15
En última instancia lo macro es un tema empírico. [No puede mantenerse indefinidamente] impermeable a los hechos.
HYUN SONG SHIN¹
Algún examen de conciencia habrá provocado esta última crisis en los macroeconomistas, ¿no? Como no la previó ninguno...
Es verdad, aunque el principal cometido de los economistas no es la predicción. Por desgracia han conseguido crear de sí mismos el estereotipo de malos vaticinadores porque las sociedades de inversión se han dado cuenta de que pueden conseguir publicidad mandando a los estudios de la tele a alguien con la etiqueta de «economista jefe», que dará su opinión sobre si las acciones están a punto de subir o bajar, pero la mayoría de los economistas del ámbito académico ni siquiera intentan hacer predicciones, porque saben lo difícil que es prever algo en sistemas complejos. De hecho, más que pecar de un exceso de confianza en sus predicciones, arden en deseos de dejar la predicción como algo propio de ingenuos y de timadores.
Es famoso el comentario de Keynes: «¡Sería estupendo que los economistas lograran que se les considerara como personas modestas y competentes como los odontólogos!». Es un buen chiste, pero no es solo un chiste. Nadie espera que el odontólogo sepa predecir cómo se estropeará su dentadura. Lo que sí esperamos son consejos prácticos de salud dental, y una intervención que solucione los problemas que puedan producirse. He ahí lo que deberíamos exigir a los economistas: consejos útiles sobre cómo mantener el buen funcionamiento de la economía, y soluciones cuando falle.
Ya han pasado varios años desde la crisis bancaria, y no es que tenga uno la impresión de que las soluciones hayan sido espectaculares.
Algo de razón lleva usted. Si prestamos atención a lo más interesante e innovador que produce ahora mismo la economía, se debe casi todo a microeconomistas, no a macroeconomistas. Fíjese en los estudios sobre diseño de mercados de Al Roth, que usa algoritmos generados por ordenador para asignar plazas de colegio a los niños, primeros trabajos de hospital a los médicos jóvenes y pacientes compatibles a los donantes de riñón. Economistas como Paul Milgrom, Hal Varian y Paul Klemperer se están marcando verdaderos triunfos en el diseño de subastas, desde Google Ads hasta medidas para sustentar el sistema bancario sin tener que hacer grandes concesiones a los bancos, pasando por subastas de frecuencias lucrativas. John List, Esther Duflo y otros están diseñando experimentos económicos para revelar verdades ocultas de la conducta humana. Estos economistas tienen mucho en común con los odontólogos, los médicos o los ingenieros. Resuelven problemas.
¿Y los macroeconomistas no?
Tampoco hay que ser demasiado severo con ellos. La macroeconomía, como espero que se haya dado cuenta a estas alturas, es compleja. Hay diez mil millones de variedades de productos, siete mil millones de personas y un sinfín de transacciones imposibles de observar. La economía está determinada por la psicología, la historia, la cultura, tecnologías nuevas e impredecibles, acontecimientos geológicos y climáticos, operadores informáticos demasiado veloces para que los perciba el ojo humano y muchas cosas más. Es un problema imponderable, que da vértigo. Lo raro sería que no nos resultara dificultoso.
Pero la segunda razón de que no haya odontólogos macroeconómicos es que la disciplina, tal vez en respuesta a la complejidad del problema, se ha aislado intelectualmente. Todas las disciplinas académicas tienen tendencia a los compartimentos estancos, pero en el caso de la macroeconomía el problema parece especialmente agudo.
Recuerde la famosa afirmación de Keynes (una vez más): «En economía, el maestro debe poseer una rara combinación de dotes [...] Debe ser, de algún modo, matemático, historiador, estadista, filósofo; manejar símbolos y expresarse con palabras; contemplar lo particular bajo el prisma de lo general, abordar lo abstracto y lo concreto desde el mismo punto de partida. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con la vista puesta en el futuro. Su mirada ha de abarcar todas las partes de la naturaleza y de las instituciones humanas».
A lo largo de los últimos cuarenta años los estudios académicos de macroeconomía han dado la espalda a esta definición.
En vez de aprovechar cualquier instrumento metodológico capaz de arrojar luz sobre la economía, la ciencia macroeconómica moderna ha restringido su alcance. El abanico de premisas y técnicas de modelización que se consideran publicables en las principales revistas es limitado. Los modelos macroeconómicos han adquirido elegancia y refinamiento lógico, pero se resienten de una grave desconexión de la realidad. Se pensó que lo primero era la coherencia lógica, y que con algo de suerte los modelos se irían mostrando más realistas, cosa no del todo absurda, ya que la crítica de la curva de Phillips por Robert Lucas, y la estanflación de los años setenta, que tanto bajó los humos, demostraron a los economistas que no bastaba con sacar conclusiones de los datos, ya que estos últimos podían cambiar de modo drástico; hoy, sin embargo, cuatro décadas después de la revolución de las «expectativas racionales», tenemos buenos motivos para creer que la macroeconomía no ha conseguido incorporar algunas perspectivas importantes.
¿Por ejemplo?
Me vienen tres a la cabeza: la banca, la economía conductual y la teoría de la complejidad.
