13
Hasta más tarde —una hora, quizá dos— Natasha Joyce no tuvo una sensación de inquietud y desasosiego. Sutil, casi intangible. No era lo que le dijeron, ni lo que le preguntaron, sino cómo se lo preguntaron.
El recepcionista de la Administración Central de Policía había regresado con una mujer blanca bien vestida, de cuarenta y muchos, que mostraba una actitud abierta y comprensiva. Le mostró a Natasha un despacho privado. Natasha la siguió, no hizo preguntas, y una vez en el interior de la sala, austera y sin decoración, ambas permanecieron sentadas un momento. Natasha sintió que estaba siendo observada, examinada, y entonces la mujer dejó un fino dosier de color marrón sobre la mesa, una serie de hojas rayadas y una pluma.
—Me llamo Frances Gray —dijo la mujer—. Trabajo para la oficina de relaciones públicas del Departamento de Policía de Washington. Nuestra función es la de hacer de puente entre el público y la gente que gestiona los asuntos policiales. —La señora Gray sonrió—. ¿Tiene alguna pregunta antes de que empecemos?
—¿De que empecemos el qué? —preguntó Natasha.
—La entrevista.
—¿Entrevista?
—Sobre su solicitud de esta mañana.
—¿Se están ocupando de eso?
Frances Gray asintió.
—Sí, me ocupo yo.
Natasha se echó hacia atrás y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Bueno, sí que tengo una pregunta, señora Gray…
—Llámeme Frances. Esto no es una entrevista formal.
—¿Frances? Muy bien, si es lo que quiere. Bueno… Mi pregunta es esta: ¿cómo es que de pronto me asignan un despacho privado y una persona como usted cuando lo único que he hecho es una llamada telefónica?
—Es el procedimiento estándar en un caso así, señora Joyce.
—¿Me está diciendo que este es el procedimiento estándar que siguen con cualquiera que haga una pregunta sobre alguien que ha muerto?
—No, por supuesto que no… No con cualquiera que solicite información sobre una muerte normal… —Frances Gray se interrumpió y soltó una risita algo tensa—. Eso suena muy frío, muy antipático —reconoció—. No quiero parecer insensible, pero la muerte de su novio…
—Yo no les he dicho que era mi novio —le interrumpió Natasha.
—No, no lo ha hecho, pero sí se lo mencionó a la persona que le atendió en la oficina del registro cuando los llamó ayer.
—¿Lo hice?
Frances sonrió.
—Sí… Llamó al registro ayer, y según parece le dijeron que todos los registros se archivan durante cinco años, y que quizá podría probar aquí.
—¿Tienen esa conversación grabada?
—Sí. Nos gusta ser eficientes cuando tratamos con solicitudes importantes.
Natasha negó con la cabeza.
—Esto no tiene sentido, Frances… Si algo tengo claro es que esto no tiene sentido.
Frances frunció el ceño y ladeó la cabeza.
—¿No tiene sentido? ¿Qué es lo que no tiene sentido, Natasha?
—Que se tomen todas estas molestias por alguien como Darryl. Quiero decir que era el padre de mi hija, pero nunca fue alguien importante. No era más que un ladronzuelo de poca monta y un heroinómano.
Frances permaneció un rato callada, y luego meneó la cabeza lentamente.
—No le dijeron nada, ¿verdad? —preguntó, pausadamente.
—¿Decirme qué? ¿Sobre qué?
—Sobre Darryl King… Sobre lo que sucedió cuando murió.
—Por Dios, ¿es que hay mucho que saber? Le dispararon. Algún poli lo encontró, eso es lo que oí. Quería ver si ese poli aún sigue por aquí, para preguntarle qué sucedió.
Frances asentía lentamente.
—Muy bien…, muy bien, Natasha. ¿Y puedo preguntarle por qué, después de estos años, quiere descubrir lo sucedido?
—Por mi hija —dijo Natahsa—. Tengo una hija de nueve años. Se llama Chloe. Últimamente he pensado que debería saber algo de lo ocurrido. Quería saber si sucedió algo más de lo que he oído. Se está haciendo mayor, empieza a hacer preguntas, y un día me preguntará quién era él y qué le pasó, y si le digo la verdad… —Natasha hizo una pausa y sonrió—. Si le digo la verdad, Frances, no se me da nada bien mentirle a una niña, ¿sabe?
