[65] Tract on God, Man and Happiness, libro II, cap. X. <<

[66] Commentary on Galatians, Filadelfia, 1891, p. 510-514. Versión resumida. <<

[67] MOLINOS, Spiritual Guide, libro II, caps. XVII y XVIII. Versión revisada. <<

[68] Lo dijo pese a las declaraciones monistas de muchos escritores de la mind-cure, porque estas afirmaciones son realmente incongruentes con su actitud hacia la enfermedad y se puede demostrar fácilmente que no están lógicamente implicadas en las experiencias de unión con una Presencia Superior a la que se conectan. La Presencia Superior, digamos, no debe ser necesariamente el todo absoluto de las cosas: es suficiente para la vida de la experiencia religiosa contemplarla como parte de ellas, aunque fuese la esencial. <<

[69] J. MILSAND, Luther et le Self-Arbitre, 1884. <<

[70] Y añade con una mentalidad sana característica: «Nuestra tarea es continuar errando con buen humor». <<

[71] El Dios de muchos hombres es poco menos que un tribunal de casación contra el juicio condenatorio de sus fracasos dictado por la opinión de este mundo. En nuestra conciencia queda normalmente un residuo de valor que permanece cuando se han confesado nuestros pecados y errores; nuestra capacidad de reconocerlos y arrepentirnos es el germen de un yo mejor como mínimo in posse. Pero el mundo limita con nosotros in actu y no in posse, y apenas considera este germen escondido que no se adivina desde fuera. Entonces nos dirigimos a Quien-todo-lo-sabe, que conoce nuestra maldad pero también nuestra bondad, y que es justo. Nos proyectamos con nuestro arrepentimiento en su misericordia; sólo podemos ser finalmente juzgados por Quien-todo-lo-sabe. Por eso la necesidad de un Dios surge definidamente de este tipo de experiencia sobre la vida. <<

[72] Por ejemplo: Ilíada, XVII, p. 446: «Entonces nada hay tan miserable como el hombre que respira y se arrastra sobre esta tierra». <<

[73] Por ejemplo: Theognis, pp. 425-428: «Lo mejor para cuanto existe sobre la tierra es no conocer ni contemplar el Sol. Lo más próximo a esto consiste en atravesar con tanta celeridad como sea posible las puertas del Hades». Véase un pasaje casi idéntico en Edipo en Colona, 1225. La antología está plagada de manifestaciones pesimistas: «Llegué a la tierra desnudo y desnudo partiré; así pues, ¿por qué me esfuerzo en vano cuando veo el desnudo final ante mí? ¿Cómo he llegado a ser? ¿Por qué razón he venido? Para morir. ¿Cómo puedo aprender algo si no sé nada? Nací no siendo nada, de nuevo seré lo que era: Nada; y nada es la raza de los mortales». «La muerte nos acaricia y le estamos destinados».

La diferencia entre el pesimismo griego y la variedad oriental y moderna consiste en que los primeros nos descubrieron que la forma patética puede idealizarse y figurar como una forma superior de sensibilidad. Su espíritu aún era esencialmente demasiado masculino para elaborar el pesimismo o tratarlo ampliamente en su literatura clásica. Deberían haber menospreciado una vida totalmente establecida sobre una clave menor, y conminarla a permanecer dentro de los límites correctos de la lamentación.

El descubrimiento de que el énfasis, considerando la marcha del mundo, puede descargarse en su dolor y fracaso, estaba reservado para razas más complejas y femeninas que la de los helenos en el período clásico; a pesar de todo, la actitud helena fue fundamentalmente pesimista. <<

[74] Por ejemplo, el mismo día en que escribo esta carta, el correo me trae algunos aforismos enviados por un amigo de mucho mundo, de Heidelberg, que pueden servir como expresión contemporánea del epicureísmo: «La palabra “felicidad” la entiende cada ser humano de modo diferente. Es un fantasma que sólo persiguen las mentes más débiles; el hombre inteligente se satisface con el término mucho más modesto, pero mucho más definido, de satisfacción.

