Capítulo 31

Al bajar del tren en la parada de su madre, Pável recorre con la vista el andén de la estación de Birulevo y comprueba la hora en su reloj. Las dos y veinte. Se dirige a sentarse en el banco de madera que hay al final del andén de cemento. El sol, resplandeciente esta tarde, le caldea el rostro. Parte el tren. La pared de la estación está adornada de una fila de carteles idénticos que representan a Stalin en gorra y casaca militar, rodeado de un océano de rostros reverentes. La colectividad lo decide todo. En el ángulo inferior izquierdo de la escena, una muchedumbre no mayor que la bota de Stalin desfila encantada, enarbolando banderas rojas. Algunos carteles han comenzado a despegarse.

Quince minutos más tarde Víktor no ha llegado. Le doy hasta las tres, se dice Pável. Si no aparece a esa hora, o ha decidido no venir o está en manos del NKVD. Y si le han detenido, no hay ayuda que valga.

Un vaso de papel rueda adelante y atrás sobre su borde al final del andén.

Por favor, reza Pável en silencio, no permitas que sea tarde.

A los pocos minutos aparece Víktor.

—Disculpa el retraso. —Se sienta a su lado—. Si te soy franco, he estado a punto de no venir.

Está nervioso, suspira atisbando por encima del hombro la entrada de la estación.

—¿Cómo lo llevas? —pregunta Pável.

Víktor se encoge de hombros.

—Estoy destrozado, pero es normal, considerando que no duermo desde hace veinticuatro horas.

El vaso de papel ha desaparecido, aunque Pável lo localiza enseguida dando vueltas entre las vías, adonde lo ha empujado el viento, para luego rodar por el terraplén de grava; una mancha blanca entre la maleza de espinos.

—Necesitarás dinero —dice Pável—. Te daré lo que tenga, pero si cuentas con amigos que te presten algo, amigos de verdad, quiero decir, gente fiable para ti, cógelo, y pronto. Reúne todo lo que puedas. Invéntate una historia verosímil porque te van a preguntar para qué lo quieres.

—¿Para qué es el dinero?

—Para que cojas a tu familia y desaparezcas.

—Así, sin más.

—Sí.

—¿Y adonde voy, Pável?

—Si te es posible, hacia el este. Debes mantenerte alejado de Moscú y de todas las ciudades grandes, porque hay que registrarte en la oficina de distrito de Asuntos Internos y el NKVD las controla de cerca. Estarás más seguro en una ciudad pequeña o en un pueblo. —Más seguro sí, pero no del todo, como los dos saben ya. No existe lugar en la Unión Soviética que garantice la seguridad total a Víktor y su familia—. Lo mejor sería vivir con unos parientes que te escondieran.

—¿No nos buscará allí el NKVD?

—Si te buscan a ti en concreto, tal vez, pero suelen contar con que la gente esté donde se espera. Por qué vas a echar a correr si eres inocente, ¿no? Cuentan con esa forma de pensar. No se van a quebrar la cabeza buscándote, Víktor. Se limitarán a dejar a un lado tu ficha e ir por otro que tengan a mano.

Víktor se frota la cara con las manos, busca una cajetilla de Primas en el abrigo y se vuelve para encenderlo protegido del viento.

—Siempre me habría gustado ver América —dice, apoyándose en el respaldo del banco. Por su expresión no se sabe si habla en serio o en broma.

—¿No pensarás salir del país en estas condiciones?

—No estoy loco, Pável, sólo desesperado.

—He leído que se compran pasaportes en el mercado negro. —Dice Pável con reserva. Pasaportes, permisos de residencia falsificados; en definitiva, identidades nuevas, vidas nuevas. Tal vez haya que tenerlo en cuenta—. En cualquier caso, existe una posibilidad.

Mientras sacude la ceniza, Víktor remata la frase.

—Remota.

Siempre será mejor que lo que te espera, está tentado de decirle Pável, una celda fría, un juicio rápido delante de una troika militar. Al menos lo otro sería una oportunidad.

—Necesito que te lleves a mi madre.

—Pero ¿qué dices?

—Creo que van a detenerme y no quiero que se quede sola.

—Entonces, ven con nosotros. Pável, tienes que venir.

—No puedo.

Por el fondo del campo nevado, donde comienzan los bosques, surge a la luz del sol una figura muy arropada que recorre el camino abrupto que han abierto las huellas en la nieve.

—Lo de apartar la ficha y buscar a otro vale para ti, pero no para mí —dice Pável—. En mi caso no espero que lo apliquen; pondrán interés en encontrarme, esté donde esté.