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¿Qué nivel de nuestra vida económica podemos esperar razonablemente para dentro de cien años? ¿Cuáles son las posibilidades económicas de nuestros nietos?
JOHN MAYNARD KEYNES, «Las posibilidades económicas de nuestros nietos», marzo de 1930
Quería dedicar este capítulo a los límites del crecimiento, ¿no?
Exacto. Prácticamente todo lo que he dicho hasta ahora se basaba en la premisa de que el crecimiento económico es bueno. A algunos les molesta, parece que sobre todo a los físicos.
Es curioso que lo comente. Desde que me han puesto a cargo de la economía he recibido un montón de links de vídeos de YouTube donde salen físicos que hablan del crecimiento exponencial.
Sí, a mí también me los envían. Está «El vídeo más importante que verás en tu vida», del físico Albert Bartlett —seré bien pensado y supondré que el título no lo eligió el propio profesor Bartlett—, que ya se ha visto unas cinco millones de veces, y eso que consiste en una clase estática de un hombre mayor que imparte a un grupo reducido de alumnos el mensaje clave de que «la principal limitación de la especie humana es nuestra incapacidad de entender la función exponencial». Otra diatriba más reciente y muy aplaudida sobre un tema similar adopta la forma de una entrada de blog titulada «Encuentro entre un economista exponencial y un físico finito», de Tom Murphy, también físico.¹
¿Y qué dicen?
El punto clave es que tarde o temprano el crecimiento exponencial lleva a situaciones imposibles; y con «tarde o temprano» quieren decir «antes de lo que nos esperamos».
El crecimiento exponencial es cualquier tipo de crecimiento que aumente como el interés compuesto. El ejemplo clásico es el del arroz y el tablero de ajedrez. Cuenta una antigua historia que un rey entusiasmado con el ajedrez ofreció una recompensa al inventor del juego, el cual solicitó un pago que sonaba muy modesto: un grano de arroz en la primera casilla del tablero, dos en la segunda, cuatro en la tercera y así siempre el doble. Al haber solo sesenta y cuatro casillas en el tablero de ajedrez, intuye uno que el total alcanzará como mucho algunos sacos de arroz, pero en realidad es una cantidad enorme, muchas veces mayor que la producción anual de arroz de todo el planeta. Lo que dice el profesor Bartlett es eso, que a nuestro cerebro le cuesta mucho aprehender las implicaciones del crecimiento exponencial.
La recompensa del tablero de ajedrez crecía un 100 por ciento en cada casilla, pero cualquier crecimiento puede ser exponencial: del 10 por ciento, del 1 por ciento y hasta del 0,0001 por ciento. Tarde o temprano todos dan problemas, porque cada crecimiento, por pequeño que sea, se multiplicará por otro crecimiento futuro. Según las célebres palabras que se atribuyen a Albert Einstein (aunque probablemente nunca las dijera), «la fuerza más poderosa del universo es el interés compuesto».
Las repercusiones en el crecimiento económico parecen obvias. Nuestra economía crece unos cuantos puntos porcentuales al año. Hasta ahora no es algo que haya generado problemas irresolubles, pero el crecimiento exponencial es crecimiento exponencial, y tarde o temprano —temen los físicos— llegaremos a una casilla del damero económico que no podremos llenar.
Parece un ataque directo a la propia esencia de las ciencias económicas.
Al contrario. Los economistas entienden el razonamiento sin problemas. Una de las primeras personas que recibió el nombre de economista fue el reverendo Thomas Malthus, fallecido hace casi doscientos años. La fama de Malthus descansa en su Ensayo sobre el principio de la población, donde explicó que el futuro traería problemas porque la población humana crece de modo exponencial y por lo tanto llegará un momento en el que no se pueda sustentar. Poco importa la rapidez con la que crezca la productividad agrícola, por decir algo: si es un crecimiento aritmético —10, 20, 30, 40, 50— se verá inevitablemente superada por la progresión exponencial del crecimiento de la población humana —2, 4, 8, 16, 32, 64—. Y será así al margen del índice de crecimiento real de la población, siempre y cuando esté por encima de cero y sea proporcional a la población existente. No se trata, por lo tanto, de un problema que nunca se les haya ocurrido a los economistas.
Es interesante verle tan comprensivo con Malthus. Yo creía que en los últimos dos siglos los economistas casi siempre lo habían ridiculizado.