»Lo que debería anhelar principalmente la educación debería ser ahorrarnos una vida insatisfactoria. La salud es una condición a favor, pero en modo alguno indispensable para la satisfacción. El corazón, el amor de las mujeres son mecanismos de la naturaleza bien estructurados; una trampa que tiende al hombre medio para obligarle a trabajar. Sin embargo, el hombre inteligente siempre preferirá el trabajo escogido libremente por él». <<

[75] RIBOT, Psychologie des sentimentes, p. 54. <<

[76] A. GRATRY, Souvenirs d’une jeunesse, 1880, pp. 119-121, versión resumida. Algunas personas se ven afectadas de anhedonía de forma permanente, o con alguna pérdida del usual apetitito por la vida. Los anales del suicidio proporcionan ejemplos como el siguiente:

«Una sirvienta doméstica, sin instrucción, de diecinueva años, se envenenó y dejó dos cartas explicando el motivo. Escribe a sus padres: “La vida puede ser dulce para algunos, pero prefiero lo que es más dulce que la vida, la muerte. Así pues, queridos padres, adiós para siempre; nadie es culpable salvo uno de mis deseos que hace tres o cuatro años espero satisfacer. Siempre he abrigado la esperanza de que algún día tendría la ocasión de satisfacerlo, y ahora ha llegado […]. Me pregunto por qué lo he aplazado tanto tiempo, pero pensaba que quizá mejoraría algo y podría arrancarme estos pensamientos de la cabeza”. Y a su hermano le escribe: “Adiós para siempre, amadísimo hermano. Cuando recibas ésta yo habré partido para siempre. Sé, amado mío, que no hay perdón para lo que haré […]. Estoy cansada de vivir, tengo ganas de morir […] la vida puede ser dulce para algunos, pero para mí la muerte lo es más”». S. A. K. STAHM, Suicide and Insanity, 2a. ed., Londres, 1984, p. 131. <<

[77] ROUBINOVICH ET TOULOUSE, La Mélancolie, 1897, p. 170, versión resumida. <<

[78] Tomo estos ejemplos de la obra de G. DUMAS, La Tristesse et la Joie, 1900. <<

[79] Los fragmentos son de la traducción francesa de Zonia. Al resumirlos me he tomado la libertad de invertir un pasaje. <<

[80] Cito pasajes separados en la obra original a continuación uno de otro. <<

[81] The Life and Journal of the Rev. Henry Alline, Boston, 1806, pp. 25-26. Conozco este libro gracias a mi colega el doctor Benjamin Rand. <<

[82] Compárese con Bunyan: «Me encontraba invadido por un gran temblor, de forma que, a veces, durante algunos días, podía sentir mi cuerpo, así como mi mente, temblando y tambaleándose bajo la sensación del terrible juicio de Dios, que descenderá sobre quien haya cometido este terrible e imperdonable pecado. También sentía el estómago tan paralizado y acalorado por mi terror que me parecía que el esternón se hubiese partido. Así me acurrucaba y encogía bajo el peso que tenía encima, que me oprimía de tal modo que no podía enderezarme, ni caminar, ni estar tumbado, ni siquiera alcanzar el mínimo de tranquilidad y reposo». <<

[83] Otro caso de terror, igualmente súbito, en Henry JAMES, Society, the Redeemed From of Man, 1879, pp. 43 y ss. <<

[84] Ejemplo: «Eran casi las once de la noche […] y aún paseaba […]. De repente, al lado izquierdo del camino se oyó un crujido en los matorrales. Todos nos alarmamos, y, al poco, surgió un tigre de la selva y atacó a uno del grupo que iba delante y se lo llevó en un abrir y cerrar de ojos. La precipitada aparición del animal y el quebrantamiento de los huesos de la víctima, así como su último grito de dolor ¡Ay!, resonaron, involuntariamente, en todos nosotros y desaparecieron en tres segundos. No sé qué pasó entonces, hasta que recuperé los sentidos y me encontré con mis compañeros arrojados en tierra, como preparados para que el enemigo, el soberano de la selva, nos devorase. Mi pluma es incapaz de describir el temor de tan terrible momento. Nuestros miembros quedaron rígidos, perdimos el habla; nuestros corazones latían violentamente, y sólo sentíamos el murmullo de algún lamento. En este estado nos arrastramos a cuatro patas un buen trecho, y después corrimos con la rapidez de un caballo árabe durante media hora. Por suerte llegamos a un poblado […]. Después, a todos nos atacó la fiebre y los temblores hasta el día siguiente de madrugada». Autobiography of Lutfullahn, a Mohammedan Gentleman, Leipzing, p. 112. <<

