Las islas misteriosas de Robert E. Howard

La isla de los eones es una obra única, tremendamente enigmática, y cuya vital importancia resulta sencilla de justificar. Cierto es que La isla de los eones no es una de las obras más conocidas de Robert E. Howard; fue publicada durante los años 80, cuando el «boom» del autor de Cross Plains ya era una realidad que, a día de hoy, todavía no ha terminado. Fue solo la inmensa popularidad de la obra del tejano lo que hizo posible la publicación de fragmentos como este, que además de haber quedado incompletos, sobrepasan en ocasiones los límites de la verosimilitud, incluso teniendo en cuenta que estamos hablando de una obra de fantasía.

La isla de los eones resulta incluso de mayor interés al estudioso de Howard que al lector casual. Se trata de una pieza inconclusa e imperfecta pero que, a nuestro juicio, resulta no solo fascinante de por sí, sino que parece estar tenuemente vinculada con otras series, como la de Kull —mediante nombres en común como Valusia, los Siete Imperios, Valka o Hotath— o incluso la de Cthulhu del mismísimo H. P. Lovecraft. Dada la importancia de ambas sagas en la historia de la literatura fantástica, la existencia de esta pieza no puede resultar menos que intrigante. Además, aunque al principio se pensó que la obra había sido escrita originalmente en 1925, los manuscritos completos, entregados por Glenn Lord, permitieron descubrir que Howard había trabajado en ella desde 1925 hasta 1930, es decir, durante los años más vitales del autor en su formación como escritor. A partir de ese momento, La isla de los eones no volvió a ser considerada como una pieza marginal, a pesar de haber aparecido inicialmente en una versión recortada y «editada» que amalgamaba de un modo bastante irrespetuoso los fragmentos Bl, B2 y A3: sencillamente, no existe ningún otro ejemplo de una historia en la que Howard llegara a trabajar durante casi cuatro años, reescribiéndola en varias ocasiones y trazando diferentes sinopsis. También en ese sentido resulta única, pues nuestro autor era muy dado a escribir «de corrido» y no siempre realizaba sinopsis, y mucho menos reescrituras. La historia debía de significar algo especial para él, algo que no es difícil de comprender cuando se tiene en cuenta que su argumento nació de uno de los episodios más misteriosos de la vida de Howard: su breve enemistad con su mejor amigo Tevis Clyde Smith durante el verano de 1925, tras una serie de incidentes en los que tomaron parte Howard y «Gloria», la mujer con la que salía Smith en esa época. Según la obra de Howard escrita en 1928 Post Oaks and Sand Roughs, (extrañamente rebautizada Le Rebel en su edición en francés):

Sebastian (Truett Vinson) y Clive (Tevis Clyde Smith) bajaron a ver a Steve (Howard), justo un día en que este no estaba trabajando.

—Ven a conocer a mi chica, Gloria —dijo Clive sin más preliminares.

Steve suspiró. Sabía de su existencia. En sus cartas, Clive no había cesado de hablar sobre ella a lo largo de los últimos meses, balbuciendo sin cesar acerca de su belleza, su cerebro y el profundo y repentino amor que se tenían el uno al otro (páginas 49-50 de la edición en inglés, aunque un repaso a las cartas reales no muestra tanta intensidad como Howard sugiere).

Entonces, Clive y Sebastian mencionan a Steve que «Gloria» estaba «como loca» por conocerle.

Gloria les estaba esperando en la acera; se trataba de una morena de diecisiete años, delgada y apasionada, con mucha más sabiduría mundana de la que le convenía. Al primer vistazo, Steve se dio cuenta de que Clive, a pesar de ser unos cuantos años mayor que la joven, era como un niño junto a ella. La muchacha le dedicó a Steve una sonrisa lenta y lánguida, taladrándole con la mirada tal como Steve había visto hacer a menudo a algunas mujeres depredadoras. No pudo evitar mencionar el extraño hecho de cómo las chicas modernas de buenas familias creían necesario adoptar las maneras de las putas (página 53).

Gloria le pidió a Steve que la escribiera y, cuando se disponían ya a marcharse, le pasó a Steve un pequeño pañuelo perfumado. Steve lo besó y se lo guardó en la manga. Siempre, a partir de entonces, asociaría a la chica con el olor de aquel pañuelo. La última mirada de Gloria se le quedó impresa en la memoria, provocativa y sensual (página 58).