La expresión de Frances decía todo lo que había que decir; daba la impresión de que entendía exactamente a lo que se refería Natasha.
—Dígame lo que sabe —pidió—. Dígame lo que sabe de lo que sucedió, y yo le contaré todo lo demás, ¿de acuerdo?
Natasha suspiró profundamente. Se recostó en la silla y cerró los ojos un momento. Cuando levantó la mirada se encontró a Frances, que esperaba pacientemente, dispuesta a oír todo lo que Natasha tenía que decirle.
Miller se quedó un buen rato mirando el salón de Catherine Sheridan.
A la luz del día, la ausencia total de personalidad era claramente visible. No había flores, ni ornamentos, ni cuadros en las paredes. Roth y él habían estado en la cocina y habían encontrado lo básico: cubiertos, cazuelas, un cazo, un wok. Y los habituales productos de limpieza, trapos, una caja con crema marrón y negra para limpiar zapatos, un aplicador, un cepillo. No había cortapizzas, ni palillos chinos, ni plantas en tiestos, ni armario de las especias, ni separador de claras. Examinaron los armarios y los cajones. Encontraron todo lo que alguien podría necesitar en una cocina adaptada al más sencillo y vulgar de los gustos, pero lo que no encontraron —al menos desde la perspectiva de Miller— fue nada personal.
Se quedó allí de pie, inspeccionando los utensilios y accesorios expuestos sobre la encimera.
—No está bien —le dijo a Roth—. Hay algo en este lugar que no está bien.
—¿Cuánto tiempo llevaba aquí? —preguntó Roth.
—Según el dosier, tres años o tres años y medio, algo así.
Roth miró hacia la ventana, aparentemente distraído por un momento.
—¿Sabes lo que me recuerda? —dijo por fin—. Me recuerda una película que vi una vez… Encuentran a un tipo muerto en Central Park, completamente vestido, con zapatos, traje, corbata, camisa, todo lo demás, incluso llevaba un abrigo, pero le habían quitado todas las etiquetas. Quiero decir que todo lo que podría revelar algún indicio de su procedencia, de dónde vivía…, se lo habían quitado. No llevaba cartera, ni agenda, ni llaves, ni carné de conducir, ni siquiera etiqueta en el interior de la chaqueta.
—Como si alguien lo hubiera limpiado todo —dijo Miller—. Como si alguien hubiera repasado el lugar y se hubiera llevado todo lo que pudiera decirnos quién era la víctima.
—¿Tú viste alguno de los otros escenarios? —preguntó Roth.
Miller negó con la cabeza.
—¿Tú?
—Solo vi el de la tal Rayner. Eso fue en julio. Visité el escenario una vez. Era de noche. No vi gran cosa. Podía haber vuelto al día siguiente, pero no lo hice. Un par de agentes de uniforme volvieron con los de la Científica, eso es todo.
—Entonces, esto no se ha convertido en algo gordo hasta ahora, ¿no?
—¿Algo gordo? —preguntó Roth—. ¿Qué quieres decir con «algo gordo»?
—El primero, Margaret Mosley…, aquello no fue más que un asesinato. Y con eso me refiero a que fue un incidente aislado. Tenía pinta de crimen pasional. Algo que se le fue a alguien de las manos, ya sabes. El segundo, el que tú viste, fue una coincidencia, ¿no? Si hacemos caso al dicho: «La primera es casualidad, la segunda es una coincidencia, con la tercera tienes una conspiración». Pero luego llega el tercero, el de Barbara Lee, y entonces ya tenemos un patrón. Y con el cuarto entramos en el territorio de un asesino en serie. Así es como lo ven los peces gordos del Consejo Municipal. Ahora ya tenemos algo de lo que preocuparnos. La noticia se extiende, la gente se olvida de las elecciones, recuerdan que había algo ahí, en el fondo de sus mentes. Empiezan a escribir cartas al Post, la prensa se mete por todas partes, y quieren saber qué estamos haciendo para parar esta epidemia de asesinatos.
—Y este es el importante, ¿no? —dijo Roth, más afirmando que preguntando.
