Capítulo XXXIII

Todos los espías tienen un lugar al que temen más que a todos los demás, y para Ruha ese lugar era Voonlar. La ciudad estaba justo al norte de los Valles, donde el camino de Shind se bifurcaba hacia Zhentil Keep y el sendero del norte continuaba hacia Teshwave, y precisamente en ese lugar se había metido la bruja por primera vez en la vida de los demás. Los Arpistas la habían enviado a apostarse en la taberna Encuentro de las Espadas, donde debía hacer de mensajera para otro agente y espiar a los zhentilar que allí se reunían. Este papel exigía que se vistiera a la manera descarada de las mesoneras, es decir, dejando al descubierto la cara y gran parte del pecho. La verdad es que no le faltaba belleza para llamar la atención de los hombres, y no pasó mucho tiempo antes de que un traficante de esclavos le pusiera una moneda de plata en la mano que ella aceptó dando las gracias.

Aunque Ruha acababa de llegar del desierto y no entendió el significado de aquel gesto, un trato es un trato, y no tenía derecho a negar los servicios que se esperaban de ella. El traficante se puso furioso y sacó su daga, y la habría matado de no haber sido porque su acompañante, que casualmente era el espía al que Ruha había ido a ayudar, salió en su defensa. Los dos se vieron obligados a luchar para abandonar la ciudad, dejando al traficante en libertad para vender a cien almas desdichadas como esclavos. Desde entonces, los Arpistas llamaron a este incidente el Desastre de Voonlar.

Fue así que Ruha, sumamente desazonada, llegó a lomos de Nube de Plata y sobrevoló bajo y en círculo la bifurcación del camino, preguntándose qué dirección habría tomado yo. Para resolver dilemas de este tipo lo que solía hacer era aterrizar y preguntar por un caballo infernal, ya que Halah siempre se las arreglaba para dejar a los lugareños un buen motivo para recordarla, pero la bruja sabía que era inútil hacer preguntas como ésa en Voonlar, donde los aldeanos eran lo bastante prudentes como para sujetar la lengua.

Para colmo de males, la bruja apenas había dormido en cinco días, ni había tenido mucho tiempo para estudiar el diario de Rinda. En cuanto a Nube de Plata, a pesar de la pérdida de su ojo, había pasado casi todo el tiempo volando y estaba tan agotado que casi se había quedado en el esqueleto y las plumas. Ruha no tenía más remedio que descansar y realizar algunas indagaciones discretas, confiando en que el velo protegiera su identidad y en que la cerveza soltara la lengua de los lugareños en las tabernas.

La bruja se quitó el broche de arpista y lo guardó en un bolsillo antes de tomar tierra en las afueras de la ciudad. Llevó a su montura más allá del Encuentro de las Espadas, donde tan mal papel había hecho como mesonera, y siguió hasta la otra taberna de Voonlar, llamada el Signo del Escudo. La bruja pagó cuatro monedas de plata por una cabra esperando que Nube de Plata tuviera aún fuerzas para comer y dio instrucciones al mozo de establo para que no le quitara los arreos. Cuando entró en la taberna llevaba el diario de Rinda bajo el brazo.

La sala común era tosca pero limpia, con paneles embadurnados de blanco instalados entre los postes y las vigas. Había algo más de una veintena de personas bebiendo cerveza y esperando que se cociera lo que había en la olla del hogar. Ruha se sentó en un rincón donde podía volverse hacia la pared cuando tuviera que levantarse el velo para comer y a continuación abrió el diario de Rinda esperando encontrar alguna pista sobre el destino al que me dirigía.

«En cuanto a Cyric, ahora se encuentra solo en su Torre Devastada, perdido en sus delirios de grandeza y poder absoluto, dejando que su Iglesia en Faerun se fragmente y debilite progresivamente. Algunos dicen que esto se debe a que la impresión de perder la Ciudad de los Muertos lo volvió loco, pero yo sé que no fue así. Cyric fue el primero en leer el Cyrinishad y sus propias mentiras fueron las que lo volvieron loco».

