Cisne caminaba por aquellas tierras como un fantasma, ligero, casi etéreo. Las crías de zorro jugaban ajenas a su presencia, y los ojos de las móspides se deslizaban sobre él como si no estuviese allí. Por la noche, cuando ya estaba cansado, vio un hilo de humo flotando sobre el bosque, en una colina distante.
El diplomático aceleró el paso y cubrió la distancia que le separaba del calor del fuego. El cielo comenzaba a oscurecerse. Caía el crepúsculo cuando llegó a las afueras del bosquecillo. Apartando el velo invisible que lo rodeaba, Cisne se deslizó entre los árboles. Rastreó el olor a humo y el sonido del campamento hasta llegar al lugar, y una vez allí encontró a la araña de madera, sentada tranquilamente en su tela.
Alrededor del hogar estaba dispuesta la macabra escena de los tres esqueletos. Uno yacía con un cuchillo oxidado dormido entre sus costillas, y los otros dos estaban acurrucados, como hombres agonizantes. Los gusanos habían emigrado de sus carnes hacía ya tiempo, aunque sus huesos no estaban completamente limpios. Hacia un lado, tirada como si fuese cualquier cosa, había una bolsa con trozos de jade de mediano valor. Pero lo que más impresionaba era la tela verdosa, y la araña tejedora.
Cisne cogió con sumo cuidado un palo del suelo. Suavemente se abrió camino entre los esqueletos y a continuación rompió la rama.
El silencio huyó con la llegada del crujido, como también lo hizo la magia que utilizaba Cisne para ocultarse. La araña alzó su rostro y lo miró, sus ojos brillantes como la savia del pino, iluminados como rescoldos en la creciente oscuridad. “Saludos, hermano. ¿Qué te trae a mi humilde cabaña?”. Su voz era como el rumor de los árboles al viento. Como el viento que presagia la gran tormenta. Cisne miró en su corazón y examinó sus propósitos; sólo halló una maldad infantil, sin razón ni dirección. Como una semilla, su odio crecería a ritmo constante sin importar el tipo de tierra en que fuese sembrada.
“Parece que va a hacer fresco esta noche, así que busco un fuego para calentarme. No sabía que aquí encontraría a uno de los míos”. Cisne miró a los esqueletos que tenía a cada lado. “Extraño decoro el tuyo, hermano”.
“Entre ladrones no hay honor. Uno intentó envenenar a sus compañeros para robarles su parte del botín, pero, tristemente, sus compinches eran tan deshonestos como él, así que lo apuñalaron hasta acabar con él. Se bebieron el vino envenenado mientras se reían de la mala suerte de su compañero. La vida está llena de ironías como ésta”.
Cisne sonrió, sabiendo que la araña había omitido la parte en que aconsejó a los muertos llevar a cabo sus iniquidades. Simplemente, dijo, “Buena cosecha, pero ¿es aconsejable alumbrar espíritus hambrientos tan cerca de la propia tela?”.
El elemental dijo contenidamente: “No si uno no tiene un uso para ellos”, y Cisne notó que la araña estaba bastante gorda. El diplomático asintió comprensivo y bostezó exageradamente.
“¿Ofrecerías entonces tu hospitalidad, hermana araña, a un compañero solitario, que cruza la noche?”.
La risa de la araña fue como el suave sonido del bosque cuando ha parado de llover, pero el agua cae de las hojas de los árboles. “Por descontado”.
“Sellémoslo con un apretón de manos, pues aunque no desconfío, un viajero no debe confiar en nadie”.
“De acuerdo”, replicó la araña, y Cisne supo por su sonrisa que aquel bicho no dudaría en decir cualquier cosa para devorarlo. Extendió una de sus patas frontales y Cisne la tocó con su mano, santificando su ánima el trato. Un viento inesperado atravesó el bosque, y el aire alrededor del Exaltado y el elemental se arremolinó con los caracteres de la ‘entente’. Aunque duró sólo un segundo, durante ese momento el fulgor del voto brilló con tal fuerza que las llamas del campamento fueron invisibles.
Luego llegó el silencio, que rompió la araña para decir, “Saludos, Príncipe de la Tierra. No te había reconocido”.
Cisne bostezó de nuevo, mas esta vez su agotamiento era sincero. Murmuró: “Duerme bien, hermano espíritu”, antes de deslizarse hacia el valle de los sueños.
Los odiosos ojos de resina de la araña lo contemplaron durante toda la noche mientras el fuego agonizaba, y finalmente moría.