Debo admitir que tiene usted gran parte de razón. Malthus no anduvo muy afortunado en sus cálculos temporales. Explicó que la disponibilidad de comida pondría coto a la población humana; tal vez no nos muriésemos de hambre, pero lo que con toda certeza podíamos esperar era que cada vez que algún avance tecnológico elevase la calidad de vida el crecimiento de la población acabaría recortando distancias y haciendo que la calidad de vida cayera de nuevo al nivel de subsistencia. Se equivocaba. Matemáticamente no se puede discutir, pero lo erróneo eran las premisas: a corto plazo el progreso tecnológico fue más veloz que el crecimiento de la población, y en los últimos tiempos este último se ha ralentizado de manera drástica. Todo lleva a creer que la población del planeta se estabilizará.
Y un crecimiento cero de la población... bueno, no estoy muy seguro de por qué tiene que ser insostenible.
Ya, pero aunque se estabilice el crecimiento de la población el PIB seguirá creciendo. ¿Eso al final no estará reñido con el problema del arroz y el tablero de ajedrez?
Yo creo que nos encontramos ante una grave laguna en la lógica de los catastrofistas exponenciales. Ellos se fijan en el crecimiento exponencial de los procesos físicos, como el calentamiento, el enfriamiento, la luz, el movimiento... Es comprensible. Por algo son físicos, al fin y al cabo. A este respecto, lo más alarmante es la entrada del blog de Tom Murphy, que señala que si nuestro consumo de energía crece un 2,3 por ciento cada año —menos que los índices históricos, pero suficiente para que el consumo de energía se multiplique por diez en un siglo— todo el planeta tardará solo cuatro siglos en llegar al punto de hervor. Y no por el efecto invernadero. Para el razonamiento del profesor Murphy es irrelevante que la energía proceda de combustibles fósiles, de la energía solar o del polvo de las hadas. Se trata simplemente del calor sobrante que desprendemos sin poder evitarlo al usar energía para labores útiles. Y con las leyes de la termodinámica es bastante difícil discutir. El cálculo suena chocante, pero no es más que una reedición del arroz sobre el tablero.
He aquí el lapsus lógico: no es lo mismo el crecimiento de la energía que el de la economía. El PIB se limita a medir las cosas por las que está dispuesta a pagar la gente, y que no están necesariamente vinculadas al uso de la energía ni de ningún otro recurso físico. Es verdad que desde los inicios de la Revolución industrial ambas cosas han tendido a ir de la mano, pero no hay ninguna razón lógica que obligue a esta tendencia a continuar. Es más, parece que ya se haya frenado. ¿Quiere intentar adivinar cuánto ha crecido el consumo de energía por persona en Estados Unidos durante el último cuarto de siglo?
Supongo que me dirá que menos del 2,3 por ciento.
No solo menos de 2,3 por ciento, sino menos de cero. Comparando los datos de 1986 con los de 2011 he obtenido un crecimiento de −0,17 por ciento. Durante el mismo período el crecimiento económico por persona estuvo por encima del 2,5 por ciento. En veinticinco años casi se multiplicó por dos el PIB, pero el consumo de energía solo aumentó en una cuarta parte. Si hubiera elegido otro período me habría salido un número un poco distinto, pero la conclusión habría sido la misma: en Estados Unidos no aumenta el consumo de energía por persona. Llegó a su nivel más alto en 1978. (Sí, es verdad que una parte de este consumo de energía se «externaliza» en forma de bienes manufacturados en China o México, que a continuación se importan, pero el efecto de esta externalización tampoco parece tan grande: las importaciones representan menos del 20 por ciento de la economía estadounidense. Además, el consumo de energía importada tiene su contrapartida en todas las cosas que fabrica internamente el país pero que exporta al extranjero.)
Japón, Reino Unido y la Unión Europea presentan el mismo panorama (y, dicho sea de paso, un consumo de energía por persona muy inferior al de Estados Unidos). El consumo de energía per cápita más alto de la historia de Reino Unido se produjo en 1973, y en Alemania en 1979. En Japón el máximo fue más reciente: en 2000. En todos estos países, sin embargo, la situación general es la misma: han crecido las economías, pero el consumo de energía por persona se ha mantenido estable o incluso ha descendido un poco. Actualmente, en Reino Unido, el consumo de energía por persona es el más bajo de los últimos cincuenta años. Las predicciones siempre son arriesgadas, pero visto que en los países ricos está cayendo el consumo de energía por persona, y se está reduciendo drásticamente el crecimiento de la población, no hay motivos para que el consumo de energía siga aumentando indefinidamente.
Es fácil comprender por qué el crecimiento económico exponencial no es igual al crecimiento de energía exponencial. Si me preocupa el dinero, puedo apagar la calefacción y ponerme un abrigo y un sombrero dentro de casa. Algo más de dinero me permitirá quitarme el sombrero y el abrigo y consumir más energía. No por ello, sin embargo, me asaré vivo para celebrar que me ha tocado la lotería.
