[198] George FOX, Journal, Filadelfia, 1880, pp. 59-61, versión resumida. <<

[199] Los santos cristianos han tenido sus devociones particulares: san Francisco, a las heridas de Cristo; san Antonio de Padua, a la niñez de Cristo; san Bernardo, a su humanidad; santa Teresa, a san José, etc. Los mahometanos chiítas veneran a Alí, el yerno del profeta, en lugar de a Abu-Bekr, su cuñado. Vambéry describe a un derviche que conoció en Persia, «el cual había prometido solemnemente, desde hacía treinta años, que nunca emplearía los órganos del habla excepto para repetir, eternamente, el nombre de su predilecto, Alí, Alí. Así quería decir al mundo que él era el fiel más devoto de aquel Ah que había muerto hacía mil años. En su propia casa, al hablar con su mujer, hijos y amigos, nunca salió de su boca una palabra excepto “Alí”. Sí quería comer o beber o cualquier otra cosa, expresaba sus deseos diciendo y repitiendo “¡Alí!”. Más tarde, su celo tomó unas proporciones tan desmesuradas que corría como un loco, durante todo el día, arriba y abajo, por las calles de la ciudad lanzando su bastón al aire y gritando mientras tanto con toda la fuerza de su voz: “¡Alí!”. Este derviche era venerado por todos como un santo, y era recibido en todas partes con la distinción más grande». Aminius Vambéry, his Life and Adventures, escrita por él mismo, Londres, 1889, p. 69. En el aniversario de la muerte de Hussein, el hijo de Alí, los musulmanes chiítas todavía atruenan al aire gritando su nombre y el de Alí. <<

[200] Véase H. C. WARREN, Buddhism in Traslation, Cambridge, U. S., 1898. <<

[201] Véase J. L. MERRICK, The Life and Religion of Mohammed as contained in the Sheeah traditions of the Hyat-ul-Kuloob, Boston, 1850. <<

[202] BOUGAUD, Historie de la Bienheureuse Marguerite Maria, París, 1894, p. 145. <<

[203] BOUGAUD, Histoire de la Bienheureuse Marguerite Marie, París, 1894, pp. 241, 365. <<

[204] BOUGAUD, op. cit., p. 267. <<

[205] Ejemplos: «Tenía dolor de cabeza e intentó, por la gloria de Dios, aliviarse poniendo sustancias aromáticas en la boca, cuando el Señor se apareció para acercarse a ella con amor y confortarla también en aquellos dolores. Después de haberlos respirado, se levantó y dijo a los santos, con gratitud y contento de lo que había hecho: “Mirad qué nuevo regalo me ha hecho mi prometida”.

»Un día en la capilla escuchó, entonadas de manera sobrenatural, las palabras: “Sanctus, sanctus, sanctus”. El Hijo de Dios, acercándose a ella como un amante y besando con la mayor suavidad su alma, le dijo en el segundo sanctus: “En este sanctus dirigido a mi persona, recibe con este beso toda la santidad de mí humanidad y mi divinidad, y deja que sea para ti la preparación para acercarte a la mesa de la comunión”. El domingo siguiente, mientras agradecía su favor al Señor, he aquí que el Hijo del Señor, más bello que miles de ángeles, la toma en sus brazos como si estuviera orgulloso de ella y la presenta a Díos Padre, con aquella perfección de santidad con la que Él la había dotado. El Padre se complació tanto en el alma que le presentaba Su único Hijo, que, como si fuera incapaz de reprimirse, le dio, como también lo hizo el Espíritu Santo, la santidad atribuida a cada uno por su propio Sanctus, de manera que ella quedó dotada de la plenitud de la bendición de la santidad otorgada por el Omnipotente, por la Sabiduría y el Amor», Revelations de Sainte Gertrude, París, I, pp. 44, 186. <<

[206] Forneaux JORNAN, Character in Birth and Parentage, 1a; ed. Ediciones posteriores cambian la nomenclatura. <<