Durante muchos decenios la banca se ha quedado fuera de la mayoría de los modelos macroeconómicos, tanto en el bando keynesiano como en el clásico de la macroeconomía moderna. Como tantos errores del sector académico, al principio no fue ninguna insensatez. Los bancos son enormemente complejos, si bien su producto final parece más bien simple: constituyen un puente entre las personas que desean ahorrar dinero y las que desean que se lo presten. Siendo así, ¿por qué no dar un toque de varita mágica, considerar hecha —y bien hecha— esta labor y proceder a analizar otros asuntos de mayor interés?
El desencadenante de la Gran Depresión fue una crisis bancaria, lo cual podría haberse interpretado como una advertencia contra la eliminación de la banca en los modelos macroeconómicos. Si se ignoró esta advertencia fue por dos motivos: en primer lugar porque los gobiernos establecieron el seguro de depósitos, el cual disminuía el peligro de retirada masiva de los mismos y parecía resolver la fragilidad más patente del sistema bancario; y en segundo lugar porque el recuerdo de la Gran Depresión se fue alejando. Los macroeconomistas empezaron a tener la sensación de que preocuparse por la banca era como si un estratega militar se preocupase por las cargas de caballería: interesante, pero una mera curiosidad histórica.
Pues esa carga sí que se produjo, y ha acabado siendo una masacre. Los macroeconomistas se equivocaron. Fíjese en lo perjudicial que ha sido su error.
No nos precipitemos. No es que yo —como microeconomista que soy— no tenga ganas de echar la culpa de todo a los macroeconomistas, pero no se les puede reprochar que no salvaguardasen el sistema bancario. Eso era competencia de una serie de políticos, banqueros, abogados, contables y microeconomistas, y como explico en mi libro anterior, Adapt, probablemente habríamos hecho bien en prestar mucha más atención a los técnicos de seguridad y a los expertos en conducta organizacional.
El fallo de la macroeconomía fue que al estallar la crisis bancaria las escuelas dominantes carecieran de buenos modelos sobre las posibles consecuencias económicas (aunque el simple empirismo invitaba a pensar que no serían agradables), y por ello resultase difícil pronunciarse con autoridad sobre qué debían hacer los bancos centrales para suavizar el golpe y sobre si era más adecuado que los gobiernos optasen por los estímulos o se decantaran por la austeridad. ¿Cuál era la mejor manera de plantearse la crisis bancaria, como un shock en la demanda que desembocaría en una recesión keynesiana o como un shock en la oferta que produciría una recesión clásica? ¿O es que todo el aparato intelectual no servía de nada?
Lo peor es que muchos microeconomistas sostienen que los gurús de la macroeconomía han sido lentos de reflejos incluso ante los hechos consumados. Se resistían a abrir sus modelos al sector bancario, y en algunos casos hasta a reconocer que la crisis exigía algún tipo de respuesta intelectual. La verdad es que aunque los macroeconomistas hubieran entrado raudos en acción en el mismo momento en que estallaba la crisis, el proyecto intelectual de comprender la interacción entre la banca y el conjunto de la economía es arduo.²
Su segundo ejemplo, la economía conductual, no es tan problemático, ¿verdad? Ya existe desde hace bastante tiempo.
Sí, la economía conductual, que es una especie de fusión entre la economía y la psicología, ha hecho grandes incursiones en el pensamiento económico de los últimos quince años. El psicólogo Daniel Kahneman, uno de los que han contribuido a la creación del nuevo campo, recibió el premio Nobel de Economía. Otros paladines de la economía conductual son George Akerlof, premiado con el mismo galardón, y el experto en finanzas Robert Shiller, famoso por su demostración de que tanto la burbuja de las punto com como la inmobiliaria eran... pues eso, burbujas. Otro economista conductual más joven, Matthew Rabin, ha merecido a los cuarenta años la medalla John Bates Clark de Economía, que en muchos casos es la antesala del Nobel. Otro lumbrera, Richard Thaler, famoso sobre todo como coautor de Un pequeño empujón, ocupa desde hace tiempo un influyente púlpito en forma de sección fija de una de las grandes publicaciones del sector, Journal of Economic Perspectives. La actitud inicial de los microeconomistas fue de escepticismo, y muchos la mantienen, pero más allá de su credulidad no cabe duda de que todos han prestado atención a la economía conductual, y la han adoptado o criticado.
Pero ¿y los macroeconomistas? Pues se diría que la han ignorado totalmente. Robert Shiller me dijo que a sus seminarios sobre finanzas conductuales acudían microeconomistas con ánimo polémico, pero ningún macroeconomista.
Quizá la macroeconomía no gane nada con la economía conductual.
Parece muy improbable. La economía conductual es un campo joven, que tiene sus problemas: entornos de laboratorio artificiales, muestreos reducidos, la dificultad de convertir un conjunto heterogéneo de sorpresas conductuales en alguna teoría viable de la conducta humana... Pero la idea de que la comprensión de la conducta humana real carezca de importancia para el conjunto de la economía es descabellada.
Ya hemos visto cómo se abrían camino en la macroeconomía tres cuestiones conductuales absolutamente claves, que habría sido imposible mantener al margen de ella. Primero los salarios y los sueldos pegajosos: uno de los motivos más evidentes de que se peguen los salarios y los precios es que la gente se hace una idea del precio «justo» y se vuelve muy refractaria al cambio. También puede ocurrir que confunda los cambios de precio nominales con los reales. Entender el cómo y el porqué de este fenómeno puede ser fundamental para entender las recesiones. En todo caso, lo es para el planteamiento que se hacen de ellas los keynesianos actuales.