[85] Por ejemplo: «Nuestra juventud está enferma con los problemas teológicos del pecado original, el origen del mal, la predestinación y similares. Estos asuntos nunca presentaron una dificultad práctica para ningún hombre, jamás se cruzaron en el camino de nadie que no se saliera del camino para buscarlos. Son como las paperas, el sarampión y la tos ferina». EMERSON, Spiritual Laws. <<

[86] Notes sur la vie, p. 1. <<

[87] Véase, por ejemplo, F. PAULHAN, en su obra Les Caracteres, 1894, donde contrasta Les Inquiets, les Contrariantes, les Incohérents, les Emiettés, con les Equilibrés, les Unifiés, como físicos diferentes. <<

[88] Annie BESANT: An Autobiography, p. 82. <<

[89] Smith BARKER, en Journal of Nervous and Mental Disseases, septiembre de 1893. <<

[90] Louis GOURDON (Essai sur la Conversion de Saint Augustine, París, Fischbacher, 1900) ha demostrado, analizando los escritos de san Agustín inmediatamente posteriores a la fecha de su conversión (386 a. C.), que el relato que hace en las Confesiones es prematuro. La crisis en el jardín marcaba una conversión definitiva de su vida interior, pero hacia el espiritualismo neoplatónico y sólo a medio camino en dirección al cristianismo. Este último sólo lo adopta plena y radicalmente después de cuatro años. <<

[91] Confessiones, libro VIII, caps. V, VII, XI, versión inglesa resumida. <<

[92] Th. JOUFFROY: Nouveaux Mélanges philosophiques, 2a. ed., p. 83. Añado dos casos de contraversión producidos en un cierto momento. El primero de la colección de manuscritos del profesor Starbuck y en el que el narrador es una mujer:

«En lo profundo de mi corazón creo que siempre he sido más o menos escéptica con respecto a “Dios”. El escepticismo creció como una corriente subterránea durante toda mi juventud, pero estaba controlado y cubierto por los elementos emocionales de mi educación religiosa. Cuando tenía siete años entré en la iglesia y me preguntaron si amaba a Dios. Contesté “Sí”, tal como era la costumbre y se esperaba. Pero al momento, alguna cosa habló de mí y dijo “No, no lo digas”. Durante mucho tiempo me persiguió la vergüenza y el remordimiento por mi falsedad y por mi flaqueza al no amar a Dios, confundido por el miedo de que hubiese un Dios vengador que me castigara de alguna manera terrible… A los diecinueve años tuve un ataque de amigdalitis. Antes de recuperarme, escuché la historia de un bruto que lanzó a su mujer a patadas por la escalera, y continuó golpeándole hasta que ella se insensibilizó. Sentí el horror con intensidad. Instantáneamente, pasó este pensamiento por mi cabeza: “No necesito un Dios que permite estas cosas”. Después de esta experiencia pasaron unos meses de indiferencia estoica hacia el Dios de mi vida anterior, mezclada con sentimientos un punto orgullosos de clara aversión y menosprecio hacia él. Todavía pensaba que debía existir un Dios. Si lo había, seguramente me condenaría, pero lo soportaría… Tenía poco miedo y ningún deseo de conciliarme con Él. Nunca tuve relaciones personales desde aquella experiencia dolorosa».

El segundo caso ejemplifica cómo un estímulo adicional, por pequeño que sea, abocará la mente a un nuevo estado de equilibrio cuando el proceso de preparación e incubación está fuertemente avanzado. Es como la última paja que se añade a la carga del camello (del proverbio), o aquel toque con la aguja que hace que la sal de un fluido sobresaturado comience súbitamente a cristalizar.

Tolstoi escribe: «S., un hombre franco e inteligente, me contó lo siguiente acerca de cómo dejó de creer: Tenía veintiséis años cuando, un día, durante una cacería y a la hora de ir a dormir se puso a rezar como hacía siempre desde la infancia.