La bruja bostezó. Una cosa era mantenerse despierta mientras cabalgaba en un excéntrico hipogrifo a gran altura sobre el suelo, y otra muy distinta conseguirlo en una taberna donde hacía calorcillo y olía a sopas de centeno. Las letras empezaron a emborronarse ante sus ojos y se le cayó la cabeza, y cuando el pesado tomo de cuero golpeó sobre la mesa, ni siquiera lo oyó.

Ruha habría dormitado durante toda la comida de no haber sido porque un bramido conocido la arrancó de su sueño.

—¡Danos más jarras de cerveza, moza! —La voz del hombre estaba cargada de arrogancia y de rencor, e incluso en sueños la bruja supo a quién pertenecía: a Buorstag Hlammythyl—. ¡Y que sea rápido! Tenemos una sed del tamaño del mar de la Luna.

Cuando abrió los ojos, la bruja vio a cuatro hombres que se sentaban a la mesa contigua. El propio Buorstag vestía de cuero rojo con ribetes de plata. Era el bron de Voonlar, el gobernante electo de la villa, y famoso por su odio a los Arpistas. Aunque le daba la espalda y Ruha tenía la cara bien oculta tras el velo, a la bruja se le aceleró el pulso. Buorstag siempre había preferido el Encuentro de las Espadas, incluso estaba allí la noche de su desastre. No podía imaginar cuál sería el motivo de su presencia en el Signo del Escudo.

Acababa apenas el bron de tomar asiento cuando un quinto hombre que vestía una armadura de cuero negro y pectoral de plata entró en la taberna. Era un verdadero gigante, ya que superaba por dos cabezas a cualquiera de los presentes. La negra barba y el parche en el ojo le daban un aire pícaro que hizo que se fijaran en él las miradas de todas las mujeres que había en el salón, aunque él sólo parecía tener ojos para Ruha. Se fue directo a su mesa y se sentó, ocultando con su corpulento torso a Buorstag y a los guardias.

—Bien hallada, Ruha —dijo el hombre. Hablaba demasiado alto como para que Ruha pudiera sentirse tranquila, ya que todos los que estaban cerca podían oír sus palabras sin esforzarse—. Parece que tienes un problema. Tal vez haya llegado justo a tiempo.

Aunque todas las servidoras se habían contentado con no hacer el menor caso a Ruha mientras dormía, una de ellas apareció sin que la hubieran llamado llevando las cuatro jarras de cerveza que había pedido Buorstag. Sin apartar la vista del atractivo rostro del recién llegado, colocó tres jarras frente a él y la cuarta frente a la bruja, y ni Buorstag ni ninguno de los suyos protestó.

El desconocido la retribuyó con una sonrisa deslumbrante.

—No tengo ni un cobre.

—Está bien —dijo la chica sonrojándose—. Yo mismo lo pagaré.

Sonrió a su vez, dejando ver unos dientes tan grandes como irregulares, y a continuación se dio la vuelta para volver a sus quehaceres. El extraño cogió una jarra y empezó a beber.

—¿Quién eres? —preguntó Ruha inclinándose por encima del diario de Rinda.

El hombre dejó caer al suelo la jarra todavía medio llena que se hizo añicos dejando una mancha oscura. Unos cuantos clientes miraron hacia el rincón, pero en cuanto vieron al corpulento desconocido, sus gestos de desagrado desaparecieron y volvieron a concentrarse en sus cosas. El tipo se limpió la boca con la manga y se llevó una mano al parche del ojo.

—Vamos, sabes bien quién soy. —El extraño apartó el parche dejando ver una cuenca llena de un torbellino de estrellas—. Soy el que te ha estado ayudando a dar caza a Malik.

Ruha dio un respingo, porque después de la reprimenda de Mystra había adivinado la identidad de su benefactor.

—¿T-Talos?

