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Los largos mostachos rojizos y trenzados de Virginio Nissen, el psicoguía, llenaron la pantalla del móvil de Husky.
—Hola, Nissen, perdona que te moleste. ¿Tienes un par de minutos? Quería hacerte una pregunta. ¿Recuerdas a la rusa, la niña que tutelo?
—La niña a la que sueles referirte como «el monstruo».
Bruna sintió un pellizco de incomodidad al escuchar sus palabras en boca del psicoguía.
—Ejem, ésa, sí. Resulta que tiene la manía de atarlo todo con una cuerda. O sea, en su mochila lleva una ristra de cosas inútiles colgando de un cordel, todas atadas con un nudo: un peine, un caramelo, una llave… Y esa hilera de objetos parece importantísima para ella. A mí me mordió cuando se la cogí y al tragón le colgó de una pata del techo cuando se comió la soga.
—Ya.
—Incluso me ha puesto un nudo a mí, en el borde de la camiseta, sin que yo me diera cuenta. Claro que yo no voy colgando de su hilo, en mi caso sólo se trata de un pedacito de cuerda. Pero el nudo está. No me he atrevido a desatarlo. No entiendo por qué lo hace. Eso te quería preguntar, Nissen. Si sabes qué significa.
El psicoguía se atusó los bigotes.
—Vamos a ver, Husky: ¿tú por qué atarías a alguien?
—Para que no pueda atacarme.
—Una respuesta muy tuya, Husky. Pero no pienses en combates ni en enemigos. ¿Por qué le atarías?
—Para que no se escape.
Nissen rió.
—Estás más cerca, pero de nuevo te ciega esa pátina de agresividad con la que contemplas el mundo. Escucha, la niña no sólo te ha anudado a ti… Por lo que me dices, a la cuerda ata todo tipo de objetos. No son sólo personas. ¿Por qué, para qué?
La androide frunció el ceño y se esforzó en reflexionar. Desde la pantalla, el psicoguía la contemplaba con la misma mirada alentadora con la que una madre animaría a su bebé a dar los primeros pasos.
—Para… para que no se pierdan.
—Para que no se pierdan. Eso es, Husky. Eso creo que es. Imagina qué pérdidas habrá sufrido esa niña en su vida para desarrollar una estrategia así.
Bruna rozó con la punta de los dedos el nudo que seguía llevando en su camiseta. También a ella la había atado. Puede que Gabi no quisiera perderse el resto del cuento. O quizá fuera una inesperada prueba de cariño hacia la rep. Puede que el amor de los monstruos fuera así. Nudos que apresan inútilmente, mordiscos que duelen y desgarran.