CAPÍTULO 14
A las nueve y quince de la mañana, CNN en Español interrumpió el boletín matutino para transmitir en directo la nueva conferencia de prensa que había sido avisada durante la madrugada por los asesores de la Casa de Pizarro.
En el Salón Tupac Amaru había silencio, pues nadie se atrevía a especular lo que saldría de los labios apretados del presidente Quispe, quien conservaba su postura incólume frente a los reporteros. A su lado estaban los guardaespaldas, y después de unos minutos, atravesó el salón el primer ministro Gerardo Fuentes con una carpeta bajo el brazo derecho para hacerle compañía. Permanecieron indiferentes ante los periodistas, acomodaron los documentos en el estrado y mantuvieron los ojos puestos en el acceso.
El primer ministro de Perú revisó los pliegues de su traje azul oscuro, consultó la hora en su celular y se acercó al mandatario para hablarle al oído. El jefe de Gobierno asintió y volvió a su postura sin manifestar el ánimo que le producía estar en aquella situación.
A las nueve y media, el acceso a la sala de prensa se abrió. Los reporteros registraron el ingreso del comandante en jefe de la Marina de Perú, del comandante en jefe del Ejército de Perú y del comandante de la Aviación, quienes desfilaron hasta ocupar posición detrás de la figura soberbia de la primera autoridad.
—Hoy, 9 de mayo de 2013, es un gran día. Un día que glorifica al Perú —afirmó el presidente Quispe frente al estrado—. ¿Qué podría hacer más feliz a nuestro pueblo en un día como hoy? Estamos en el siglo XXI, y como nación necesitamos que el mundo nos entregue lo que siempre nos ha pertenecido —volvió la mirada al primer ministro—. Existen determinaciones que afectan al desarrollo social, político, económico y cultural del Perú. Por eso, hoy estamos haciendo un llamado a los gobiernos de Sudamérica para que comprendan nuestras peticiones.
—La Corte Internacional de Justicia de La Haya está estudiando nuestro legítimo reclamo —dijo el primer ministro tras la salida del mandatario—. Chile ha presentado la contramemoria en el plazo estipulado. Nosotros, comenzamos a trabajar en la réplica. Sin embargo, cuando los tiempos avanzan demasiado rápido y los trámites entorpecen el desarrollo de una sociedad, es mejor que la amistad resuelva nuestros dilemas. La Moneda debe hacer un esfuerzo y dar crédito a nuestra petición. —Hizo un alto para humedecer los labios—. Chile y Perú nunca han firmado un tratado donde queden resueltos los límites marítimos. En 1947, el Decreto Supremo número 781, bajo la presidencia de Su Excelencia José Luis Bustamante y Rivero, dicta el derecho a modificar la demarcación de las zonas de control y protección de las riquezas nacionales en los mares continentales e insulares que quedan bajo el control del Gobierno del Perú. Sin embargo, Chile se ampara en el Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima de 19544 diciendo que los límites fueron fijados y ratificados con dichas firmas. No obstante, en aquel tratado sólo se confirmó el convenio de pesca y no se conocieron los límites marítimos. Según la Convención de Derecho del Mar, predomina el establecimiento de una línea media cuyos puntos estén en la misma distancia de los puntos de la línea de base —levantó la mirada—. De esta forma, exponemos al Gobierno de Chile que considere nuestras peticiones para una convivencia en paz y solicitamos su disposición al diálogo para avanzar en el desarrollo del Cono Sur.
El primer ministro Gerardo Fuentes se apartó del micrófono, recogió los documentos y se ubicó a un costado del presidente Omar Quispe, quien dio un paso para contestar las inquietudes de los corresponsales esforzándose por no romper el protocolo al manifestar la tirria que albergaba contra los chilenos.
—¿Qué medidas cree usted que tomará La Moneda ante las peticiones del Perú? —preguntó La Razón.
