El Hombre de Gondaria
Cuando nos pusimos a trabajar en la excavación, quedamos impresionados ante la evidente antigüedad del hallazgo que acabábamos de realizar. Algunos de los hombres, expertos trabajadores del metal, juraban que aquel material no era de esta tierra y aventuraron la suposición de que procedía de otro planeta.
Al fin, conseguimos abrirlo y nuestros ojos contemplaron una visión horrible. Había un monstruo en el interior de aquel cubículo. Como quiera que ustedes ya lo han visto, resulta innecesario describirlo, pero solo deseo hacer constar mi desacuerdo con aquellos científicos que afirman que podría ser algún otro tipo de humano.
En ese momento, nos quedamos petrificados y, juro que, al igual que ansío una vida futura, ¡vislumbré un destello en los párpados de aquella cosa! ¡Era como si el aire, que de nuevo penetraba por sus fosas nasales, le hubiera revivido de su largo sueño!
Claro está que, en la actualidad, incluso los niños están familiarizados con el proceso mediante el cual nuestros científicos producen un sueño similar a la muerte, que lo mismo puede durar años que tan solo unos segundos, ¡pero aquel ser espantoso, muerto desde hace tantos miles de años que tan solo los dioses lo saben, estaba regresando a la vida!
¡Sus ojos se abrieron y me miraron, helándome la sangre de las venas! Sus dedos o garras, largos y terribles, se abrieron y cerraron, y aquella cosa aterradora se alzó, adormilada, emergiendo de su contenedor, como un dragón que saliera de su cascarón. Iba recubierto de una especie de ropaje, que se deshizo al contacto con el aire.
Permanecimos en silencio, inmóviles, con nuestra carne sobrecogida por un miedo demasiado intenso como para poder expresarlo. Aquella cosa se alzó sobre sus piernas, como si fuera un ser humano, mientras nos miraba con sus ojos aterradores. ¡Y entonces, por terrible e impensable que pueda parecer, juro que creí ver un destello de temor en sus ojos! Centellearon con una intolerable expresión de horror y, entonces, la cosa se lanzó a una acción feroz.
Con un golpe demoledor de una de sus manos con garras mató a uno de los trabajadores de metal y, esquivando uno que iba dirigido contra él, agarró a su nuevo oponente y lo aplastó. Reinó el caos y la confusión; los hombres gritaban y corrían, tropezando unos con otros y escapando a ciegas. Y en medio de todos ellos, aquel demonio, rabiando en silencio y repartiendo muerte con sus peligrosos brazos. Al fin, me las arreglé para enfocar contra él mi proyector de rayos y, con un alarido inhumano, se desplomó y murió.
Cuatro de los trabajadores yacían muertos, destrozados, descuartizados de forma espantosa, y otros habían sufridos profundos arañazos e incluso algún hueso roto. Tanto el recipiente como el cadáver del monstruo fueron enviados al Señor de la Sociedad de la Ciencia, en Gledhah.
Amser Ram
Desde Burt, ciudad capital
De Gondaria.
El informe del Señor de la Ciencia concerniente al reciente descubrimiento
En cuanto al origen exacto del espécimen, que nuestra sociedad científica ha pasado a denominar El Hombre de Gondaria, las autoridades difieren, pero resulta evidente que se trata de algún tipo de vida humana o prehumana, algo en lo que todos parecen estar de acuerdo. La formación de su columna vertebral parece demostrarlo.
La Sociedad está de acuerdo en que este hombre prehistórico era miembro de alguna raza que llegó a desarrollarse lo suficiente como para comprender el secreto de la preservación de la vida durante muchas eras, algo respecto a lo cual se encontraban mucho más avanzados que los hombres de hoy en día.
Siendo ese el caso, las posibles consecuencias podrían ser tremendas: pues eso sugeriría que existieron civilizaciones en la Tierra desde mucho antes de que nuestra raza evolucionara del protozoo.
Esto no puede ser negado, dado que este hombre es, indiscutiblemente, de una clase que existió antes de la llegada de los hombres, tal como los conocemos, dado que ni siquiera en las leyendas más antiguas encontramos la menor descripción de gigantes o demonios que se aproximen a sus características. Ni se han encontrado jamás huesos algunos que permitan reconstruir un esqueleto como el suyo.
Esto significa que su tribu pereció hace tanto tiempo que la mente se sobrecoge al intentar concebir un lapso temporal tan tremendo. Y, por alguna razón, los hombres de su raza le conservaron en ese contenedor de metal, sobre cuya construcción no sabemos nada, para a continuación introducirle en una caverna sellada de roca, dejándole allí por toda la Eternidad. ¿Cuál sería su propósito? ¿Se trató de un castigo? ¿Fue acaso algún tipo de rito religioso? ¿O fue acaso este hombre algún tipo de sacerdote o incluso de héroe que había de regresar en época de necesidad?
