4. La máquina de Phillips
Terminado el conflicto, Phillips volvió a Londres, tras el año sabático más largo de la historia, y reanudó sin más los estudios que había dejado a medias en la London School of Economics. Matriculado en sociología, título que contenía algunas asignaturas de economía básica, le intrigaron las ecuaciones matemáticas de tipo casi ingenieril que comenzaban a estilarse en la nueva disciplina de la macroeconomía. A partir de entonces empezó a saltarse las clases de sociología y a desaparecer en el garaje de su casera, en Croydon, un barrio de las afueras de Londres, donde montó una representación hidráulica de las ecuaciones que sus profesores garabateaban en las pizarras de la facultad.
Uno de esos profesores era James Meade, para quien lo más fácil habría sido escandalizarse de que un alumno que casi había dejado la sociología fuera a verlo con la propuesta de reformular en términos de fontanería la parte matemática de los estudios económicos, pero que por el contrario brindó a Phillips la protección necesaria para que a finales de 1949 tuviera la oportunidad de mostrar el funcionamiento de su inconcebible aparato a un foro tan severo como el seminario Robbins. Era su gran oportunidad, la última para demostrar que, lejos de haber fracasado como alumno, podía hacer una aportación de peso al nuevo mundo de la macroeconomía.
Siempre con un cigarrillo en los labios, o muy cerca de ellos, empezó su intervención al otro lado de los tubos y cubetas de plexiglás. Después de una serie de ajustes puso en marcha una bomba aprovechada de un bombardero Lancaster. El agua teñida de rosa empezó a derramarse en un depósito de la parte superior, desde el que corrió por los diversos recipientes. Sobre el fondo sonoro de la bomba, que zumbaba como una licuadora, Phillips mostró las prestaciones de la máquina.
Los profesores se quedaron estupefactos. Quizá no lo habrían estado tanto si hubieran sabido algo más sobre la formación de Phillips, tan insólita que combinaba el estudio por correspondencia de las ecuaciones diferenciales, las nociones de ingeniería hidráulica adquiridas en su etapa de aprendiz, el reciclaje mecánico iniciado en la granja familiar y perfeccionado durante la defensa de Singapur (no era la bomba lo único aprovechado de los restos del Lancaster, de cuyas ventanas procedían los tanques de plexiglás) y, por supuesto, su valentía.
La máquina funcionó perfectamente. Al cabo de cinco minutos ya reinaba un entusiasmo generalizado por lo que Phillips había conseguido: el primer modelo computerizado de la economía de un país.
El MONIAC, o Monetary National Income Analogue Computer (es decir, Computadora Analógica de los Ingresos Monetarios Nacionales, aunque ahora acostumbre llamarse simplemente «Máquina de Phillips»), recurría a la hidráulica en vez de al cálculo diferencial para calcular y resolver ecuaciones. Era un ordenador sencillo, pero no tanto como se podría imaginar: era capaz de resolver nueve ecuaciones diferenciales a la vez en pocos minutos, hazaña imposible de lograr a mano. En los años cincuenta los modelos económicos aún no se formulaban con ordenadores digitales, sino en salas llenas de «ordenadores humanos», casi siempre mujeres pertrechadas de papel y de calculadoras mecánicas, el equivalente matemático de una secretaría. Todavía faltaban años para que surgiesen ordenadores digitales capaces de alimentar modelos económicos tan complejos como el del MONIAC. Las copias del MONIAC Mark II —versión ampliada de la máquina original— no se vendieron solo a Cambridge y Harvard sino también a gobiernos ambiciosos de países en desarrollo, e incluso a la Ford.
Hoy en día, con unas dimensiones aproximadas de dos metros de altura y un metro y medio de anchura, el MONIAC Mark II se nos ofrece como un dispositivo bastante imponente y pintoresco. En el centro de la máquina hay una columna con frontal de plexiglás que cada treinta centímetros, aproximadamente, se comunica por presas y compuertas con una serie de cámaras anexas. Las distintas secciones de la columna están pulcramente etiquetadas: INGRESOS DESCONTANDO IMPUESTOS, GASTOS DE CONSUMO y GASTOS INTERNOS. Un compartimento del tamaño de una pequeña pecera de peces tropicales lleva como etiqueta FONDOS DE INVERSIÓN. Junto a una de las paredes se observa una presa curva de plástico color carne donde se lee: FUNCIÓN DE PREFERENCIA DE LIQUIDEZ. En las esquinas superiores de la máquina dos rollos de papel se deslizan suavemente mientras cuatro plumas estilográficas conectadas a otros tantos flotadores esperan el momento de trazar líneas hacia arriba o hacia abajo, como un sismógrafo, recogiendo las fluctuaciones de la «economía». Detrás de la máquina hay varios tubos de plástico con todo el aspecto de haber sido sacados de alguna lavadora (lo cual sería muy probable), y al pie de ella un gran tanque donde pone RENTA NACIONAL. De esta última cuba parte un tubito que lleva hasta la parte superior del aparato, donde puede reiniciarse el flujo monetario.