Steve resumió la situación:

—Todo aquello era como un drama a punto de desencadenarse: unos amigos íntimos y una chica interponiéndose entre ellos. Una separación (página 63).

Y siguió, en esa supuesta novela autobiográfica, un periodo bastante largo de tensión entre Steve y Clive. Lo que sobrevive de la correspondencia de Howard a Smith revela que aquel periodo de relaciones tensas fue, en realidad, mucho más corto: Post Oaks and Sand Roughs no refiere las cosas tal como sucedieron, sino tal como las experimentó Howard, y cómo las recordaba al escribir sobre ellas tres años después. En un comentario acerca del episodio en una carta de julio de 1925, Howard escribió sobre sí mismo: «(…) ahora sí que, probablemente, he arruinado no solo la vida de una chica, sino también la de mi mejor amigo (…)». Toda esa carta está escrita en un tono tremendamente pesimista.

Lo que sucedió en realidad sigue siendo un misterio, pero resulta evidente que hubo una fricción entre ambos hombres por culpa de Gloria: cuanto menos, Howard parece haberse sentido atraído hacia ella mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir, provocando con ello la ira de Smith. Los dos amigos se volvieron rivales, durante un breve tiempo en el mundo real, pero mucho más tiempo, desde el punto de vista psicológico si tenemos en cuenta como indicativo Post Oaks and Sand Roughs.

Cuando la crisis llegó a su final, Howard volvió a escribir ficción:

Comenzó un serial, «La isla de los eones». Entonces, cuando ya lo tenía enfilado, lo dejó por un tiempo y se lio a escribir «Wolf Skull» (en realidad «Wolfshead», página 66).

En esa obra pseudobiográfica, el autor daba pistas sobre sus propios títulos, alterándolos ligeramente. Dado que todos los manuscritos de la historia que se menciona en dicha novela como La isla de los eones carecían de título, la historia se ha publicado siempre —y se conoce en la actualidad—, bajo dicho título, aunque es probable que Howard no llegara jamás a pensar en uno.

Tanto «Cabeza de lobo» como «La isla de los eones» son historias atípicas del Howard de 1925. «Cabeza de lobo» es el primer cuento de Howard en contener un componente sexual explícito, presentando a dos mujeres opuestas, Ysabel y Marcita, que bien podrían representar los sentimientos conflictivos que Howard sentía hacia Gloria. No obstante, en «La isla de los eones» no se menciona a mujer alguna, con lo que podría resultar complicado establecer ningún paralelismo biográfico. A menos que uno arañe un poco la superficie…

El material que ha sobrevivido de La isla de los eones consiste en una primera versión de 62 folios y una segunda, también inconclusa, de 35. Aparte de ellos, existen dos sinopsis bastante toscas de los elementos a desarrollar en el argumento. De todo este material, solo los primeros 26 folios de la versión 1 (que a partir de ahora denominaremos Al) fueron escritos en julio de 1925, es decir cuando, según se creía antes, se habían escrito todos ellos.

En Post Oaks and Sand Roughs, Howard menciona que el comienzo de la escritura de La isla de los eones resultó un tanto caótico. Tras comenzar la historia, la dejó a un lado para escribir «Wolfshead». Las 26 páginas de la parte Al de La isla de los eones parecen confirmarlo. En algún momento entre el 7 y el 16 de julio de 1925, Howard tiró su vieja máquina de escribir y se compró la ahora famosa Underwood nD5. Existen notables diferencias entre ambas máquinas y el resto de las páginas de La isla de los eones fueron mecanografiadas con la nueva máquina. Por otra parte, todas las hojas carecían de título y de número de página, y poseían una gran cantidad de errores gramaticales y de vocabulario que no tardarían en desaparecer de la producción del tejano. Además, muestran evidencias de reescrituras y correcciones gramaticales que Howard no solía hacer en persona en esa época concreta de su producción, pues se las solía encargar a su amigo Winifred Brigner («Fred Gringer» en Post Oaks and Sand Roughs):

Steve, contrariamente a lo que era su costumbre habitual, mostró el manuscrito incompleto de «La isla de los eones» a Fred y le pidió que lo leyera. No le pidió que la criticara, pues Steve consideraba que él mismo era el mejor crítico de su propio trabajo. Después de leerla, Fred dijo:

—Está muy bien, pero creo que tiene algunos errores gramaticales… he notado bastantes.

Steve se sintió irritado, aunque intentó no demostrarlo.