En segundo lugar, los salarios de eficiencia: como vimos en el caso de la jornada a cinco dólares de Henry Ford, puede haber algo que incentive a las empresas a pagar muy por encima del salario de equilibrio, con el resultado de que habrá quien quiera y no pueda trabajar. Es posible generar modelos de salarios de eficiencia que no se basen en explicaciones psicológicas, pero es innegable que la psicología da explicaciones intuitivas de por qué este tipo de salarios pueden impulsar los beneficios. Si los precios pegajosos son fundamentales para entender las recesiones, los salarios de eficiencia lo son para entender el paro. Ambas cuestiones distan mucho de ser irrelevantes.
En tercer lugar, la cuestión de cómo se forma la gente sus expectativas es crucial. Ya hemos visto que Robert Lucas puso patas arriba las ciencias económicas con su argumento de que la premisa más sensata era la de que la gente se formaba expectativas racionales, lo cual desembocó en una visión de teoría de juegos de la macroeconomía, más lógica, qué duda cabe, que la modelización negligente o ad hoc de las expectativas que se había practicado hasta entonces. Pero ¿es el mejor enfoque? Entender las expectativas es básico para entender el impacto de las nuevas políticas monetarias y fiscales. Se trata, con todo, de un proyecto difícil, que ahora mismo encabeza Thomas Sargent, premio Nobel de Economía que empezó analizando modelos basados en expectativas razonables pero que ha ampliado sus horizontes para incorporar a otras personas con capacidad de decisión si bien conocimientos mucho más limitados.
En todos estos casos —los precios pegajosos, los salarios de eficiencia y las expectativas—, el punto de vista psicológico que emerge de la economía conductual ha demostrado ser de gran relevancia para alguno de los problemas centrales de la macroeconomía: las recesiones, el paro y el impacto de los cambios de política. Y en todas las ocasiones se ha observado un esfuerzo por parte de los macroeconomistas para reducir al mínimo el papel del punto de vista psicológico. Aunque se acabe demostrando que los economistas conductuales se equivocan en todo lo importante, lo que está claro es que no es un tema que se pueda ignorar: como mínimo merece una refutación, y probablemente mucho más.
Me imagino que la psicología tendrá influencia a la hora de determinar el precio de las acciones y de la vivienda, así como las inversiones comerciales.
Es muy posible. John Maynard Keynes —¡otra vez él!— no creía que se pudiera modelizar el gasto de los consumidores o las inversiones comerciales basándose en un cálculo racional de los futuros beneficios. Para él el futuro era demasiado imponderable. Lo que se podía hacer era determinar la inversión a partir de lo que llamaba «espíritus animales», una percepción más emocional e intuitiva de si era el momento más propicio para arriesgarse. Hace poco George Akerlof y Robert Shiller escribieron un libro titulado justamente así, Animal spirits: Cómo la psicología humana dirige la economía, con el objetivo de volver a introducir la psicología en el análisis macroeconómico. No ha sido fácil convencer a los macroeconomistas de que prestasen atención, y en honor a la justicia hay que decir que no es fácil partir de unos experimentos de laboratorio a pequeña escala y con pocos riesgos y aplicar sus conclusiones a las grandes inversiones financieras.
¿Y la teoría de la complejidad?
Si la economía conductual intenta aportar más realismo psicológico a la macroeconomía, la teoría de la complejidad tiende a presionar en el sentido contrario. (Digo «tiende» porque es una escuela con muchas interpretaciones.)³ Muchos modelos de complejidad tratan de ampliar drásticamente el número de actores del modelo, pasando de uno o dos actores «representativos» a miles e incluso millones de unidades que interactúan entre sí. A diferencia de los modelos económicos tradicionales, que se limitan a dar soluciones matemáticas a sus ecuaciones, los modelos de complejidad son como hormigueros simulados por ordenador: nunca hay dos simulaciones con el mismo resultado. El inconveniente de este enfoque de modelización es que los actores individuales del modelo tienden a ser extremadamente simples, léase «tontos». Desde este punto de vista, entender el mercado bursátil o inmobiliario se parece más a entender cómo se amontona la arena o cómo se congela el hielo. Aun así, se espera que lo que perdemos en realismo psicológico lo ganemos en comprensión de la dinámica del sistema.
O sea, que aventuras intelectuales no faltarían en la macroeconomía para que surgiera un Bill Phillips actual.
Así es. Lo previsible habría sido que Bill se viera arrastrado a los debates de los años setenta sobre el descrédito de la curva de Phillips y la crítica de Lucas. Como hemos visto en el capítulo 11, la decepción por la curva de Phillips hizo que la macroeconomía entrase en una trayectoria muy matemática, y la crítica de Lucas inoculó en los economistas cierta prevención a basarse demasiado en correlaciones empíricas.
Bill Phillips, sin embargo, había trasladado su atención hacia algo muy distinto: China. Durante su estancia en el campo de prisioneros de guerra estudió bastante chino para acabar dando clases en el propio campo y leer novelas clásicas chinas. Sin embargo, a mediados de los años sesenta China era uno de los países más pobres del planeta. Así y todo, a Bill le pareció que no se podía pasar por alto, de manera que resolvió estudiar el país y su economía. En 1967 se trasladó a la Universidad Nacional Australiana de Canberra a condición de poder pasar la mitad del año trabajando en China. Por desgracia no tuvo mucho tiempo: en 1969 sufrió un derrame que le dejó postrado, y en 1975 otro que acabó con su vida. Murió a la temprana edad de sesenta años.
