39

Nanci Cohen miró su reloj por tercera vez en cinco minutos.

—Solo dispongo de unos minutos —dijo, bruscamente.

Eran casi la diez de la mañana del viernes 17.

Roth se sentó a la derecha de Miller, y Lassiter a la izquierda, junto a Cohen.

—Bueno, me dejó entrar —dijo Miller.

—¿Y qué te dijo?

—No me dijo nada.

Nanci Cohen frunció el ceño. Metió la mano en su voluminoso bolso en busca de un cuaderno y un bolígrafo.

—¿No te dijo nada? ¿Cómo pudo ser que no te dijera nada?

—No quiero decir que no me dijera nada; me dijo un montón de cosas, pero aún no sé la relevancia que pueden tener.

—¿Ah, sí? —insistió ella—. ¿Y de qué te habló?

—De cocaína.

—¿Cocaína?

—Del contrabando de cocaína desde Nicaragua.

Roth se volvió de pronto:

—El recorte de periódico de debajo de la cama.

—¿El qué? —preguntó la ayudante del fiscal; luego asintió y sonrió.

—Debajo de la cama de Catherine Sheridan. Dejó un recorte de periódico sobre las elecciones nicaragüenses.

—¿Y ese tipo te habló de Nicaragua? —intervino Lassiter.

Miller asintió.

—El cabrón está jugando con nosotros, ¿no? —dijo Nanci Cohen con tono sarcástico—. Está jugando con nosotros. Nos está tomando el pelo. ¿Qué probabilidades hay, por Dios? Encontramos un recorte de periódico sobre las elecciones nicaragüenses bajo la cama de Catherine Sheridan, y vas a verle y se te pone a hablar de Nicaragua.

—Estaba exponiendo una idea —dijo Miller.

—¿Me estás diciendo que es una coincidencia?

—No sé qué es… Pero me dejó inquieto, como poco.

—¿El qué? ¿Él?

—No, él no. Lo que dijo. Sobre el contrabando de coca en Nicaragua.

—¿Te refieres a lo de Ollie North y la CIA?

—Sí.

—La noticia es vieja, amigo. ¿Sabes quién es Janet Reno?

—Claro que sí —dijo Miller.

—Bueno…, pues es una señora muy dura. El caso es que la policía de Miami descubrió que se estaba entrenando a contras en Florida, y que eso se pagaba con el dinero del tráfico de la coca. Ella hizo un informe enorme, pero enorme de verdad, y se lo enviaron al FBI. Le pusieron un sello, página por página, que decía: REGISTRADO Y ENTREGADO A GEORGE KOSINSKY, FBI, el nombre del agente con el que colaboraban. Y a pesar de ese informe, Janet Reno, fiscal general del estado de Florida, no vio motivo para seguir investigando. Nadie se cree que una señora dura como ella fuera a arrugarse ante un traficante de coca cualquiera. Le dijeron que no escarbara. Le pidieron educadamente que desviara la mirada, ¿entiendes? Como te he dicho antes, la noticia es vieja.

—Sea como fuere, eso es de lo que me habló Robey.

—¡Por Dios! —exclamó Lassiter—. ¿Quién narices es este tío?

Nanci Cohen le hizo un gesto con la mano para que se callara.

—¿Y bien? —insistió.

—Pues que no sé cómo encaja él en todo esto —prosiguió Miller—, pero no me puedo quitar de la cabeza lo de las identidades de esas mujeres… El hecho de que no hayamos podido encontrar datos precisos e irrefutables sobre sus vidas.

—¿Y la joven negra? —preguntó Cohen.

Miller meneó la cabeza.

—No creo que estuviera en la agenda de este tipo. Empezó a hablar con nosotros. A lo mejor sabía algo, quizá no… Es muy probable que nunca sepamos exactamente de qué modo estaban implicados Darryl King y ella. En cualquier caso, el simple hecho de que hablara con nosotros ya era motivo suficiente como para que la matara. Las cuatro primeras… creo que están relacionadas, y creo que Robey sabe algo. Creo que está implicado. No tengo ni idea de si es el autor de los asesinatos, pero estoy convencido de que sabe algo y de que intenta decirnos lo que sabe sin implicarse.

—¿Y lo de Nicaragua? —preguntó Nanci Cohen.

—No lo sé —dijo Miller, encogiéndose de hombros.

—Tenemos dos pistas… El recorte de periódico y esa charla magistral que te dieron anoche, pero aun así eso no nos da gran cosa. No valen para una orden de registro, y desde luego no justifican un arresto.

—Tenemos que seguir investigando esas identidades —sugirió Miller.

—Por supuesto —afirmó Nanci Cohen—. Tenéis que hacer el trabajo que debería haberse hecho cuando ocurrió el primer asesinato. Alguien dio contra un muro y se paró. A mí me parece que demuestra una desidia tremenda.

Lassiter abrió la boca para decir algo.

—Ahórratelo, Frank —dijo Cohen—. Ya me hago a la idea. Falta gente, falta financiación, limitación de horas extra, la misma mierda que nos encontramos todos. Sucede, ¿vale? No estoy criticando a nadie. No estoy buscando culpables. Pero ahora tenemos cinco mujeres muertas y más vale que nos hagamos una idea general antes de que haya una sexta. —Echó un vistazo al reloj—. Tengo que irme. No quiero pillar un atasco.

Al llegar a la puerta se volvió hacia Miller.

—Hiciste bien en meterte en su casa —convino—, pero ahora mismo tenemos que encontrar algo para pillarle; no podemos seguir perdiendo el tiempo. Mientras tanto, trabajad lo de las identidades de las víctimas. Y Frank…

Lassiter la miró.

—Llámame cuando tengas algo con lo que yo pueda actuar, ¿vale?

Lassiter levantó las manos en un gesto conciliatorio. Sonrió y meneó la cabeza.

—¿Qué quieres que haga yo, Nanci?

—Pues, no lo sé, Frank… Consigue algo mejor.

Y se fue.

Roth, Miller y Lassiter no dijeron nada. Lassiter se puso en pie lentamente. Se dirigió hacia la puerta y, cuando llegó se volvió hacia los dos inspectores.

—No sé qué decir —dijo—. Seguid con lo de las identidades. Conseguid algo con lo que ella pueda actuar, ¿vale?

—¿No nos puede dar más hombres? —preguntó Miller—. ¿Quizá Metz… y Oliver?

—Vosotros sois lo que hay —respondió Lassiter—. Solo vosotros. Tengo otros tres asesinatos, un homicidio, una pandilla de ladrones de coches que se van de paseo con ellos y tienen aterrorizado Gallery Place, en Chinatown. ¿Queréis saber la verdad? Lo de Catherine Sheridan pasó hace seis días. Ahora ya es un caso antiguo. ¿Y lo de Natasha Joyce? Pues Natasha Joyce era una mujer negra de un barrio marginal que no le importa a nadie más que a nosotros. No sé cómo deciros esto, pero vosotros sois todo el personal que puedo asignarle a este caso.

Lassiter meneó la cabeza en un gesto de resignación y salió del despacho.

—Hazme un favor —le dijo Miller a Roth—. Recoge todos los archivos que tengamos, todo lo que haya de las cuatro víctimas, y tráelo aquí. Yo tengo que hacer una gestión. No debería tardar más de media hora o así, ¿vale?

Roth se puso en pie.

Miller esperó a que se fuera y luego bajó rápidamente la escalera y salió por la parte trasera del edificio.