—La gramática no me importa demasiado —dijo—. Ya lo corregiré. La idea es comenzar a avanzar con la historia. Lo importante a la hora de escribir es decir lo que deseas contar y hacerlo de un modo interesante. Por supuesto que mi dominio del idioma dista mucho de ser perfecto, pero eso lo iré corrigiendo con la práctica. En cuanto a esos errores que dices, ya los corregiré (página 67).

La parte Al de La isla de los eones se desarrolla durante la Primera Guerra Mundial (algo que fue cambiado por una época más reciente en la segunda versión). La historia comienza con el desenlace de una batalla naval en el Océano Pacífico. Después de eso, el protagonista y narrador, un virginiano del Sur de E.E.U.U. se topa con un marinero enemigo, al que se dirigirá como «Dutchy» o «The Dutchman», mientras que el otro se dirige a él como «yanqui». A pesar de la enemistad de sus naciones, uno y otro se verán obligados a establecer una incómoda alianza para lograr sobrevivir. Una relación extraña que nos recuerda el modo en que Howard juzgaba su relación con Tevis Clyde Smith en el momento de escribir ese primer borrador: dos rivales que intentan llevarse bien como buenamente pueden. De ser así, el yanqui y el holandés podrían ser vistos como otra reinterpretación literaria del «celta moreno» y el «nórdico rubio», esto es, del propio Howard y su amigo/rival Smith tal como sugiere —sin pretenderlo— un comentario casual en una carta del primero al segundo, fechada en mayo de 1930: «Me caíste bien desde el principio debido a tus honestos rasgos teutónicos y tu acento holandés».

Nada hay en los papeles ni en la correspondencia de Howard que sugiera que hubiera leído la saga de Caspak de Edgar Rice Burroughs, publicada en forma de libro en junio de 1924 con el título común de The Land that Time Forgot, y que consta de tres novelas cortas escritas entre 1917 y 1918.

En la primera mitad de la primera novela, Burroughs narra las desventuras de su protagonista, Bowen Tyler y su precaria alianza —tras naufragar por culpa de un submarino alemán—, con el capitán alemán de dicho submarino. El paralelismo de la obra de Burroughs con la de Howard resulta sorprendente: ambas tienen lugar durante la Primera Guerra Mundial, en el Océano Pacífico, en las dos hay naufragios. En ambas se descubre un continente/isla de naturaleza desconocida y sin cartografiar, protegida por unos acantilados inescalables, un obstáculo aparentemente insalvable pero que desaparece gracias a la aparición de un túnel que está casi al nivel del mar. Dado el número de libros de Burroughs en casa de Howard, existen ciertas posibilidades de que sacara de allí el punto de partida para la historia. Uno de los temas principales de The Land that Time Forgot es la rivalidad entre Bowen Tyler y el barón von Schoenvoerts, no solo debido al hecho de que ambos pertenecen a facciones opuestas en la guerra que está teniendo lugar, sino también debido al hecho de que «la chica», la adorable Lys la Rué, había estado a punto de casarse con el alemán poco antes de estallar la guerra. No resulta por tanto descabellado considerar esa rivalidad amorosa entre el alemán y el norteamericano como un posible catalizador en la historia de Howard, aunque el elemento sentimental de la aparentemente «ilógica» rivalidad entre el virginiano y el holandés no llegaría a aparecer en La isla de los eones.

En esa primera parte de la primera versión, la actitud del personaje «howardiano» hacia el holandés es de desconfianza cercana a la paranoia, una paranoia que aparece con frecuencia en muchos de sus primeros trabajos, como por ejemplo «The Shadow Kingdom», cuya premisa básica es que la gente no siempre es exactamente lo que parece ser. Algo que el protagonista de La isla de los eones parece tener muy en cuenta, dado que, en una escena en que es atacado por un oponente desconocido, el primer candidato a «culpable» de ser dicho oponente es el holandés, demostrando que, para el protagonista, sigue siendo un enemigo en potencia.

Siete meses después de haber escrito esa primera porción, en febrero o marzo de 1926, Howard terminó su primera historia de Bran Mak Morn, «Men of the Shadows», que sería rechazada por Farnsworth Wright, el editor de Weird Tales. La historia muestra la influencia de lo que Howard andaba leyendo en esa época, sobre todo cuando menciona a las sucesivas razas de la humanidad (siendo los lemurios la segunda y los atlantes la tercera), en lo que no solo parece una influencia de Helena Blavatski, sino también de la obra The Prehistoric World, or, Vanished Races, de E. A. Allen, un libro que estaba en la estantería de libros de Howard.