»Su hermano, que le acompañaba, se tendió sobre el heno, mirándolo. Cuando S. acabó de rezar y se preparaba para dormir, el hermano dijo: “¿Todavía lo haces?”. No dijeron nada más. Pero a partir de aquel día, hace ahora treinta años, S. no volvió a rezar; no tomó la comunión ni fue nunca a misa. Todo esto no fue debido al hecho de que conociera las convicciones de su hermano y las adoptara allí y en aquel momento; tampoco tomó ninguna decisión nueva, sino que simplemente las palabras de su hermano fueron como el pequeño empujón de un dedo contra una pared que está a punto de caer por su propio peso. Estas palabras sólo le mostraron que el lugar ocupado por la religión hacía tiempo que estaba vacío y que cuando rezaba las palabras constituían acciones sin ningún sentido interno. Una vez visto el absurdo del hecho nunca más las repitió». Ma Confession, p. 8.

Adjunto otro documento que llegó a mis manos y representa de la manera más vivida lo que probablemente constituye un tipo de conversión muy frecuente, si podemos llamar así lo contrario de «enamorarse», el «desenamorarse». A menudo, enamorarse también produce este proceso, un proceso latente de prepararse inconscientemente al que con frecuencia precede un desvelamiento del hecho de que el mal se origina de forma irreparable. El tono despreocupado y fácil en esta narración le da una sinceridad que habla por sí sola.

«Durante dos años pasé por una experiencia muy dura, que casi me volvió loco. Me enamoré apasionadamente de una chica que, siendo todavía joven, poseía un espíritu de coquetería parecido al de un gato. Cuando lo pienso ahora la odio, y me pregunto cómo pude caer tan bajo para estar afectado por sus atractivos. Así pues, sufrí una fiebre verdadera, sólo podía pensar en ella; siempre que estaba solo pensaba en sus atractivos y pasaba todo el tiempo de trabajo recordando las veces que nos habíamos visto, e imaginando conversaciones futuras. Era guapa, simpática y alegre hasta el máximo y estaba muy contenta de mi admiración. No quería darme un sí o un no y lo más extraño era que durante todo el tiempo que estuve persiguiendo su mano sabía que no era una esposa para mí y que nunca diría que me aceptaba. A pesar de que durante un año comimos en la misma pensión y la veía continua y familiarmente, nuestras relaciones más íntimas se dieron durante mucho tiempo a escondidas. Este hecho, y mis celos de otros de sus admiradores, junto con mi conciencia de menosprecio ante mi debilidad incontrolada, me hicieron tan nervioso e insomne que realmente pensé que me volvería loco. Entendí bien a los jóvenes que matan a sus amadas como cuentan frecuentemente los diarios. La quise apasionadamente y de alguna manera se lo merecía.

»El hecho sorprendente fue la manera brusca e inesperada como acabó todo. Una mañana iba al trabajo después de almorzar, pensando en ella y en mi miseria cuando, como si un poder extraño me atrapara, me encontré de vuelta casi corriendo a mi habitación y tiré inmediatamente todos los recuerdos que poesía de ella, incluso unos pocos cabellos, todas sus notas, cartas y objetos. Lancé los primeros al fuego y rompí los últimos, con una especie de alegría vengativa. Ahora la menospreciaba y la detestaba y me sentía como si me hubiese quitado el peso de una enfermedad. Aquello fue el final. Nunca más le escribí o la hablé durante los años siguientes y jamás tuve un solo pensamiento amoroso hacia aquella que llenó mi corazón durante tantos meses. De hecho, siempre he odiado más bien su recuerdo y ahora veo que fui demasiado lejos. De todas formas, a partir de aquella mañana feliz recobré la posesión de mi alma y nunca más he caído en trampa similar».

Esto me parece un ejemplo inusualmente claro de dos actitudes diferentes de personalidad, inconsistentes en sus dictados, y al mismo tiempo muy bien equilibrados para llenar durante tanto tiempo la vida de discordia e insatisfacción. Al final, en una crisis repentina, es resuelto el equilibrio inestable y resulta tan inesperado que es como si, por usar las palabras del autor, «alguna fuerza interior lo arrastrase».