[207] En lo que respecta a esta distinción, ver el relato admirable en el pequeño libro de J. M. BALDWIN, The Story of the Mind, 1898. <<

[208] En este tema me remito a la obra de MURISIER (Les Maladies du Sentiment Réligieux, París, 1901) que hace de la unificación interior la fuente principal de toda la vida religiosa. Pero todos los intereses fuertemente ideales, religiosos o irreligiosos, unifican la mente y tienden a subordinaría todo a ellos mismos. Podría inferirse de las páginas de Murisier que esta condición formal era peculiarmente característica de la religión, y que podría omitirse el contenido material al estudiarla. Creo que esta obra convencerá al lector de que la religión tiene más contenido material que característico, y que es mucho más importante que cualquier forma psicológica general. A pesar de esta crítica, encuentro que la obra de Murisier es altamente instructiva. <<

[209] Ejemplo: «Al principio de la vida interior del Servidor (Suso), después que purificó adecuadamente su alma mediante la confesión, se marcó, en el pensamiento, tres círculos, entre los que se encerró como en una trinchera espiritual. El primer circulo era su celda, su capilla y el coro. Cuando estaba dentro del círculo se encontraba seguro. El segundo círculo era todo el monasterio hasta la puerta exterior. El tercero y más exterior era la propia puerta y, aquí, le era necesario estar muy atento. Cuando salía de estos círculos, le parecía que estaba en el mismo brete que un animal salvaje fuera de su madriguera y rodeado de cazadores y, por lo tanto, necesitaba todo su ingenio y atención». The Life of Blessed Henry Suso, escrita por él, traducida por Knox, Londres, 1865, p. 168. <<

[210] Vie des Premières Religieuses Dominicaines de la Congrégation de St. Dominique, à Nancy, Nancy, 1896, p. 129. <<

[211] Life of Saint Louis of Gonzaga, de MESCHLER, traducción francesa de Lebréquier, p. 40. <<

[212] En su cuaderno de notas alaba la vida monástica por su liberación del pecado y por los tesoros imperecederos que nos permite acumular, «… mérito a los ojos de Dios, que lo hacen deudor nuestro por toda la Eternidad» Loc. cit., p. 62. <<

[213] Mademoiselle Mori, una novela citada en Walks in Rome, de HARE, 1900, I, p. 55.

No puedo resistir la tentación de citar, del libro de Starbuck, p. 338, otro caso de purificación por eliminación. Ocurre así:

«Los signos de anormalidad que muestran las personas santificadas son frecuentes. No sintonizan con la otra gente, a menudo no tienen nada que ver con las iglesias, que ven como mundanas, se vuelven hipercríticas hacia los demás, se despreocupan de sus obligaciones sociales, políticas y financieras. Como ejemplo de este tipo podemos mencionar una señora de sesenta y ocho años que fue estudiada de manera especial por el escritor. Había sido miembro de una de las iglesias más activas y progresistas de una zona bulliciosa de una gran ciudad. Su director espiritual la describe como una persona que ha alcanzado el nivel de criticona. Cada vez tenía menos simpatía por la iglesia y, al final, su vinculación con ella consistía simplemente en asistir a la plegaria, en la que su único mensaje era represión y condena de los otros por vivir en un plano inferior. Al final abandonó la práctica religiosa viviendo sola en una pequeña habitación, en el último piso de una casa de huéspedes barata, casi no tenía ninguna relación humana, pero parecía feliz disfrutando sus bendiciones espirituales. Ocupaba su tiempo escribiendo opúsculos sobre la santificación: páginas y páginas de fantástica rapsodia. Demostró ser una de las personas de un grupo pequeño que decían que la salvación completa implica tres pasos en lugar de dos. No sólo debe haber conversión y santificación, sino que hay un tercer paso que llaman “crucifixión” o “redención perfecta”, que parece tener la misma relación con la santificación que la que ésta presenta con la conversión. Relató cómo el Espíritu le dijo: “Deja de ir a la iglesia. Deja de ir a reuniones de santidad. Ve a tu habitación y yo te enseñaré”. Declaró no tener ningún interés por los predicadores, iglesias o colegios, sino que sólo se preocupaba de escuchar aquello que Dios le decía. La descripción de su experiencia parecía completamente consistente, estaba feliz y contenta y su vida le parecía totalmente satisfactoria. Escuchando su historia estaba tentado de olvidar que se trataba de la vida de una persona que no podías vivir en conjunción con sus semejantes». <<

