Capítulo XLVI

Otra gota surgió de la oscuridad y me cayó sobre los labios. Había cuatro tipos de gotas. Ésta me produjo picor, se me deslizó hacia la nariz y me dieron ganas de estornudar. La expulsé, pero no pude dejar de estornudar. Ochenta y seis mil cuatrocientos…

Otra gota. Nunca sabía cuándo aparecerían. Ésta quemaba. Se me metió en la nariz y me quemó las delicadas fosas nasales. También la expulsé. La quemazón continuó y deseé poder estornudar. Ochenta y seis… no, ochenta y cuatro mil seiscientos cuatro…, ¿o eran cinco?

Esperé a que cayera otra gota. Nunca sabía con qué cadencia se sucedían. A veces quemaban, otras veces eran heladas y a veces daba la impresión de que no iban a llegar nunca. Había tratado de medir el tiempo por los latidos de mi corazón, pero el corazón de Cyric no latía de una forma regular. Se removía y no tenía más ritmo que una danzarina amniana. Me preguntaba cómo estaría mi corazón cuando lo recuperara. Me preguntaba si todavía querría…

Otra gota se me estrelló en los labios, se deslizó hasta la nariz y me aplacó la inflamación de las membranas. La expulsé con desdén. Un hombre sólo podía ocuparse de una gota por vez. Ochenta y cuatro mil sesenta y cuatro.

Otra gota en los labios. No seguían un orden. Ésta me produjo picor, se me deslizó hacia la nariz y me dieron ganas de estornudar. La expulsé. Si contaba las gotas era para llevar cuenta del tiempo, para contar las horas, y los días y poder saber cuánto tiempo me quedaba. Ochenta mil sesenta y cuatro y… ¿un centenar?

Grité.

A punto estuve de ahogarme con la tela que tenía en la boca. Entendí por qué la llamaban mordaza.

Esperé que otra gota me cayera en los labios. Traté de recordar si iba por las ochenta mil ciento sesenta y cuatro, o por las ochenta mil seiscientos cuatro, o…

—¿Malik? ¿Sigues ahí? —la voz de Fzoul llegó de la oscuridad y quedé casi cegado por el destello de una antorcha. El supremo Tyrannar se rió—. ¡Por supuesto que estás aquí! ¿Dónde ibas a estar si no?

Otra gota se estrelló en mis labios. ¿Cuánto tiempo había pasado? Esta vez era una gota fría que se me deslizó hasta la nariz y me hizo cosquillas en los senos frontales. La expulsé. ¿Habría empezado ya el juicio de Cyric? Había estimado que caía una gota en lo que serían dos latidos; lo que vendría a sumar unas dos mil a la hora. Por lo tanto ochenta y seis mil cuatrocientas una gotas…

Abrí los ojos y vi dos siluetas borrosas inclinadas sobre mí. Una de ellas cerró la espita. La otra soltó la correa que sujetaba la mordaza. Una última gota me dio en los labios, resbaló hasta la nariz y yo la expulsé junto con la tela que tenía en la boca.

—¡Benditos sean vuestros hijos!

Fzoul rió entre dientes.

—¿No te había dicho, Thir, que el Tormento de la Gota le suavizaría la lengua?

El supremo Tyrannar me secó la cara. Utilizó un lienzo suave para no herir mi piel cuarteada y no hacerla sangrar. Renuncié a mi idea de tratar de enfurecerlo nuevamente, en parte por su gran bondad y en parte por temor a que volviera a abrir la espita.

Fzoul me secó a continuación la cabeza y después extendió el lienzo con delicadeza sobre mis partes pudendas. Aunque casi no me había acordado de que estaba desnudo hasta ese momento, me pareció sumamente considerado de su parte.

—Gracias.

Fzoul sonrió.

—Ya puedes darme las gracias, Malik, dando un primer paso. Dime quién te ha enviado.

No dije nada. Si me decidía a hablar tendría que soltar toda la verdad y entonces jamás conseguiría salvar al Uno.

—Vamos, Malik. —Fzoul le hizo una seña a Thir y ésta empezó a soltar las correas—. Debo asegurarme de que estés preparado cuando empiece a revelarte la verdad.

—¿De veras? —dije con voz entrecortada—. ¿Vas a leerme la verdad y todo lo que yo tengo que hacer es decirte quién me mandó? ¿Nada más?

El bigote de Fzoul se enderezó encima de una fila de dientes blancos y perfectos, y la expresión resultante se parecía menos a una sonrisa que a la mueca de un chacal.