Si el MONIAC es fruto de un don excepcional de Phillips para la técnica, la inspiración de su creador (usar la hidráulica para resolver sistemas complejos de ecuaciones) rayaba en la genialidad. Como es lógico, esta computadora hidráulica carecía de la flexibilidad que acabarían alcanzando los ordenadores digitales. Cada ecuación debía incrustarse literalmente en el sistema de control de flujos del MONIAC mediante pequeños cuadrados de plexiglás perfectamente alineados en un marco blanco, con una escala lateral parecida a un termómetro. Las ecuaciones propiamente dichas no eran sino ranuras en los bloques de plexiglás. Cada una tenía una forma y una inclinación particulares, y sujetaba una clavija que se desplazaba sin sobresaltos por raíles de latón. Cada clavija, a su vez, se adhería a un flotador y una compuerta, para que el ascenso del nivel del agua en una cuba elevase la clavija, y esta, en función de la forma de la ranura, se moviera también de lado, abriendo o cerrando la compuerta. Phillips había calibrado escrupulosamente las ecuaciones para ajustarlas a lo que se sabía entonces de la economía británica: cuántos ingresos tendía a reservar la gente para sus ahorros, por ejemplo, o la reacción general de la oferta y la demanda a los precios en la economía. Para su sorpresa, constató que la máquina era bastante estanca para que se obtuviese una precisión de hasta el 2 por ciento, nivel superior al necesario si se tiene en cuenta cuál debía de ser la fiabilidad de las estadísticas económicas de aquel momento.
Para los expertos, la máquina de Bill Phillips no era solo un gran logro técnico, sino la materialización de algunos de los principios económicos más avanzados de su tiempo. Por ejemplo, en el paso de una fase estable a otra nueva a consecuencia de algún cambio económico, la máquina, durante un tiempo, generaba ciclos e incluso turbulencias, meticulosamente recogidas por el ascenso y descenso de las plumas sismográficas. Estas transiciones turbulentas iban muy por delante de los teóricos, que por aquel entonces tenían que limitarse a ignorar esa dinámica, a la que a día de hoy, dicho sea de paso, siguen sin poder dar una respuesta del todo satisfactoria. Otro ejemplo es que el MONIAC permitía tipos flotantes. Actualmente los tipos entre el dólar, la libra, el euro y el yen son flotantes, pero Bill vivía en un mundo donde los países intentaban vincular sus divisas a otras, o al oro.
La dirección de la London School of Economics se apresuró a contratar a Phillips, quien diez años después ya era profesor, cargo que entonces tenía una gran importancia en Reino Unido. No estaba mal para un licenciado sin matrícula de honor ni estudios económicos de ningún tipo.
En su momento el MONIAC despertó pasiones por su potencia como ordenador, su exuberancia técnica y su ingenio. La máquina fue celebrada en la revista de humor Punch, y mucho más tarde en la novela de Terry Pratchett Dinero a mansalva. Fue influyente también por sus usos didácticos: en la LSE James Meade solía conectar dos MONIAC entre sí, enchufando el tubo de «exportaciones» de uno al de «importaciones» del otro para crear un modelo del comercio internacional, donde una parte representaba a Estados Unidos y la otra a Reino Unido. A continuación invitaba a parejas de alumnos a interpretar los papeles de canciller del Exchequer y presidente de la Reserva Federal, manipulando los tipos de interés u otras variables para tratar de aumentar la renta nacional de sus respectivos países. Uno de los futuros legisladores económicos que se curtió en las clases de Meade fue Paul Volcker, tal vez el presidente de mayor éxito en la historia de la Reserva Federal estadounidense.
Al final, como era inevitable, el MONIAC perdió su vigencia. Un profesor de ingeniería de Cambridge, Allan McRobie, ha restaurado uno que funciona perfectamente. El banco central del país donde nació Phillips, Nueva Zelanda, también expone un MONIAC, y hasta no hace mucho, 1992, la London School of Economics mantuvo una Máquina de Phillips para que la usaran los profesores en sus clases. Desde entonces se conserva en una sala grande del Science Museum de Londres, frente a la Máquina Diferencial de Charles Babbage, construida póstumamente.