Lupe
En la antesala del quirófano los González, reunidos, esperaban las noticias del médico.
- ¿Por qué se le habrá ocurrido a este pendejo hacerse la vasectomía?, ¿no se quedará impotente? -preguntó Ricardo.
- Claro que no, güey, si la cosa es fácil; además en estas épocas y con cinco chamacos… Si ya se tardó -respondió Jorge.
- Cuando le tocan a uno esos puntos, nada es fá-cil, hermano, nada… -argumentó Ricardo.
- En eso sí tienes razón.
- ¡Ahí viene el doctor!
Enfundado en el traje azul del obrero que repara el cuerpo humano, el urólogo se dirigió hacia los familiares de su paciente.
- ¿Cómo está mi hermano, doctor?
- ¿Salió bien? ¿Ya terminaron?
- ¿Lo podemos ver?
- No, señores, todavía no terminamos, quiero hablar con la esposa del paciente.
- ¿Qué pasa, doctor? ¿Hay algún problema?
- ¿Se murió mi hermano?
- Cállate, pendejo, ni digas esas cosas. ¿Verdad que no se murió?
- No no no, todo está bien, sólo quiero consultar algunos detalles con la señora. ¿Dónde está?
- Lupe. ¿Dónde se metió esta vieja?
- ¡Lupe! Ven acá, que el doctor te solicita -dijo Ricardo estirando el brazo y moviendo la mano hacia sí.
- Dígame, doctor. ¿Qué pasa?
- ¿Señora, puedo hablar con usted en privado unos momentos?
- Sí, cómo no.
- Venga conmigo.
Caminaron por el largo pasillo hasta llegar a un consultorio austero.
- Siéntese por favor -indicó-. Señora, lo que le voy a decir es muy delicado; le ruego me responda con toda sinceridad.
- Usted dirá, doctor.
- Tengo entendido que ustedes tienen cinco hijos.
- Así es.
- Exploramos a su marido y después de hacer la disección no encontramos los conductos deferentes que conducen los espermatozoides hasta los testículos.
- ¿Qué es eso, doctor?
- A ver, mmm… lo que quiero decirle es que su esposo tiene un problema de nacimiento que no le permite tener hijos.
- Sí, ya me lo imaginaba.
- No entiendo. ¿Sería tan amable de explicarme?
- Mire, doctor; cuando empezamos a buscar familia, pasaron muchos meses sin que me embarazara. Como usted comprenderá, estar cada mes con la esperanza y a fin de cuentas nada de nada, es muy cansado; se va una poniendo triste y de mal humor. Me fui a checar con el ginecólogo, me revisó completita y dijo, después de una bola de estudios, que todo estaba bien. Que sería prudente que mi esposo también se revisara para ver si tenía algún problemita.
“Por más que le dije a mi marido, no hizo caso. Dijo que yo estaba loca, que él era como un semental y que mi ginecólogo era un pendejo, que la cosa no iba por ahí. Total que fui a ver como a cinco doctores, sólo para estar bien segura. Después del tercer médico que visité, pensé que ya no tenía caso gastar saliva; mi marido es terco como una mula. Vi a los otros dos nomás por no dejar; todos dijeron lo mismo”.
“Él es un buen hombre, tiene sus cosas, como todos, pero a mí me gusta así. Conociéndolo como lo conozco, sabía que si no me embarazaba pronto iba a buscar otra mujer, por puro orgullo. Su hermano Ricardo siempre le decía: ‘Vamos a calar este potro con otra yegua; verán que lueguito tenemos crías’. Esos comentarios ofenden la dignidad de una, doctor. Sobre todo sabiendo que de cualquier manera iba a ser lo mismito con la otra. Como usted comprenderá, no quería perder a mi marido”.
- Continúe, por favor.
- Pensará usted: “¿Dónde queda la moral?” No crea que la tengo tan perdida; soy educada en familia católica, pero la verdad es que lo que dicen los curitas no le sirve mucho a una. Puras prohibiciones y deseos de bondad que a la gente se le olvidan en cuanto sale de la iglesia; eso sí, ahí vamos cargando un montón de culpas que nomás sirven para amargarnos la vida y amargar a los demás. Porque, aunque algunos las hayan confesado, nadie se cree que con dos rosarios se borran. Yo respeto mucho a la Virgen y le tengo su devoción, pero eso de padecer como mártir cuando una puede evitarlo, no va conmigo.
- Le agradecería que fuera al grano.
- Muy bien. La cosa era un poco riesgosa, pero la pensé muy bien. ¿Qué caso tenía que sufriéramos los dos? Empecé a escoger compadre para cuando naciera el niño. Pedro estuvo de acuerdo y hasta le dio gusto que pensara yo con más ánimo. Nomás escogimos compadre y a los diez meses nació el primer chamaco. Cada vez que queríamos aumentar la familia, como si fuera un conjuro, nos poníamos a pensar quién sería el nuevo compadre. Todos los escogidos estaban casados y tenían prole. Así fue como nos hicimos de cinco hijos y de cinco compadres.
- Pero, ¿saben ellos que son los padres?
- A lo mejor uno que otro mira al ahijado con duda; algunos, por lo briagos que estaban, no se acuerdan ni de lo que pasó. Ya sé que esto no es muy común, doctor, pero debe usted reconocer que no afecta a nadie; hemos criado hijos buenos y prósperos. Así que le ruego tome en cuenta mis razones para manejar el asunto con la mayor prudencia posible.
El urólogo salió del consultorio dirigiéndose con paso firme al quirófano. Regresó media hora después diciendo a los ahí reunidos que la operación había sido un éxito y que en breve podrían ver al paciente. Lupe buscó sus ojos y le sonrió.