—Creo que Chile no está dispuesto a aceptar el fallo —sentenció—. Por eso, asesinaron al embajador. Si La Moneda no acepta la resolución de La Haya, será problema de ellos. Nuestra nación velará por los derechos y la soberanía que le corresponden sobre los treinta y siete mil novecientos kilómetros cuadrados que estamos reclamando legítimamente.
El jefe de Estado se apartó del micrófono ignorando las consultas de Radio Lima, invitó al primer ministro y a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas a salir del salón y volvió el rostro en el umbral sólo para despedirse de la prensa con un espontáneo movimiento de manos.
El canciller Alejandro Jiménez tuvo en sus manos el comunicado del Gobierno a las once de la mañana, pero no quería enfrentar a la prensa hasta pasado el mediodía. Mientras tanto, estuvo en su despacho estudiando cada una de las palabras que trasmitió CNN en Español referidas al discurso de la Casa de Pizarro. De vez en cuando, sorbía el café tibio que le había servido su secretaria, colocaba pausa con el control remoto y analizaba la voz gruesa del presidente de Perú. Deseaba llamar al presidente Juan Ignacio Lozana, sentía la opresión en su pecho, se inclinó hacia el televisor y oyó nuevamente el mensaje. Estaba convencido de que no sería capaz de continuar.
Terminó la taza de café y tomó el auricular.
—¿Puedo hablar con usted?
—¿Quiere discutir la posición de Chile ante las acusaciones de Lima? —dijo el presidente Lozana—. Usted sabe cuáles son nuestros argumentos.
—Quiero renunciar.
El presidente de Chile guardó silencio por unos instantes, pareció acomodarse en su sillón y dejó caer un archivador sobre el escritorio. Enseguida, cuando escuchó por segunda vez las intenciones del ministro de Relaciones Exteriores, sentenció.
—Renuncia denegada.
—No me siento preparado, presidente —susurró—. No puedo seguir así.
El hermetismo del mandatario se confundió con el ataque de tos que invadió al canciller, quien procuraba taparse la boca para no arruinar la oportunidad que había esperado durante las últimas veinticuatro horas. No obstante, sentía que la ocasión se desvanecía cuando percibía la respiración impaciente del jefe de Estado. Arrugó los párpados, se secó el sudor de la frente con la manga de la camisa y mantuvo sus labios separados esforzándose por sacar la voz.
—¿Qué quiere que haga, presidente?
—Usted tiene el comunicado. Léalo —ordenó el mandatario—. Es su trabajo.
—¿Y si la prensa cuestiona nuestros argumentos?
—Son ideas sólidas. Hay documentos firmados —aseguró—. La historia nos dará la razón.
El ministro de Relaciones Exteriores estaba hundido en el asiento, aún con el auricular en el oído y la otra mano acariciando el borde de la taza. Sus ojos se movían en todas las direcciones sin hallar un punto fijo para descansar.
—Tengo miedo, presidente.
El llamado telefónico terminó sin recibir la respuesta que esperaba.
Había pasado más de cinco minutos desde el cañonazo del Cerro Santa Lucía. La prensa permanecía atenta a los asistentes de La Moneda sin conseguir aún una declaración que pudiera derribar los cientos de chismes que circulaban. Se había dicho que el Gobierno hablaría al mediodía, después se corrigió dando como referencia a las doce y media. Sin embargo, nadie era idóneo para dar una versión oficial. Sólo la aparición del secretario de Estado a las doce y diez minutos apaciguó los ánimos de los reporteros, quienes se agolparon a metros de la puerta de la sala de prensa entorpeciendo la diligencia. Rápidamente, los guardaespaldas y los carabineros protegieron la integridad del ministro de Relaciones Exteriores y forcejearon para abrir paso hasta el estrado. Cientos de fotografías eran tomadas y los movimientos de las cámaras y los micrófonos predecían la importancia de la conferencia.
Luego de diez minutos de silencio por parte del Gobierno y con la presencia de los guardias PPI, la sala volvió a la calma.
