22
Esquina de A Street NE y la Sexta. Un viento feroz casi derribó a Miller en el momento en que salía del coche y se disponía a cruzar la acera. Roth salió tras él a la carrera, y los dos subieron la escalera y cruzaron la doble puerta en lo alto.
Miller se dirigió primero al mostrador y sonrió al hombre impecablemente vestido que estaba sentado tras él; sacó la cartera, le mostró la placa y volvió a sonreír cuando el hombre bajó la nariz y levantó las cejas.
—Ayer por la mañana —dijo Miller— una joven llamada Natasha Joyce vino a hacer una consulta. Tengo entendido que la atendió una mujer llamada Frances Gray.
El hombre asintió.
—Me preguntaba si podríamos hablar con la señora Gray.
El hombre se volvió hacia el teclado de su ordenador y la pantalla plana que tenía delante.
—¿Ayer? —repitió. Y tecleó algo—. ¿Gray con «a» o con «e»?
—Con «a» —dijo Miller.
El hombre escribió algo más. Hizo una pausa, repasó los datos, hizo otra pausa, sonrió y meneó la cabeza.
—No hay nadie con ese nombre —dijo—. He probado «Frances» con «e» y con «i», y también «Gray» con «a» y con «e». No tenemos a nadie en la unidad que se llame Frances Gray.
—¿Quizá sería de otra agencia? —sugirió Miller.
El hombre volvió a negar con la cabeza.
—Si lo fuera, no atendería a nadie aquí. Y no tengo ningún registro de que nadie llamado Natasha Joyce viniera por aquí, y le puedo asegurar que, aunque hubiera algún error en nuestros registros y efectivamente hubiera acudido a nuestras oficinas, no le atendió nadie que se llamara Frances Gray. ¿No se habrá equivocado de nombre la joven?
—¿Tiene un registro de todas las entrevistas que se realizaron ayer aquí?
—Pues sí —respondió el hombre, que giró la pantalla de modo que Miller pudiera verla—: Doce cuarenta y cinco, una reunión en el despacho trece. Una apelación contra la cancelación de una pensión de discapacidad. Tres treinta, reunión en el despacho ocho, y fue para recoger unos documentos relacionados con un juicio sobre armas de fuego que está en proceso. Eso es todo lo que tenemos de ayer. —El hombre sonrió—. Los martes suelen ser bastante tranquilos.
—¿Está seguro de que no hay nada más?
—Estoy seguro.
—¿Quién estaba ayer en este mostrador? —preguntó Roth.
—Estaba yo.
Roth sacó su cuaderno.
—¿Y su nombre es…?
—Lester Jackson.
Roth tomó nota.
Miller se acercó un poco más al mostrador. Intentó dar una imagen de autoridad sin parecer condescendiente.
—Señor Jackson —dijo—, una pregunta sencilla de la que ya me imagino la respuesta, pero… ¿cree que existe alguna posibilidad, por remota que sea, de que haya olvidado la visita de esta mujer?
Lester Jackson esbozó una sonrisa con expresión de sorpresa. Abrió la boca para decir algo, pero Miller llegó antes.
—A veces ocurren cosas —dijo—. A mí me pasa… Interrogo a alguien un día, y luego suceden otras cosas, y al final acabo convencido de que el interrogatorio no fue ayer, sino el día anterior, y…
Jackson levantó la mano.
—Todo el que accede a este edificio queda identificado al entrar y al salir —dijo sin cambiar el tono de voz—. Todas las entrevistas que se realizan quedan registradas en el sistema informático, siempre. Sería una gran dejadez por mi parte si no me asegurara…
Miller le interrumpió:
—Puedo garantizarle, señor Jackson, que no dudo lo más mínimo de que el protocolo del departamento funcione perfectamente; es solo que hablamos con esta mujer ayer, y nos dijo que había estado en este edificio, en este mismo departamento, y que la atendió una mujer llamada Frances Gray que se presentó como agente de la Administración Central del Departamento de Policía.