—Eso es todo —dijo.

Thir acabó de soltarme las correas. Me senté, agradecido por el lujo de la tela que ahora cubría mis partes pudendas. Después de que Fzoul revelara el paradero de La verdadera vida no tenía la menor idea de cómo iba a robar el libro y a escaparme con él, pero esto no me preocupaba tanto como la forma de engañar a Cyric para que lo leyera. Con todo, si algo había aprendido en mi largo servicio al Uno, era el arte de huir hacia adelante a ciegas.

Le hice a Fzoul un gesto afirmativo.

—Muy bien. Te diré quién me envió y nada más. —Dije esto para convencerme, pues esperaba que así evitaría que el conjuro de Mystra me obligara a revelar más de lo que quería—. No me ha enviado nadie. He venido por mi propia cuenta.

—¡Embustero! —Thir me dio una bofetada y me quitó la tela con que me cubría—. No nos puedes ocultar nada. Yo vi con mis propios ojos cómo se te aparecía Cyric.

No hice caso de ella y miré a Fzoul.

—Él me dijo que buscara el Cyrinishad. Vosotros no tenéis el Cyrinishad. Esto lo sé perfectamente, de modo que no tiene sentido tratar de encontrarlo aquí. Te he dicho la verdad sobre quién me ha enviado, y ahora tú debes leerme la verdad sobre el Uno.

—¿Qué vamos a hacer contigo, Malik? —Fzoul me cogió por las esposas y me arrancó de la mesa arrastrándome a continuación al Baño de las Anguilas—. ¿Crees que puedes mentirme?

—¡Pero si no estoy mintiendo! —Mentalmente volví a ver los ojos vidriosos de Thir y sus músculos temblorosos después de haber metido sólo un brazo en la batea, y pensé en la agonía que había soportado bajo el Tormento de la Gota—. ¡No puedo mentir!

—No muy bien.

Fzoul me tiró al tanque y caí chapoteando en el agua caliente. Algo grande y viscoso se me enroscó en una pierna, otra anguila hizo lo propio en uno de mis brazos y una muy grande me rodeó el abdomen. Por un instante recordé una experiencia que había tenido en una ocasión en los baños del califa.

Entonces hice un desagradable descubrimiento: uno no necesita sentir el dolor para conocer el dolor. Todos los músculos del cuerpo se apretaron en torno a los huesos, que sin duda se habrían roto de no ser por la protección de Tyr. El rechinar de los dientes me repercutió en toda la cabeza, y habría jurado que mil y una banshees me gritaban al oído. La boca se me llenó de sabor a almendra, la nariz de olor a cebolla quemada y mis ojos dieron tal vuelta dentro de las órbitas que pude ver el interior de mi propio cráneo.

Después de un tiempo que no puedo calcular empecé a tiritar aunque no sentía frío. Lentamente me di cuenta de que estaba tendido abierto de brazos y piernas sobre un suelo de piedra, aunque no tenía idea del porqué. Entonces se me despejó la cabeza y reconocí a Fzoul Chembryl, que estaba de pie a mi lado en todo el esplendor de sus vestiduras ceremoniales. Sostenía un palo de madera, y cuando vi el gancho de metal en el extremo del palo chorreando todavía el agua viscosa y reparé en la bañera que había a mi lado, recordé todo lo que había pasado.

—¡Las anguilas!

—Tú y sólo tú tienes la culpa, Malik. —Fzoul se puso a cuatro patas para mirarme a los ojos—. ¿Cómo puedo pedirle a Iyachtu Xvim que te acepte cuando te niegas a purificarte?

—¿Aceptarme? ¿Quieres que yo…? —Apenas podía creer lo que oía, ya que Iyachtu Xvim odia a Cyric como el hielo odia el fuego. Traté de aclarar mis ideas sacudiendo la cabeza, y todo lo que conseguí fue expulsar el agua que tenía en los oídos—. ¿Quieres que me convierta?

—Por supuesto, a ti te toca elegir, pero la alternativa… —El supremo Tyrannar meneó la cabeza—. Digamos que sería mejor para ambos que te convirtieras.

En mi debilidad olvidé mi misión sagrada. Recordé las muchas vicisitudes que puede pasar un hombre por su dios y vi que podía escapar a ellas al servicio de Iyachtu Xvim. Me dije que Iyachtu Xvim jamás me había metido en el pecho una masa pastosa como la cuajada ni me había pedido ningún imposible, ni me había amenazado con la condenación eterna si le fallaba. Todo lo que Iyachtu Xvim había hecho por mí había sido ofrecerme la esperanza de la salvación eterna.

