Creo que las peticiones del científico sectario son, como mínimo, prematuras. Las experiencias que hemos estudiado a lo largo de esta hora (y otros muchos tipos de experiencias religiosas como éstas) muestran el universo sencillamente como un asunto mucho más complejo de lo que ninguna secta, ni siquiera la científica, considera. Al fin y al cabo, ¿qué son nuestras verificaciones sino experiencias acordes con sistemas de ideas más o menos aislados (sistemas conceptuales) que nuestras mentes han estructurado? Sin embargo, ¿por qué, en nombre del sentido común, debemos asumir que únicamente uno de estos sistemas de ideas puede ser verdadero? El resultado obvio de la experiencia total es que el mundo puede ordenarse según muchos sistemas de ideas, como de hecho sucede entre diferentes hombres, y cada vez proporcionará un tipo característico de gobierno mientras se rechaza otro tipo. La ciencia nos proporciona a todos la telegrafía, la luz eléctrica y la diagnosis, y consigue prevenir y curar gran cantidad de enfermedades. La religión en forma de mind-cure nos proporciona, a algunos, serenidad, equilibrio moral y felicidad, y previene algunas clases de enfermedades, como hace la ciencia, o actúa incluso sobre un tipo de persona determinado. Por lo tanto, evidentemente, ciencia y religión son llaves genuinas para abrir la cámara del tesoro del mundo a quien sepa usar ambas; es igualmente evidente que ninguna de las dos excluye el uso simultáneo de la otra. Y ¿por qué, después de todo, no puede ser el mundo lo bastante complejo como para consistir en muchas esferas de realidad interpenetradas, a las que no podemos acceder alternativamente usando concepciones diferentes y asumiendo actitudes diferentes, al igual que los matemáticos manejan los mismos hechos numéricos y espaciales en geometría, geometría analítica, álgebra, cálculo, y siempre salen bien parados? Desde este punto de vista, religión y ciencia, cada una verificada a su manera, en cada momento y en cada vida, serían coeternas. El pensamiento primitivo, con su fe en las fuerzas personales individualizadas, parece, de todas formas, más lejos que nunca de ser desplazado por la ciencia del terreno actual. Muchas personas instruidas aún lo consideran el canal experimental más directo para mantener su intercambio con la realidad[64].

El asunto de la mind-cure lo tuve tan a la mano que no puede resistir la tentación de utilizarlo para forzaros a reparar en estas últimas verdades; sin embargo, hoy debo contentarme con esta breve indicación. Las relaciones de la religión con la ciencia y el pensamiento primitivo recibirán una atención más explícita en una conferencia posterior.

APÉNDICE (véase la nota 63)

Caso I

«Mi experiencia es ésta: Estuve mucho tiempo enfermo, y uno de los primeros efectos de la enfermedad, hace doce años, fue una diplopía que me privó casi por completo del uso de los ojos para leer y escribir, y otro posterior, excluirme de todo tipo de ejercicio so pena de cansarme muchísimo. Me habían tratado los mejores doctores de Europa y Norteamérica, en cuya capacidad para sanarme confiaba, pero con resultados escasos o nulos. En el momento en que comenzaba a empeorar rápidamente oí ciertas cosas que me proporcionaron el suficiente interés hacia la curación mental como para probarla. No tenía esperanza alguna de mejorar, sólo era una probabilidad que aprovechaba, en parte porque mi pensamiento se interesaba por la nueva posibilidad a mano, y en parte porque no veía otra oportunidad. Fui a ver a X a Boston, de quien algunos amigos habían obtenido, o así lo creían, gran ayuda; el tratamiento era silencioso, se decía poca cosa, y lo poco que se decía no me convencía en absoluto; fuese cual fuese la influencia sufrida, se trataba de la proyección del pensamiento o sensaciones de otra persona sobre mi mente inconsciente, sobre mi sistema nervioso, por decirlo así, mientras estábamos sentados juntos, callados. Desde el comienzo creí en la posibilidad de tal acción porque conocía el poder que tiene la mente para dar forma, ayudando o impidiendo las actividades nerviosas del cuerpo, y pensaba que la telepatía era verosímil, aunque no se hubiese demostrado. No obstante, sólo lo creía como posibilidad, y no tenía convicción alguna fuerte ni fe religiosa o mística relacionada con lo que pensaba, que hubiese podido poner en juego la imaginación.