Parece un final un poco triste.
Prematuro sí, no cabe duda. De todos modos los últimos pasos de su trayectoria son reveladores. Mientras la macroeconomía se volvía cada vez más abstracta y describía la evolución de una economía idealizada sin época ni espacio concretos, Bill seguía fascinado por el desafío de una economía inmensa y subdesarrollada, con una cultura muy rica. Aunque supiera resolver ecuaciones diferenciales jamás perdió de vista que la economía la hacen las personas.
También estuvo fascinado hasta el final por las complejidades infinitas de la dinámica de sistemas: cómo podían oscilar las economías y qué se podía hacer para estabilizarlas. Curiosamente, la labor que tiene por delante la macroeconomía si pretende asimilar las enseñanzas de la crisis tiene un paralelismo reciente en la ingeniería, concretamente en el famoso puente del Milenio de Londres.
Al ser inaugurado, fue el primer puente que se construía sobre el Támesis en más de un siglo, una hermosa pasarela peatonal entre la galería Tate Modern y la catedral de San Pablo, pero enseguida apareció un problema: al llenarse de gente impaciente por atravesarla, se empezó a balancear de manera alarmante. Imagínese que pone un muelle Slinky plano sobre el suelo. Se hará una idea de cómo se movía la pasarela. Fue desconcertante. Dos días después el puente del Milenio quedó cerrado hasta que se pudiera diagnosticar y resolver el problema.
Resultó que el puente y los peatones se sincronizaban entre sí de un modo inesperado. En cuanto la pasarela oscilaba un poco, los peatones adaptaban su forma de caminar y empezaban a moverse como si patinasen sobre hielo, separando los pies a fin de no perder el equilibrio; y claro, lo hacían sincronizados los unos con los otros, en respuesta al movimiento del puente. Esta especie de patinaje sincronizado bastaba para aumentar la oscilación de la pasarela. Al principio no pasaba nada, pero en cuanto el puente se movía un poco la multitud respondía al balanceo, y viceversa.
Este puente movedizo tiene un doble interés. Por un lado demuestra lo difícil que es resolver problemas reales solo con la teoría. Mucha gente tiene la impresión de que la ingeniería hunde sus cimientos en las sólidas leyes de la física, mientras que la economía es un castillo de arena, pero lo cierto es que por mucho que los ingenieros puedan basarse en las leyes de la física a menudo la realidad les toma por sorpresa, con resultados trágicos a veces (la innovadora presa de Malpasset, en el sur de Francia, se resquebrajó por culpa de una modelización geológica inadecuada, provocando la muerte de casi cuatrocientas personas) y otras deliciosos (el estadio Kemper Arena de Kansas City, que había merecido un premio, se vino abajo sin víctimas solo veinticuatro horas después de albergar la convención del American Institute of Architects).4
El problema no es que los ingenieros no entiendan las leyes de la física, sino que es difícil modelizarlas de verdad en un mundo lleno de aludes, fallas arcillosas y peatones sincronizados. Teniendo en cuenta que hasta a los ingenieros de estructuras se les pilla por sorpresa alguna vez, haríamos mal en echar toda la culpa a los macroeconomistas de que la economía siga siendo un tema de difícil estudio.
El segundo interés del puente movedizo es que uno de los que averiguaron la causa del error fue un profesor de ingeniería de Cambridge que respondía al nombre de Allan McRobie: sí, el mismo que reconstruyó minuciosamente la versión de Cambridge del MONIAC de Bill Phillips e hizo que dejara de ser una curiosidad de museo para convertirlo de nuevo en un ordenador hidráulico completamente funcional.5 McRobie es como Phillips, un ingeniero con intereses eclécticos. Recordemos que Bill Phillips empezó siendo un manitas, un mecánico; y aun dejando al margen cazas de cocodrilos y hazañas bélicas, llegó a ser ni más ni menos que ingeniero hidráulico, constructor de aparatos electrónicos encubiertos, sociólogo, economista y pionero de la informática. Le interesaban los detalles del funcionamiento de las cosas, y siempre buscó su inspiración en nuevos campos de estudio. En vez de encerrarse en una torre de marfil, lo que quería Bill Phillips era resolver problemas prácticos.
Lo cual quizá no sea un mal ejemplo para todos.
Materiales
Si ha llegado usted hasta aquí, hay excelentes materiales sobre economía que quizá le tienten.
Si le gustan los podcasts pruebe con el magnífico Planet Money de la NPR (http://www.npr.org/blogs/money/), que cuenta cosas sobre la economía y los negocios en el mundo entero.
Yoram Bauman y Grady Klein han escrito Cartoon Guide to Macroeconomics (Introducción a la macroeconomía en viñetas), mucho más divertida que los libros de texto. The Instant Economist, de Timothy Taylor, también contiene capítulos que brindan un buen trampolín al estudiante de la macroeconomía.
Por otra parte, los debates sobre economía y política económica, siempre cambiantes, quedan bien cubiertos por toda una serie de blogs, la mayoría de ellos totalmente gratuitos. Empiece por seguir mi cuenta de Twitter —@timhartford— y no tardará en descubrir enlaces con todo aquello que considero merece la pena ser leído.