El profesor STARBUCK ofrece un ejemplo análogo, y un caso de conversión de odio en amor, en la Psychology of Religion, p. 141. Comparad los otros casos extremadamente curiosos en las páginas 137-144, de alteraciones súbitas no religiosas del hábito o carácter. Parece acertado concebir estos cambios repentinos como resultados de funciones cerebrales específicas que se desenvuelven inconscientemente hasta que están a punto de alcanzar una función controladora cuando irrumpen en la vida consciente. Cuando hablemos de la «conversión» repentina utilizaré cuanto pueda esta hipótesis de la incubación subconsciente. <<

[93] Op. cit., carta III resumida. <<

[94] H. FLETCHER, Menticulture, or the A-B-C of True Living. Nueva York y Chicago, 1899, pp. 26-36, versión resumida. <<

[95] En la traducción he resumido considerablemente las palabras de Tolstoi. <<

[96] En las citas de Bunyan, he omitido algunos fragmentos intermedios del texto. <<

[97] Esquema de la vida de Stephen H. Bradley, desde los cinco años hasta los veinticuatro, incluso la notable experiencia del poder del Espíritu Santo la segunda tarde de noviembre de 1829. Madison, Connecticut, 1830. <<

[98] En el original se lee Sahbat. <<

[99] Jouffroy es un ejemplo: «Mi inteligencia habíase arrojado por esta pendiente, y poco a poco había llegado lejos de su fe primigenia. Pero esta melancólica revolución no había ocurrido a la luz del día de mi conciencia; demasiado escrupulosa, demasiadas guías y afecciones sagradas me habían hecho miedoso, de manera que estaba lejos de reconocer el progreso realizado. Se había desarrollado en silencio, por una elaboración involuntaria de la que yo era cómplice, y a pesar de que realmente había dejado hacía tiempo de ser cristiano; en la inocencia de mi intención debía haberme horrorizado el sospecharlo y pensado que era una calumnia el haber sido acusado de tal desliz». Seguidamente hay un relato de la contravención de Jouffroy (véase Conferencia VIII). <<

[100] Casi no necesitamos ejemplos, pero para el amor véase la nota 93 de la Conferencia VIII; para el miedo, la nota 84 de la Conferencia VII; para el remordimiento recúrrase a Otelo después del asesinato; para la cólera, Lear después del primer parlamento de Cordelia; para la resolución, véase el capítulo anterior (el caso de J. Foster). Aquí tenéis un caso patológico en el cual la culpabilidad fue el sentimiento que explotó súbitamente: «Una noche, al acostarme, me agarró una rigidez como la que explica Swedenborg que le aconteció con el sentimiento de felicidad, pero en mi caso fue un sentimiento de culpabilidad. Estuve toda la noche bajo la influencia de la rigidez y desde el comienzo noté que estaba bajo la maldición de Dios. Nunca he hecho un acto de sumisión en mi vida, los pecados contra Dios y el hombre comienzan allí donde alcanza mi memoria; soy un gato salvaje de apariencia humana». <<

[101] E. D. STARBRUCK, The Psychology of Religion, pp. 224-262. <<

[102] Nadie entiende esto mejor que Jonathan Edwards. Las narraciones de conversión del tipo más conocido han de tomarse siempre con las concesiones que sugieren: «Una norma recibida por opinión unánime tiene, en muchas personas, una gran influencia sobre el proceso de su propia experiencia. Sé perfectamente cómo actúan por lo que hace a esta cuestión, porque he tenido muchas oportunidades de observar su conducta. Muy frecuentemente, al principio, su experiencia es un auténtico caos, pero más adelante seleccionan las partes que tienen mayor parecido a los pasos particulares en los que se insiste; éstos son meditados y nos hablan de vez en cuando, hasta que se vuelven más y más notables según su punto de vista y otras partes que son descuidadas se vuelven más y más oscuras. Así, lo que han experimentado es forzado insensiblemente hasta conformarlo exactamente con el esquema ya establecido en sus mentes. A pesar de esto, resulta natural para los sacerdotes, que han de tratar con aquellos que insisten en la precisión del método». Treatise on Religious Affections. <<

[103] Estudios sobre la psicología de los fenómenos religiosos, «American Journal of Psychology», VII, p. 309 (1986). <<

[104] He resumido el relato del señor Hadley. Para otras conversiones de alcohólicos, véase su opúsculo Rescue Mission Work, publicado en el Old Jerry M’Auley, Walter Street Mission, Nueva York. También hay una colección impresionante en el apéndice del artículo del profesor Leuba. <<