—¿Qué implicaría esta conversión? —En ese momento el corazón se me volvió frío y tirante, pero esto aumentó más mi determinación—. ¿Y cuándo sucedería?

—En cuanto confesaras —sonrió Fzoul—. La verdad será tu salvación.

—¿La verdad? ¡Ya te he dicho la verdad! —Me habría gustado decirle alguna mentira que lo satisficiera más, pero el conjuro de Mystra me lo impedía—. ¡Tú me arrojaste al Baño de las Anguilas!

—Sí, y ahora debes decirme por qué te envió aquí Cyric.

—¡Pero si él no me envió! ¡El Uno ha leído su propio libro y ahora está más loco que un chacal mareado! ¡Cree que es tan grande como Ao y espera que todos los demás dioses se avengan a su voluntad, y exige que le entregue el Cyrinishad para conseguirlo!

Sentí en el tórax un peso aplastante. Me quedé sin aire y me llevé las manos al pecho. El frío se apoderó de todos mis miembros, y en mi locura cada vez estaba más decidido a convencer a Fzoul de mi honestidad.

Señalé con una mano mi cuerpo fofo.

—Mírame. ¡No soy ningún héroe! Encontré el Cyrinishad una vez y ni siquiera pude levantarlo, y sin embargo el Uno me amenaza con abandonarme al juicio de Kelemvor si le fallo. —Tuve que hacer un alto y respirar hondo, pues ahora tenía la sensación de que tenía un camello sobre el pecho—. ¡Perdóname, oh fuente de mere… eh… malicia… eh… ayyy!

El conjuro de Mystra no me permitía pronunciar las palabras de alabanza adecuadas. Cogí el borde de los ropajes de Fzoul y los besé frenéticamente, pero el supremo Tyrannar me miraba con los oscuros ojos entrecerrados.

El gran hombre me recogió del suelo como si fuera un saco vacío y me arrojó otra vez a la batea. El camello de mi pecho se convirtió en un elefante. Las enormes anguilas se enroscaron sobre mí, pero esta vez no perdí la conciencia de inmediato como antes; esta vez sentí cómo me arrastraban hacia abajo. Saqué la cara a la superficie y respiré hondo antes de hundirme una vez más. Sentí algo afilado y duro contra las muñecas y después puse los ojos en blanco y no volví a sentir nada.

Cuando me desperté habían pasado sólo unos segundos, o eso supuse, ya que el supremo Tyrannar acababa de arrojar mi cuerpo empapado al suelo y estaba retirando el gancho de la cadena que unía mis esposas. Seguía sintiendo el corazón de Cyric como un elefante sobre el pecho. Me temblaban los músculos, me zumbaban los oídos y tenía sabor a almendras en la boca, pero ahora veía más claro que después de la anterior inmersión.

Fzoul me tocó con el gancho.

—Me debes una confesión.

—¡Confieso que eres un saco de mierda salida de ese esfínter purulento que es la boca de Iyachtu Xvim! —Si no quería oír la verdad, ¿qué otra opción me quedaba que volver a mi antigua estrategia?—. ¡Después del Año de la Matanza, tu dios vaciará las bacinillas en el Palacio de la Eternidad, y tú limpiarás los armarios!

El peso aplastante que sentía en el pecho desapareció de inmediato y vi lo ciego que había estado al tratar de buscar la salvación en otro dios que no fuera Cyric. Él era el dios de mi corazón, y yo no tenía más destino que el que él quisiera darme. ¡Sólo podía prosperar a la sombra de su resplandor o perecer en la oscuridad de su declinación!

¡Qué tonto había sido al creer que podía escapar a mi destino! Me dio un ataque de risa pues me sentía tan tonto como el mismísimo bufón del califa, que siempre me había hecho reír hasta las lágrimas.

Fzoul no estaba tan divertido. Bajó la mano y me cogió por las esposas levantándome del suelo y mirándome a los ojos con expresión asesina.

—¿Por qué te empeñas en enfadarme? —Sentí su aliento ardiente en mi cara—. ¿Tanto ha deformado Cyric tu mente como para que disfrutes con esto?

Y dicho esto, me volvió a tirar a la batea de las anguilas.