Agradecimientos
Gracias a mis colegas de Financial Times y la BBC. Trabajar con ellos es un gran placer, y una fuente constante de inspiración. Debo especial gratitud a Alec Russell, cuya invitación a escribir una nueva columna en 2011 me ha ayudado a desarrollar el estilo dialogado que empleo en este libro.
Gracias también a todo el personal de Little, Brown, sobre todo a Iain Hunt y Tim Whiting, por haber prestado un firme apoyo al libro; también a mis maravillosos editores, correctores y publicistas de todo el mundo, que de España a Corea y de Estonia a Brasil han conseguido llegar increíblemente lejos.
Sally Holloway y Zoe Pagnamenta han sido unas magníficas agentes; y como ellas, un nutrido equipo de personas.
Cada vez que doy las gracias por la ayuda ajena me sale el comentario de que Andrew Wright es un genio. Sigo opinando lo mismo.
En Oxford he recibido los consejos, ánimos y sugerencias de Paul Klemperer, Anthony Courakis, John Vickers, Simon Wren-Lewis, Michael Horvath y David Hendry. Naturalmente, Tony también me dedicó tres años de paciente y memorable tutoría en macroeconomía antes de mi licenciatura. A todos les estoy agradecido, y espero que el resultado no les decepcione mucho.
Estoy en deuda con el Reserve Bank de Nueva Zelanda y con la hermana de Bill Phillips, Carol Somervell, por haberme enseñado fotos y material de archivo sobre Bill; también con Allan Sleeman por haberme dado a conocer una monografía inédita sobre la vida de Bill Phillips.
Por encima de todo, mi afecto y gratitud al siempre magnífico Fran Monks. ¡Venga, a por ellos!
Un último agradecimiento: a mis lectores. Gracias. Es una suerte teneros.
WASHINGTON D. C. marzo de 2013
Notas
INTRODUCCIÓN
1. Dos fuentes de gran valor sobre Bill Phillips son A. G. Sleeman, «The Phillips Curve: A Rushed Job?», Journal of Economic Perspectives, 25:1 (invierno de 2011), y «Bill Phillips’ War and his Notorious Pass Degree», Economic Record, 86:274 (septiembre de 2010). El 16 de julio de 2008 Alan Bollard pronunció una conferencia biográfica con algunos detalles suculentos. Está disponible en el canal de YouTube del Reserve Bank de Nueva Zelanda. Allan McRobie hace una demostración de la máquina de Phillips en una conferencia, «The Phillips Machine Demonstrated by Allan McRobie», <http://www.sms.cam.ac.uk/media/ 1094078>. También está disponible un breve documental de BBC Radio 4 sobre la máquina, «Electronic Brains: Water on the Brain», <http://www.bbc.co.uk/radio4/science/electronicbrains.shtml>.
2. Peter Temin, «Great Depression», en Steven N. Durlauf y Lawrence E. Blume, eds., The New Palgrave Dictionary of Economics, vol. 3 (2.ª ed.), Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2008.
3. Investigación inédita del UK Cabinet Office Behavioural Insight Team, basado en una entrevista del autor con Owain Service, del BIT, 13 de febrero de 2013.
1. LA ECONOMÍA: MANUAL DE INSTRUCCIONES
1. David Blanchflower, David Bell, Alberto Montagnoli y Mirko Moro, «The Effect of Macroeconomic Shocks on Well-Being», conferencia, marzo de 2013, <http://www.bos.frb.org/employment2013/papers/Blanchflower_Session5%20.pdf>.
2. LA RECESIÓN DE LOS CANGUROS
1. Véase Joan Sweeney y Richard James Sweeney, «Monetary Theory and the Great Capitol Hill Baby Sitting Co-op Crisis», Journal of Money, Credit and Banking, vol. 9, n.º 1 (febrero de 1977), pp. 86-89; Paul Krugman, «Baby-sitting the economy», Slate, 14 de agosto de 1998, <http://www.slate.com/articles/business/the_dismal_science/1998/08/babysitting_the_economy.single.html>.
2. Este ejemplo está directamente tomado —con el correspondiente ajuste a la inflación— de Daniel Kahneman, Jack L. Knetsch y Richard H. Thaler, «Fairness as a Constraint on Profit Seeking: Entitlements in the Market», American Economic Review, 76 (1986).
3. Sobre la Coca-Cola véase Daniel Levy y Andrew Young, «The Real Thing: Nominal Price Rigidity of the Nickel Coke, 1886-1959», MPRA Paper 1046 (Biblioteca Universitaria de Munich, 2004); sobre los precios en el supermercado véase Daniel Levy et al., «The Magnitude of Menu Costs: Direct Evidence from Large U.S. Supermarket Chains», Quarterly Journal of Economics, 112:3 (agosto de 1997), pp. 791-825; véase también Daniel Levy, «Price Rigidity and Flexibility: New Empirical Evidence», Managerial and Decision Economics, 28:7 (2007), pp. 639-647. La historia de la Coca-Cola se explica también con elegancia en el podcast de Planet Money, episodio 416, «Why The Price of Coke Didn’t Change for 70 Years».
4. Lo cuentan Tyler Cowen y Alex Tabarrok en su libro de texto Modern Principles of Economics, Worth, 2012, p. 573.
3. MONEY, MONEY, MONEY
1. Jim Reid, «Money to Burn», Observer, 25 de septiembre de 1994.
2. En el momento de la redacción de este libro la escena estaba en YouTube, aproximadamente en el minuto cuatro: «K Foundation Burn a Million Quid», <http://www.youtube.com/watch?v=i6q4n5TQnpA>.