[214] Las vidas de misioneros abundan en la combinación victoriosa de la pasividad con la autoridad personal. Por ejemplo, John G. Paton, en las Nuevas Hébridas, entre brutales caníbales melanesios, salva su vida como por encanto. Cuando llegó el momento nadie osó pegarle. Los nativos conversos, inspirados por él, mostraron una virtud análoga. «Uno de nuestros miembros, lleno del deseo encendido de cristo, envió un mensaje a un jefe del interior diciendo que el domingo, él y cuatro acompañantes irían para enseñarle la palabra de Jehová. La respuesta prohibía duramente su visita y amenazaba de muerte a cualquier cristiano que se acercase al poblado. Nuestro superior envió una respuesta llena de afecto, diciéndoles que Jehová había enseñado a los cristianos que devolviesen bien por mal y que irían sin armas a contarles la historia de cómo el Hijo de Dios vino al mundo y murió para bendecir y salvar a sus enemigos. El jefe pagano devolvió una réplica dura y rápida: “Si venís, os mataremos”. El domingo por la mañana, el elegido y sus cuatro compañeros encontraron, fuera del pueblo, al jefe pagano que les volvió a increpar y amenazar. Pero el primero dijo:

»“¡Venimos sin armas de guerra! Sólo venimos a hablar de Jesús. Creemos que Él nos protegerá”.

»Mientras iban caminando hacia el poblado, comenzaron a tirarles lanzas. Algunos las esquivaron; todos eran guerreros hábiles excepto uno. Otros las cazaron literalmente con las manos desnudas y las desviaron de manera increíble. Los paganos, que parecían estupefactos ante estos hombres que se les acercaban sin armas de guerra y sin tan siquiera devolver las lanzas que habían cogido, después de lo que el viejo jefe llamó “una lluvia de lanzas”, desistieron desconcertados. Nuestro superior cristiano, mientras él y sus compañeros se colocaban en medio del poblado, gritó:

»“Jehová nos protege así. Nos ha dado todas vuestras lanzas. En otro tiempo las habríamos vuelto contra vosotros y os habríamos matado. Pero no venimos ahora a luchar sino a hablar sobre Jesús. Él ha cambiado nuestros negros corazones. Ahora os pide que dejéis todas estas armas de guerra y que escuchéis lo que os hemos de decir del amor de Dios, nuestro gran Padre, el único Dios viviente”.

»Los paganos estaban totalmente intimidados. Consideraban a estos cristianos protegidos por alguien invisible. Por primera vez escucharon la historia del Evangelio y de la Cruz, y quizá no haya ninguna isla en estos mares del Sur, de entre las que han sido ganadas para Cristo, donde no puedan relatarse actos de heroísmo similares por parte de los conversos». John G. PATON, Missionary to the New Hebrides, An autobiography, segunda parte, Londres, 1890, p. 243. <<

