CAPÍTULO 38
A las quince horas el destructor Almirante Brown sobrepasó el límite permitido en aguas internacionales y se abrió paso hacia Isla Lennox. Los cañones de los infantes de marina tenían la playa como blanco, cargaban las municiones y planeaban la operación a desarrollar. De inmediato, se dio la alarma en Isla Navarino, despegaron los helicópteros Pumas y los submarinos General Carrera, General O’Higgins y Capitán Simpson se hundieron sin dejar rastros.
La bandera de la República Argentina era el único estandarte. El buque aumentaba la velocidad, movía los largos morteros en dirección al norte y la tripulación se alistaba para encallar. Las agitadas olas golpeaban el casco, interrumpían la concentración de los hombres y propugnaban la soberanía que estaba siendo ultrajada.
Los soldados chilenos contemplaban el horizonte sin comprender lo que estaba sucediendo. El Almirante Brown era el único de la flota bélica que estaba aproximándose a toda máquina. Desde la orilla, el capitán del Ejército seguía el avance soberbio a través de los binoculares, mantenía la mano derecha a media altura y suspiraba. Aún no era momento de bajarla, pero sus hombres estaban ansiosos por abrir fuego.
—Argentinos de mierda —susurró—. Si tocan mi isla, no los dejaré vivos.
—Sobrepasaron el límite, capitán —dijo un cabo segundo—. ¿Disparamos?
El superior dejó los catalejos y quiso bajar su brazo derecho para derrotar la ofensa a su nación, pero el miedo no lo dejaba. Tragó un resto de saliva que quedaba en su lengua, escrutó la línea de batalla compuesta por fusileros, artillería liviana y helicópteros, y arrugó los párpados.
Aún tenía la mano a media altura.
El Almirante Brown disminuyó la velocidad a cien millas de la costa, se detuvo por cinco minutos y viró hacia la izquierda con la agilidad que ningún marino experto podía demostrar sobre una gran máquina. Se marchó con la popa sin fusileros, sin cañones amenazantes y con la bandera a media asta.
—¿Qué pasó? —titubeó el cabo segundo sin quitar los ojos del horizonte—. ¿Capitán?
—Un milagro —frunció el ceño—. Un milagro.
La escuadra de la Armada de la República Argentina se desplazó hacia aguas internacionales, formó una hilera y avanzó hacia el Estrecho Lo Maire a velocidad media.