En seguida paré de reír. Las viscosas formas se me enroscaron en el cuerpo y nuevamente su odiosa magia me quemó todos los tendones. Me zumbaron los oídos y los músculos se tensaron sobre mis huesos mientras el rechinar de los dientes me llenaba la cabeza, pero en ningún momento perdí la conciencia. Esto no era precisamente una bendición, porque aparte del temor incontrolable, no podía mover ni los brazos ni las piernas. Las anguilas me arrastraron hacia abajo. Vi con horror creciente las burbujas que me salían de la nariz y estuve sumergido varios segundos, falto de aire y paralizado por la conmoción. Sin embargo, mi anhelo de aire era siempre más fuerte que yo y me hacía abrir la boca para inhalar. Mi cabeza siempre volvía a la superficie y por merced de Tyr se me llenaban los pulmones antes de volver a hundirme en el infierno especial de Fzoul Chembryl.

Después de sacar la cabeza por cuarta o quinta vez, Fzoul me enganchó por las esposas y me sacó de nuevo, teniendo el máximo cuidado de no tocar el tanque. Conseguí ponerme de pie con dificultad, y mientras me balanceaba hacia adelante y hacia atrás descubrí que había dos nuevos visitantes en esta cámara de los horrores. Uno era el viejo guardia que había conseguido despojarme de dos monedas de plata en la puerta de la ciudad. El otro era una mujer delgada vestida con ropas oscuras y tocada con un velo.

—Bien hallado, Malik —me dijo la mujer—. Eres difícil de coger.

Mis manos, todavía temblorosas y maniatadas, bajaron para cubrirme las partes pudendas.

—¡Déjame en paz! ¡Esto no es de tu incumbencia, arpista!

—¿Arpista? —exclamó Fzoul. Thir también dio un respingo y el supremo Tyrannar se volvió hacia el guardia—. ¿Has traído a una arpista a mi templo?

—No dijo que lo fuera. —El guardia sujetó los brazos de Ruha.

La bruja no se resistió. Se limitó a estudiarme por encima del velo.

—Y bien, Malik, ¿has encontrado lo que estabas buscando?

Thir alzó una mano para hacer callar a la bruja con una bofetada, pero Fzoul se lo impidió.

Ruha seguía mirándome.

—¿O has llegado demasiado tarde?

—¿Demasiado tarde? —pregunté con voz entrecortada.

La bruja asintió.

—El juicio de Cyric acabó ayer.

Ruha me estaba engañando, pero yo no tenía manera de saberlo. Había estado sujeto a una mesa durante ochenta y seis mil gotas y sumergido en el Baño de las Anguilas tantas veces que me zumbaban los dientes, y ni siquiera contaba con los latidos de mi propio corazón para calcular el tiempo. Me desplomé y al caer me golpeé la cabeza contra la batea.

—¡Si el juicio ha terminado, estoy perdido! —Ni siquiera se me ocurrió preguntar cuál había sido el veredicto. Pensando sólo en mis ochenta y seis mil gotas y en mis tres baños de las anguilas y en lo inútil de todo mi sufrimiento, me arrojé suplicante a los pies de Fzoul Chembryl.

—¡Te lo diré todo, pero no me tortures más!

El supremo Tyrannar sonrió satisfecho y se volvió hacia el guardia.

—Tal vez será mejor que te vayas. Enviaré a Thir si vuelvo a necesitarte. Y puedes dejar a la arpista.

El guardia hizo un gesto de disgusto al verse despedido, pero entregó la bruja a Thir y se marchó por el túnel que daba acceso al templo. Sólo cuando sus pasos se perdieron en la distancia se volvió Fzoul hacia mí.

—Tu confesión debe ser veraz y completa.

—¡Bendito sea tu nombre! —Quise agregar que también era el más compasivo y sabio de los hombres, pero no pude mentir—. ¿Qué quieres saber?

—Lo mismo que he querido saber siempre: Quién te envió aquí y por qué.

Mi respuesta fue un gruñido.

—¿Quién te envió aquí y por qué? —El supremo Tyrannar tiró de las esposas y puso mi cara a la altura de la suya—. Debes decirme la verdad o no podré ayudarte.

—Vine por mi propia iniciativa. —Mi respuesta sonó débil, pues sabía que Fzoul no estaba dispuesto a aceptar otra cosa que no fuera que Cyric me había enviado para matarlo—. Nadie me ha enviado.

—¡Malik! —Fzoul me sacudió tan fuerte que pensé que iban a caérseme las cadenas—. ¡Me estoy cansando de tu juego!