3. La isla de Yap se está haciendo famosa entre los economistas monetarios. Algunas buenas fuentes son Michael F. Bryan, «Island Money», Federal Reserve Bank of Cleveland, 1 de febrero de 2004, <http://www.clevelandfed.org/research/commentary/2004/0201.pdf>; «Road to Riches», web de BBC News: <http://news.bbc.co.uk/hi/english/static/road_to_riches/prog2/tharngan.stm>; y «The Invention of Money», This American Life, episodio 423, enero de 2011, <http://www.thisamericanlife.org/radio-archives/episode/423/transcript>.
4. Timothy Taylor, The Instant Economist, Londres, Plume, 2012, p. 136.
5. «The Invention of Money», This American Life, episodio 423, enero de 2011, <http://www.thisamericanlife.org/radio-archives/episode/423/transcript>.
6. Además del excelente programa de This American Life, véase Leslie Evans, «How Brazil Beat Hyperinflation», web de UCLA International, 22 de febrero de 2002, <http: //www.econ.puc-rio.br/gfranco/How%20Brazil%20Beat%20Hyperinflation.htm>.
4. INFLACIÓN, LA JUSTA
1. Sobre el tema de que «los bancos centrales tienen superpoderes» recomiendo encarecidamente el podcast de Planet Money «Europe Turns on the Bat Signal», 6 de diciembre de 2011. Podrá usted oír que la Reserva Federal de Estados Unidos es como Superman, mientras que el Banco Central Europeo es Batman, más oscuro, taciturno y recalcitrante: <http://www.npr.org/blogs/money/2011/12/ 06/143231194/the-tuesday-podcast-europe-turns-on-the-bat-signal>.
2. Steve Hanke y Nicholas Krus, «World Hyperinflations», Cato Institute Working Paper, 15 de agosto de 2012, <http://www.cato.org/sites/cato.org/files/pubs/pdf/WorkingPaper-8.pdf>.
5. ESTÍMULOS
1. Dylan Matthews, «Did the Stimulus Work? A Review of the Nine Best Studies on the Subject», Washington Post Wonkblog, 24 de abril de 2011, <http://www.washingtonpost.com/blogs/wonkblog/post/did-the-stimulus-work-a-review-of-the-nine-best-studies-on-the-subject/2011/08/16/gIQAThbibJ_blog.html>.
2. He analizado la historia de Reinhart y Rogoff con mi colega de la BBC Ruth Alexander. Ruth Alexander, «Reinhart, Rogoff... and Herndon: The Student Who Caught Out the Profs», BBC News Magazine, 20 de abril de 2013, <http://www.bbc.co.uk/news/magazine-22223190>.
3. Ethan Ilzetzki, Enrique G. Mendoza y Carlos A.Vegh, «How Big are Fiscal Multipliers?», Centre for Economic Policy Research Policy Insight 39, octubre de 2009, <http://www.cepr.org/pubs/PolicyInsights/PolicyInsight39.pdf>.
4. Los datos sobre el comercio de mercancías son de 2011 y proceden de la base de datos World Development Indicators, <http://data.worldbank.org/indicator/TG.VAL.TOTL.GD.ZS>.
6. LA RECESIÓN DEL CAMPO DE PRISIONEROS
1. R. A. Radford, «The Economic Organisation of a POW Camp», Economica, 12:48 (noviembre de 1945).
2. En una célebre entrevista de 1968 para la revista Time, Friedman comentó que «en cierto sentido ahora somos todos keynesianos; en otro, ya nadie es keynesiano». Después entró en detalles: «Todos usamos el lenguaje y el aparato keynesianos, pero ninguno de nosotros acepta ya las conclusiones iniciales de Keynes». Para un análisis más pormenorizado véase Roger Garrison, «Is Milton Friedman a Keynesian?», <http://www.auburn.edu/~garriro/fm2friedman.htm>, y Nicholas Wapshott, «A Lovefest between Milton Friedman and J. M. Keynes», <http://www.thedailybeast.com/articles/2012/07/30/nicholas-wapshott-a-lovefest-between-milton-friedman-and-j-m-keynes.html>.
7. BRECHAS DE PRODUCCIÓN
1. Paul Krugman, End This Depression Now!, W. W. Norton, 2012. También los discursos de Ben Broadbent y David Miles: David Miles, «Monetary Policy and the Damaged Economy», 24 de mayo de 2012, <http://www.bankofengland.co.uk/publications/Documents/speeches/2012/speech576.pdf>, y Ben Broadbent, «Productivity and the Allocation of Resources», <http://www.bankofengland.co.uk/publications/Documents/speeches/2012/speech599.pdf>. Datos de la Reserva Federal: <http://www.federalreserve.gov/releases/g17/current/table11.htm>.
8. LA INVENCIÓN DEL DESEMPLEO
1. La cita de Henry Ford procede del Zunesville Sunday Times-Signal (15 de marzo de 1931) y está recogida en Wikiquote, acceso 18 de diciembre de 2012, <http://en.wikiquote.org/wiki/Henry_Ford>.