No lo sabemos. No podemos saberlo. Pero sabemos lo siguiente: que millones —o incontables millones— de años debían de haber pasado antes de que los trabajadores de Gurt lograran horadar su caparazón de metal, sacándole a la luz, todo lo cual se deduce de su comportamiento durante los pocos instantes que volvió a vivir antes de ser arrojado de nuevo a la oscuridad… en esta ocasión, de forma definitiva.
Entre el momento en que fue sellado en la carcasa de metal y el momento de su liberación y muerte, la tierra debe de haber pasado por innumerables cambios. ¡Qué panorama más grandioso y terrible hubieron de contemplar sus ojos, que hasta el momento nada habían visto salvo la roca y las paredes de metal de su prisión!
Los océanos se alzaron y continentes enteros se hundieron en las profundidades. Muchas razas murieron —su presencia lo demuestra—, poderosas civilizaciones se perdieron para siempre, desapareciendo sin dejar ni rastro. El tiempo borró todas las huellas. El hombre volvió a subir, una vez más, por el lento camino ascendente, a partir del limo primordial de los mares. Y, mientras tanto, en todo momento, este último superviviente del mundo antiguo yacía en su extraño contenedor, durmiendo a lo largo de las eras como si tan solo fueran segundos.
¡Qué magnífico panorama se despliega ante los ojos de la ciencia! ¡Qué ideas más colosales! ¡Hasta este momento, habíamos supuesto que éramos los primeros hombres que habían habitado el planeta! ¡Ahora vemos que los hombres habían estado aquí antes, al igual que volverán a estar cuando nosotros hayamos desaparecido sin dejar rastro!
Volviendo al Hombre de Gondaria, uno no puede mirarle y extrañarse de que los trabajadores fueran presas del horror. Esta criatura posee una apariencia extraña e increíble. Permaneciendo erguido, podía alzarse hasta una altura de más de un metro con ochenta… un contraste muy notable comparado con los verdaderos seres humanos de hoy en día, que jamás hemos sobrepasado el metro y medio. Sus miembros son largos y musculosos, su piel muy dura, en comparación con la piel humana, y se encuentra en ciertos lugares cubierta de pelo, como el que llegó a encontrarse por encima de los ojos en algunas de las especies más primitivas.
Su cráneo, en lugar de estar despejado como el nuestro, está coronado con una espesa mata de ese pelo, aunque de un extraño tono dorado. Y más aún, existe una profusa formación de ese mismo pelo tanto en su barbilla como en toda la mandíbula. Sus ojos son de un extraño en indefinido color grisáceo, que no se parece a los colores que conocemos hoy en día. Su nariz es mucho más pronunciada que la del hombre de hoy en día, y la piel de su rostro parece recubrir una cierta cantidad de carne por debajo, en lugar de recubrir sencilla y directamente su calavera, tal como sucede hoy en día con nosotros.
Su frente es baja y ancha —casi el doble de ancha que la del hombre actual—, pero de una altura que no llega ni a la mitad. Su cráneo es redondeado en lugar de cónico, sus labios gruesos, comparados con los nuestros y, en conjunto, sus rasgos presentan un aspecto monstruoso.
Sus hombros son anchos y cuadrados, en lugar de estrechos y redondeados, y su cuello es corto y grueso, en lugar de largo y esbelto como es el caso del hombre de la actualidad. Sus brazos son largos y curiosamente articulados a la mitad, con una especie de gozne natural o bisagra de hueso, y lo mismo sucede con sus piernas. Sus miembros pueden doblarse hacia un lado per no hacia el otro.
En lugar de siete dedos con cuatro falanges cada uno, tan solo tiene cinco en cada mano, cuatro de los cuales tienen tres falanges, incluyendo la que une el dedo con la mano. El quinto dedo parece estar situado en sentido opuesto a los demás, siendo más corto y chato, con los bordes redondeados.
Los pies poseen una estructura ósea muy similar a la de las manos, excepto porque sus dedos son más cortos y el quinto dedo se encuentra casi alineado con los demás, en lugar de encontrarse opuesto a ellos.
Su cráneo no solo no presenta cuernos, sino que ni siquiera muestra la menor traza de haberlos tenido jamás.
En cuanto a su enorme fuerza, el hecho de que masacrara a los trabajadores debería ser, ya, prueba suficiente. Sus órganos vitales parecen diferir en gran medida de los de los auténticos seres humanos, y esperamos tener nuevas y sensacionales noticias al respecto para comunicar a la comunidad científica en cuanto lo hayamos diseccionado.
Al fin y al cabo, aunque triste, el hecho de que muriera no deja de ser un acto compasivo. Amser Ram mencionó el temor que vio en sus ojos. A fin de cuentas, ¿quién puede negar que, a sus ojos, debíamos de parecerle a él tan horripilantes como él a nosotros? Nadie puede negarlo.