El tejano volvió a la carga con La isla de los eones alrededor de marzo de 1926, nada más terminar «Men of the Shadows» y siguió trabajando en dicha obra durante el resto del año. Lo sorprendente de este segundo fragmento de la primera versión (lo llamaremos A2) es que comienza justo donde lo había dejado al final de la página 26, y añade otros 18 folios a la historia. En esta ocasión, Howard comenzó a tener cada vez más claro a dónde se dirigía con la narración, y llevó a cabo una sinopsis (dos en realidad) con un esquema de la sucesión de los diferentes eventos a desarrollar, y que constituye a día de hoy la única fuente de información con respecto al modo que tenía pensado Howard de terminar la historia.

Durante este segundo fragmento de la primera versión (A2), el autor compara la arquitectura de la isla con los teocalis aztecas de Tezcuco y los Salones de Mitla, en lo que demuestra una fuerte influencia del ya mencionado libro de referencia de E.A. Allen. Todas las menciones de nuestro autor tejano a Nahua, Tezcuco, Uxmal, Palenque, Mitla, Xochicalco, Tezcocingo y el Baño de Moctezuma están sacados directamente de Allen, eso sin incluir una serie de términos que, hasta el momento, Howard no había incluido jamás («table-lands», «reservoirs», «terraces»…). La descripción de los monumentos que los dos hombres encuentran en la isla reflejan muchas de las ilustraciones del libro de Allen, como por ejemplo la de los Salones de Mitla y los Baños de Moctezuma. Howard parecía particularmente fascinado con el libro de Allen, dado que esta segunda parte se dedica más a una exploración de la isla, obviando en parte la sucesión de monstruos que aparecían en la anterior. Además, la nueva orientación del relato forzó al autor a dotar a sus personajes de unas cualidades un poco más intelectuales. Mientras que el americano ha obtenido sus conocimientos de arte «en las mejores pinacotecas del mundo», el holandés confirma al yanqui que ha estudiado «en Heidelberg, en Berlín, en París, en Ámsterdam y en todo el mundo» en un pasaje que parece calcado del capítulo 17 de The Devil’s Guard de Talbot Mundy, el cual por cierto, acababa de ser publicado por la revista Adventure durante el verano de ese mismo año.

En cuanto a las teorías acerca de la Atlántida y Lemuria, Howard parece seguir de cerca The Problem of Atlantis (1924) de Lewis Spense, donde se afirmaba que el hombre de Cro-Magnon se había originado en la Atlántida, tal como Howard afirma con rotundidad en la presente obra. De hecho, poco después, en una carta escrita a Harold Preece y fechada en octubre de 1928, el autor afirma:

En cuanto a la Atlántida… creo que algo así debió de existir, aunque tampoco sostengo ninguna teoría acerca de que un tipo elevado de civilización se desarrollara allí… de hecho, lo dudo. Pero algún continente debió de sumergirse, o cuanto menos un cuerpo terrestre de cierta envergadura, pues prácticamente todos los pueblos tienen alguna leyenda acerca del diluvio y las inundaciones. Y los Cro-Magnon aparecieron de repente en Europa, demostrando un alto tipo de cultura primitiva; nada hay que demuestre que escalaran desde la barbarie europea. De repente, sus restos suplantaron al Hombre de Neanderthal, con el que no tenían el menor lazo de parentesco. De manera ¿dónde se originaron? Evidentemente, en ningún lugar del mundo conocido. Debieron originarse y desarrollarse en sus diferentes estados básicos de evolución en algún lugar que nos resulta desconocido.

Los ocultistas dicen que somos la quinta —me parece— gran subraza. Primero vinieron dos razas desconocidas y sin nombre, a continuación los lemurios, luego los atlantes y por último nosotros. Dicen que los atlantes estaban altamente desarrollados, aunque yo lo dudo. Creo que sencillamente fueron los antepasados de los Cro-Magnon que, por algún azar del destino, escaparon al destino que acabó con el resto de su raza.

Curiosamente, poco después de que el holandés de la historia de Howard comenzara a hablar de Lemuria, el autor volvió a dejar a un lado la historia, aparcándola de nuevo durante varios meses. Entre el verano de 1926 y agosto de 1927, el tejano dejó de escribir ficción. Fue al término de ese hiato cuando vendió sus dos primeras historias del rey Kull: «The Shadow Kingdom» y «The Mirrors of Tuzun Thune», aunque no volvería a escribir historias de Kull hasta comienzos de 1928.