»Me senté silencioso con el curandero durante media hora diaria sin resultados iniciales, pero después, pasados unos diez días, adivine, bastante repentinamente, consciente de una corriente nueva de energía que ascendía en mi interior, de una sensación de poder que iba más allá de los miembros enfermos, de un poder romper los límites que, aunque yo no lo había intentado antes, habían sido en mi vida durante muchos años verdaderos muros demasiado altos para ser escalados. Comencé a leer y caminar como hacía años que no lo hacía, siendo el cambio repentino, acusado e inequívoco. Esta corriente pareció aumentar durante algunas semanas, pudieron ser tres o cuatro, hasta que en verano lo dejé y volví a seguir el tratamiento al cabo de unos meses. El estímulo fue permanente y no me abandonó, ganando terreno en lugar de perderlo; con esta mejoría parecía, de alguna manera, que la influencia se hubiese agotado, y a pesar de que mi confianza en el poder de la cura era mucho mayor que en la primera experiencia, y debería haberme ayudado a mejorar la salud y fortalecerme si mi fe en la misma hubiese sido el factor principal, nunca más obtuve ningún resultado tan sorprendente o tan claramente marcado como el que alcancé cuando lo probé la vez primera, con poca fe y dudosa esperanza. Es difícil manifestar toda la evidencia de este tema con palabras, recoger en un informe claro todo aquello en que se basan las conclusiones, pero siempre he sentido que tenía razón suficiente para justificar (al menos en lo que a mí respecta) la conclusión a la que llegué, y desde entonces he sostenido que el cambio físico fue, primero, el resultado de un cambio forjado en mí por una transformación de estado de ánimo, y, segundo, que este cambio de estado de ánimo no era, excepto de una forma secundaria, producido por la influencia de una imaginación excitada, o por una sugestión de tipo hipnótico recibida conscientemente. Finalmente, creo que este cambio fue el resultado de recibir, telepáticamente, y sobre un estado mental algo inferior al nivel de la conciencia inmediata, una actitud más sana y energética proveniente de otra persona, cuyo pensamiento se dirigía sobre mí con la intención de imprimirme la idea de tal actitud. En mi caso, la enfermedad era claramente de las clasificables de nerviosa, no orgánica, pero gracias a la observación llegué a la conclusión de que la línea divisoria que se ha trazado es arbitraria, ya que los nervios controlan las actividades internas y la nutrición del cuerpo totalmente. Creo que el sistema nervioso central, estimulando e inhibiendo centros locales, puede ejercer una gran influencia sobre todo tipo de enfermedad si se consigue que actúe. En mi opinión, la cuestión es tan sólo cómo conseguirlo, y pienso que la incertidumbre y las sensibles diferencias en los resultados obtenidos por medio de la mind-cure sólo muestran hasta qué punto ignoramos las fuerzas que ahí actúan y los medios con los que podríamos estimularlas. Mi observación de los demás y de mí mismo me asegura que tales resultados no son debidos a coincidencias casuales; que la mente consciente, la imaginación, toma parte (en múltiples casos) como factor decisivo es completamente cierto, pero en muchos otros casos, algunos muy extraordinarios, parece no tener ninguna relación. En conjunto me inclino a pensar que así como la acción curativa, igual que la morbosa, procede de la mente normalmente inconsciente, así también las impresiones más fuertes y efectivas proceden de una manera aún desconocida y sutil, directamente de una mente sana, cuyo estado, por una ley oculta de simpatía, reproducen».

Caso II

«A instancias de amigos y sin fe ni casi esperanza (seguramente a causa de una fracasada experiencia con un miembro de Ciencia Cristiana), pusimos a nuestra hija en manos de un curandero, y sanó de un problema que el médico había diagnosticado de manera descorazonadora. Aquello me interesó y comencé a estudiar seriamente el método y la filosofía de este sistema de curación. Una paz interior y una tranquilidad inusuales me invadieron gradualmente de forma tan positiva que cambié de talante; mis hijos y mis amigos notaron el cambio y lo comentaron; desaparecieron todas las sensaciones de irritabilidad, y transformé visiblemente la expresión de mi cara.

»Yo había sido fanático, agresivo e intolerante en las discusiones, tanto públicas como privadas; me volví tolerante y receptivo con los puntos de vista de los demás. Era nervioso e irritable; dos o tres veces por semana volvía a casa con dolor de cabeza provocado, suponía, por la dispepsia y la irritación gástrica; me volví sereno y tranquilo y desaparecieron completamente los problemas físicos. Solía ir a todas las entrevistas de negocios con un miedo casi morboso; ahora miro a todo el mundo con confianza y calma interior.

»Debo decir que el desarrollo tendió hacia la eliminación del egoísmo. No me refiero únicamente a las formas más vulgares y sensuales, sino a aquellas más sutiles y generalmente disimuladas que se expresan con dolor, aflicción, pesar, envidia, etc. Este cambio me ha llevado a la comprensión práctica de la inmanencia de Dios y de la divinidad del yo interior y verdadero del hombre».