El desconocido asintió. A continuación acabó otra jarra y la estrelló contra la pared. Nadie protestó tampoco esta vez.

—¡Me engañaste! —dijo Ruha.

—Lo único que hice fue ayudarte…, y estoy dispuesto a volver a hacerlo si me lo pides con muy buenas palabras.

Ruha negó con la cabeza.

—Mystra ya está bastante enfadada conmigo.

—En este momento Mystra no te sirve para nada. —Talos se bebió otra media jarra y después miró en derredor como si estuviera tratando de decidir dónde estrellarla esta vez. Los demás parroquianos se limitaron a observar con una mezcla de desconcierto, temor y respeto en sus rostros—. Tyr la ha encerrado hasta que termine el juicio. Supongo que sabes lo del juicio. Y cuando éste termine…

Talos se encogió de hombros y a continuación arrojó contra el techo la jarra, que estalló lanzando una lluvia de cerveza y cristales y empapando a los clientes de una mesa.

Talos se mesó la barba.

—¿Podríamos decir que después del juicio tendrás que pedirme a mí tu magia?

—¿Y provocar un nuevo desastre cada vez que formulo un conjuro? —replicó Ruha—. Preferiría prescindir de ella.

—Vaya. —Talos señaló la jarra de Ruha—. ¿Me permites?

Ruha empujó la jarra hacia él sin decir nada.

—Aunque me equivoque sobre lo del juicio, en este momento necesitas mi ayuda —dijo Talos en voz baja—. Estoy convencido de que esos tipos que están detrás de mí saben que eres una arpista, y ya sabes lo que significa esto en esta ciudad. Sin tus conjuros… —el Destructor se recostó en su silla y enarcó las cejas—. La suerte no parece estar de tu lado.

Ruha echó una mirada hacia la puerta y se dio cuenta de que no había elegido un buen lugar, ya que Buorstag y sus hombres le cortarían el paso antes de que pudiera llegar a ella. La ventana tampoco era una salida conveniente. Tendría que saltar por encima de la mesa para llegar a ella, y eso para saltar sólo a la calle, de modo que tendría que pasar por delante de la puerta de la taberna para llegar al establo. A pesar de todo, los hipogrifos ofrecían algunas ventajas a una mujer en apuros, y ella sabía que la ventana era su única esperanza.

La bruja se volvió hacia Talos.

—Ya veo por dónde vas, pero debo correr mis riesgos.

Los ojos de Talos relampaguearon, tanto el bueno como el vacío, y la sonrisa se le heló en los labios.

—¿Rechazas mi ayuda?

Ruha asintió.

—Soy demasiado vieja para aprender un nuevo tipo de magia…, pero si todavía piensas que es importante detener a Malik podrías decirme adónde se dirige.

—¿Por qué? No vas a vivir el tiempo suficiente para darle alcance.

Talos levantó la jarra de Ruha por encima del hombro y, sin mirar, vertió todo el contenido sobre la cabeza de Buorstag. Entonces se marchó. No es que se haya desvanecido en un estallido relampagueante, sino que sólo quedó una pila de cenizas humeantes donde había estado la silla en la que estaba sentado.

Los esbirros de Buorstag se pusieron en pie de inmediato bloqueando el camino de Ruha hacia la puerta, pero el bron se limitó a limpiarse la cerveza de la cara y se volvió a mirar a la bruja. Ruha se mordió el labio inferior tal como Zale le había enseñado, y a continuación, rogando que las paredes de la taberna no llegaran a amortiguar el sonido, soltó un poderoso silbido.

Buorstag se puso de pie, pero no echó mano a la espada.

—Ese Malik al que quieres coger…, descríbelo, por favor.

Ruha sintió que el corazón quería salírsele del pecho, pues no podía imaginar que el hombre a quien más temía fuera a decirle por dónde había huido su presa. Sin embargo, no podía perder nada por responder.