[215] Santa Teresa nos dice en su autobiografía (traducción francesa, p. 333): «San Pedro había pasado casi cuarenta años sin dormir más de una hora y media al día. De todas sus mortificaciones, ésta era la que más le costaba. Para conseguirlo, siempre permanecía arrodillado o de pie. El poco sueño que se permitía lo cogía en la posición de sentado, con la cabeza reclinada en un trozo de madera clavada en la pared. Si hubiese querido tumbarse le habría sido imposible, ya que su habitación medía cuatro pies y medio de largo. Durante todos estos años nunca se puso la capucha, sin importarle ni el ardor del sol ni la fuerza de la lluvia. Nunca se puso un zapato. Llevaba un vestido de basta arpillera, sin nada más sobre la piel. Este vestido era tan ceñido como fuera posible y encima llevaba un capa pequeña del mismo material. Cuando hacía mucho frío se quitaba la capa y abría la puerta y la ventana de la celda. Después las cerraba y volvía a tomar el manto. Era su manera de calentarse y hacer que su cuerpo alcanzase una temperatura mejor. Era frecuente que sólo comiese una vez cada tres días, y cuando le expresé mi sorpresa dijo que era muy fácil una vez se ha adquirido la costumbre. Uno de sus compañeros me aseguró que algunas veces había estado ocho días sin comer […]. Su pobreza era extrema y su mortificación, incluso de joven, era tal que me confesó que había pasado tres años en una de las casas de su orden sin conocer a ninguno de los otros monjes; sólo los conocía por el sonido de sus voces, ya que nunca levantó los ojos, y encontraba su camino siguiendo a los otros. Mostró la misma modestia en los lugares públicos. Pasó muchos años sin mirar a una mujer, pero me confesó que, dada la edad que tenía, ya le era indiferente mirarlas o no. Cuando lo conocí era muy viejo y su cuerpo estaba tan extenuado que parecía estar formado de algo así como raíces de árboles. Con toda su santidad, era muy afable. Nunca hablaba si no se le preguntaba, pero su rectitud intelectual y su gracia daban un encanto irresistible a sus palabras». [Traducción literal, que no coincide con el original castellano de la santa]. <<

[216] F. MAX MÜLLER, Ramakrishna, his Life and Sayings, 1899, p. 180. <<

[217] OLDENBERG, Buddha, traducido por W. HOEY, Londes, 1882, p. 127. <<

[218] «Las vanidades de todos los demás pueden extinguirse, pero la verdad de un santo, en cuanto atañe a su santidad, es difícil que se agote». Ramakrishna, his Life and Sayings, 1899, p. 172. <<

[219] «Cuando una iglesia ha de ser conocida mediante ostras, helados y diversión —leo en un periódico religioso norteamericano—, podéis estar seguros que esta alejándose de Cristo». Si juzgamos por las apariencias, éste es el brete en que se encuentran muchas de las iglesias contemporáneas. <<

[220] C. V. B. K., Friedens —und Kriegsmoral der Heere, citado por HAMON, Psychologie du Militaire professionnel, 1895, p. XLI. <<

[221] Zur Genealogie der Moral, Dritte Abhandlung, parág. 14. He resumido el texto, y, en un caso, he cambiado de lugar una frase. <<

[222] Todos conocemos a los santos tontos que inspiran una extraña clase de aversión. Pero al comparar a los santos con los hombres fuertes, hemos de elegir individuos con el mismo nivel intelectual. El hombre fuerte sin inteligencia, homólogo en su esfera del santo poco inteligente, es el chulo de barrio, el bocazas o rufián. Ciertamente, el santo, en este nivel, posee cierta superioridad. <<

[223] Véase el capítulo anterior. <<

[224] Véase el capítulo anterior. <<

[225] Al respecto, conviene recordar al lector castellano que el autor utiliza habitualmente la versión francesa de las obras de santa Teresa de Jesús, que muestran escasas coincidencias, siquiera terminológicas, con el original de la autora que se cita, como es fácil de comprobar en Obras completas, texto revisado y anotado por fray Tomás de la Cruz, C. D. Burgos, 1982.