—¡Vi-ne a ro-bar La verdadera vida de Cy-r-ric! —dije remarcando las sílabas—. Lo necesitaba para curar la locura del Uno…

Fzoul se puso tan rojo como la grana, me levantó y me colocó sobre la batea.

—¡Si es lo que quieres!

—¡Espera! —gritó Ruha. Por una vez no me opuse a que la bruja se entrometiera, ya que sabía por mis experiencias en el Alcázar de la Candela que ella no tenía estómago para la tortura—. Torturar a Malik no va a cambiar las cosas.

Fzoul se volvió hacia ella sosteniéndome por las cadenas de las esposas y los grilletes.

—¿Qué?

Si el tono airado del supremo Tyrannar dio algún miedo a Ruha, quedó oculto tras su velo.

—Malik dice la verdad. Quiere usar La verdadera vida para curar la locura de Cyric.

Esto era más de lo que Fzoul podía aguantar.

—¿Tú también? ¡Basta ya de mentiras!

En su furia, el supremo Tyrannar me soltó fuera de la batea y caí desde una altura superior a la de mi cuerpo. Mi cabeza chocó contra el suelo con un crujido terrible. Sentí un tirón terrible en el cuello y me desplomé hecho un amasijo de cadenas y carne desnuda.

Me había acostumbrado tanto a la protección de Tyr que casi ni me asombré de salir de aquello sin romperme el cuello ni el cráneo. Me limité a incorporarme sobre las manos y las rodillas y me volví para rogar piedad a mi torturador, pero entonces me di cuenta de que Ruha me había engañado. El juicio de Cyric no podía haber terminado o el dios de la Justicia ya no me tendría bajo su protección.

Miré hacia donde estaba la bruja, pero la figura enorme del supremo Tyrannar, que tenía su atención puesta en la mujer, se interponía entre ambos. Me puse de pie y avancé tambaleante para increpar a la entrometida arpista.

—¡Embustera hija de una puerca! —Si tardé tanto tiempo en caer en la cuenta fue sólo por todo lo que había tenido que pasar en el templo de Fzoul, ya que por lo general soy más astuto—. Embaucadora de ojos negros.

—¡Basta ya de insultos! —Fzoul se volvió hacia mí y juntó los dedos pulgar e índice al tiempo que pronunciaba el nombre de Iyachtu Xvim—. ¡Ya he oído suficiente!

El supremo Tyrannar giró la muñeca como si me arrancara la lengua, y cuando traté de explicarle que mis insultos iban dirigidos a Ruha y no a él, no me salió la voz. Fzoul se pasó las manos por la larga cabellera y nos miró alternativamente a mí y a Ruha hasta que negó con la cabeza con evidente disgusto. Cogió un manojo de llaves que llevaba al cuello y se lo pasó a Thir.

—Ve a mis aposentos y trae La verdadera vida. —El supremo Tyrannar cogió el brazo de Ruha—. La oferta no va a ser tan benévola como había prometido, pero tal vez la Nueva Oscuridad nos perdone si aplicamos el doble.

—¿Oferta? —Ruha trató de liberarse, pero Fzoul la sujetaba demasiado fuerte—. ¿Qué quieres decir con eso de oferta?

Fzoul la levantó en el aire.

—¿Qué crees que quiero decir?

A duras penas oí la conversación, ya que mis oídos estaban llenos del chapoteo de la masa gelatinosa que tenía en el pecho y tenía los ojos fijos en Thir, que iba a por el libro. En lugar de salir por el mismo túnel que el guardia, Thir cogió una antorcha de la pared y atravesó la cámara. Me moría por seguirla, pero aunque Fzoul no me detuviera, los grilletes me impedían caminar con soltura y seguridad.

Con todo, una sombra de esperanza se encendió en mi pecho.

Detrás de mí, Ruha dio un grito al caer en el tanque de las anguilas. Yo no aparté la vista de Thir. Se detuvo en el extremo opuesto del altar y colocó la antorcha en un candelabro vacío, luego cogió las llaves y las levantó ante la pared. Una trampilla se abrió en el techo y ella alzó la mano para bajar una escalera escamoteable.

—Ya has visto suficiente, Malik. —Fzoul me cogió por el cuello con el gancho y me arrastró hacia el tanque de cobre—. ¿O es que quieres acompañar a la arpista en el baño?

Abrí la boca para asegurarle que no, pero no salió ningún sonido ya que él me había robado la voz. Me limité a negar con la cabeza.