No es de extrañar que, nada más terminar esos dos relatos, Howard retomara de nuevo «La isla de los eones», produciendo lo que denominaremos fragmento A3, donde la narración después de haber sido una aventura marina con tintes de Lovecraft o Hodgson y haber evolucionado a un relato de exploración y especulación seudohistórica, se convertiría al fin en una historia claramente fantástica, con evidentes reminiscencias de las historias de Kull, cuyos elementos básicos aparecen mencionados.

Howard había entrado ya en la recta final, quedándole tan solo seis frases de su sinopsis para desarrollar (que habrían conformado algo así como la última cuarta parte de la historia). Habían pasado tres años desde que comenzara a escribirla, pero el resultado, por fascinante que pudiera resultar, seguía siendo un material poco vendible y en ocasiones contradictorio.

Pocas semanas después, Howard comenzó a trabajar en Post Oaks and Sand Roughs, su novela semiautobiográfica que habría de narrar los años 1924 a 1928 de su propia vida. Probablemente, el tejano sentía que «La isla de los eones» había jugado un papel muy importante en su desarrollo como escritor, y la mencionó una y otra vez, algo muy notable porque Howard rara vez mencionaba historias que no hubiera vendido ya, y mucho menos que no hubiera terminado aún.

Mientras escribía Post Oaks and Sand Roughs durante la segunda mitad de 1928, Howard comenzó y dejó inconclusa una historia llamada «Tally Ho» cuyo comienzo narra cómo un capitán asalvajado recluta a una tripulación de hombres encallecidos para ir en pos de perlas en los Mares del Sur. La expedición naufraga y, de la tripulación inicial tan solo sobreviven unos pocos, incluyendo al narrador y a un tal «holandés». Numerosos elementos de esta historia abortada están tomados claramente de «La isla de los eones».

Durante la segunda mitad de 1929, Howard se puso a trabajar de nuevo con «La isla de los eones». En esta ocasión, decidió revisar la historia entera, produciendo 42 páginas de material revisado: un esbozo inacabado de 31 páginas (fragmento Bl) del cual acabó descartando las siete últimas páginas, que volvió a escribir de nuevo (fragmento B2), pero una vez más dejó la narración inacabada, avanzando bastante menos que en su versión anterior.

Esa nueva versión de «La isla de los eones» reutilizaba la mayor parte de los elementos de la versión anterior —en ocasiones en un orden ligeramente distinto—, pero cambiando el marco temporal.

La Primera Guerra Mundial daba paso a una ambientación más contemporánea; numerosas escenas fueron condensadas, otras suprimidas, algunos nombres cambiados… pero, a todos los efectos, se trata de la misma historia, aunque en esta ocasión Howard la abandonara antes que la otra versión, y la relegara a su archivo por siempre jamás.

Resulta evidente que esta historia fue muy importante para Howard. Tanto material, tantos años, tantas reescrituras, algunos párrafos dedicados a ella en Post Oaks and Sand Roughs… pero algo evitó que llegara a terminarla. Es posible que dicho factor fuera la inexistencia de un elemento clave que había propiciado la creación de la historia: una mujer en la ecuación.

En marzo de 1930, Howard le anunció a Tevis Clyde y Harold Preece que había vendido «The Dark Man», la primera de sus historias de Thurlogh O’Brien y, un mes después, vendió la segunda: «The Gods of Bal-Sagoth», que comenzaba con Thurlogh prisionero a bordo de un barco vikingo, tripulado exclusivamente por norteños con la excepción de Athelstane el sajón. Navegando por aguas desconocidas, la embarcación naufraga al acercarse a la costa de una isla misteriosa. Todos los de a bordo mueren, con la excepción de Turlogh y Athelstane, y cada uno salva la vida del otro. Thurlogh se muestra tan ilógico e irracional como el yanqui de «La isla de los eones» en esa misma situación, aunque todo cambiará cuando un tercer personaje, la hermosa Brunhilda aparezca en escena tras la llegada de los dos compañeros a la isla.