Otro tanto ocurre con los escritos de san Juan de la Cruz, para los que utiliza una edición de París impresa en 1893 y denominada Vie et Oeuvres, que cotejamos con la edición canónica del padre Crisógono de Jesús, BAC, Madrid, 1953, anteriormente citada, traduciendo literalmente del francés los fragmentos «apócrifos». (N. del T.) <<

[226] Securus judicat orbis terrarum, de NEWMAN, es otro ejemplo. <<

[227] «“Mesopotamia” es el ejemplo cómico. Una entrañable vieja dama alemana, que en sus tiempos había viajado un poco, decía para describirme su Sehnsucht que debía visitar “Filadelfia”, nombre que siempre estaba en su imaginación. Se dice que a John Foster siempre le habían fascinado palabras singulares (como calcedonio) o los nombres de héroes antiguos. En cualquier momento, la palabra ermitaño era suficiente para extasiarlo, las palabras bosques y selva le producían las emociones más fuertes, Foster’s Life, por RYLAND, Nueva York, 1846, p. 3. <<

[228] The Two Voices. En una carta a Mr. B. P. Blodd, Tennyson se expresa así: «Nunca he tenido ninguna revelación con anestésicos, pero con frecuencia he experimentado una especie de trance de vigilia —a falta de una mejor denominación—, casi desde la infancia, cuando estaba solo. Me ha sobrevenido repitiendo mi nombre en silencio hasta que de súbito, como si me liberase de la intensidad de la conciencia de individualidad, la individualidad misma parece desaparecer en un ser sin límites y no es éste un estado confuso, sino el más claro, el más seguro entre los seguros más allá de las palabras —donde la muerte era casi una imposibilidad ridícula—, y la pérdida de la personalidad parecía no extinción sino vida verdadera. Estoy avergonzado de mi pobre descripción. ¿No he dicho que este estado se sitúa más allá de las palabras?».

El profesor Tyndall, en una carta, recuerda que Tennyson decía de su condición: «Por Dios Todopoderoso; ¡no hay engaño en la cuestión! No es un éxtasis nebuloso, sino un maravilloso estado trascendente, asociado con una claridad absoluta de mente». Memoirs of Tennyson, II p. 473. <<

[229] The Lancet, 3 y 13 de julio de 1895, reimpreso como The Cavendish Lecture, on Dreamy Mental States, Londres, Baillière, 1895, Han sido muy discutidos últimamente por los psicólogos. Ver, por ejemplo, BERNARD-LEROY, L’Illiusion de Fausse Reconnaissance, París, 1898. <<

[230] Charles Kingsley’s Life, I, p. 55, citado por INGE, Christian Mysticism, Londres, 1899, p. 341. <<

[231] H. F. BROWN, J. A. Symonds, a Biography, Londres, 1895, pp. 29-31, versión resumida. <<

[232] Crichton-Browne dice que «los centros nerviosos superiores de Symonds estaban hasta cierto punto debilitados o dañados por esos estados mentales hipnoides que tan cruelmente le atacaron». Symonds fue, sin embargo, un perfecto monstruo de eficiencia cerebral polifacética, y su crítico no da razones objetivas de ningún tipo para su extraña opinión; excepto que Symonds a veces se quejaba, como se quejan todos los hombres susceptibles y ambiciosos, de cansancio e incertidumbre respecto a la misión de su vida. <<

[233] ¿Qué lector de Hegel puede dudar de que ese sentido de un Ser perfecto, que absorbe todo aquello que no es él mismo, que dominó por entero toda su filosofía, fue el resultado de la influencia de «humores místicos» como éste, subliminales en la mayoría de las personas? La noción es totalmente característica del citado místico, y el Aufgabe de articularlo se impone en el intelecto de Hegel seguramente por un sentimiento místico. <<

