CAPÍTULO 43
El portón eléctrico del jardín estaba abierto, atravesaron el pasillo y se adentraron empujando la puerta. A los pies del sofá estaba el cuerpo de la sirvienta con los brazos cerca de la cabeza, las piernas separadas y flotando en un charco de sangre.
Sandra Calderón desenfundó la Walter PPK, avanzó levantando los pies para que no rozaran en el piso y se apoyó en la pared. Estaba a un metro de la biblioteca, la puerta estaba entreabierta y el silencio enfriaba sus cavilaciones.
—Un disparo en la nuca —susurró el perito, alcanzándola.
—¿Qué calibre?
—Me atrevería a decir que fue 32.
Se detuvieron frente al acceso del despacho. Ella permanecía quieta en la derecha, y él apuntaba con la Tanfoglio Force decidiéndose a actuar. De pronto, dio un puntapié y descubrió el escritorio de ébano sacado de su lugar, con libros deshojados en la superficie y las repisas vaciadas a sus pies.
Unos pasos más adelante, había sangre.
—¿Qué es esto?
—Se suicidó.
La señora Begoña Urrutia estaba en el rincón izquierdo con la cara deformada por el disparo que se propinó en la boca y con el revólver Smith & Wesson aún en la mano. A un costado había fotografías manchadas y arrugadas, pero sobre su vientre descansaba una que parecía haber sido puesta intencionalmente. La investigadora guardó su arma, se enguantó y la recogió lentamente.
—Esto es increíble.
—Son muchas fotografías de La Paz —aseguró Manuel Manríquez—. Sin duda, viajaron a Bolivia.
—Ésta habla sola.
La expuso a la luz y la examinaron conteniendo los alientos. En ella aparecía el presidente Hilario Bustamante, la señora Begoña Urrutia y el subsecretario del Interior en el frontis de la Catedral Metropolitana, abrazados y sonrientes en un día soleado. El abogado José Ignacio Troncoso tenía en la mano derecha una quena con la franja tricolor de Bolivia.
—¿Te queda claro quién era el jefe del subsecretario?
—El presidente de la República —contestó el criminólogo—. De la República de Bolivia.
La mujer marcó un número en su celular. Cuando terminó de hablar, le hizo señas al joven investigador, guardó la fotografía y salieron de la biblioteca.
Debían continuar.