Del mismo modo, me gusta la comida pero lo que puedo comer tiene un límite, y aunque estoy seguro de que en algunos casos la alta cocina comporta más desperdicios, no puedo imaginarme un crecimiento exponencial de la cantidad de comida que derrocho. La ropa de los ricos y famosos no pesa más que la que llevamos usted o yo.
Pero los ricos son más derrochadores: se ponen la ropa una vez y luego la tiran.
Tiene razón, pero gran parte del crecimiento económico no consiste en que se usen más materiales, sino en que los mismos materiales se vuelven más valiosos al ser utilizados para un objeto mejor diseñado. Es así en el caso de la comida y de la ropa, de mi ordenador, de mi bicicleta y de mi lavadora. Si todos empezáramos a usar coches voladores, mochilas de propulsión a chorro o teletransportadores, probablemente podríamos quemar mucha energía a toda prisa, pero ahora mismo no es una posibilidad que me quite el sueño.
Mire, yo estoy totalmente de acuerdo con los ecologistas cuando dicen que no podemos seguir consumiendo cada vez más agua, expulsando cada vez más dióxido de carbono y quemando cada vez más carbón. El problema es si de ahí saltamos a la conclusión de que la propia economía no puede seguir creciendo. No es una deducción lógica. La economía se ha desmaterializado: lo que consumimos en los países ricos requiere cada vez menos recursos, debido a una tecnología más eficiente (LEDs en vez de bombillas incandescentes, portátiles en vez de ordenadores de sobremesa) o a que el valor reside sobre todo en el diseño estético (alta costura, alta cocina), o incluso a que el producto —como el eBook que tal vez esté leyendo, o el audiolibro que se descarga— es digital y casi carece por completo de forma física.
Piense en Nueva York. Es una ciudad donde se gana mucho dinero, y que lleva más de un siglo ejerciendo como motor creativo: editoriales, música, moda, arte, finanzas, software... Todo lo que se le pueda ocurrir. Aun así, el consumo de energía por persona en Nueva York es menor que en el conjunto de Estados Unidos. De hecho es inferior a la media de cualquier estado americano. En última instancia, muchas de las cosas a las que damos valor —incluyendo el valor en el sentido más prosaicamente pecuniario de «estar dispuestos a pagar mucho dinero a cambio»— se pueden hacer sin gastar cantidades ingentes de energía.
Tal vez en el futuro nos acaben conectando a todos a máquinas de realidad virtual donde podremos experimentar la totalidad de los placeres imaginables. Con el tiempo de ocio que pasamos ya en espacios virtuales, desde Facebook hasta World of Warcraft... Quizá el crecimiento económico del porvenir gire en torno a la longevidad, la ausencia de molestias y pesares, y otros adelantos médicos. Quizá tengamos electrodomésticos que convertirán el material que no se desee en algún nuevo y maravilloso juguete. Nadie lo sabe. La cuestión es que el crecimiento económico y el crecimiento energético no son lo mismo, y existen buenos motivos para creer que ya están en proceso de desacoplarse.
Perdone que me cueste imaginar un crecimiento económico exponencial entre cerebros que flotan en cubas de realidad virtual. Imaginémonos, en vez de eso, que el crecimiento económico está más ligado a los recursos físicos de lo que piensa usted, y que llega un punto en que tenemos que aceptar un crecimiento económico cero. ¿Eso no socavaría todo nuestro planteamiento de las ciencias económicas?
Yo no creo que en el fondo nuestro modelo económico dependa del crecimiento, pero vale la pena analizar la pregunta. El problema es el siguiente: el progreso tecnológico hace que produzcamos cada vez más por hora. Si no mantenemos un estado perpetuo de crecimiento económico, tarde o temprano ocurrirá una de estas dos cosas: o todos aprendemos a trabajar menos (semanas de dos días, por ejemplo, y fines de semana de cinco con robots que nos traigan café y nos hagan masajes) o se masifica el paro.
