CAPÍTULO 16

El cambio de guardia se produjo a la una y cinco minutos de la tarde. El sol tostaba los rostros de los militares fronterizos, quienes habían reportado al mediodía los movimientos sospechosos que se apreciaban desde las casetas de vigilancia en dirección al norte. Lo único que informaron fue la aparición de vehículos que se detuvieron a doscientos metros del Hito 15 y que transportaban a más de trescientas personas con banderas peruanas y pancartas que repudiaban la posición de Chile. Rápidamente, avanzaron hacia el límite sobrepasando los metros de gracia establecidos y se ubicaron casi en los bordes de los accesos a las casetas de vigilancia.

El Ejército de Chile comunicó la situación a Santiago, y de inmediato La Moneda ordenó no actuar. Sin embargo, los fusiles estaban preparados para enfrentar la manifestación.

El líder peruano era un hombre moreno, de nariz abultada y de frente pronunciada. Su voz carrasposa se amplificaba a través de un megáfono mientras los ciudadanos levantaban los lienzos que aludían la cobardía de Chile y su ignorancia en los temas limítrofes. No había tregua. Llevaban más de una hora instalados, entonando canciones antichilenas y aborreciendo la integridad de La Moneda. Por momentos, el cabecilla se atrevió a cruzar el Hito 1 y pisó territorio chileno provocando a los miembros del Ejército, quienes no dudaron en mantener la posición de ataque.

A las dos y media de la tarde llegaron dos camiones procedente del Regimiento Rancagua de Arica con más de doscientos soldados que se situaron en la línea de este a oeste. En ese momento, el manifestante peruano retrocedió con las manos en alto hasta verse rodeado por sus compatriotas.

—¡Chile tiene que reconocer su error! —dijo por el megáfono—. ¡No es posible que no quieran entregar lo que han usurpado! ¡Nuestra política se basa en la verdad! ¡Arriba el Perú, abajo Chile!

—«¡Ellos lo quieren negar, el pasado es pasado, la frontera que nuestros padres defendieron la disfrutarán nuestros nietos!» —cantaban agitando las pancartas—. ¡Viva el Perú, viva!

Media hora después del atrevimiento del líder nacionalista, arribaron dos camionetas mimetizadas sin bajar las armas. Además, la zona era patrullada por cuatro jeeps lanzacohetes.

Desde Santiago se había emitido un comunicado firmado por la ministra de Defensa Nacional Úrsula Santibáñez y el canciller Alejandro Jiménez entregando la versión del Gobierno al incidente fronterizo. No había instrucciones de defensa, pero tampoco se descartaba el enfrentamiento en caso que se violaran los derechos de límites. Ante esta posición, el teniente De la Fuente, a cargo de la vigilancia en el Hito 1, indicó contener la actuación de los manifestantes en su territorio.

—¡Chile nos quiere robar! —gritó el cabecilla—. ¡Soy Mauro Urquiza, y acuso al Estado de Chile de robarle al Perú lo que le ha pertenecido por siglos! ¡No se escondan, ladrones, den la cara y enfrenten la demanda legítima! —Se apoyó en el monolito Hito 1 manteniéndose en territorio peruano—. Nos están usurpando treinta y ocho mil kilómetros cuadrados al proponer que el límite con el Perú es una línea paralela a la línea ecuatorial que nace desde el punto de la Concordia6 en su proyección al mar, veintisiete mil kilómetros cuadrados de mar de acuerdo a la teoría chilena del Mar Presencial, que dichas zonas corresponden a la Alta Mar, es decir, mar de nadie, y treinta y seis mil kilómetros cuadrados a omitir el punto de la Concordia y considerar el Hito 1 como el inicio de nuestra frontera marítima, o sea, doscientos sesenta y cinco metros tierra adentro. —Alzó la mirada desafiando a los soldados chilenos—. ¿Quieren provocar una guerra en el Cono Sur? ¡No lo nieguen más, señores! ¡Perú quiere lo que históricamente le corresponde!

—¡Manténgase al otro lado del monolito, por favor! —señaló el teniente De la Fuente—. Si pone un pie en territorio chileno, tendremos que defendernos.

—¡Haga lo que quiera! Si quiere matarme, hágalo, pero mi pueblo y el mundo verán que la injusticia y la desazón del vecino del sur son más grandes que sus ambiciones. —Retrocedió cinco pasos—. Chile insiste en ignorar el Tratado de 1929 y el Acta de Demarcación de 1930. —Incentivó a los manifestantes a acompañarlo levantando los lienzos—. La creación de la Región de Arica y Parinacota es una estrategia mediocre. Están diciendo que el límite de este territorio comienza en el Hito 1 desconociendo el punto de la Concordia, y así usurpan al Perú parte de su soberanía. ¡Chilenos infames!

Los protestantes tocaron pitos y se burlaron de los soldados del Ejército de Chile, quienes esperaban la orden superior desde la capital para actuar, pero el llamado telefónico que recibió el teniente De la Fuente esclareció la posición del país.

Mauro Urquiza era un hombre decidido. En su país era reconocido por ser un eterno opositor de las políticas del Gobierno frente a los conflictos con Santiago. En más de una oportunidad había manifestado en Lima su descontento con marchas no autorizadas, quemando banderas con el Escudo Nacional de Chile y lanzando verduras podridas contra la fachada de la Embajada de Chile. Eso le valió una condecoración por gran parte del pueblo que todavía masticaba el sabor agrio de la historia y de las malas decisiones que se habían ejecutado en los últimos cien años. Y también le significó un arresto por orden del presidente del Perú al romper un ejemplar de la Constitución Política en la vía pública arguyendo que «el Perú era una ramera que se había vendido a Chile». A pesar de las advertencias, este revolucionario no estaba dispuesto a bajar los brazos, sobre todo si cada día su popularidad aumentaba, y hasta se postuló para la Presidencia en las elecciones pasadas. No obtuvo la mayoría, pero justificó que «poco a poco se creará conciencia en la población. Una vez que todos sepan que Chile le ha robado al Perú, tendremos la fuerza para recuperar lo que nos pertenece».

En ese instante, junto al Hito 1, estaba dando un nuevo paso en su lucha pintada por el nacionalismo y el rechazo absoluto al país del sur.

Las tropas se movilizaron en retirada hacia los camiones dejando sólo en la cercanía del Hito 1 a los vigilantes fronterizos que asumían la guardia hasta la medianoche.

—¿Qué harán, chilenos? —rió Mauro Urquiza—. ¿Traerán los F-16, los Leopard II y los submarinos para ahuyentarnos?

—«Ellos lo quieren negar, el pasado es pasado, la frontera que nuestros padres defendieron la disfrutarán nuestros nietos» —cantaron los manifestantes.

El teniente De la Fuente observó el horizonte con ojos a medio cerrar.

—Si cruzan, abran fuego —sentenció—. Hay que defender la soberanía.

—¡Si me matan, La Haya estará sobre ustedes para siempre! —gritó Mauro Urquiza, desafiante—. ¡Tal vez el Gobierno del presidente Quispe rompa relaciones diplomáticas con La Moneda por amenazar de muerte a un ciudadano peruano en la frontera!

El teniente chileno humedeció sus labios con un movimiento y asintió. Luego, cuando dio los primeros pasos para retirarse, miró a los soldados fronterizos y les indicó con la mano abierta.

—Es una orden.

El plan Morgana
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