[234] Benjamin PAUL BLOOO, The Anaesthetic Revelation and The Gist of Philosophy, Amsterdam, Nueva York, 1874, pp. 35-36. Blood ha hecho diversos intentos de esbozar la revelación anestésica en folleto de rara distinción literaria, impresos privadamente y distribuidos por él en Amsterdam. Xenos Clark, un filósofo que murió joven en Amherst, en los años ochenta, muy llorado por quienes le conocieron, también se impresionó con la revelación. En una ocasión me escribió: «En primer lugar, Blood y yo estamos de acuerdo en que la revelación es, de ser algo, no emocional. Es totalmente insípida, como dice Blood, “la única, sola y suficiente percepción de por qué, o por qué no, el presente es empujado hacía el pasado y absorbido por el vacío del futuro. Su inexorabilidad desafía todos los intentos por detenerlo o describirlo; es todo prioridad y presuposición, y toda cuestión es, por lo que a ello se refiere, siempre demasiado tardía. Es una iniciación del pasado”. El secreto sería la fórmula por la que el “ahora” continúa exfoliándose y sin embargo nunca se agota. ¿Qué es, en realidad, lo que mantiene a la existencia en proceso de exfoliación? El ser formal de cualquier cosa, su definición lógica, es estática. Por mera lógica, cada cuestión contiene su propia respuesta; nosotros simplemente llenamos el agujero con los residuos que hemos excavado. ¿Por qué dos y dos son cuatro? Porque, de hecho, 4 es dos veces 2. La lógica, así, no encuentra propulsión en la vida, sólo un impulso. Pero la revelación añade: funciona porque es y era un estímulo fundamental; en la revelación caminas alrededor de ti mismo. La filosofía ordinaria es como un perro en pos de su propia cola; cuanto más la persigue, más lejos debe ir, y su nariz nunca atrapa sus talones porque siempre están más adelante. Así, el presente es ya un resultado inevitable y siempre es demasiado tarde para entenderlo. Pero en el momento de la recuperación de la anestesia, justo entonces, antes de retornar a la vida, captó, por decirlo así, un retazo de mis talones, un fuego del proceso eterno en el momento de comenzar. La verdad es que hacemos un viaje que ya había terminado antes de que saliésemos, y el fin de la filosofía ya se ha alcanzado no cuando llegamos a, sino cuando quedamos en nuestro destino (estando ya allí) —cosa que puede suceder incluso en esta vida cuando dejamos de hacer preguntas. Esto es así porque contemplamos la cara de la revelación con gozo, nos asegura que siempre llegaremos medio segundo más tarde, y nada más. “Podríais besar vuestros labios y disfrutar solos —nos dice— si conocierais el truco. Sería perfectamente fácil si permaneciesen allí mientras vosotros dabais una vuelta a su alrededor. ¿Por qué no lo intentáis de alguna manera?”».

Los lectores de mentalidad dialéctica reconocen como familiar la región del pensamiento de la que habla Clark. En su último folleto, Tennyson’s Trances and the Anaesthetic Revelations, Blood describe su valor para la vida de la siguiente manera:

«La Revelación Anestésica constituye la iniciación del Hombre en el Misterio Inmemorial del Secreto Abierto del Ser, revelado como el Vértice inevitable de la Continuidad. Inevitable es la palabra; su causa es inherente: no es por amor ni odio, ni por pena o alegría, ni por bien ni por mal. No conoce fin, principio ni propósito determinado […].

»No proporciona ninguna particularidad de la multiplicidad y la variedad de las cosas, pero llena la percepción de lo histórico y sagrado con una iluminación secular e íntimamente personal de la naturaleza y el motivo último de la existencia, que entonces parece reminiscente como si hubiese aparecido o aparecerá propósito determinado […].

»Aunque al principio sorprende por su solemnidad, se vuelve algo que no tiene nada de especial —tan anticuada y tan parecida a los proverbios que inspiran alegría más bien que temor— y proporciona una sensación de seguridad por cómo se identifica con lo primigenio y universal. Pero ninguna palabra puede expresar la certeza que suministra al paciente de estar verificando la sorpresa adámica primordial de la vida.

»La repetición de la experiencia siempre resulta igual, como si no pudiese ser de ninguna otra manera. El sujeto recupera su conciencia normal para recordar solo parcial e irregularmente lo que ha ocurrido y para intentar formular su significación misteriosa, con sólo este pensamiento consolador: que ha conocido la verdad más antigua y que ha terminado con las teorías humanas sobre el origen, el significado o el destino de la raza, está más allá de la instrucción sobre “cosas espirituales”.

