5. Reparando la máquina macroeconómica
El agua que fluye por la Máquina de Phillips es una buena metáfora de cómo se plantea la economía un macroeconomista, en términos de flujos y reservas financieras, de grandes cantidades que corren hacia un lado u otro. Los macroeconomistas ven ondular grandes masas de poder adquisitivo encaminado a fines diversos: el consumo privado, el gasto público, la inversión, la compra de productos importados... Estos flujos financieros no crecen o se evaporan siempre por sí solos, sino que también es posible represarlos, redirigirlos y desviarlos por obra de las decisiones de los ciudadanos, y en particular de los caprichos de los legisladores económicos, en cuyas manos está modificar los tipos de interés, las cargas fiscales o la cantidad de dinero que producen los bancos centrales, como el Banco de Inglaterra o la Reserva Federal.
Bill Phillips revolucionó el estudio de la economía, pero no resolvió para siempre el problema de cómo conseguir que la máquina macroeconómica funcione como una seda. Prueba de ello es que aún estemos padeciendo las consecuencias de la gran crisis económica iniciada en 2007. No es tan grave como la Gran Depresión, ni tan duradera (de momento), pero tampoco resulta absurdo compararlas. Esta recesión, al igual que su predecesora, ha despertado mucha hambre de acción. Volvemos a necesitar a economistas con la misma actitud ante las disfunciones de nuestra economía que la que tuvo Bill Phillips frente a su viejo camión: la de que podemos arreglarla.
Para eso, sin embargo, tenemos que entenderla, que es de lo que trata este libro. No es ningún llamamiento estridente a la acción, ni un listado acusatorio de personas a quienes culpar de la crisis. (Aunque no faltan ejemplos de lo uno ni de lo otro.) Tampoco es el típico libro de economía para todos que ofrece ideas prácticas aplicables al devenir personal o laboral. Si lo que busca usted es que le expliquen los mecanismos de la vida a escala humana, la expansión cuantitativa le resultará tan útil como la física cuántica.
Lo mismo vale en el otro sentido: nuestra experiencia de la vida cotidiana a escala humana no resultará de gran utilidad si lo que deseamos es entender cómo funcionan economías enteras. Por muy tentadora que pueda ser la idea de que el sentido común avala gestionar una economía moderna extrapolando nuestras experiencias personales en la gestión de un hogar o de una empresa, veremos que es un planteamiento que puede llevarnos por muy mal camino. Si garantizar el buen funcionamiento de una economía de grandes dimensiones no fuera más arduo que equilibrar una cuenta corriente, ni yo experimentaría la necesidad de escribir este libro ni usted tendría interés en leerlo.
No, lo que propongo en las siguientes páginas es mirar sin timidez, y con sentido práctico, bajo el capó de nuestro sistema económico. Me gustaría que entre usted y yo averiguásemos todo lo posible sobre su funcionamiento, y una vez averiguado, que discurriésemos entre ambos si podemos hacer algo para que funcione mejor.
Una cosa más: siendo como es una tarea difícil, espero que no le moleste que lo considere voluntario para desempeñar el papel protagonista.