[105] Un camarero de restaurante sirvió provisionalmente como «Salvador» de Gough. El general Booth, fundador del Ejército de Salvación, considera que el primer paso para salvar marginados consiste en hacerles ver que un ser humano decente se preocupa por ellos al interesarse en la cuestión de si se levantarán o se hundirán. <<

[106] La crisis de melancolía apática, en la que J. S. Mill dice que cayó y de la que salió leyendo las Mémoires de Marmontel y la poesía de Wordsworth es otro caso de interés metafísico general. Véase la Autobiography de MILL, Nueva York, 1873, pp. 141-148. <<

[107] Starbuck, además de «liberación del pecado», diferencia «la iluminación espiritual» como un tipo distinto de experiencia de conversión. Psychology of Religion, p. 85. <<

[108] Psychology of Religion, p. 117. <<

[109] Psychology of Religion, p. 385. También las pp. 137-144 y 262. <<

[110] Por ejemplo, C. G. FINNEY pone el elemento volitivo en cursiva: «En este punto toda la cuestión de la Palabra de Dios salvadora se presenta ante mi mente de manera maravillosa. Pienso que veré, más claramente que nunca, la realidad y la plenitud de la expiación de Cristo. La salvación Evangélica me parece una oferta de algo que había de aceptar y era necesario que obtuviera mi propio consentimiento para abandonar mis pecados y aceptar a Cristo. Después de esta clara revelación, atormentó mi mente un tiempo la cuestión: “¿Lo aceptarás ahora, hoy mismo?”. “Sí —repliqué—, lo aceptaré hoy o moriré en el intento”». A continuación fue al bosque donde describe su lucha; no podía rezar, su corazón se había endurecido por el orgullo. «Me reproché haber prometido a Dios que le daría mi corazón antes de abandonar el bosque, pero cuando probé no lo conseguía […]. Mi alma dudaba en su interior y no encontraba mi corazón el camino hacia Dios. El pensamiento de mi temeridad al prometer que ofrecería mi corazón a Dios aquel día o moriría en el intento me oprimía; tenía la sensación de que iba a comprometer mi alma y, con todo, de que iba a romper mi promesa. Me hundí y desalenté bastante y me sentía demasiado débil para sostenerme en pie. En este preciso momento recordé que había notado que alguien se acercaba y abrí los ojos para ver quién era, y sin embargo se me mostraba claramente la revelación del orgullo de mi corazón y la gran dificultad de mi camino. Un sentimiento opresivo de mi maldad para avergonzarme del hecho de que alguien me viese de hinojos se apoderó de mi con tanta energía que grité con todas mis fuerzas y exclamé que no dejaría aquel lugar aunque me rodearan todos los hombres del mundo y los demonios del infierno. Dije: “Soy un gran pecador, arrodillado confieso mis pecados al Dios grande y santo, y no me avergüenzo de que un ser humano, un pecador como yo, se encuentre arrodillado, esforzándome por hacer las paces con Dios, ¡mi Dios ofendido!”. El pecado me parecía horroroso, infinito, me abatió delante del Señor». Memoirs, pp. 14-16, versión resumida. <<

[111] STARBRUCK. Citado anteriormente. <<

[112] Fragmentos del Journal de John NELSON, Londres, sin fecha, p. 24. <<

[113] STARBRUCK, p. 64. <<

[114] STARBRUCK, p. 115. <<

[115] STARBRUCK, p. 113. <<

[116] Life of Brainerd, de EDWARD y DWIGHT, New Haven, 1822, pp. 45-47, versión resumida. <<

[117] Al describir todo el fenómeno como un cambio de equilibro mental, diremos que el movimiento de las nuevas energías físicas hacia el centro personal y la recesión de las viejas hacia el margen (o la elevación de algunos objetos y el hundimiento de otros bajo el umbral consciente) sólo eran dos maneras de describir un suceso invisible. Sin duda, esto es frecuentemente cierto, y Starbuck tiene razón cuando dice que la autorrendición y la «nueva determinación», aunque al primer golpe de vista parecen experiencias muy diferentes, son «realmente una misma cosa». La autorrendición ve el cambio en términos del viejo yo, la determinación según el nuevo. Citado con anterioridad. <<

[118] A. A. BONAR: Nettleton and his Labors, Edimburgo, 1854, p. 261. <<

[119] Charles G. FINNEY: Memoirs written by Himself, 1876, pp. 17-18. <<