—Este es diferente —respondió Miller. Se acercó a la mesa y se sentó de cara a su compañero—. La sensación que tengo yo… Dios, no sé qué sensación tengo. Me da que no es lo mismo. Hay algo en este caso que hace que parezca una imitación, pero no puede serlo… a menos que lo hiciera alguien de dentro del departamento, ¿sabes? En cualquier caso, independientemente de quién pueda haberlo hecho, hay algo diferente en este. Y no me refiero solo a lo del pizzero, o a que nuestro hombre la mató y luego llamó a alguien para que la encontrara. Además de eso, hay algo en este que me dice… —Miller negó con la cabeza—. Joder, Al, no lo sé. Lo del pizzero y lo de esa Natasha Joyce, y eso de que el número de teléfono coincidiera con el número de caso de Darryl King, ¿sabes? Los recortes de periódico debajo del colchón… A lo mejor eso es algo; a lo mejor no.
—A mí se me ha ocurrido —propuso Roth—… que, de ser un imitador, quizá no sea porque el tipo tiene acceso a archivos clasificados o cosas así, sino porque conoce al asesino original.
—¿Cómo? ¿Que haya dos asesinos?
—No es más que otra explicación posible para el parecido entre los casos.
—Por Dios, eso es aún más horrendo que la posibilidad de que sea un poli.
—Bueno, ahora necesitamos algo que nos diga quién era la víctima. De momento no es nadie. De momento su número de la seguridad social es el de una mujer llamada Isabella Cordillera y, por lo que sabemos, actualmente no hay nadie vivo que se llame Isabella Cordillera.
—¿Ese nombre en qué idioma está? —preguntó Miller.
Roth negó con la cabeza.
—¿Español? ¿Portugués, quizá?
—Tenemos que comprobarlo; a lo mejor ahí hay algo.
—¿Y ahora qué hacemos? ¿Estás listo para examinar la casa conmigo?
Miller se levantó de la silla y se quitó la chaqueta.
—Arriba —decidió—. Empezamos por arriba y luego bajamos.
Roth le siguió, dejó la chaqueta colgada en el respaldo de la silla y se dirigió hacia la escalera.
—¿Que era qué? —preguntó Natasha.
—Un informador —respondió Frances Gray—. Darryl colaboraba con la policía en el momento de su muerte. Les proporcionó una cantidad considerable de información valiosa sobre los canales de venta de droga en esa parte de la ciudad. Como resultado de la investigación…
—Murió —le interrumpió Natasha.
Frances Gray asintió.
—Sí, murió, pero ayudó a meter a muchos traficantes importantes en la cárcel.
Natasha Joyce sintió las lágrimas que rompían la tensión superficial y caían por sus mejillas. No sabía qué decir. Estaba sorprendida, mucho, pero de algún modo se sentía aliviada. Aliviada de que Darryl hubiera intentado hacer algo para reparar el daño que había causado…
—Un momento —dijo—. ¿Estaba detenido, o qué?
Frances Gray frunció el ceño; no respondió.
—¿Estaba informando sobre aquellos tipos porque la policía le había pillado y habían hecho un trato para librarse de algún cargo?
—No, según nuestro informe, no. Según el informe que tenemos de este caso, parece que se presentó voluntario.
—¿Y cómo murió exactamente?
—¿Ya sabe que le dispararon?
—Claro, sé que le dispararon. Pero ¿quién le disparó?
Frances Gray meneó la cabeza.
—Eso no lo sabemos. Al menos del todo. Sabemos que fue uno de los hombres que estaban en el interior del almacén donde se hizo la redada.
—¿Que estaba en una redada en un almacén? ¡Me está tomando el pelo! ¿Por qué narices iba a llevarse la policía a una redada a un informante yonqui?
Frances Gray volvió a negar con la cabeza.
—No estoy al tanto de todos los detalles —dijo—. Lo único que sé es que un agente de policía que hacía de contacto de Darryl también recibió un disparo. Se retiró del departamento, pero tengo entendido que Darryl llevaba trabajando con él un tiempo antes de esta redada… No sé exactamente qué es lo que ocurrió. Tengo muy pocos detalles sobre el caso, ¿entiende? Me gustaría poder responder a todas sus preguntas, Natasha, pero no estoy en posición de hacerlo… No porque no quiera, ni porque el departamento de policía pueda tener algún problema con ello, sino porque los datos han desaparecido…
—¿Qué?
—Hubo una inundación en el antiguo archivo. Eso fue hace dos o tres años, y muchos de los registros que teníamos resultaron dañados hasta quedar irreparables. Ya no existe documentación al respecto, Natasha, de modo que solo puedo decirle lo que sabemos a partir de las notas que escribió el agente después de que le dieran el alta del hospital.
—¿Y quién es? El agente… ¿Quién es?