El canciller Alejandro Jiménez abrió el portafolio y se acomodó aún sorprendido por la protección que lo rodeaba.
—La Moneda ha escuchado al Gobierno del presidente Quispe y rechaza enfáticamente la posición y la exposición para un tema que está en la Corte Internacional de Justicia de La Haya —respiró profundo—. Chile esperará el laudo de la entidad y no hará caso a la propaganda populista que Lima está haciendo. Nuestros argumentos son claros y sólidos. A través del análisis de la historia, tenemos la convicción de que siempre hemos tenido la razón. El mar chileno es de Chile.
—¿El Gobierno está dispuesto a aceptar el fallo de La Haya? —preguntó el representante de El Mercurio.
—Chile siempre ha estado abierto a aceptar las resoluciones internacionales, pero sabemos que la zona del conflicto pertenece a la soberanía legítima del Estado.
—¿Este problema de límites podría terminar en un conflicto armado? —La periodista de Chilevisión—. Los países vecinos siempre han criticado la excesiva compra de armamento de La Moneda.
—Nosotros podemos comprar lo que queramos —sentenció el canciller—. Siempre estamos en constante renovación.
El ministro se quitó el sudor de la cara y leyó la segunda parte del comunicado antes de que la prensa lo acorralara con preguntas que no se sentía capaz de responder.
—La Ley peruana de Líneas de Base de Dominio Marítimo no puede ligarse a la Convención de Derecho del Mar porque Perú no forma parte de ésta. Además, lo correspondiente al mar territorial son doce millas y no doscientas millas como lo expone la ley enviada al Congreso de Perú en octubre de 2005. La Convención propone que la existencia de derechos históricos predomine por sobre el acuerdo de la línea media contemplada por la misma Convención. —Observó a los guardias de Protección de Personas Importantes para sentirse acompañado—. Por otra parte, el Acta Final de la Comisión Mixta de Límites de julio de 1930 y el Acta de los Plenipotenciarios de agosto de 1930 indican que el Hito número Uno tiene coordenadas que denominan la «Orilla del Mar». —Respiró profundo y miró a media altura—. La Ley de Demarcación Territorial de la Provincia de Tacna indica como límite el sudoeste con el Océano Pacífico, es decir, en el Océano Pacífico y no en el punto Concordia. Para Chile, los acuerdos de 1952 y 1954 todavía son vigentes entre ambos países, y, según la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, tienen la naturaleza de un tratado internacional. —Carraspeó—. La firma de 1929 deja evidencia de que no existen cuestionamientos de límites por resolver. —Clavó sus ojos en las cámaras de televisión que estaban frente al estrado—. Por último, y de acuerdo al antecedente entregado por el primer ministro de Perú hoy en la mañana en relación al Decreto Supremo número 781 del año 1947, las líneas equidistantes que propone Lima no tienen argumentos para ser reclamadas.
—Ministro, ¿el Gobierno tiene preparado el documento para la réplica que presentará Perú en La Haya? —consultó el corresponsal de CNN Chile.
—Todo eso se verá en su debido momento —el canciller cerró el portafolio—. La Moneda está a la espera de la resolución internacional.
—¿Esta demanda marítima ha afectado a las relaciones bilaterales en las últimas horas? —dijo el periodista de La Tercera—. Se ha comentado que Lima está pidiendo al embajador de Chile que deje el territorio.
—Eso es falso —suspiró—. La cancillería ha confirmado que no hay alteraciones en la diplomacia. Todos los antecedentes presentados por ambas partes están en manos de la Corte Internacional. Mientras tanto, Chile es un territorio con soberanía definida. No cederemos ni un centímetro —observó a los presentes—. Es todo. Gracias.
La figura del secretario de Estado desapareció por el acceso principal sin dejar huellas. La prensa intentó seguirlo, pero la imponente presencia de los carabineros y guardaespaldas contuvo a los ávidos fotógrafos, quienes tuvieron que resignarse a esperar el momento oportuno para una nueva declaración.