De algún modo, el triángulo amoroso que había sido la raíz —pero sin llegar a aparecer— en «La isla de los eones» terminó por ser desarrollado en esta historia posterior. En opinión de Patrice Louinet, en el prólogo de la única edición íntegra de La isla de los eones en «The Dark Man» número 1, el único modo que habría tenido Howard de terminar la historia habría sido permitir que la «mujer perdida» regresara a la historia, permitiendo que se restaure la amistad perdida, tal como sucede en «The Gods of Bal-Sagoth». Es una hipótesis interesante, con la que no estamos de acuerdo. El autor sabía cómo iba a terminar la historia, tal como se deduce tras haber leído todo el material escrito, incluyendo las sinopsis. Incluso tenía pensado el medio en que los compañeros forzosos podrían abandonar el lugar, dada la imposibilidad de que un barco pudiera acercarse lo bastante. No hay más que leer las últimas frases de su segunda sinopsis.

A continuación de la obra que da título al presente volumen, y que consideramos la protagonista indiscutible, el lector podrá disfrutar de un buen número de piezas inéditas, la mayoría de las cuales guardan una especial relación con «La isla de los eones». Dicha relación, en el caso de las cuatro primeras es especialmente directa, dado que todas ellas retoman elementos de ella, incluyendo la ya citada «Tally Ho!», un término británico para ponerse en marcha y que, en la terminología naval, podría corresponderse con el clásico «Leven anclas». Por otra parte, tanto «La tentadora de la torre de la tortura y el pecado» como «El regreso del hechicero» son narraciones de razas y mundos perdidos. La primera es una pequeña variante de «The voice of El Lil» y fue publicada originalmente en la revista Avon Fantasy Reader. Las variaciones con respecto al original son mínimas, un poco como sucede entre otras piezas howardianas como «Frost Giant’s Daughter» y «Gods of the North», pero no deja de ser una curiosidad como en el caso de estas últimas. «El regreso del hechicero» es una pieza inconclusa muy del estilo de «El rey del pueblo olvidado» (una de las piezas que al final se han quedado fuera de esta colección), pero que apuntaba maneras para ser aún mejor. Tanto «The Gondarian Man» como «The Tale of Am-Ra» suponen sendos viajes al futuro y al pasado remoto, dos auténticas rarezas, la segunda de las cuales nos demuestra que Howard tenía muy presente el nombre de Am-Ra, que no solo emplearía aquí, y en su relato «Gods of the North» sino también en uno de los mejores relatos de la saga de Conan. A continuación, ofrecemos cinco piezas de viajes oníricos y espirituales, la última de las cuales es un poema de tintes célticos. Tanto «La tierra del hachís» como «Un sueño» permanecían inéditas en castellano, no así «La puerta al mundo», que ya apareciera en nuestra revista, Barsoom. No obstante, y dado que bastantes de los cuentos de Howard que aparecen en nuestra revista terminan siendo publicados en libros de otras editoriales, hemos pensado que en ese caso siempre sería mejor volver a publicarlos nosotros mismos, y en libros en los que casen correctamente. Terminan el volumen tres piezas ambientadas en el oeste, a pesar de lo cual guardan también un componente fantástico y explorador, especialmente la primera, «El jinete del trueno», que aúna algunos de los conceptos más queridos por el autor, como son los recuerdos raciales y los mundos perdidos.

Y por último, antes de que el lector pueda sumergirse en la fascinante prosa de Robert E. Howard, debe permitirnos unas palabras acerca del genio de la ilustración cuya obra embellece este volumen.

Todo aquel que haya leído este prólogo hasta aquí, supondrá ya que Newell Convers Wyeth (22 de octubre de 1882 - 19 de octubre de 1945) no llegó jamás a ilustrar «La isla de los eones», dado que esta no se llegó a publicar hasta la década de los 80, cuando hacía ya décadas que Wyeth no se encontraba ya entre nosotros. Pero N. C. Wyeth realizó cientos, miles de ilustraciones portentosas para decenas de publicaciones y centenares de libros en edición de tapa dura. A pesar de ello, jamás llegó a ilustrar a Robert E. Howard, una circunstancia que resulta fácil de remediar, dada la inmensa variedad temática del genial ilustrador. Hizo tanto y tan bueno, que lo que resulta complicado es no encontrar una ilustración adecuada para adornar una u otra escena de las muchas y muy variadas aventuras que ofrece el presente libro. Si el lector considerara que alguna de ellas está fuera de lugar, la culpa es exclusivamente nuestra, dado que Wyeth no hizo jamás nada mal hecho, salvo quizás morirse demasiado temprano, al igual que Robert E. Howard, privándonos a todos de su inigualable talento.