—¿Su nombre?
—Claro, su nombre… ¿Cómo se llama?
—Lo siento, no puedo darle esa información. No puedo identificar a un agente de policía…
—Acaba de decir que está retirado, ¿no? Si está retirado, ya no es un agente de policía.
Frances Gray sonrió paciente.
—Lo siento… Estas cosas aún requieren cierta confidencialidad. Las personas a las que arrestaron y encarcelaron a resultas de esta acción siguen en prisión, así que…
—Dios Santo, ya volvemos a lo mismo. No hay nadie que se digne a responderme una pregunta claramente. ¿Qué diantres cree que voy a hacer, eh? Le he dicho por qué quería saber lo sucedido. Mi hija tenía cuatro años cuando mataron a su padre. Lo único que nos dijeron es que le dispararon. Ni siquiera pude identificar su cuerpo. Lo hizo su madre, ¿sabe? Tuvo que ver a su propio hijo ahí, tirado, con un agujero de bala en el pecho. Era su único hijo. Ya había perdido a su marido años antes… y vio a su hijo asesinado, como un yonqui, ¿entiende? ¿Sabe lo que le sucedió? Yo le diré lo que le sucedió… Murió con el corazón roto, la pobre anciana. Simplemente se le acabaron las ganas de vivir. Murió a los seis meses. Ahora solo quedo yo. Yo, y la hija de Darryl. Y queremos saber lo que ocurrió, y cuando le hago una sencilla pregunta…
—Ya basta —dijo Frances Gray, interrumpiendo a Natasha en seco—. Parece que no entiende la posición en la que nos encontramos…
—¿La posición en la que se encuentran? No me suelte ese rollo, señora Gray. ¡Por Dios, la posición en la que se encuentran! Le voy a decir algo, aquí y ahora: piense en cómo podría haberse sentido esa mujer si le hubieran dicho que su hijo estaba colaborando con la policía para limpiar de droga una parte de Washington. ¿Ha pensado en cómo se habría tomado la muerte de su hijo si le hubieran contado eso?
—Señorita Joyce… De verdad, intento hacerme cargo de su situación. Intento ayudarla en todo lo que puedo, y ahora mismo su actitud y sus modos no me lo ponen nada fácil.
—¡Dios, debería oírse a usted misma! Soy yo la que ha venido hasta aquí, porque ustedes no me han devuelto la llamada. Usted ha venido a buscarme y me ha sacado del mostrador…, quería hablar conmigo, quería ayudarme a comprender lo sucedido, y solo le pregunto una cosa…
—Que no tengo autoridad para responderle —contestó Frances Gray sin inmutarse.
—Y entonces, ¿qué narices hacemos ahora? ¿Esperamos a que baje alguien que sí tenga autoridad? ¿Es eso lo que vamos a hacer?
Frances Gray sonrió, pero de un modo artificioso y algo falso.
—Vamos a concluir esta entrevista, señorita Joyce, y yo voy a realizar unas gestiones para ver si puedo facilitarle esa información. Eso es lo que voy a hacer.
—Y nunca más voy a volver a tener noticias suyas, ¿verdad? Así es como va a ir la cosa. Dígame que me equivoco.
Frances Gray meneó la cabeza. Recogió su dosier, sus papeles, su pluma; se puso en pie, se alisó la chaqueta y se dirigió a la puerta. Ya en el pasillo, esperó pacientemente hasta que Natasha la siguió.
—La acompañaré al mostrador —dijo fríamente Frances Gray.
Y mientras la seguía hasta el vestíbulo de recepción, Nastasha Joyce maldijo su poca cabeza, su impaciencia, su carácter explosivo.
Actitud. Eso es lo que solía decir Darryl. «Es cuestión de actitud, chica, y la actitud es la misma en todos los casos, solo que a veces te sirve de ayuda y a veces no».
Frances Gray le dijo a Natasha Joyce que se pondría en contacto con ella en cuanto pudiera. Le deseó un buen día, se dio media vuelta y se alejó repiqueteando con sus tacones sobre el suelo de mármol; luego se hizo el silencio.
El hombre de la recepción sonrió.
—Espero que le hayamos sido de utilidad —dijo, amablemente.
—Mucho —respondió Natasha con una sonrisa forzada y un tono casi de disculpa, y luego se apresuró a salir del edificio y sumergirse en la lluvia de media mañana que había empezado a caer en su ausencia.