CAPÍTULO 41

A las siete y cuarenta y cinco minutos se presentaron frente a la Guardia de Palacio, mostraron las credenciales y atravesaron el Patio de los Cañones. Furioso y Tronador permanecían incólumes en pleno siglo XXI y seguían inspirando respeto.

Los funcionarios de la ANI tomaron la escalera del poniente, alcanzaron la puerta custodiada por dos carabineros de Palacio y lograron el beneplácito para ingresar en la oficina del Gabinete del presidente de la República. A Sandra Calderón le faltaba el aire, sentía calambres en las pantorrillas y tenía el sudor impregnado en la blusa, pero no se detenía ni se preocupaba del mal aspecto que llevaba. De vez en cuando, se aseguraba de que su discípulo estuviera de acuerdo con el conducto que estaban siguiendo. Era la primera vez que se enfrentaban al mandatario, y por eso valía la pena mantener la compostura aunque la urgencia de las diligencias no lo exigiera.

De un momento a otro, dejaron el Salón Arquitecto Joaquín Toesca sin impresionarse por la alfombra neoclásica del siglo XVIII, los muebles al estilo reina Ana ni las mesas de influencia barroca. Manuel Manríquez abrió la puerta con la mirada en el horizonte, pero su jefa se detuvo para contemplar el retrato del rey de España Carlos III que estaba a la derecha.

—«Espero hacer que este reino vuelva a florecer» —dijo la científica—. Fue su declaración al conquistar Nápoles y Sicilia.

—¿En serio?

—Era rey de España —alcanzó el umbral—. Podía decir lo que se le antojara.

El movimiento de la manilla de la Sala de Consejo de Ministros provocó silencio y palidez en los semblantes del Gabinete. El ministro del Interior se incorporó ajustándose los anteojos y alzó una mano para expulsar a los intrusos, mas la agente Calderón exhibió la identificación.

—Señor presidente, necesitamos hablar con usted.

—¡Estamos en Consejo! —gritó el ministro Ulises Maldonado—: ¿Quién los dejó entrar?

—Queremos hacerle unas preguntas. —Manuel Manríquez atravesó la entrada.— En privado.

El presidente Juan Ignacio Lozana se puso en pie, se tocó el nudo de la corbata y suspiró.

—¿Quiénes son ustedes?

—Somos de la Agencia Nacional de Inteligencia. —Sandra Calderón movió la cabeza hacia la salida.— Vamos, señor presidente.

—Es importante.

La ministra de Defensa Nacional carraspeó, el canciller dio un paso para alcanzar a Su Excelencia y el ministro del Interior empujó al criminólogo.

—¿Qué haremos? —dijo la ministra Ulises Santibáñez—: ¿Moveremos tropas hacia el norte y el sur?

—¿Cómo enfrentaremos las relaciones exteriores? —El ministro Jiménez tomó al mandatario del brazo.— ¿Entrego un comunicado?

—La población debe mantener la calma —dijo el ministro Maldonado—. No debe filtrarse la información.

Los analistas salieron de la sala y aguardaron la decisión. Por momentos, el presidente Lozana mantuvo las manos en los bolsillos y los ojos puestos en su Gabinete.

—Es urgente. —Sandra Calderón guardó la credencial.— ¿Nos acompaña?

—De acuerdo —resolló—. Espero no tardar mucho.

Caminaron hacia el Salón Independencia.

En los ojos del mandatario había intranquilidad.

El plan Morgana
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