Jackson negó con la cabeza.
—Eso no puede haber ocurrido —dijo, pacientemente—. Créame, agente, si una joven llamada Natasha Joyce hubiera estado aquí ayer, yo podría confirmárselo, y si hubiera alguien empleado aquí que se llamara Frances Gray, estaría en el sistema. Y resulta que en el registro no hay rastro de la visita de Natasha Joyce ni de esa supuesta entrevista, así que creo que la única posibilidad que queda es volver a hablar con esa joven y ver si se ha equivocado…
—No puedo hacerlo —dijo Miller.
Jackson frunció el ceño.
—Resulta que la han matado, ¿sabe? Por eso estamos aquí. La mataron, y por lo que nosotros sabemos, este es uno de los últimos lugares a los que fue, y si la información que tenemos es correcta y realmente vino por aquí, entonces eso significa que usted debe de haber sido una de las últimas personas que vio.
—No puede estar sugiriendo…
Miller sonrió paciente.
—Yo no estoy sugiriendo nada, señor Jackson. Simplemente me cuesta mucho creer que la señorita fuera tan específica con respecto adónde fue y con quién habló, y que ahora nos encontremos en una situación en la que esas dos cosas parecen no haber sucedido en absoluto.
—No sé qué decir, agente. Ojalá pudiera hacer algo para ayudarle.
—Ha sido usted de gran ayuda, señor Jackson —dijo Miller, sonriendo—. De gran ayuda.
Se volvió hacia Roth, asintió y ambos se dirigieron a la salida sin cruzar palabra.
Una vez en el exterior, con el viento azotándoles mientras regresaban al coche, Miller miró a Roth y levantó las cejas.
—Está mintiendo —dijo Roth.
—De eso no hay duda —respondió Miller.
—La cuestión es por qué.
—El Distrito Cuatro —dijo Miller.
—¿Ahora vamos al Cuatro?
—Y descubriremos si para ellos Natasha Joyce tampoco existe.
—Gerrity —dijo el sargento Richard Atkins—. Es quien estuvo en el mostrador ayer, de las doce a las seis de la tarde. —Atkins se echó hacia delante, cogió el teléfono, marcó un par de números y esperó. Estableció conexión—. ¿Quién eres? ¿Untermeyer? Oye, ¿está Ron Gerrity por ahí? —Atkins asintió—. Muy bien. Dile que baje… Tengo a un par de inspectores del Dos que quieren hablar con él.
Atkins colgó y les señaló unas sillas a la derecha del vestíbulo de recepción.
—Siéntense por ahí; bajará enseguida.
Miller y Roth se sentaron. Pasaron un par de minutos sin que ninguno de los dos hablara.
—Algo de todo esto tiene que tener sentido —dijo Roth por fin.
Miller sonrió socarrón.
—No, no lo tiene.
—Vale, pues no tendrá sentido por sí mismo, pero tiene que haber algo en todo esto que resulte comprensible.
—Parece como si lo hubieran dispuesto de este modo, ¿sabes lo que quiero decir? —Miller hizo una pausa, miró al otro lado del vestíbulo, a la izquierda y a la derecha. No podía quitarse de encima la sensación paranoica que tenía desde la muerte de Natasha. La sensación de que le estaban observando.
Un agente de policía de mediana edad se acercó al mostrador de recepción, cruzó unas palabras con Atkins, y luego se volvió y miró a Miller y a Roth. Se les acercó.
—Sargento Gerrity —dijo, mirando a Roth—. Es usted Miller, ¿verdad?
Roth le estrechó la mano.
—Yo soy Roth. Él es Miller.
Gerrity cogió una silla de la esquina del vestíbulo y se sentó. Miró a Miller y a Roth por un momento con la ansiedad propia de un encuentro con polis que no visten de uniforme. Podían ser de Asuntos Internos, el eslabón más bajo del espectro genético, y seguramente no traían nada bueno.