—Es un hombrecillo rechoncho, de tez morena y ojos saltones como los de una mosca. Pero lo más probable es que reconozcas su caballo, una bestia magnífica con ojos de zafiro y unos dientes monstruosos.

Buorstag entrecerró los ojos.

—Tu voz me resulta familiar. —Hizo un gesto de extrañeza y se acercó a la mesa de Ruha—. ¿Y por qué quieres coger a Malik?

Ruha respondió sin vacilar, pues tratar de cambiar la voz no haría más que acrecentar las sospechas del Bron.

—Es un ladrón, y ha robado algo muy importante para mí.

Había dado la misma respuesta en cien lugares, y siempre había satisfecho la curiosidad de quien preguntaba, pero no la de Buorstag. Odiaba a los Arpistas tanto como le gustaba ser bron, y sólo buscaba un pretexto para detener a Ruha que no enfureciera al dueño de la taberna y le costara votos en las próximas elecciones.

Buorstag la miró fijamente, tratando de desconcertarla, pero Ruha estaba habituada a estos juegos y le devolvió la mirada con la misma firmeza. El bron fue el primero en desviar la vista y se agachó para coger el diario de Rinda.

—¿Qué es esto? ¿Tu diario? —Pasó la página y empezó a leer—: «En cuanto a lo que fue de “La verdadera vida de Cyric”, tengo entendido que Fzoul Chembryl todavía lo conserva en un lugar seguro dentro de las ruinas de Zhentil Keep».

—¡Claro! —murmuró Ruha para sí.

Buorstag no le prestó la menos atención y siguió leyendo, buscando todavía un pretexto para arrestarla.

—«Aunque me gustaría que estuviera en manos de un guardián más digno de confianza, ruego que sea verdad. “La verdadera vida” es el único medio para desvincular las mentes sojuzgadas por las mentiras del “Cyrinishad”, y me temo que llegará un día en que sus verdades palmarias serán necesarias para salvar…»

En este punto Buorstag dejó de leer.

—¿Qué es esta blasfemia? —Su voz temblaba de ira, ya que él era un devoto leal del templo de Cyric en Voonlar—. ¡Aquí el sacrilegio va contra la ley!

Ruha no respondió, pues estaba demasiado aturdida por la sospecha que acababa de concebir. Era evidente que su presa iba hacia Zhentil Keep, pero ¿era posible que el astuto y pequeño espía se propusiera recuperar La verdadera vida de Cyric? ¿Que tuviese intención de curar a Cyric de su locura? La bruja estaba atónita, demasiado maravillada por lo brillante de ese plan.

—¿No me oyes? —repitió Buorstag—. ¡Este libro va en contra de la ley de Voonlar!

—Entonces tal vez deberías confiscarlo. Pertenece a Malik.

Esto consiguió confundir a Buorstag por un momento.

Ruha se puso en marcha hacia la puerta.

—Si me disculpas…

—¡Espera un momento! Yo conozco esa voz. —Buorstag se inclinó por encima de la mesa y arrancó el velo que cubría la cara de Ruha—. ¡Tú!

La bruja volvió a morderse el labio inferior y repitió el silbido mientras trataba de escabullirse hacia la puerta. Buorstag y sus esbirros se dispusieron a cortarle el paso. Ella dio una voltereta por encima de la mesa, saltó a la siguiente y fue recorriendo la taberna de mesa en mesa.

—¡Detened a la arpista! —gritaba el bron—. ¡Detenedla!

Su orden llegó demasiado tarde, cuando Ruha ya saltaba por la ventana y llamaba a Nube de Plata. Tocó el suelo dando una voltereta, y cuando volvió a poner los pies en el suelo el hipogrifo volaba ya por encima de la puerta del establo. La bruja no le ordenó a la bestia que bajara, sino que alzó los brazos y dejó que la cogiera con sus garras. Para cuando Buorstag salió corriendo a la calle, los dos se alejaban ya por encima del templo del oscuro dios renacido camino de Zhentil Keep.