho por mi
cuando estaba sola y enloquecida de dolor.
—Ya basta, no te pongas dramática, ahora ven
abrázame. Déjate amar… te necesito tanto.
Cuando el frío intenso del amanecer, le
recuerda a Marco que debe volver a lo suyo, viendo dormida a Mar,
jura protegerla siempre, amarla sin presionarla, es Rosario que
vuelve del pasado. La besa suavemente y una vez más susurra:
—Yo te protegeré... no importa cuán lejos
esté. Cuidaré de ti, como tu madre cuidó de mí. Mar, eres parte de
mí, para siempre. Rosario te trajo hasta mí. No voy a dejarte
nunca.