—Ayer vino aquí una mujer —dijo Miller—. Una joven negra llamada Natasha Joyce.
—Sí. ¿Y? —preguntó Gerrity.
Miller parecía sorprendido; vaciló un momento.
—¿Vino aquí? —repitió.
Gerrity frunció el ceño.
—Lo ha dicho usted. Una mujer negra, Natasha Joyce. —Miró a Roth—. ¿He dicho bien el nombre?
—Es que venimos de otro lugar —intervino Roth—. Y alguien nos acaba de decir que no la habían visto.
Gerrity se encogió de hombros.
—Bueno, pues…, sí, vino aquí ayer, hizo un par de preguntas y se fue. Nada del otro mundo.
—¿A qué hora fue eso? —preguntó Miller.
—Iré a ver —respondió Gerrity, levantándose de la silla. Miller miró a Roth, que no reflejaba emoción alguna. Gerrity fue a comprobar el dato al mostrador—. Llegó a la una y cuarenta, estuvo aquí unos cinco minutos y luego se fue —dijo al volver.
—¿Y qué quería saber? —preguntó Miller.
—Algo sobre un agente retirado. Un tipo llamado McCullough.
—¿Y qué le dijo usted?
—Solo lo que se me permite decir. Si buscan a un agente en activo, les puedo dar el distrito, el número de teléfono y decirles si están de servicio o no. Con los retirados les puedo decir cuál fue el último distrito en el que trabajaron, cuándo se retiraron y ya está. No conservamos direcciones privadas en el sistema, por motivos obvios.
—No estamos aquí por ningún tipo de investigación interna —le tranquilizó Miller—. No somos de Asuntos Internos, ¿de acuerdo? Es que hemos ido a la Administración Central, el lugar al que fue Natasha Joyce antes de venir aquí, y niegan tener constancia de su existencia. La verdad es que es un alivio que nos confirme que pasó por aquí.
—¿Le ha ocurrido algo? —preguntó Gerrity, levantando las cejas de pronto—. Oh, mierda, no sería esa…
—Ayer —repuso Miller—. No mucho después de que pasara por aquí. La mataron en su piso.
Gerrity soltó un silbido por entre los dientes.
—Mierda —dijo—. Esto es de película. Por Dios, no sé qué más decirles. Preguntó por este tal McCullough, yo le dije que estaba jubilado…, del Distrito Siete, ¿verdad?
—Del Siete, sí —confirmó Roth.
—Eso era todo lo que quería saber. Me preguntó si tenía una dirección; yo no la tenía, y eso fue todo.
—¿Y si tuviera que buscarlo, usted qué haría? —preguntó Miller.
—Volvería a la Administración Central —dijo Gerrity—. Son los que se encargan de los registros de servicio y de las pensiones, todo eso. ¿Cuántos años de servicio cumplió?
—Dieciséis.
—¿Quién demonios se retira a cuatro años de conseguir la pensión de los veinte?
—Eso mismo pensamos nosotros —dijo Roth.
—¿Y tiene algo que ver con eso del Asesino de la Cinta? —preguntó Gerrity.
—No sabemos cuál es su papel en todo esto —respondió Miller—. No sabemos nada de él. Pero tenemos que localizarle.
—Como ella —dijo Gerrity, que vaciló un momento, esperando quizá por si llegaban más preguntas, y cuando tuvo la sensación de que no habría más se levantó de la silla.
Miller se puso en pie, le tendió la mano, le dio las gracias por su tiempo y por la ayuda.
—No es nada —dijo Gerrity—. Ya saben dónde estoy por si hay algo más que pueda hacer.
—Se lo agradecemos —respondió Miller.
Cuando Gerrity ya no podía oírlos, Roth le preguntó a Miller si volvían a la Administración Central.
—Primero quiero ver a Marilyn Hemmings —dijo este—. Y luego volveremos a visitar a nuestro amigo, el que no recuerda a Natasha Joyce.