2. Para más detalles históricos sobre Ford y la hipótesis del salario de eficiencia véase Daniel Raff y Lawrence Summers, «Did Henry Ford Pay Efficiency Wages?», NBER Working Paper 2101, octubre de 1989.
3. Christopher Pissarides, conferencia pública en la Royal Economic Society, Londres, 22 de noviembre de 2012.
4. Department for Work and Pensions, «Impacts and Costs and Benefits of the Future Jobs Fund», noviembre de 2012, <http://statistics.dwp.gov.uk/asd/asd1/adhoc_analysis/2012/impacts_costs_benefits_fjf.pdf>.
5. Bruno Crépon, Esther Duflo, Marc Gurgend, Roland Rathelot y Philippe Zamora, «Do Labour Market Policies Have Displacement Effects? Evidence from a Clustered Randomized Experiment», Quarterly Journal of Economics, 128:2 (2013).
6. Samuel Bentolila, Juan Dolado y Juan Francisco Jimeno, «The Spanish Labour Market: A Very Costly Insider-Outsider Divide», 20 de enero de 2012, <http://www.voxeu.org/article/jobless-spain-what-can-be-done-about-insider-outsider-divide>.
9. GESTIONAR
1. John van Reenen, conferencia pública en la Royal Economic Society, Londres, 2 de diciembre de 2010, <http://cep.lse.ac.uk/textonly/_new/staff/vanreenen/pdf/res_2010_3.pdf>; Nick Bloom, «Does Management Matter? Evidence from India», Stanford Working Paper, <http://www.stanford.edu/~nbloom/DMM.pdf>. Se pueden encontrar más detalles sobre el estudio indio en Ray Fisman y Tim Sullivan, The Org: The Underlying Logic of the Office, Nueva York, Twelve Books, 2013.
2. Kathy Fogel, Randall Morck y Bernard Yeung, «Big Business Stability and Economic Growth: Is What’s Good for General Motors Good for America?», Journal of Financial Economics, 89:1 (julio de 2008), pp. 83-108.
10. LAS SIRENAS DE LA MACROECONOMÍA
1. A. G. Sleeman, «Retrospectives: The Phillips Curve: A Rushed Job?», Journal of Economic Perspectives, 25:1 (invierno de 2011).
2. Thomas Sargent, «Rational Expectations and the Reconstruction of Macroeconomics», Federal Reserve Bank of Minneapolis Quarterly Review (verano de 1980), <http: //www.minneapolisfed.org/research/qr/qr434.pdf>.
11. EL CULTO AL PNB
1. Richard A. Easterlin, «Kuznets, Simon (1901-1985)», en Durlauf y Blume, eds., The New Palgrave Dictionary of Economics.
2. Robert Costanza et al., «The Value of the World’s Ecosystem Services and Natural Capital», Nature, 387 (1997), p. 259.
3. Carl Bialik, «Putting a Number on Happiness — The Numbers Guy», Wall Street Journal, 20 de julio de 2006, <http://online.wsj.com/article/SB11533147173 0311053.html>.
12. ECONOMÍA DE LA FELICIDAD
1. Para mis propios textos sobre el tema en el Financial Times véase: «Happiness: A Measure of Cheer», Financial Times, 27 de diciembre de 2010; «The Difficult Question of Happiness», 14 de abril de 2012, y «Happiness Rethink», 22 de octubre de 2010.
2. Michael Blastland, «Why It’s Hard to Measure Happiness», BBC News Magazine, 16 de noviembre de 2010, <http://www.bbc.co.uk/news/magazine-11765401>.
3. Angus Deaton, «The Financial Crisis and the Well-Being of Americans», Oxford Economic Papers (2011), <http://oep.oxfordjournals.org/content/early/2011/ 11/02/oep. gpr051.full.pdf>.
4. Richard Easterlin, «Does Economic Growth Improve the Human Lot? Some Empirical Evidence», Nations and Households in Economic Growth, 89 (1974), pp. 89-125.
5. Will Wilkinson, «In Pursuit of Happiness Research: Is It Reliable? What Does It Imply for Policy?», Cato Policy Analysis 590 (11 de abril de 2007).
6. B. Stevenson y J. Wolfers, «Economic Growth and Subjective Well-being: Reassessing the Easterlin Paradox», National Bureau of Economic Research working paper (2008).
7. Sara J. Solnick y David Hemenway, «Is More Always Better? A Survey on Positional Concerns», Journal of Economic Behavior & Organization, 37: 3 (30 de noviembre de 1998), pp. 373-383.
8. Bill Frelick, «Bhutan’s Ethnic Cleansing», Human Rights Watch News, 2 de febrero de 2008, <http://www.hrw.org/news/2008/01/31/bhutans-ethnic-cleansing>.
9. Véase especialmente Daniel Kahneman y Alan B. Krueger, «Developments in the Measurement of Subjective Well-being», Journal of Economic Perspectives, 20:1 (2006), pp. 3-24.
10. Daniel Kahneman y Angus Deaton, «High Income Improves Evaluation of Life but not Emotional Well-being», PNAS, 7 de septiembre de 2010.
13. ¿TIENE UN TOPE EL CRECIMIENTO?
1. Tom Murphy, «Exponential Economist Meets Finite Physicist», blog Do The Math, <physics.ucsd.edu/do-the-math/2012/04/economist-meets-physicist/>.