De momento, a juzgar por los datos, no parece que se nos dé estupendamente bien convertir en ocio la riqueza. Es el problema que se planteaba Keynes en un famoso ensayo de 1930, «Las posibilidades económicas de nuestros nietos». Keynes calculó que si todo iba bien en 2030 habríamos cubierto todas nuestras necesidades materiales básicas, y que nuestro «problema real y permanente» sería cómo emplear nuestra libertad de las preocupaciones materiales, o cómo ocupar nuestras horas de ocio «para vivir sabia y agradablemente bien». Ahora que ya no falta tanto para 2030, constatamos que Keynes anduvo muy acertado en lo relativo al crecimiento económico, pero vemos que el problema de llenar un sinfín de horas de ocio no es todavía una prioridad. Seguimos trabajando mucho, aunque no tanto como en otras épocas. Las encuestas de usos del tiempo muestran que entre 1965 y 2003 las mujeres estadounidenses ganaron entre cuatro y seis horas semanales de ocio, y que a los varones aún les fue mejor, ya que ganaron entre seis y ocho.² También vivimos más, pasamos más tiempo en el colegio y la universidad, y nos jubilamos más pronto que antes, así que el porcentaje de nuestras vidas dedicado al trabajo va bajando. Ahora bien, lo hace mucho menos deprisa de lo que se esperaba Keynes, teniendo en cuenta el crecimiento del PIB.
¿Y eso no podría indicar que si se detiene el crecimiento económico pero sigue aumentando el crecimiento de la producción por hora a causa del progreso tecnológico algunas personas se matarán a trabajar mientras la mayoría está en el paro?
Bueno, si seguimos haciendo las cosas como ahora puede ser. Una posible respuesta —que es la que defiende el economista Robert Frank— sería gravar el consumo. Cuanto más consumes, más pagas. A medida que aumenta el impuesto sobre el consumo se hace más atractivo tomarse tiempo libre y salir a pasear o pintar una acuarela. De hecho en la mayoría de las economías avanzadas ya hacemos algo así, con la fiscalización progresiva de las rentas. (Gravar el consumo es como gravar los ingresos si bien con una exención para el dinero que se ahorra o se invierte en vez de gastarlo.) Aun así, quizá haya que hacer más. Usted manda. A ver qué se le ocurre.
Pero ¿no hay ninguna otra razón de que nuestra economía esté ligada al crecimiento? ¿No necesitamos crecimiento para poder saldar nuestras deudas?
No es del todo así. Lo que es cierto es que aumentando los ingresos las deudas se soportan con más facilidad. A usted le será más fácil pagar la hipoteca si le suben el sueldo cada año que si se lo dejan igual hasta que se jubile. Sin embargo, eso no significa que sea imposible acabar de pagar la hipoteca sin que le suban nunca el sueldo. Del mismo modo, lo único que supondría una economía de crecimiento cero es que ninguna generación sería más rica que la anterior. La gente seguiría teniendo motivos para endeudarse, aunque no hubiera un aumento de ingresos en el horizonte. Se podría seguir pidiendo un crédito para ir a la universidad, comprarse el primer coche y adquirir una casa. Una vez saldadas esas deudas se empezaría a ahorrar para la jubilación. Al final cada persona se jubilaría y viviría de sus ahorros. No porque hubiera dejado de crecer la economía dejaría la gente de querer utilizar su poder adquisitivo mediante el recurso al endeudamiento.
Estoy de acuerdo en que en un mundo de crecimiento cero los gobiernos tendrían que replantearse algunas cosas. Ya no podrían basar la financiación de sus sistemas de pensiones y asistencia médica en la esperanza de que cada generación fuera más numerosa y rica que la anterior y pagase la cuenta sin problemas. Tampoco podrían incurrir sistemáticamente en pequeños déficits a sabiendas de que la proporción entre la deuda y el PIB se mantendrá estable. Hasta es posible que los gobiernos consideraran sensato cancelar todas sus deudas de modo paulatino, e incluso acumular activos, como ya hacen unos pocos países ricos en recursos. A largo plazo, en un sistema económico de crecimiento bajo o nulo, todos, desde las personas hasta los gobiernos, tendrían que ser más cuidadosos con sus deudas de lo que han sido en los últimos años. Habrá quien lo vea revolucionario. Yo lo consideraría como un modesto cambio de conducta.
O sea, que no hace falta que abra los links de YouTube.
Yo le aconsejo que se centre en el auténtico problema. Si le preocupan las emisiones de dióxido de carbono —y yo creo que deberían preocuparle—, busque la manera de aumentar los costes de emitirlo, cosa que tendría que poder lograrse con un impuesto sobre el carbono, o con un plan de autorización de emisiones. Lo mismo le digo para el consumo de energía, o el de metales de tierras raras, o el de agua, o el de prácticamente todo. El crecimiento económico no es un problema en sí. Lo problemático es consumir recursos no renovables. Ahora mismo no hace falta que nos preocupemos por los límites físicos del crecimiento económico, aunque puedan llegar a existir en el futuro. Lo que sí hay son muchos problemas ecológicos reales y tangibles que es necesario abordar lo antes posible.