»La moraleja es de seguridad primordial: el Reino está en nosotros. Todos los días son el día del juicio, pero no puede existir ningún propósito climatérico de eternidad ni ningún esquema de conjunto. El astrónomo reduce la colección desconcertante de cifras incrementando la unidad de medida: así podemos reducir la gran multiplicidad de las cosas a la unidad por la que cada una permanece.

»Éste ha sido mi soporte moral desde que conocí todo esto; en la primera mención impresa que hice declaraba: “El mundo ya no es ese terror ajeno que me habían enseñado. Despreciando las almenas ennegrecidas de nubes donde hace poco los truenos de Jehová retumbaron, mi gaviota gris levantó su vuelo hacia el atardecer y avizora las oscuras leguas sin miedo”.

»Y ahora, veintisiete años después de esta experiencia, el ala es más gris pero el ojo todavía no conoce el miedo mientras redacto y recapitulo aquella declaración. Sé —por lo menos he conocido— el significado de la existencia: el corazón sano del universo —a la vez maravilla y seguridad del alma— para el cual el discurso de la razón no tiene ningún otro nombre que Revelación Anestética». He resumido considerablemente la cita. <<

[235] Op. cit., pp. 78-80, resumido. Añado, también resumida, otra revelación anestésica interesante que me comunica un amigo de Inglaterra. El sujeto, una mujer bien dotada, tomó éter para una operación quirúrgica.

«Me preguntaba si estaba siendo torturada en la prisión y por qué recordaba que había oído decir que la gente “aprende del sufrimiento”, y en vista de lo que estaba sintiendo, lo inadecuado de este dicho me chocó tanto que dije en voz alta “sufrir es aprender”.

»Con esto volví a quedar inconsciente y mi último sueño precedió inmediatamente a mi vuelta en mí. Sólo duró unos cuantos segundos y fue máximamente vívido y real, aunque en palabras puede que no quede claro.

»Un gran Ser o poder cruza el cielo con los pies en una especie de luz, como una rueda en un rail, y éste era su camino. La luz estaba compuesta por los espíritus innumerables cercanos los unos a los otros, siendo yo uno de ellos. Se movía en línea recta y cada parte de la línea o fulgor le repetía en su corta existencia consciente que había de avanzar; parecíame estar a los pies de Dios y pensé que Él estaba quebrantando su propia vida por mi dolor. Vi entonces que lo que estaba intentando hacer, con todas sus fuerzas, era cambiar su curso, torcer la línea de luz a la que estaba ligado en la dirección que él deseaba. Sentí mi inflexíblildad y mi impotencia y supe que lo conseguiría. Me trastornó por medio de mi herida, hiriéndome más de lo que habla sufrido en mi vida y en el punto más agudo; cuando él pasó vi claro. Comprendí en un momento cosas que ahora he olvidado, cosas que nadie podría recordar en su sano juicio. El ángulo era obtuso, y recuerdo que, al despertar, pensé que si lo hubiese hecho recto o agudo yo habría sufrido más y “visto” todavía más, y que probablemente habría muerto.

»Él se fue y yo retorné a mí, en aquel momento toda mi vida pasó delante de mí, incluida cada pequeña pena insignificante, y las comprendí todas. Esto era lo que todo ello significaba, ésta era la obra que todo contribuía a hacer; no vi el propósito de Dios, sólo su intención y su absoluta implacabilidad respecto a sus medios. No pensaba en él más de lo que un hombre piensa sobre si le herirá el corcho cuando abre una botella de vino, o un cartucho cuando dispara. Así y todo, al despertar, mi primer sentimiento fue, con lágrimas, “Domine non sum digna”, porque habla sido elevada a una posición para la que me sentía demasiado pequeña. Me di cuenta de que en aquella media hora bajo la influencia del éter había servido a Dios más concreta y puramente que nunca antes en mi vida, o de lo que yo sería capaz de desear. Yo era el medio para que nuestro Señor se expresara, no sé qué ni a quién, y todo esto en la exacta medida de mi capacidad de sufrimiento.