2. Mark Aguiar y Eric Hurst, «Measuring Trends in Leisure: The Allocation of Time over Five Decades», Federal Reserve Bank of Boston Working Paper 06-02 (2006), <http://www.bos.frb.org/economic/wp/wp2006/wp0602.pdf>.
14. DESIGUALDADES
1. Ruth Alexander, «Dollar Benchmark: The Rise of the Dollar a Day Statistic», BBC Online Magazine, 9 de marzo de 2012, <http://www.bbc.co.uk/news/ magazine-17312819>.
2. John Cassidy, «Relatively Deprived», New Yorker, 3 de abril de 2006.
3. Thomas Gabe, «Poverty in the United States: 2011», Congressional Research Service Report for Congress, 27 de septiembre de 2012, <http://www.fas.org/sgp/crs/misc/RL33069.pdf>.
4. University of York Social Policy Research Unit, «The Measurement of Absolute Poverty (E2/SEP/14/2000)», p. 31, tabla 2.17, <http://www.york.ac.uk/inst/spru/research/pdf/AbsolutePoverty.pdf>.
5. Jonathan Portes, «Neighbours from Hell: Who is the Prime Minister Talking About?», Not the Treasury View, 17 de febrero de 2012, <http://notthetrea suryview.blogspot.co.uk/2012/02/families-from-hell-who-is-the-prime.html>.
6. «Perry Preschool Project», web de Social Programs that Work, <http://evi dencebasedprograms.org/1366-2/65-2>.
7. Branko Milanovic, «Global Inequality by the Numbers: In history and now», World Bank Policy Research Working Paper 6259 (noviembre de 2012), <http://www-wds.worldbank.org/external/default/WDSContentServer /IW3P/IB/2012/11/06/000158349_20121106085546/Rendered/PDF/wps6259.pdf>.
8. CIA, World Factbook, consultado en marzo de 2013, <https://www.cia.gov/ library/publications/the-world-factbook/fields/2172.html>.
9. The Economist, 15 de diciembre de 2012, <http://www.economist.com/news/finance-and-economics/21568423-new-survey-illuminates-extent-chinese- income-inequality-each-not>.
10. Bloomberg News, «China’s Richer-Than-Romney Lawmakers Reveal Reform Challenge», 7 de marzo de 2013, <http://www.bloomberg.com/news /2013-03-06/china-s-richer-than-romney-lawmakers-show-xi-s-reform-challenge.html>.
11. Emmanuel Saez, «Striking It Richer: The Evolution of Top Incomes in the United States», 23 de enero de 2013, tabla 1, <http://elsa.berkeley.edu/~saez/saez-UStopincomes-2011.pdf>.
12. Anthony Atkinson, Thomas Piketty y Emmanuel Saez, «Top Incomes in the Long Run of History», Journal of Economic Literature, 49:1 (2011), pp. 3-71, <http://elsa.berkeley.edu/~saez/atkinson-piketty-saezJEL10.pdf>.
13. Timothy Noah, «The Great Divergence», Slate, 3 de septiembre de 2010, <http://img.slate.com/media/3/100914_NoahT_GreatDivergence.pdf>.
15. EL FUTURO DE LA MACROECONOMÍA
1. «New Model Army», The Economist, 19 de enero de 2013, <http://www.eco nomist.com/news/finance-and-economics/21569752-efforts-are-under-way-improve-macroeconomic-models-new-model-army>.
2. Hay algunas excepciones de relieve, como Markus Brunnermeier, de Princeton, o William White (ya jubilado) y Claudio Borio, del Bank for International Settlements. También hay microeconomistas que se han visto atraídos por la macroeconomía debido a su interés por el sistema financiero, como Hyun Shin, de Princeton, y John Geanakoplos, de Yale.
3. Véase J. Barkley Rosser Jr., «On the Complexities of Complex Economic Dynamics», Journal of Economic Perspectives, 13:4 (otoño de 1999), pp. 169-192.
4. Véase Henry Petroski, Success through Failure: The Paradox of Design, Princeton, Princeton University Press, 2008, y Mattys Levi y Mario Salvadori, Why Buildings Fall Down, Nueva York, W. W. Norton, 1994.
5. Sobre el tema del puente del Milenio véase Steven Strogatz, Daniel Abrams, Allan McRobie, Bruno Eckhardt y Edward Ott, «Theoretical Mechanics: Crowd Synchrony on the Millennium Bridge», Nature, 438 (3 de noviembre de 2005), pp. 43-44, y la conferencia TED de Steve Strogatz «Strogatz on Sync», 2004, <http://www.ted.com/talks/steven_strogatz_on_sync. html>.
Tim Hardford escribe una popular columna en el Financial Times y ha colaborado en numerosas publicaciones, desde Esquire y Wired hasta el Washington Post y el New York Times. Entre sus libros anteriores se encuentran La lógica oculta de la vida, Adáptate y el superventas El economista camuflado. Harford es profesor en el Nuffield College, en Oxford, y ganó el Premio Bastiat de periodismo económico en 2006. Asimismo, presenta el programa Pop-Up Economics, en Channel 4 (BBC).
Edición en formato digital: marzo de 2014
© 2013, Tim Harford
© 2014, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2014, Jofre Homedes Beutnagel, por la traducción
Diseño de la cubierta: Penguin Random House Grupo Editorial / Meritxell Mateu
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
ISBN: 978-84-16029-01-3
Conversión a formato digital: M.I. maqueta, S.C.P.
www.megustaleer.com