Fzoul se rió. Fijó su atención en el agua espumosa de la batea de las anguilas y usó el gancho para levantar la cabeza de Ruha. Se le había desprendido el velo, pero no tenía buen aspecto. Se había mordido la lengua, tenía los dientes apretados y tintos en sangre y los ojos en blanco. Y sin embargo, para mí fue un bello espectáculo, ya que la bruja estaba inconsciente, igual que yo la primera vez que me habían introducido en la batea. Mi sombra de esperanza empezó a crecer.

Fzoul volvió a hundir a Ruha en el tanque y la miró mientras ella se debatía. Esperé. El corazón de Cyric se movía desbocado, como si presintiese la inteligente traición que tenía en mente.

Para cuando Thir volvió junto a su amo llevando un gran libro encuadernado en piel, Fzoul había puesto fin a su diversión. Había enganchado a Ruha por debajo de los brazos y se apartaba del tanque, arrastrando a la bruja inconsciente fuera del agua.

Entonces me colé por debajo del palo y metí las dos manos en el agua. De inmediato, dos anguilas se me enroscaron en las muñecas. Sentí una terrible descarga por todo el brazo y hundí los dedos en la carne esponjosa de las criaturas. Sentí los codos agarrotados y se me cerraron los dientes al tiempo que se me llenaba la boca del consabido sabor a almendras, pero no perdí la conciencia.

—¡Malik! —gritó Fzoul—. ¿Qué estás haciendo?

Saqué los brazos de la batea sin soltar las anguilas. Primero las lancé contra Thir, y las resbaladizas criaturas le dieron de lleno en la cara. Soltó la antorcha y el libro junto con las llaves de Fzoul y abrió la boca como para gritar, pero no emitió sonido alguno. Se le aflojaron las rodillas, y antes de que llegara al suelo di la vuelta hacia Fzoul.

El supremo Tyrannar dejó caer el palo y Ruha quedó doblada sobre el borde de la bañera. Balanceando los brazos dirigí a las anguilas contra el flanco de Fzoul. Se puso rígido y cayó al suelo aplastándose la nariz. Su sangre manchó las piedras. Sacudí los brazos encima de su cuerpo hasta que las anguilas se soltaron y se le enroscaron en las piernas.

Thir empezó a gruñir y trató de ponerse de pie. Volví a meter las manos en la batea y saqué otras dos anguilas a las que dejé libres sobre su cuerpo. Se quedó callada inmediatamente. No tenía la menor idea de cuánto tiempo pueden vivir las anguilas fuera del agua, pero sabía por experiencia propia que incluso una breve descarga dejaría a Fzoul y a Thir inmovilizados durante un buen rato.

Al volverme vi a la bruja todavía colgando de la batea. Por la forma en que temblaba me di cuenta de que por lo menos una anguila seguía enroscada en las piernas que todavía tenía sumergidas en el agua. Después de todos los problemas que me había traído, debería haberla empujado otra vez hacia dentro y haber dejado que se ahogara, pero en Calimshan tenemos un dicho: «El enemigo de mi enemigo es mi amigo».

Decidí dejar a Ruha en el tanque, confiando en que cuando Fzoul y Thir se despertaran y descubrieran que me había marchado, someterían a la bruja a torturas todavía más terribles que las que yo había aguantado.

Recogí el libro que estaba tirado junto a los convulsos miembros de Thir. Se componía de un número enorme de hojas encuadernadas en piel negra, con docenas de soles oscuros y sonrientes calaveras rodeando el sagrado símbolo del sol negro y la calavera. Las ilustraciones resultaban extrañas para ser un volumen de Oghma, pero Rinda había escrito en su diario que habían sido necesarias para que Fzoul pudiera hacer pasar el infame volumen ante los ojos de los sacerdotes de Cyric. A pesar de todo, temí estar robando el libro equivocado, de modo que lo abrí en la primera hoja y me aseguré de que era el correcto.

Tal como había previsto, las primeras páginas estaban en blanco. Cualquier relator de historias que se precie sabe cómo convertir una sola frase en tres o cuatro párrafos. Oghma había escrito una versión tan breve como falsa de la vida del Uno. Para hacer que La verdadera vida fuera lo más parecida posible al Cyrinishad, Rinda había rellenado la primera parte con hojas en blanco.

¡Tenía en las manos el objeto de mi sagrado peregrinaje, la reliquia por la que tantas calamidades había pasado: La verdadera vida de Cyric!