»Mientras volvía a la conciencia, me pregunté por qué, habiendo caminado tan adentro no había percibido nada de lo que los santos llaman el amor de Dios, sólo su implacabilidad. Entonces escuché una respuesta: “Conocimiento y Amor son Uno, y la medida es el sufrimiento”. Reproduzco las palabras tal como las percibí. Volví finalmente en mí (a lo que parecía un mundo de sueños comparado con la realidad que abandonaba) y vi que lo que podía ser llamado la “causa” de mi experiencia era una sencilla operación con éter insuficiente, en un lecho junto a la ventana, una ventana cualquiera de ciudad en una calle de ciudad cualquiera. Si hubiese de formular algunas cosas que entreví en aquel momento, más o menos diría:

»La necesidad eterna del sufrimiento y su dependencia eterna. La naturaleza velada e incomunicable de los peores sufrimientos; la pasividad del genio que como es esencialmente instrumental e indefenso, reflejo, ha de hacer lo que hace. La imposibilidad de descubrir nada sin pagar su precio; finalmente, el exceso de lo que el “profeta” o genio paciente paga sobre lo que obtiene. (Como quien se mata trabajando por ganar lo suficiente para salvar a un distrito de morir de hambre, y justo cuando regresa tambaleante, moribundo y satisfecho, llevando dinero para comprar grano, Dios se lo quita y sólo le deja una moneda, diciendo: “Les darás eso, eso es todo lo que has ganado para ellos. El resto es para Mí”). También percibí, de manera que nunca podré olvidar, el exceso de lo que vemos sobre lo que podemos demostrar.

»¡Y así sucesivamente! Estas cosas pueden parecernos mentiras o trivialidades, pero para mí constituyen verdades oscuras y el poder de traducirlas a palabras como éstas se me dio en un sueño de éter». <<

[236] In Tune with the Infinite, p. 137. <<

[237] El dios mayor puede tragarse al más pequeño. Tomo la cita de la colección de manuscritos de Starbuck:

«Nunca perdí la conciencia de la presencia de Dios hasta que estuve al pie de las cataratas de Horseshoe, Niágara. Entonces la perdí ante la inmensidad de lo que veía. También me perdí yo mismo, sintiendo que era un átomo demasiado pequeño para que Dios me percibiese».

Añado otro caso similar, también de la colección de Starbuck.

«En aquel tiempo, la conciencia de la proximidad de Dios vino a mí varias veces. Digo Dios para describir lo que no se puede describir. Una presencia, diría, sin embargo, es palabra demasiado sugerente, y los momentos de los que hablo no contenían la conciencia de una personalidad, pero algo en mí me hacía sentir parte de algo más grande que yo, que me controlaba a su vez. Me sentía uno con la yerba, los árboles, los pájaros, los insectos, con la Naturaleza toda. Estaba exultante por el simple hecho de la existencia, de ser una parte de todo aquello —la suave lluvia, las sombras de las nubes, los troncos de los árboles, etc. En los años que siguieron, esos momentos continuaron apareciendo, pero los buscaba constantemente. Conocía tan bien la satisfacción de abandonarse en una percepción de poder y amor supremo, que me sentía infeliz de que la percepción no fuese constante». Los casos citados en la tercera conferencia son todavía ejemplos mejores. En su ensayo The Loss of Personality, publicado en The Atlantic Monthly (vol. LXXX, p. 195). Ethel D. PUFFER explica que la desaparición del sentido del yo y la sensación de unión inmediata con el objeto se debe a la pérdida en esas experiencias, de los ajustes motores que normalmente median entre el fondo constante de la conciencia (que es el Yo) y el objeto en primer plano, sea el que fuere. He de remitir al lector al artículo altamente instructivo, que me parece ilumina las variedades psicológicas, aunque fracasa en lo que respecta al éxtasis o al valor de la revelación de la experiencia para el individuo en cuestión. <<

[238] Op. cit. I, pp. 43-44. <<